Este artículo, escrito en mayo de 1999 por Miguel Ángel García, originalmente se hallaba en http://www.team2it.net/argentango. Este sitio está inactivo, y su sucesor, www.argentango.net, donde se encuentra la versión en italiano, también parece estar abandonado: hace varios meses que esperamos vanamente poder leer los artículos en castellano.

Es esta la razón por la que lo reproducimos aquí, nombrando a su autor y el sitio de origen, para evitar que se pierda un texto tan interesante.



La palabra lunfardo proviene del argot francés, como deformación de lumbard, esto es, lombardo, natural de la región italiana de Lombardía. Era sinónimo de ladrón; la emigración italiana en Francia era pobre y, frecuentemente, marginal. La palabra se proyectó con fuerza allende el Atlántico y acabó por dar nombre a un vocabulario en el cual realmente son abundantes la palabras de origen lombardo...


El lunfardo no existe... ¡Viva el lunfardo!

Por Miguel Ángel García


En la Buenos Aires de los primeros años del siglo, lunfardo significaba ladrón, y sólo por extensión la jerga que el ladrón empleaba. Aún hoy no es lo mismo ser lunfardo que hablar lunfardo...

No obstante, ya a principios de siglo se entendía por lunfardo algo mucho más amplio que una jerga profesional de amigos de lo ajeno. Era lo que en el habla de las grandes ciudades rioplatenses que recibían a los inmigrantes (Buenos Aires, Rosario, Montevideo, La Plata) difería del habla de los españoles tal como la beata Real Academia de la Lengua lo entendía. Y no era poco. Las personas de origen español eran una minoría de la población argentina, ni siquiera la primera minoría en Buenos Aires. Miles de palabras de origen italiano, “dialectal” italiano (es decir, genovés, lombardo, véneto, piamontés, boloñés...), “dialectal” español (o sea, catalán, euskera, gallego, valenciano...), ídish, árabe sirio, francés, inglés, alemán entraban en el habla popular junto con sus hablantes emigrados. Se sumaban a los vocablos de origen brasileño, africano, inglés, quechua, guaraní y mapuche incorporados en el período precedente y a la modalidad propia del castellano del Río de la Plata, conocida en parte como gauchesco.

Acrecentaba aún más la diferencia entre el habla de los argentinos y la de los españoles la desigualdad del ritmo del desarrollo. Cuando Madrid y Barcelona eran todavía pequeñas ciudades que dormitaban en la periferia de Europa, Buenos Aires se transformaba a gran velocidad en una metrópolis moderna, y debía inventarse palabras para nombrar un nuevo mundo, el de las ciudades del capitalismo maduro. Cuando España llegó al mismo punto de desarrollo, no tomó las palabras argentinas, sino que creó otras nuevas, adaptadas generalmente del francés y del inglés.

¿Por qué llamar lunfardo (lengua de los ladrones) a esta divergencia nacional de un idioma común? No es, por cierto, un fenómeno insólito: también el inglés estadounidense y el inglés británico difieren, y a nadie se le pasa por la cabeza llamar “jerga” al primero. La anomalía deriva del miedo y del complejo de inferioridad de la clase dominante argentina de la primera mitad del siglo. Una España fuertemente idealizada era utilizada como garrote para imponer a los inmigrantes alborotadores una serie de conceptos conservadores: el orden social inmutable, la tradición, la pureza de la sangre, el respeto de las jerarquías, la religión severa y reaccionaria.

La parte no reconocidamente española del habla de los argentinos (porque fueron “lunfardizadas” muchas palabras heredadas del castellano clásico que los argentinos siguieron usando: bellas palabras, como curda, mamarse o castañazo, cuyo único defecto era el de haber sido olvidadas por los españoles) fue confinada en los márgenes, en los mismos márgenes que fue confinado el tango, la música popular creada por los inmigrantes.

La Argentina españolizada de los militares, de los curas, de los dobles apellidos respetables, de la censura y de la gente bien comenzó a morir entre los años ’40 y ’50, y terminó de hacerlo en los ’70, con el horrible cataclismo de la dictadura militar. Hoy el tango ha salido completamente del ostracismo, y es música nacional y orgullo de identidad. También ha salido del gueto el habla de los argentinos: en la televisión, en los diarios, en la radio, en la universidad se usan corrientemente voces que no mucho tiempo atrás habrían sido calificadas como lunfardas.

Hasta la Academia del rey de España ha debido adaptarse melancólicamente a los nuevos tiempos e incorporar palabras como pibe (del genovés pive) y milonguero (de milonga, forma musical y lugar donde se baila)... aunque clasificadas como “argentinismos”. La misma academia, en cambio, no llama “españolismos” a términos como follón, estraperlo o zurrona (desconocidos en la Argentina) porque las palabras que inventan o recuperan los españoles son de esa lengua, sin adjetivos, a diferencia de las que inventan o recuperan los argentinos, u otros indeseables, como los mexicanos o los andaluces.

En el período heroico de la marginación, la bandera del habla de los argentinos fue sostenida por José Gobello y su Academia Porteña del Lunfardo. Luego llegó Oscar Conde a "deslunfardizar" la variante argentina de la lengua. La suya es, no obstante, una respuesta de transición entre el gueto y el reconocimiento. Ha creado un vocabulario “por descarte”, en el cual están las palabras que solo usan los argentinos.

¿Cuál es el paso siguiente? Seguramente un diccionario argentino que no sólo contenga los vocablos que los argentinos utilizan y que otros castellanohablantes no, sino también los que los argentinos comparten con otros hablantes del idioma, con el mismo sentido o con otro, y en el que no estén los que los argentinos no emplean ni comprenden. Y no sólo el lunfardo: hay muchas palabras del noroeste y del noreste de la Argentina y de la región de Cuyo que ya forman parte del habla general argentina, y términos como palta (en España, aguacate), pollera (en España, falda) o girasol (en España, mirasol)...

Está, por último, el problema de los vocabularios técnicos: un informático, un mecánico, un agricultor o un dentista hispanohablante encuentran una gran dificultad para entenderse con sus colegas de otros países que hablan la misma lengua porque utilizan vocabularios que difieren, a veces, radicalmente.

Quien esto escribe no preconiza la fragmentación nacional de una lengua que tiene en su multinacionalidad una gran riqueza. Simplemente pide a los expertos que consideren y estudien las diferencias de modo adecuado, y que brinden instrumentos útiles a quien lee, habla, escucha o escribe. La situación actual pone al hablante no español de lengua castellana en una crisis permanente: el diccionario resulta entonces un instrumento casi inútil, lleno de palabras que no se usan, y escaso en las que se emplean. Podemos imaginar un futuro en el que haya un diccionario mexicano, colombiano, argentino, etc., diccionarios de traducción “interlengua” (sobre todo, para los vocabularios especializados), un diccionario general de la lengua sin los desequilibrios del actual de la Real Academia, y quizá también un librito de castellano básico para viajeros, que ahora aprenden en los discos compactos multimedia decenas de expresiones típicas de Madrid cuando deben viajar a Perú, donde son totalmente desconocidas.

Al extranjero (incluso para el hablante de español) que ama el tango y quiere acercarse a la lectura de sus letras, podemos aconsejarle:

* Un buen diccionario español, en particular el de la Real Academia Española; el Diccionario etimológico del lunfardo, de Oscar Conde, o el Nuevo diccionario lunfardo, de José Gobello;

* No fiarse de los diccionarios bilingües; en todo caso, usarlos como “puente” para comprender mejor las explicaciones de Conde o de Gobello;

* No dar por buenas las acepciones y los significados del diccionario español, cuando existen, sin confrontarlos con los de Conde o Gobello;

* En caso de duda, consultar a cualquier amigo argentino; recordar que existe internet, y listas en las cuales participan argentinos que conocen otra lengua amén de la propia.

Son extrañas las vueltas de la historia. La palabra lunfardo proviene del argot francés, como deformación de lumbard, esto es, lombardo, natural de la región italiana de Lombardía. Era sinónimo de ladrón: la emigración italiana en Francia era pobre y, frecuentemente, marginal. Como ahora hacen algunos italianos con los inmigrantes “extracomunitarios”, un cierto racismo popular identificaba al distinto con el delincuente. La palabra se proyectó con fuerza allende el Atlántico, transportada por una inmigración pobre y decididamente marginal de franceses, y acabó por dar nombre a un vocabulario en el cual realmente son abundantes la palabras de origen lumbard... Insultar a los inmigrantes extranjeros frecuentemente es como escupir para arriba.



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