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LUNFARDO CONSOLIDADO Y LUNFARDO CONSOLIDÁNDOSE

Por Nora López

Ponencia presentada en las Jornadas Académicas "Hacia una redefinición de lunfardo", organizadas por la Academia Porteña del Lunfardo los días 3, 4, y 5 de diciembre de 2002

Para esbozar algunas líneas que lleven a la respuesta de la cuestión planteada por estas jornadas, partiré de la definición más sustentable de lunfardo, la que ofrece José Gobello en su libro Aproximación al lunfardo: "Vocabulario compuesto por voces de diverso origen que el hablante de Buenos Aires emplea en oposición al habla general". Gobello no es taxativo a la hora de referirse a una característica del lunfardo que considero fundamental: el uso de este vocabulario es absolutamente consciente. Afirma: "Donde el idioma oficial propone voces como dormir, mirar, comer, el lunfardista, ya sea para presumir de hombre experimentado, o simplemente por donaire, dice apoliyar, junar y morfar".

Sin embargo, a veces, para presumir de experimentados o conocedores (en este caso, del idioma) se usan palabras que no existen o que están mal escritas: un error común es, por ejemplo, usar espúreo por espurio. En casos como estos, hablamos mal pero queremos hacerlo bien (y creemos que lo hacemos bien). En el caso del uso de palabras del lunfardo, en cambio, hay una conciencia de la transgresión; sabemos positivamente que estamos quebrantando la norma, usando palabras que no están en los diccionarios castellanos.

Quien usa una palabra lunfarda conoce su equivalente español. Uno conoce la palabra dinero, pero en ocasiones decide usar guita; uno conoce trabajo, pero de vez en cuando elige laburo para darle al discurso un toque distinto, divertido, interesante, juguetón, desacartonado, que nos haga aparecer como conocedores, para manifestarse con una intención de complicidad, de código compartido, de pertenencia a lo porteño. De hecho, considero que esta podría ser una distinción entre argentinismo y lunfardismo: cuando usamos la palabra recova, no lo hacemos con la intención de darle a nuestro discurso un toque distinto: simplemente, no conocemos la voz soportal.

En los casos en que una persona usa lunfardismos o palabras alternativas casi naturalmente, cosa que generalmente ocurre en algunos grupos de jóvenes, la elección, la cuestión consciente sigue vigente: esa persona conoce la palabra ortodoxa y podrá usarla, aun cuando le requiera un cierto esfuerzo. A colación de esto puede venir el tema de la circunscripción del uso del lunfardo a ciertas clases bajas de la sociedad. Claramente, es una visión perimida: palabras lunfardas son usadas en todas las clases sociales, por personas de todas las edades, de todas las profesiones, etc. Aún mayor es el número de estas palabras que son comprendidas. Podemos especular, incluso, con que su difusión continúe, y que palabras que ahora son comprendidas pero no usadas por determinados grupos, con el pasar del tiempo, también sean empleadas por ellos.

No se encuadran dentro de mi concepción de lunfardo las palabras extranjeras que designan adelantos tecnológicos. La fluidez que se logra al usar, por ejemplo, notebook, en lugar de computadora portátil, juega un papel fundamental en el empleo de las expresiones foráneas. El desconocimiento del equivalente castellano o, sencillamente, su inexistencia o la molestia que trae aparejada el intento de encontrar un reemplazo en español llevan a la utilización de estas palabras, que mayormente provienen del inglés. No es un fenómeno nuevo: los árabes llevaron a España elementos que en la cultura ibérica no se conocían, y muchas de estas cosas tomaron su nombre español copiando o adaptando el nombre árabe. Es cierto que a veces la pereza o el esnobismo son las causas reales del uso de estas palabras extranjeras, pero son casos minoritarios.

Tampoco incluyo el uso de marcas registradas dentro de la categoría de lunfardismos: estas palabras no se emplean para dar un toque distinto al discurso, sino para hacerlo más fluido. Es mucho más práctico decir curita que apósito adhesivo; es más directo usar la palabra trafic que emplear camioneta utilitaria o furgón utilitario. En algunas de estas situaciones, estaríamos ante un reemplazo consciente, pero carente de otra intención que no sea la de agilizar la conversación. En otras, como en el caso anterior, no saber cómo nombrar ciertos objetos, no conocer las palabras que los designan o la ausencia de éstas (o, en todo caso, la ausencia de un modo uniforme de nombrarlos) contribuyen al uso del nombre comercial.

Con las palabras referidas a la sexualidad habría que hacer una salvedad: es un área donde abundan los eufemismos. Si todos los eufemismos, si todas las palabras que nombran los genitales o las prácticas sexuales son lunfardismos es un tema difícil de dilucidar. En todo caso, salvo mejor opinión, consideraremos lunfardismos las palabras de este grupo que se usen conscientemente y cuyo uso o, en todo caso, cuyo conocimiento sea más o menos mayoritario (no limitado a una persona o un pequeño grupo) y que tengan una connotación que sintamos porteña. Ni más ni menos que lo que les pedimos a las palabras de otros campos para considerarlas lunfardismos.

Las palabras de invención artificial, creadas y difundidas por los medios de comunicación, no parecen haber alcanzado la consolidación como lunfardismos. Desde el tarúpido de Niní Marshall al gomazo de Marcelo Tinelli (salvando las distancias), encontramos un uso tan masivo como fugaz, pero que es incapaz de superar la lógica de la moda. Esta caducidad intrínseca, esta necesidad de renovarse y crear algo nuevo cada temporada, conspira contra la permanencia y el arraigo de este tipo de palabras. El hecho de que no sean palabras que vengan de abajo hacia arriba, sino a la inversa, probablemente sea otro elemento que coopera con esta transitoriedad.

¿Qué se entiende por habla general? Claramente no podemos definirla como la suma de palabras recogidas en el diccionario de la Real Academia. Allí encontramos palabras que ignoramos (¿alguien conoce la palabra amblar?) junto con otras que se consideran mayoritariamente y, a veces, unánimemente lunfardas. Algunas de estas tienen un origen lunfardo y fueron aceptadas por la RAE, como pibe. No considero que deje de ser lunfarda por aparecer en el diccionario: si vemos que en el DRAE hay italianismos, galicismos, anglicismos, etc., podemos afirmar que pibe y palabras que han recorrido un trayecto similar son lunfardismos en el DRAE.

Entre los términos considerados lunfardos que aparecen en el DRAE, hallamos palabras castellanas de larga prosapia, como cambalache, asociada indisolublemente al lunfardo por el tango homónimo, junto con otras que aparecen con marca de argentinismo, de uruguayismo, de coloquialismo, de andalucismo, de jergalismo, etc.; o con más de una de estas marcas. Incluso descubrimos una que se usa en Buenos Aires; que, pese al relativamente poco tiempo de uso, podría considerarse lunfardismo; que está recogida en los diccionarios lunfardos y que el diccionario académico da con marca de peruanismo, sin decir nada de su uso en nuestro país: me refiero a la palabra jalar, en el sentido de 'esnifar, inhalar cocaína'.

Pero ¿a qué palabras se oponen entonces las palabras lunfardas? A las palabras que el imaginario social reconoce como palabras formales del español usadas en Buenos Aires y su zona de influencia. Y esas palabras lunfardas tienen a su vez una presencia en ese imaginario social, vinculada con una cuestión de barrio, de calle, de pasado común, de suburbio, de tango, etc.

Esta connotación distingue los lunfardismos de los coloquialismos. El DRAE dice que los coloquialismos son las palabras o expresiones propias de una conversación informal y distendida: una definición en la que pueden encuadrarse infinidad de palabras: regionalismos, jergalismos, palabras creadas por una persona y usadas solo por ella, neologismos más o menos difundidos, palabras extranjeras...

Los lunfardismos también se enmarcan dentro de la amplísima definición de coloquialismo; pero eso no aporta demasiado. Sin embargo, tienen una característica esencial que los particulariza: el lunfardismo nos remite a un código común, lo sentimos propio de este lugar y de sus cosas, aunque se use en otros países. El coloquialismo, en cambio, carece de ese color local y es usado o puede usarse en cualquier país hispanohablante con una connotación similar a la que presenta su uso en Buenos Aires. Pensemos, por ejemplo, en la expresión hacer shopping. ¿Qué nos dice de porteño, que particularidad porteña tiene? Y no quiero decir que los shoppings no sean porteños; son parte de la ciudad y cuando desaparezcan quizá se los añore. Apunto a que estas expresiones no solo carecen de particularidades regionales, sino que también les falta la intención de los lunfardismos tanto como lo que tienen o sentimos que tienen de común a los porteños.

Es virtualmente imposible establecer un límite inequívoco del lunfardo; siempre surgirá una anomalía, una palabra en el límite de lo que cada persona (del diccionarista al lector, del joven al octogenario) considere o no lunfardo, una palabra cuyo empleo esté en el límite de la intención oblicua de los lunfardismos (lo cual se ve en algunos juicios por el uso de algunas palabras, que se pueden considerar o no ofensivas). Quizá podamos imaginar un núcleo duro, conformado por palabras inequívocamente consolidadas como lunfardismos, mientras otras están más cerca o más lejos, incorporándose o desprendiéndose del núcleo, u orbitando indefinidamente en sus cercanías.

Consideramos que el lunfardo tiene dos grandes vertientes: la mayor, la inmigración especialmente la italiana, y el gauchesco, a través del cual llegaron indigenismos, afronegrismos y arcaísmos. Pero esta afirmación nos lleva a preguntarnos qué palabras lunfardas reconocen ese origen, y si las que no lo comparten son lunfardismos, sobre todo atendiendo a las palabras surgidas más o menos recientemente.

A veces se habla de lunfardo tradicional, o de lunfardo original; y se ponen límites temporales arbitrarios: las palabras surgidas hasta la década del 10 pertenecen al lunfardo original; o las que aparecieron hasta 1930, etc. Ahora bien: eso podrá tener algún sentido para una persona de 60 o 70 años, que quizá recuerde cuándo comenzaron a usarse determinadas voces. Una persona de 20 o 30 años encontrará igual de lejano en el tiempo el origen de una palabra surgida en 1890 y el de otra aparecida en 1930. Sólo las reconocerá en cuanto palabras alternativas, pertenecientes a ese grupo de sinónimos que es el lunfardo, con las cuales podrá reemplazar las palabras castellanas para darle a su discurso un toque distinto, con los matices que surgen de las encarnaciones individuales de ese imaginario.

Más bien, en una mirada desde estos años, podríamos hablar de un lunfardo consolidado, asociado básicamente con el tango. De hecho, la declinación de este género musical, ocurrida en la segunda mitad de la década de 1950, puede tomarse como la fecha de corte para circunscribir temporalmente este lunfardo. Las palabras que surgieron entre fines de los 50 y principios de los 70 no parecen demasiadas. Es más, no estoy segura de que hayan surgido en número apreciable. Si esto ocurrió, no perduraron; y en esa limitación cumplió un rol importante la ausencia de un soporte donde fijarlas. Esta consolidación no lo exime, por supuesto, de los avatares de los idiomas, dialectos, etc.: algunas de sus palabras surgen, otras desaparecen, aquellas se resignifican, estas parecen olvidarse y luego vuelven a usarse masivamente, mientras las que constituyen el núcleo permanecen a través del tiempo.

Las voces que vistas desde este tiempo son tradicionales, lo que llamamos lunfardo consolidado, se emparientan con el tango, aun cuando sabemos que también el sainete y cierto periodismo popular contribuyeron a su difusión. En los 60, en cambio, no hubo nuevas letras de tango o, para ser más precisos, no hubo muchas letras nuevas que tuvieran una difusión comparable con la de antaño, ni otro soporte masivo sobre el cual pudieran rodar las palabras surgidas en esos tiempos. Es más, hay un corte en lo social, una búsqueda de diferenciarse del pasado, y en ella no solo cae el tango, sino todo lo que se asocia con el barrio, lo popular, etc., incluyendo el lenguaje popular.

En los últimos veinticinco años aproximadamente, se da un surgimiento importante de palabras alternativas, y, como hace casi cien años, los jóvenes desempeñan un papel fundamental. En los años 70, las palabras nuevas encuentran un sustentáculo donde afirmarse: la cultura rock. No sólo las letras de las canciones, sino también el periodismo especializado acogen las nuevas creaciones. Estas palabras, naturalmente, no vienen de la inmigración ni del gauchesco: reconocen nuevos orígenes. Entre ellos, se destaca el portugués del Brasil, que aporta maconia (o macoña), maluco, pegar, motoquero, besuqueiro, careta, curtir; palabras traídas en buena medida por turistas, tanto por los que ocasionalmente visitaron esas playas, como por quienes hicieron una experiencia en una sociedad más liberal y vivieron un tiempo allí.

Algunas de las palabras usadas por los jóvenes de los 70 (bajón, pálida) superaron esos límites, ya en esa época, ya más adelante, cuando esos jóvenes crecieron, siguieron usándolas y las fueron propagando por la sociedad, a la vez que la cultura rock también iba extendiendo su alcance y reforzando su difusión. Más vigentes y en mayor número en parte importante, por la proximidad temporal están las palabras propias de los adolescentes y jóvenes de estos últimos años.

A partir de los comienzos de la década del 90 se consolidó un fenómeno que despuntaba ya un lustro antes: la conquista de las clases más populares por parte del rock. Este hecho fue de la mano con un rescate del barrio y de lo popular como valores; así, se volvieron a utilizar varias viejas palabras lunfardas, además de ampliarse el uso de las palabras más nuevas. La revalorización del uso de estos términos (tanto en el público como en las letras de las canciones, pues los grupos tratan de identificarse con sus seguidores, de parecer uno de ellos) y una cultura rock mucho más extendida varias generaciones pertenecen a ella, con su aceitadísima maquinaria de difusión, tanto en el periodismo especializado como en el general, ayudaron y ayudan a la propagación y consolidación de estas palabras.

Al conjunto de lunfardismos en proceso de arraigo aportan lo suyo, como siempre, la creatividad popular, y, también, algunas jergas de ciertas profesiones, cuyas palabras o expresiones se difunden por algún hecho concreto o porque su uso metafórico es impactante y ampliamente pertinente (vender carne podrida, de la jerga del periodismo; estar en off-side (u orsái) o ir con los tapones de punta, de la jerga del fútbol); y otras, cuyas palabras trascienden a la sociedad entera de un modo masivo porque los medios de comunicación ponen especial luz sobre los grupos que las emplean: por ejemplo, ciertos grupos marginales o carcelarios.

Aún es pronto para hablar de la posible perduración que puedan tener: algunas, sí, ya llegan al cuarto de siglo. La permanencia de estas y la que puedan tener palabras más jóvenes (de masa a fumanchero), incluyendo las que se van resignificando o incorporando acepciones (chabón, piola) tiene una ventaja: hay lugares donde se plasman. Las letras del rock, como dijimos, han sido huéspedas de muchas de ellas. También esa veta de la llamada música tropical conocida como cumbia villera, condenada a la fugacidad por sus propias limitaciones y por la censura, hizo un amplio uso de palabras lunfardas en su intento por llamar la atención y, asimismo, por reflejar a su modo las costumbres de las clases bajas. Análogamente a lo señalado con el rock, la conquista de las clases medias por parte de la música tropical favoreció la difusión y el conocimiento de varias palabras por parte del resto de la sociedad.

Ahora bien: ¿por qué llamar a estas nuevas palabras lunfardismos (aunque sea en lo que nombramos como proceso de consolidación o arraigo) y no con otro nombre? Porque encuentro varias continuidades. La primera tiene que ver con el uso simultáneo de palabras viejas y nuevas: se las interpreta como similares, con la capacidad de referirse con una connotación parecida a una misma realidad aun cuando tengan cien años de diferencia, como si esos cien años no les impidieran formar parte de una unidad. Por su parte, las palabras nuevas, aun cuando tienen orígenes distintos y carecen de la connotación de tango y de pasado de las palabras del lunfardo consolidado, conservan otras dos características de continuidad: son voces que en su mayoría tienen su origen en los jóvenes, y, básicamente, reproducen esa connotación porteña, de barrio, de esquina, de calle, de asfalto, ya que no de adoquín.

Bibliografía:

José Gobello, Aproximación al lunfardo, Buenos Aires, Ediciones de la Universidad Católica Argentina, 1996.

José Gobello e Irene Amuchástegui, Vocabulario Ideológico del Lunfardo, Buenos Aires, Corregidor, 1998.

José Gobello, "Un cambalache a lo divino" (Comunicación Académica N° 1504), Buenos Aires, Academia Porteña del Lunfardo, 2000.

Diccionario de la Real Academia Española, vigésima segunda edición, 2001.