Este interesante texto lo encontré en www.pjn.gov.ar; cuando quise hacer el enlace correspondiente, fracasé una y otra vez. Por eso decidí ponerlo en este sitio, consignando el nombre del autor y el del sitio original.


El expediente judicial, una fuente para lunfardólogos


Por Daniel Antoniotti


El lenguaje jergal porteño, el lunfardo, tuvo entre sus primeros estudiosos a importantes hombres de Derecho. ¿Cómo se explica que desde el saber jurídico se llegue a disciplinas filológicas o lexicográficas?

En el origen del habla popular rioplatense, tal como se dio cuando se conformó la Buenos Aires cosmopolita y aluvional a fines del siglo XIX y principios del XX, fueron en buena medida los hombres del hampa y del bajo fondo quienes emplearon este "idioma" desviado del cánon académico. En parte porque el origen sociocultural de la mayoría de los que delinquían (tal como es hoy y como parece haber sido siempre) era de los estratos más bajos. Y también porque existía un aspecto funcional en este vocabulario: no ser entendidos. Hablar en clave, de manera que sólo a los cofrades del oficio se les hiciese inteligible lo que se hablaba.

Los lingüistas en esos tiempos estaban lejos de este submundo y definiendo todavía el campo que abarcaría su ciencia. Los primeros hombres letrados y de formación universitaria que se familiarizaron con este novedoso lenguaje que aparecía en los sumarios policiales, en las causas penales y en las declaraciones de los procesados, fueron los abogados [1].

Allí tenemos a Luis María Drago, el mismo que cosecharía fama como internacionalista por la doctrina que lleva su nombre, redactando en 1888 un estudio criminológico, Los hombres de presa, en el que le dedicó un capítulo al habla de los delincuentes. Una figura fundante del positivismo criminológico en nuestro medio, Eusebio Gómez, contribuyó con un vocabulario jergal volcado en su obra de 1907 La mala vida en Buenos Aires. A otro hombre de leyes, Antonio Dellepiane, se le deben los primeros intentos lexicográficos de esta jerga, que se plasmaron en 1894 en el libro El idioma del delito, donde incluyó un "diccionario lunfardo-español".

Más cercano en el tiempo un maestro de varias generaciones de penalistas, el doctor Francisco Laplaza, manifestó tempranamente sus inquietudes por la terminología surgida en el entorno delictual. Tanto que colaboró desde sus inicios con la Academia Porteña del Lunfardo, y fue destacado miembro de número de ella. Fue precisamente Laplaza el que dio un aporte fundamental para el relevamiento y registro de las primeras palabras jergales impresas en letra de molde al redescubrir la olvidada figura de un periodista que se destacó en el diario La Nación a fines del siglo XIX, Benigno B. Lugones [2]. Lugones también se ganaba la vida como empleado administrativo de la policía y allí tomó contacto con aquellos sumarios policiales que luego engrosarían los expedientes tribunalicios y en los que aparecían, casi como si fuese un habla todavía esotérica, los enigmáticos recursos verbales de quienes tenían por oficio la transgresión de la ley en una ciudad que dejaba de ser "La Gran Aldea" para convertirse en una congestionada metrópolis, con los claroscuros de grandezas y miserias que ello implicaba.


LOS BEDUINOS URBANOS

El objetivo de Benigno B. Lugones era escribir una larga serie de artículos sobre la vida y el habla de la gente de mal vivir. Alcanzó a publicar solamente dos, que llevaron por título "Los beduinos urbanos" y "Los caballeros de industria". Ambos aparecieron en La Nación en el año 1879; el primero, en el mes de marzo, y el segundo, en de abril. Después de este último, fue despedido de su cargo policial. Una de las posibles razones de esta medida, según la estimación de Laplaza, tal vez haya sido la divulgación de esa terminología utilizada por indeseables y bandidos y que el alto mando policial podría considerar secreto de Estado o algo así.

¿Cuáles eran estas palabras que por esos años se estrenaban prístinas en los labios de quienes desfilaban con habitualidad por los juzgados penales, sin que su significado hubiese llegado aún al conocimiento general de la gente? Muchas de ellas pasaron luego al habla coloquial. En aquellos artículos del año 1879 se definían por primera vez expresiones como atorrar, bacán, bufoso, campana, encanado, escabio, gil, otario, vento. La mayor autoridad en estudios lunfardos, José Gobello, hizo un prolijo relevamiento terminológico de lo publicado por Lugones y se ocupó de señalar que algunas voces que aparecieron entonces luego sufrieron modificaciones fonéticas: bolín se transformó en bulín; morfilar, por síncopa de sonidos, perdió una sílaba y se hizo morfar; polizar se hizo apoliyar y beaba, biaba [3]. Algunas palabras quedaron en la jerga delictiva sin ganar divulgación en el lenguaje corriente: escrucho, escruchante, chacar. Por último, hubo términos que se perdieron definitivamente del habla popular: ferro, que quería decir 'peso'; brema, 'naipe', o cala, 'carruaje'.

Lugones utilizaba el término lunfardo como sinónimo de ladrón. Evidentemente, el uso, ese gran dinamizador y transformador semántico, desplazó el significado original de la persona a la que se llamaba lunfardo al registro de habla que ella utilizaba. Desde el punto de vista de la más rigurosa preceptiva retórica, estaríamos ante una metonimia, en la que la palabra pasa a tener el significado de aquello que connota y no de lo que originariamente define. Así el "idioma" del lunfardo (el ladrón) tomó el nombre del sujeto que lo empleaba, y el que antes era lunfardo ancló su significado en la lengua marginal en equivalentes como chorro o punga.

El camino abierto por Benigno B. Lugones desde la crónica policial se continuó luego en José S. Álvarez, quien ganó celebridad con el seudónimo de Fray Mocho, cuando se fundó la revista Caras y Caretas. Álvarez publicó en 1887 la obra Vida de ladrones célebres de Buenos Aires, y, diez años más tarde, su trabajo consagratorio, Memorias de un vigilante, testimonios invalorables del naciente léxico lunfardo.


¿UNA JERGA DE PROFESIONALES?

Borges, entre otros muchos, fue de los que estimó que el lunfardo era el compendio de voces reservado al ámbito gremial de los delincuentes. Decía el autor de Fervor de Buenos Aires que así como lo cerrajeros y los matemáticos tienen su expresiones particulares que sólo ellos conocen, otro tanto ocurría con los profesionales del delito: "el lunfardo es un lenguaje gremial, como tantos otros, es la tecnología de la furca y la ganzúa" [4]. Como lo hace notar un joven investigador de estos temas, el profesor Oscar Conde, esta idea debe haberse dado porque los primeros estudiosos de esta lengua, según se ha visto, fueron criminalistas [5].

La concepción restringida (lunfardo=idioma delincuencial) ha ido cediendo terreno, y la que alguna vez fue terminología nacida en la órbita delictual, se integró con una multitud de voces procedentes de otros espacios sociales, fundamentalmente generados con el flujo inmigratorio finisecular que se mantuvo hasta el inicio de la Gran Guerra, en 1914. Lo que diferencia al lunfardo "de otras hablas populares del mundo, como el cant inglés, el gergo italiano, la giria brasileña, el slang norteamericano, el argot francés, el rotwelsch alemán o el caló español. Todos ellos son repertorios léxicos creados por el pueblo, al margen de la lengua general, pero básicamente se componen de términos que pertenecen a la misma lengua. He aquí lo que haría del lunfardo un fenómeno lingüístico único" [6].

Aunque pueda sorprender a algunos, la mayor parte de las voces lunfardas no proviene de variantes dialectales italianas, sino de la germanía (habla delincuencial) y del caló (habla popular) españoles [7].

Estos vocabularios de abolengo bajo se fueron gestando en la Edad Media hispana, coincidentemente con el desarrollo del Derecho Castellano cuya terminología en cuanto institutos y giros forenses fue receptada en parte y subsiste aún en la nomenclatura de nuestro derecho positivo y en nuestra prosa judicial. No por casualidad se establecería, entonces, un curioso y remoto paralelismo entre el habla de los transgresores de la ley y la de quienes la hacen cumplir.

[1] Soler Cañas, Luis, Orígenes de la literatura lunfarda, Ed. Siglo XX, Bs.As., 1967.

[2] Ibídem.

[3] Gobello, José, Vieja y nueva lunfardía, Ed.Freeland, Bs.As., 1963.

[4] Borges, Jorge Luis y Clemente, José Edmundo, El lenguaje de Buenos Aires, Ed. EMECÉ, Bs. As., 1971.

[5] Conde, Oscar, Diccionario etimológico del lunfardo, Ed. Perfil, Bs. As., 1998.

[6] Ibídem.

[7] Valle, Enrique del, Lunfardología, Ed. Freeland, Bs. As., 1966.