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HACIA UNA DEFINICIÓN DEL LUNFARDO

Por Susana Martorell de Laconi (Dra. en Letras)

Ponencia presentada en las Jornadas Académicas "Hacia una redefinición de lunfardo", organizadas por la Academia Porteña del Lunfardo los días 3, 4, y 5 de diciembre de 2002

Una de las primeras tareas emprendidas por mí cuando comencé a investigar sobre el lunfardo fue precisamente tratar de dilucidar qué puede considerarse “lunfardo”; tan es así que la primera comunicación que presenté sobre el tema en un congreso internacional de lingüística llevó este mismo título. Fue en julio de 1996 en Las Palmas de Gran Canaria, donde tuvo lugar un congreso internacional de ALFAL (Asociación de Literatura y Filología de América Latina).

En esa investigación no llegué a ninguna conclusión definitiva, sino que indagué sobre los primeros escritos y estudios, entre ellos, los artículos periodísticos y las primeras obras lexicográficas hechas sobre el tema. Estos permitieron las más variadas interpretaciones: desde jerga delincuencial hasta dialecto pluriverbal.

Los estudios últimos, que no integraron el marco teórico de aquella primitiva investigación, nos llevan a otras más modernas interpretaciones, como las hechas por el profesor Oscar Conde en el prólogo de su diccionario etimológico (1998): “Es así que llamo sin más lunfardo a la expresión del habla coloquial rioplatense [...]”, siguiendo la línea iniciada –según mis indagaciones– por José Gobello (1959): “[...] Ya no llamamos lunfardo al lenguaje frustradamente esotérico de los delincuentes, sino al que habla el porteño cuando empieza a entrar en confianza [...]”.

En esta línea está Mario Teruggi (1974), quien define así al lunfardo: “[...] Lunfardo es la denominación que se da al argot originado en Buenos Aires en la segunda mitad del siglo XIX, y que, con innovaciones y modificaciones, forma parte del habla espontánea de las masas populares de dicha ciudad y –en mayor o menor grado– de buena parte de la población argentina [...] En consecuencia, quien define al lunfardo como el habla de los delincuentes comete el error de tomar la parte por el todo, y, de paso, como los lunfardismos no faltan en boca de nadie, ultraja gratuitamente a su pueblo al considerarlo implícitamente un hato de ladrones. Y por esa vía se puede llegar a deformaciones monstruosas [...]”.

Los tres lunfardólogos nombrados también coinciden con la idea de que las palabras consideradas lunfardas o del habla popular porteña no están registradas en los diccionarios de la lengua general.

Teruggi dice: “Ahora bien, si quisiéramos precisar más el lunfardo con un enfoque lingüístico, se podría decir que es un habla popular argentina compuesta de palabras y expresiones que no están registradas en los diccionarios castellanos corrientes [...]”. Gobello acepta este criterio en su Diccionario lunfardo (1975), en el que manifiesta que el volumen está destinado a recoger “las palabras empleadas en Buenos Aires y no registradas en los diccionarios convencionales [...]”. Conde continúa su definición de lunfardo con las siguientes palabras: “[...] es decir que se trata de un conjunto de vocablos y expresiones no considerados en el terreno académico, i. e., no registrados en los diccionarios del español corriente [...]”.

No quiero entrar en polémica en cuanto a esto último del registro en los diccionarios, porque bien sabemos que la RAE ha incorporado muchísimos lunfardismos (lexemas y lexías) tanto en su edición de 1992 como en la de 2001, aunque no los identifique como voces lunfardas, sino como argentinismos o uruguayismos.

De los más de quinientos lunfardismos (quinientos treinta y cuatro) que ingresamos como lemas en un diccionario de voces lunfardas en el habla culta de Salta que estamos preparando con mi equipo de investigación de la Universidad Católica, doscientos treinta figuran en el DRAE 1992 y ochenta y nueve más en la última edición de 2001. Es decir, solo doscientos quince aún no figuran; aunque sí ya están en el Registro de Lexicografía Argentina (año 2000) de la Academia Argentina de Letras, como fangote, chanta, chantapufi, bondi, cargada, catramina, fato, franelear, moishe, olfa, pichicata, punguista, tirifilo, etc. En realidad, en este repertorio de la AAL están registradas todas las palabras que faltan. Cuando hablamos de quinientas y tantas entradas, pareciera que estas fueran pocas (como el diccionario de Dellepiane); sin embargo, no lo son si consideramos que el número de lexemas del primitivo lunfardo no supera las mil quinientas entradas. En el último Diccionario del lunfardo (2002) por mí conocido, de Athos Espíndola, calculo unos cinco mil vocablos, entre los determinados como lunfardos, lengua popular, familiar, del automovilismo, del periodismo, policial, del turf, etc.

El total de entradas de la última edición del DRAE es de 114.078, de las cuales los americanismos suman 28.000. No olvidemos que los lunfardismos fueron incluidos como argentinismos o uruguayismos. La última edición los califica a muchos como coloquiales, con lo cual quiere decir que son usados en el habla familiar –no siempre vulgar– de los países que indica. Como apolillar (col. Arg., Par. y Ur.), balconear (col. Arg., Ur. y otros), chorear (col. Arg., Chile y Perú), desbole (col. Arg., Chile y Perú), falopa (col. Arg. y Ur.), etc. La lista es larga.

El habla que yo investigo es la de mi región, el NOA, y específicamente Salta, donde también los términos lunfas campean y sobrepasan a los quichuismos, ruralismos en general y anglicismos. Lo cual quiere decir que no se puede ya definir al lunfardo como habla porteña solamente. Al hacerlo se cae en la misma falacia de considerar que el glotónimo “lunfardo” designa solamente el habla delincuencial y orillera de fines del siglo XIX y comienzos del XX.

La literatura y la prensa de Salta registran muchos lunfardismos. En la edición del día 28 de noviembre [de 2002], uno de los títulos de los artículos de la parte policial es “Alertan sobre el accionar de punguistas en el centro”, a los que en el copete califican como plaga. Este vocablo, punguista, ya está registrado en los “Bocetos policiales”, los artículos de Benigno Lugones de 1879.

Como este ejemplo, podría dar gran cantidad de ellos. También aparecen las voces lunfardas en obras de varios autores. Así, César Alurralde, en su cuento “Charol espejo”. Este autor me dedicó una poesía sobre el tema, cuando presenté mi li es grande.

Al fijar mi posición respecto de este tema, la definición del lunfardo, no puedo ser original, porque ya otras lingüistas anteriores pensaron como yo. Beatriz Lavandera, ya fallecida, en el Diccionario de Ciencias Sociales de la Unesco (1965), distingue entre considerar el lunfardo como un argot, “lengua especial”, ejemplo de un fenómeno lingüístico más amplio en la zona del Río de la Plata: la “lengua de ladrones” de distintas épocas y lugares; y la variedad lingüística del español coloquial de Buenos Aires que incluye en su repertorio léxico voces lunfardas.

Entendamos que ella habla poco más allá de mediados del siglo XX, cuando recién empezaba a cundir, después de treinta años de silencio, el uso del léxico lunfardo en el habla normal de la gente, no solo de Buenos Aires, sino del país entero.

La otra lingüista es Beatriz Fontanella de Weinberg (1997), fallecida también, quien distingue entre “lunfardo lengua auxiliar”, que es el primitivo, la jerga de los malhechores, y la “lengua coloquial bonaerense”, a la que denomina “continuum post lunfardo”. Se refiere a la situación lingüística bonaerense de los años setenta, no a la actual. Esta estudiosa muestra la diferencia entre el lunfardo y los pidgins y criollos, porque paradójicamente aquel no tiende a la comunicación intergrupal, sino intragrupal. Es decir, es una variedad lingüística críptica, como lo son también otras; por ejemplo, la de los adolescentes (cheto, concheto, recheto, etc.). Lo que diferencia a estas últimas variedades de aquella es el campo semántico delincuencial en general –del delito y la vida alegre– del lunfardo primitivo; aunque no se trate de una coprolalia. Pertenece al nivel vulgar del habla, y, como variedad, a los argots o jergas delincuenciales.

Las características de las lenguas del delito o “argots”, según Otto Jespersen (1947), son las siguientes: reducción, mezcla, uso intragrupal. Estas aparecen en el lunfardo. La reducción se refiere al léxico –parte fundamental de las jergas delictivas–, que prefiere el propio, mucho más reducido que el general, al que introduce con variados procedimientos semánticos y morfológicos de relexificación. En el diccionario de Dellepiane el 50% de las palabras proceden del español general, enmascaradas con los procedimientos propios de estas lenguas, como puede apreciarse en el anagrama más común, llamado vesre (revés), correspondiente al verlan francés del siglo XV (a l’anver).

Fontanella hace la comparación con las lenguas de contacto por la gran cantidad de palabras extranjeras que absorbe en su repertorio. Da en su trabajo las pautas fundamentales que deben tenerse en cuenta al tratar sobre lenguas de contacto lingüístico a las que no responde el lunfardo. Lo aproxima más al shelta, lengua de los gitanos de Estados Unidos, Inglaterra y Canadá.

Ambas lingüistas, cada una por su lado, coinciden en reconocer dos etapas cronológicas en las que el glotónimo “lunfardo” designa: a) un “argot”, una variedad lingüística delincuencial del período último del siglo XIX y aproximadamente el primer tercio del XX, que yo llamo histórico o primitivo, y b) posteriormente, en el segundo tercio del siglo pasado, aplican el término al repertorio léxico proveniente de aquel que se adosa a la masa del léxico llamémoslo “normal” o “general” hispánico hablado en la Argentina, al que Fontanella denomina “continuum post lunfardo”.

Algunos pueden no estar de acuerdo con esto último que yo reafirmo. Pienso que es lo que ocurrió cuando la situación político-social de los años treinta tendió a la selección de una norma lingüística más culta, propia de una sociedad escindida entre proletarios y patrones. No considero que sea el fin de la inmigración el que produce la paralización de la productividad y de la difusión del lunfardo. Creo que fue la situación política de la época; aunque sí es cierto que hacia el Centenario dejan de entrar barbarismos al idioma, coincidente por ende con la paralización y cierta estereotipación del lunfardo como argot. Este es un caso de estudio para la sociología del lenguaje: un orden social influye en la selección de la norma lingüística.

Yo reconozco también, como ellas, estas dos etapas en las que el término lunfardo tiene aplicación, aunque no signifique lo mismo. El lunfardo histórico o primitivo para mí es un argot –jerga de la delincuencia–, como lo concibió también, por primera vez, el anónimo periodista de 1878, que en La Prensa da la más antigua definición de lunfardo: “El lunfardo no es otra cosa que un amasijo de dialectos italianos usados por los ladrones del país”.

Ya en el siglo XX Borges se refiere a él, en su “Invectiva contra el arrabalero”, de 1926: “El lunfardo es un vocabulario gremial como tantos otros, es la tecnología de la furca y la ganzúa: el arrabalero es cosa más grave […]”. En “El idioma de los argentinos” (1928) explica el lunfardo –lengua del delito– atendiendo más al propósito de ocultación. Explicita que la jerga arrabalera deriva de él. Aunque Borges se refiera al lunfardo en tono despectivo y peyorativo, debemos considerar que escribe en su juventud, en una época inmediata a la formación de este argot. En esos momentos, el disconforme Borges no se adhería ni con el lunfardo y su proyección orillera, el arrabalero, ni con “los ‘casticistas’ o ‘españolados’ que creen en lo cabal del idioma y en la impiedad o inutilidad de su relación”.

Creo que la genialidad del gran escritor argentino merece que le sean perdonadas estas opiniones que caracterizan peyorativamente al lunfardo. No olvidemos el énfasis que pone al defender la modalidad del habla rioplatense contra las acusaciones de Américo Castro en “Las alarmas del doctor Américo Castro” (El lenguaje de Buenos Aires, 1952), libro que compartió con José Edmundo Clemente, quien acertadamente dice en “El idioma de Buenos Aires”: “Del fondo del pueblo salen las voces que han de prestigiar más tarde el diccionario metropolitano”, y, refiriéndose a nuestra variedad lingüística, “el lunfardo, llamado policialmente lenguaje canero, es una modalidad aparte dentro del vocabulario popular”.

No difieren mucho estos conceptos de las opiniones que pueden inferirse de otros periodistas y lexicógrafos anteriores a él, como Benigno Lugones (1879), en sus artículos de La Nación titulados en general “Bocetos policiales” (“Los beduinos urbanos” y “Los caballeros de industria”), en los que debe parafrasear para que sean comprendidos cada uno de los vocablos usados por los ladrones (lunfardos), lo que indica el carácter críptico de la variedad de lengua usada.

Otros también certifican en sus dichos que esta variedad lingüística tuvo origen delincuencial. En 1896, en la obra anónima titulada Los que viven de lo ajeno, en el fragmento “El escruchante artillero”, se explican voces lunfardas (obsérvese la ironía del título). En 1897 José S. Álvarez en Memorias de un vigilante, en el capítulo “Mundo lunfardo”, introduce veinte voces que considera de delincuentes. Su actitud no es aprobatoria.

Podríamos seguir enumerando más apariciones en la prensa de esta variedad lingüística como jerga del delito, la que ya comenzaba a llamarse “lunfardo”, tal como lo explicita Drago (1888). No nos olvidemos de los títulos de las obras lexicográficas sobre el lunfardo: El idioma del delito y vocabulario lunfardo (1894, Antonio Dellepiane); El lenguaje del bajo fondo. Vocabulario lunfardo (1915, Luis Villamayor). Estos indican que el dominio al que pertenecen las voces incluidas es el ámbito delictivo, que por supuesto no era el más apropiado, como ellos lo presuponen y nosotros inferimos desde la pragmática.

Esta visión despectiva de la jerga, por tratarse de un argot (lengua del delito, según Jespersen, 1947), la tuvieron todos en esa época, y aun después, como lo hace Enrique Chiappara en Uruguay, que se refiere a ella así: “Fabla rante de los furbos o malandras […] jerga mañosa e indocta propia del suburbio rioplatense” (1978).

La segunda etapa, que llega hasta nuestros días, es la que muestra ya al lunfardo no como una jerga del delito, como un argot, sino como un repertorio de términos de la primera época adosados al vocabulario normal de una idealizada lengua panhispánica, trascendiendo a las más altas esferas sociales, como ya en 1927 lo afirma la escritora Josefina Cross en la revista Don Goyo, en un artículo titulado “La influencia del lunfardo en la mujer actual”.

Lo que diferencia un argot de un repertorio léxico es que el primero es una variedad de lengua, un dialecto social –como se denominaban las variedades de lengua antes de la sociolingüística– con rasgos sintácticos, morfológicos y hasta fonéticos propios. En cambio, un repertorio léxico cuasi fosilizado es solamente eso: una lista de palabras que se adosan al léxico general de una lengua.

El lunfardo tiene algunos rasgos sintácticos propios, como la epanadiplosis, o “hablar en sándwich”, colocando el verbo al comienzo y al final de la enunciación; morfológicos, como la sufijación aumentativa y peyorativa en “ún”; y fonéticos, como la introducción del fonema /š/ prepalatal sordo fricativo y la deleción de las eses finales, fundamentalmente.

Yo reconozco –como muchos de los que están aquí– que existe otra etapa del lunfardo, casi superpuesta a esta última, que lo muestra absorbiendo muchos vocablos procedentes de diversos dominios que lo alimentan permanentemente, hasta no poder deslindarse ya los argentinismos de los lunfardismos.

¿Qué nuevos lexemas debemos considerar lunfardismos ahora? Creo, me atrevo a creer, que pueden ser consideradas como lunfardas aquellas variantes léxicas que provienen de un nivel de habla vulgar, las que están en alternancia con las normales: una, la “normal”, se usa en situación formal; la otra, la lunfarda, en situación informal de habla, en un estilo que Labov (1983) llama “vernáculo”. Es decir, se produce un proceso de relexificación en el que una palabra reemplaza a la otra, pudiendo tratarse de un término extranjero, una palabra hispana resemantizada o transformada morfológicamente como en el lunfardo primitivo. Se usan los mismos recursos relexificadores, entre los que están, por supuesto, los préstamos, los extranjerismos, aunque no prevalezcan ahora los italianismos. No debemos confundir estos préstamos con los que se producen por necesidad en las jergas científicas, artísticas, deportivas y de cualquier otro ámbito de la actividad humana, vocablos que no se introducen para reemplazar otros, sino porque son necesarios. Necesidad inexistente en los que llamamos lunfardismos, que siempre están en alternancia como variantes en una variable lingüística. El ser lengua secreta es característica de los argots.

En el primitivo lunfardo contribuyeron a su difusión y fijación el tango y las obras teatrales de comienzos de siglo. Hoy contribuyen los “mass media”, fundamentalmente la televisión, cuyos locutores y animadores usan los nuevos términos no ortodoxos.

Pienso que hay dos variables que covarían con el término lunfardo: una es el nivel social “bajo”, aunque los integrantes de los otros niveles también lo usen; la otra es la variable diafásica, la situación, en otras palabras, que en momentos de intimidad o de familiaridad produce un estilo familiar y hasta “vernáculo” en el que tienen cabida vocablos que no serían usados comúnmente en circunstancias formales, ni siquiera por los menos cultos. Y la tercera es el registro: el habla coloquial, aunque ya se haya pasado a lo escrito.

En este momento de gran confusión lingüística debido al fenómeno de globalización que nos lleva al uso generalizado mundialmente­ de idiomas como el inglés, verdadera “lingua franca” actual, la permanencia en el habla de todos los argentinos de gran cantidad de vocablos del lunfardo primitivo o histórico y de otros que surgieron con la intención críptica y popular de este, nos dice que esta variedad lingüística –no ya marginal, sino repertorio léxico popular coloquial– está vigente. A mi criterio, insisto, el léxico que se incorpora al lunfardo tradicional es el que se usa en lugar del llamémoslo regular, del español corriente, ya sean extranjerismos, o bien sinónimos, o productos de la resemantización y relexificación morfológica de aquel.

Creo que el glotónimo lunfardo actualmente debe ser aplicado no solo a la críptica lengua de la primera lunfardía, ni al repertorio estereotipado de la segunda etapa, sino a los nuevos vocablos que se incorporan en lugar de los “normales” al habla coloquial y popular de los argentinos bajo la hegemonía de la metrópoli y signados por dos variables extralingüísticas: el nivel sociocultural y la situación de habla. De a poco fueron incorporándose en el habla popular muchos términos provenientes del turf, de la droga, del fútbol, de los juegos de azar y de otros muchos dominios de la “vida alegre y divertida”. No me refiero a los vocablos técnicos de estas actividades, sino a otros que surgen como contrapartida de la seriedad de aquellos: la droga será “pichicata”; un mal jinete, “maleta”; “dato” (de información del posible ganador de una carrera), información de buena fuente; “fija”, cosa que no puede fallar; “hacer capote” (del juego del tute), impresionar, etc.

Podríamos seguir con aspectos del tema “lunfardo” muy interesantes y, a mi criterio, equivocados desde el punto de vista lingüístico. Así, la consideración de que el lunfardo es un producto del aluvión léxico de la inmigración, fenómeno importantísimo para la conformación étnica y demográfica argentina; pero no tanto del idioma nacional. El español hablado en la época no introdujo en forma definitiva tantos vocablos como lo hacen los pidgins, lenguas de contacto. No olvidemos que más del 50% de los vocablos son términos hispánicos y que la sintaxis casi no se modifica. Tampoco el lunfardo es una lengua criolla (bozal, papiamento, palenquero, etc.), porque no es lengua madre de nadie. Por contacto solamente se formó una variedad lingüística transitoria que se inmortalizó en el teatro, el cocoliche, media lengua del inmigrante italiano que –como tal– fue un fenómeno individual y transitorio, aunque esté en letras de molde. Esta variedad lingüística mixta es llamada “interlecto” en países bilingües como Perú y Bolivia.

El aluvión léxico inmigratorio provocó gran confusión; pero no fue este fenómeno –a mi parecer– el que produjo el lunfardo, sino la necesidad de algunos de no ser entendidos, la que llevó los términos extranjeros al habla de los maleantes y orilleros, tal como ocurre hoy en la de los adolescentes y en la de los presos, que no quieren ser entendidos por adultos o superiores, respectivamente. Creo que se trata de un pluriverbalismo motivado por la situación demográfica del momento. El lunfardo no fue el único argot –jerga delincuencial– que introdujo palabras extranjeras. El argot francés durante el siglo XIX fue muy cosmopolita, al mismo tiempo que adquiría categoría literaria con Balzac y Víctor Hugo.

En síntesis, de ninguna manera el lunfardo entra en la concepción de lengua histórica o idioma, sino que se incluye como variedad social rioplatense del español; tampoco en la de lenguas menores, como son los pidgins y los criollos; sino, simplemente, en la de jerga o “argot”, variedad lingüística social marginal –como ya explicamos al referirnos al lunfardo primitivo–, y en la de repertorio léxico, en cuanto al lunfardo actual o moderno.

Sí debemos reconocer su gran importancia en cuanto al enriquecimiento léxico del español hablado en la Argentina y su identificación en el mundo, al estar inserto en el tango, viajero incasable que recorre el orbe con sus voces lunfardas identificadas con lo argentino.

La “oralidad” llevó el fenómeno lunfardo a la “escrituridad”. Es decir, lo oral se refleja en lo escrito, y así voces lunfardas aparecen en la prensa escrita y en obras literarias donde se mezcla lo regional con lo proveniente de la metrópoli, o sea, las voces vernáculas con las lunfardas. Esto es lo que da al habla y a la literatura de nuestra tierra, el NOA, un sabor más peculiar, no solo por la tonada.

Por esto, por la “escrituridad” del lunfardo, es que la “coloquialidad” –que etimológicamente se refiere al habla–, rasgo propio de este, debe referirse no solo al registro (oral o escrito), sino también al nivel de habla familiar o vernáculo.

Como puede apreciarse, no es muy fácil definir al lunfardo. Pretendo haber contribuido en algo con mis especificaciones, que no llegan a ser una definición.


Bibliografía:

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