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Lunfardo, aquí y allá


Por Héctor Balsas


La persona que oye o lee la palabra lunfardo ya tiene algún conocimiento sobre su contenido, aunque es muy posible que, en muchos casos, sean ideas distorsionadas por las reiteraciones hechas a lo largo de años y años por quienes no continuaron ahondando en el tema, y se quedaron en referencias transformadas luego en prejuicios por el tiempo.

De vez en cuando se reanuda el interés por establecer contacto más directo con el lunfardo, y la consecuencia natural es el surgimiento de obras de información, aclaración y crítica. En todas el comienzo suele ser el mismo: una explicación de la voz lunfardo. La primera fuente consultada por los autores es el Diccionario de la lengua española (DRAE), en el que se lee: "lunfardo. m. desus. Argent. Ratero, ladrón. || 2. Jerga que originariamente empleaba, en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores, la gente de mal vivir. En particular, se difundió posteriormente por las demás clases sociales y por el resto del país" [1].

El primer significado señala a un individuo con características muy definidas. Tanto es así que basta una única voz, ladrón, para entender qué es un lunfardo. En la actualidad, ambos términos no coexisten, porque lunfardo desapareció del uso (de ahí la marca "desus." en la definición), absorbido por ladrón o ratero. La palabra perdida queda registrada en textos de fines del siglo XIX y principios del XX. En el presente, solamente se la ve en creaciones de muy clara referencia al delito, sobre todo literarias.

Como sinónimo de ladrón, aparece registrada por primera vez en una nota de autor anónimo publicada en 1878 en La Prensa, de Buenos Aires. Al año siguiente, Benigno Lugones en La Nación la emplea también. De ese período en adelante, se la ve escrita en trabajos de Juan A. Piaggio (1887), Luis M. Drago (1888) y Antonio Dellepiane (1894).

El origen de lunfardo no está esclarecido. Gobello se adhiere a la teoría de que es voz desaparecida de Italia, de donde emigró, y que pertenece al habla dialectal. En tal caso, lunfardo procede de lombardo, que quiere decir ladro (=ladrón).

A veces, se apocopa la forma lunfardo. Así se lee en el título de un libro de Enrique Chiappara: Léxico lunfa. [2]

Caminos diversos

La segunda explicación de lunfardo enfrenta oposiciones nada desdeñables que se presentarán y estudiarán críticamente. Para una mejor comprensión del punto, parece útil tomar como guía auxiliar (no dogmática) un nuevo libro de José Gobello [3], en el que el autor aún encuentra espacio para discurrir y discutir sobre el lunfardo, con el aporte de gran cantidad de información que anteriormente no había sido presentada con la debida claridad o, simplemente, había sido omitida.

Informa con óptica argentina, más bien porteña, alejada bastante de la perspectiva que se tiene de interés desde su creación en el siglo XIX. Es natural que Gobello y todos quienes desde Buenos Aires se lanzaron alguna vez a hablar sobre el lunfardo (Casullo, Teruggi, Tito Rodríguez, Del Valle, Barcia, Cammarota y otros) adopten un criterio localista, porque no olvidan que esta modalidad expresiva nació en Buenos Aires, donde se asentó rápidamente y desde donde se difundió de tal manera que cubrió todas las capas socioculturales de la gran ciudad, pese a la resistencia que se le ofreció. El uruguayo lo recibió, así como recibe tantas otras manifestaciones populares de la vecina orilla; pero esto no quiere decir que el lunfardo esté enraizado en el país oriental (en Montevideo, principalmente) o que se lo tome como objeto de culto.

Definir es conocer

Con acierto, Gobello inicia el trabajo delimitando el lunfardo con precisión y con originalidad: parte de lo que no es y llega a una definición nítida que deja establecido qué es. Véase la definición: "Vocabulario compuesto por voces de diverso origen que el hablante de Buenos Aires emplea en oposición al habla general". Leída con cuidado genera varias interrogantes que parten de algunos prejuicios de larga data aquí y allá, los cuales sostienen algo bastante distinto de lo que asegura Gobello. Son prejuicios al lunfardo, a su origen y a su localización geográfica.

En primer lugar, el lunfardo no es un idioma o lengua. Solamente es un conjunto de palabras que se asocian para constituir un todo denominado vocabulario. No es lengua porque no tiene gramática. La morfosintaxis, la ortografía y la prosodia que emplea son las del español, idioma dentro del cual está asentado, así como lo están otras manifestaciones por el estilo pertenecientes a diversas zonas del ancho mundo de habla española, aunque sin la aureola de tradición de que goza el lunfardo. Si bien hay alguna pequeñísima excepción en la prosodia (trasladada a la ortografía), ello no alcanza para darle al lunfardo la categoría de lengua. En consecuencia: nadie habla en lunfardo o el lunfardo.

Mucha gente –siempre mirando desde esta parte del Plata, la Banda Oriental– manifiesta que tal o cual actor, tal o cual futbolista, aquel político o esta persona anónima hablan en lunfardo. Se dice así porque se descubren en su discurso términos o locuciones que escapan de la vía normal de expresión, tan acotada por la enseñanza primaria en particular; pero lo que hay son solamente voces y contenidos nuevos, o diferentes de los habituales, y que denuncian al oído una procedencia anormal con respecto a los vocablos y significados del habla general.

Adiós al hampa

En segundo lugar, el lunfardo no es privativo del hampa ni viene de lugares donde predomina la vida criminal y delictiva. En un principio, sobre todo amparándose en los estudios iniciales de gente vinculada de un modo o de otro a ambientes de vida irregular (Dellepiane, Benigno Lugones, Piaggio, Drago), se sostuvo que el lunfardo era la jerga de los malvivientes, usada para ocultar sus intenciones y hacerse comprender entre ellos.

Que los malandras y toda laya de malandrines lo hablaran era cierto, pero no era una forma exclusiva de ellos, pues el pueblo de las zonas orilleras de Buenos Aires, de tangencial o nula vinculación con el delito, también lo hablaba, y lo hacía como cosa propia, diaria, natural. Entre esa gente había gran cantidad de inmigrantes italianos que contribuyeron con lo suyo –no poco, por cierto– a dar vida a la conversación de todos los días en la calle, el hogar, el almacén, el boliche y demás sitios de concurrencia colectiva. En 1879 –fecha del primer estudio de Benigno Lugones sobre este tema– había un repertorio valioso a disposición de quien quisiera conocerlo y emplearlo.

Múltiples fuentes

En tercer lugar, la definición de Gobello destaca la procedencia variada de los componentes de este vocabulario. A lo largo de todo el libro se analizan detenidamente fuentes que permitieron tomar voces o expresiones para ingresarlas en el lunfardo. Dice Gobello: "El lunfardo podría ser considerado algo así como un repertorio de voces extranjeras; en términos lingüísticos, una acumulación de préstamos". Fernando Lázaro Carreter y Joseph Vendryès le sirven de base para explicar qué se entiende por préstamo (elemento que una lengua toma de otra adaptándolo o imitándolo). En este caso hay traslado de una lengua a un repertorio lexical, lo cual no invalida lo dicho, pues los préstamos también se mueven dentro de los segmentos de un idioma: de jerga a jerga, de jerga a nivel familiar, de dialecto a lengua general, de nivel de lengua otro nivel de lengua, etc.

La incalculable cantidad de préstamos que el lunfardo asimiló lleva directamente al italiano, a dialectos italianos septentrionales, a dialectos también italianos del centro y del sur de la península, al furbesco, al argot, al caló, a la germanía, a los afronegrismos. Como se aprecia, una múltiple procedencia que permite afirmar que es el modo de hablar del pueblo que vivía en las orillas de Buenos Aires cuando surgió y dio su primer estirón esta tendencia popular.

Sobreabundantísima es la información que brinda Gobello acerca de las procedencias. A título de mera curiosidad se tienen estas voces anotadas en el libro –pequeña parte del total– tan oídas y utilizadas en Montevideo y también tan escritas, pues ya la literatura no le hace ascos al empleo de lunfardismos: capo y festichola, del italiano; acamalar y bagayo, de dialectos italianos septentrionales; cucuza y escorchar, de dialectos también italianos del centro y del sur; apoliyar y bufoso, del furbesco; apache y bistró;, del argot, generalmente a través del tango; gil y parné, del caló; runfla y taita, de la germanía o lenguaje rufianesco; quilombo y capanga, de los afronegrismos.

La suma de cientos y cientos de dicciones ajenas al español o cercanas a él por el caló y la germanía se amasó en una unión solidaria y, seguramente sin tener nadie conciencia de su futuro, se internó en la mar del habla cotidiana entre la gente de pueblo. De ahí en adelante, el lunfardo creció y llegó hasta hoy, como un conjunto de herramientas expresivas que lo hacen muy notorio en el panorama general del español de América.

Discrepancias

El uruguayo –que no se afilia así como así a ninguna ideología que no sea política o futbolera– se muestra asombrado de que se diga que pertenecen al lunfardo ciertas palabras que él emplea mucho y que considera de otro modo. ¿Quién pone la firma al pie de una lista de lunfardismos que contenga términos como cachimbo, canyengue, milonga, candombe (afronegrismos) o boliche (de la germanía) o chicana y gigoló (del argot)? ¿Quién se atreve a aseverar que el pronombre personal vos se incluye en el repertorio del lunfardo siendo, como es, un arcaísmo sobreviviente hoy en el Plata, buena parte de América del Sur y Centroamérica?

Con respecto a vos, habrá que decir que está asimilado al nivel general de lengua en el Uruguay, aunque el no haya desaparecido ni esté por hacerlo. Entre ambos pronombres se mantiene una fuerte competencia que, ciertamente, no existe en Buenos Aires, donde manda sin discusión el vos; de ahí que este pronombre, por no haber otro a disposición, sea utilizado por los "hablantes" del lunfardo a la par de palabras como mesa, lindo, cenar y después, y todas las que quieran tomarse del diccionario del español insospechadas de contaminación lunfardesca y que entran en el llamado español general.

El lunfardo necesita el soporte de muchísimos vocablos del español. Sería muy compleja la exposición de las ideas si se quisiera solamente valerse de lunfardismos; por eso, el maridaje de voces del idioma de base (el español) y de cualquier vocabulario especial, jergal o no, es ineludible. [4].

Gobello advierte estas posibles oposiciones cuando dice: "Casi todos los afronegrismos que se encuentran en el lunfardo son términos que llamamos prelunfardismos. De otros incluidos en la nómina siguiente se dirá que no son voces del lunfardo, sino del habla popular, y aun del habla familiar. Este trabajo rehúsa la faena de clavar hitos y mojones en las fronteras –si existen– de esos niveles de lengua". La nómina que menciona contiene solamente afronegrismos, pero desde aquí se ve que no habría demasiado inconveniente para decir lo mismo de muchas palabras integrantes de otras listas del libro.

Hay fronteras. Si bien es difícil generalmente encontrar con claridad las marcas delimitadoras, no se puede negar que, si se buscan, aparecen. La Academia Nacional de Letras del Uruguay, al respecto, en su tarea de preparación del Diccionario del español del Uruguay, obra en curso, actúa muy claramente: reúne el vocabulario no académico y lo distribuye en niveles tales como el normal, el familiar, el popular y el vulgar. Y lo interesante de esta posición es que las voces del lunfardo que circulan abiertamente en el Uruguay no son rotuladas como lunfardismos –rotulación que convertiría al lunfardo en un nivel más–, sino que se analizan para comprobar su empleo y, a partir de eso, se reparten entre los cuatro niveles indicados. De más está decir que el nivel normal no cuenta casi con integrantes. Como ejemplo casi solitario, puede proporcionarse el verbo enchastrar (usado como transitivo o pronominal, según las necesidades de la expresión).

Por otra parte, si el lunfardo entró en el español del Uruguay, ¿absorberá o ya absorbió las dicciones y locuciones propias de ese español? Las hay en abundancia, pero no perderán su identidad, aunque sea muy fácil y cómodo decir de muchas de ellas que constituyen parte del lunfardo por dársele a este vocablo un contenido ampliado sin razón alguna. Términos como botija, corasán, fiaca (=hambre), perchento, franfrúter, vintenero, manya, chivito, carrito y tantos otros son voces y significados familiares y populares reales que se pueden agrupar bajo el nombre de uruguayismos.

Esta forma de encarar el lunfardo desde la orilla oriental mantiene una diferencia fundamental con respecto al modo argentino de ver el fenómeno. Estamos tentados de decir que el lunfardo no le importa al uruguayo, pues no lo siente como propio (no lo es, por cierto), y si se vale de voces como las que menciona Gobello, recurre al procedimiento del préstamo. La radio, la televisión, las revistas son los canales de entrada al Uruguay de esas palabras que en Buenos Aires enorgullecen a los usuarios y que, por la presión fuerte y continua de los medios de comunicación, cruzan la frontera, bombardean al hablante medio, se afirman y llegan, en muy contados casos, casi hasta el desplazamiento de uruguayismos de ley: es el caso de pibe, que va dejando a un lado a botija.

Buenos Aires, la reina del Plata

Con estas disquisiciones se llegó a otra parte de la definición, la que hace referencia a la ciudad de Buenos Aires como el lugar –el único lugar– donde el lunfardo tiene vigencia. Sus diez millones de habitantes, en mayor o menor grado, se valen de él. Nace su fuerza de esa masa hablante tan poderosa, pero fuera de ese ámbito geográfico no hay lunfardo propiamente dicho, sino vocablos que salieron de su medio natural de origen y desarrollo y pasaron a otros sitios cercanos (en la Argentina, Rosario; en el Uruguay, Montevideo) o, en muchísima menor cantidad, a otros lugares más distantes del centro generador.

Precisamente en estos parajes alejados mucho o poco de Buenos Aires, se produce una fusión natural con las palabras y expresiones propias de ellos, lo cual no origina un neolunfardo, un semilunfardo, un lunfardoide ni cosa parecía. Lo que hay es un agregado a un hablar popular –local, fuerte, privativo– que siempre existió y que distribuye sus componentes léxicos entre lo familiar, lo popular propiamente dicho y lo vulgar. En consecuencia, en Montevideo y aledaños, laburar, fajar y crepar son verbos que llevan la marca "pop." (=popular) sin mención de que vienen del lunfardo. Igual procedimiento se sigue con palabras tan dispares como lungo, matina, manyún, checato, campana y decenas más.

La definición que Gobello da de lunfardo es válida; nadie duda de su justeza. Tal definición enclaustra –como debe ser– el lunfardo en el lugar que le corresponde. Fuera de él, sigue siendo lunfardo, pero no interesa como tal y puede desvanecerse su denominación por perderse en medio del alud de voces o significados de la región.

Contenido plural

Gobello ha cumplido una labor sumamente esclarecedora con este libro fermental. Desde Lunfardía (1953) hasta El lunfardo (1980), ha venido insistiendo en aspectos que corrientemente se desconocen o soslayan. Siempre lo ha hecho en favor de la verdad y de su pasión por este vocabulario extenso y polémico.

La lectura de Aproximación al lunfardo es generadora de entusiasmo para defenderlo o no, es provocadora, es un buen impulso a la reflexión. También puede conducir a la formulación de esta pregunta aparentemente insípida: ¿Se habría creado tanto revuelo alrededor del lunfardo si ese léxico –masculino, juvenil y urbano, como dijo en muchas ocasiones Gobello– no hubiera sido bautizado con el nombre que se le puso y hubiera recibido sencilla y modestamente la denominación de argentinismos o argentinismos del pueblo bajo, esta última acuñada por Juan A. Piaggio?


Referencias

[1] Real Academia Española, Diccionario de la lengua española, Espasa Calpe, Madrid, 1992. Vigésima primera edición.

[2] Chiappara, Enrique, Léxico lunfa, Montevideo, 1989.

[3] Gobello, José, Aproximación al lunfardo, Ediciones de la Universidad Católica Argentina, Bs.As., 1996.

[4] Gobello, en otro de sus trabajos, lunfardiza partiendo de un enunciado auténticamente español. De "El niño le dijo al abogado que un vigilante había detenido al inglés" se llega, por conmutación, a "El pibe le batió al boga que un botón había encanado al yoni". Este ejemplo, pese a todo artificial, por ser elaborado a propósito, no deja de suponer que cualquier texto sea pasible de tal transformación léxica. Aunque el lunfardo es muy amplio, no tiene suficiente material para hacer lo que Gobello hizo, si se toma a la ventura un fragmento de libro, revista o diario.