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La concelebración

Las misas concelebradas se han convertido en algo usual, de tal manera, que algunos consideran esta opción como la forma mejor, para el sacerdote, de expresar la comunión con sus hermanos en el sacerdocio. Es una práctica habitual en monasterios, comunidades religiosas, sacerdotales, en fiestas solemnes, etc..., incluso es preferida por sacerdotes que no tienen cargo pastoral y deciden concelebrar con otros presbíteros. Sin embargo, ¿es éste el mejor modo de decir la Misa, el más recomendable, el que proporciona más gracias, que es lo que, en definitiva, importa?

En un principio -teológicamente hablando- la concelebración es algo factible. Ya santo Tomás de Aquino escribía que "según la costumbre de algunas iglesias, de la misma manera que los Apóstoles concenaron con Cristo que cenaba, así los ordenados concelebran con el obispo que les ordena" (Suma Teológica III, q. 82, art. 2). El doctor Angélico admite la concelebración pero, aun así, no afirma que la hubiera en la Última Cena; el mismo verbo utilizado, "concenar", no parece expresar más allá de la acción de compartir con Jesús aquella cena singular y sagrada. Una cosa es que la concelebración represente y nos traiga a la memoria la Sagrada Cena, y otra que, realmente, en aquella ocasión solemne se diera una concelebración, tal como hoy se entiende y practica.

Los datos que proporciona el Evangelio no dan pie para semejante deducción. No se puede afirmar que los Apóstoles, entonces, consagraran también el pan ázimo y el vino, como hizo Jesús. Sólo Él profirió las palabras consecratorias: "Tomad, comed, ése es mi cuerpo". Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se la dio diciendo: "Bebed de ella todos, porque ésta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para perdón de los pecados" (Mt. 26, 26-28). "Haced esto en recuerdo mío" (Lc. 22, 19). Con este último mandato les confirió el poder sacerdotal, que les confirmaría más tarde, una vez resucitado, durante su aparición en el Cenáculo: "Recibid el Espíritu Santo. A quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados..." (Jn. 20, 22-23).

Pío XII intervino varias veces -en su tiempo- a propósito del tema; recogemos una de esas intervenciones: "En realidad la acción del sacerdote consagrante es la misma de Cristo, quien obra por medio de su ministro. En el caso de una concelebración, en el sentido propio de la palabra, Cristo, en lugar de obrar por un solo ministro, obra por medio de varios".( Alocución "Vous Nous Avez Demandé", de 22/9/1956). Y en el decreto "Eclessiae semper" (7/3/65) se afirma: "Por consiguiente -a saber, en razón de la unidad del sacerdocio evocada un momento antes-, cuando los diversos sacerdotes celebran, todos lo hacen, sin embargo, en virtud del mismo sacerdocio y obran ocupando el lugar y representando la persona ("in persona") del Sumo Sacerdote, quien puede consagrar el sacramento de su cuerpo y de su sangre indiferentemente por un solo sacerdote o por varios conjuntamente" (De la "Sagrada Congregación de Ritos", actualmente "Sagrada Congregación para el Culto Divino).

Lo cierto es que la práctica, durante siglos, había sido muy distinta de la establecida en la actualidad. Siempre se mantuvo el principio fundamental de limitar las concelebraciones, unido al de que cada Misa tiene en sí misma un valor infinito y supone una efusión de gracias incalculables. De concelebraciones sin el obispo, de sacerdote con sacerdote, al arbitrio de los mismos y para su comodidad, no se hallan vestigios en el rito latino, ni siquiera en los ritos galicano, mozárabe y ambrosiano: se trata de una absoluta novedad post-conciliar.

Un famoso liturgista, P. José A. Jungmann, S.I., al hablar en su excepcional obra "El sacrificio de la Misa" del "principio de la concelebración", escribe: "Este principio significaba para los asistentes una participación, la que correspondía a su categoría, pero que no llevaba necesariamente consigo el tener que consagrar en común". Y aclara en nota a pie de página: "En la liturgia de la ciudad de Roma la concelebración sacramental se empezó a practicar entre los siglos VIII y XII únicamente con ocasión de la consagración episcopal o sacerdotal, costumbre que ha permanecido hasta la actualidad. Pasajeramente se usaba también en la consagración de un abad. En Oriente, además de la concelebración tradicional, sólo en las comunidades unidas con Roma se introdujo la costumbre de pronunciar todos juntos las palabras de la consagración, pero al parecer no antes del siglo XVIII, bajo influjo de Roma" (P.J.A. Jungmann, S.I, "El Sacrificio de la Misa"; B.A.C. 1963, pág. 231).

De forma tergiversada, como en tantos otros temas, se han apoyado en el Vaticano II para afirmar que la concelebración es algo impuesto por el último concilio, lo cual, ciertamente, no es así.

Repasando las últimas ediciones del Misal Romano en su Ordenación General (OGMR), que se incluye al principio de dicho altar, al referirse a la Misa concelebrada (n. 153) dice que la misma, "además de los casos en que está prescrita (al sacerdote en la Misa de su ordenación, junto con el obispo), se recomienda...". Y enumera varios supuestos que están extraídos de la Constitución "Sacrosanctum Concilium" (n. 57), dejando en último término al obispo diocesano la reglamentación correspondiente. Lo cierto es que, al leerlo, nos llamó la atención la fórmula "se recomienda"; por eso, acudimos, como simple comprobación, a otra versión -la primera en español- de la citada OGMR (1969), y allí, curiosamente, el verbo no es el mismo, pues aparece "se permite"; lo cual es muy distinto. ¿Quién ha cambiado en posteriores ediciones el verbo original? ¿Con qué finalidad? Porque es evidente que no es lo mismo "permitir" que "recomendar"; aquel tiene carácter de excepcionalidad, de algo que no es habitual; el segundo posee una connotación de encargo, de súplica....Algo recomendable lo es porque conviene hacerlo; es plausible su puesta en práctica. En cambio, si algo se permite, es debido a que no es usual; lleva consigo un permiso, una licencia, una autorización...

Pero, con todo, vayamos al grano: ¿qué es mejor: celebrar la Misa individualmente cada sacerdote o concelebrar varios a la vez?

Nos parece oportuno transcribir, antes de continuar, lo que dice la Constitución sobre Liturgia, que hemos mencionado: "Sin embargo, quede siempre a salvo para cada sacerdote la facultad de celebrar la Misa individualmente (n. 57), palabras que recoge también el Derecho Canónico en su legislación vigente (can. 902), dándole el carácter de precepto. Esta libertad que la Iglesia concede a todo sacerdote ha de ser incluso fomentada mediante todas las facilidades oportunas (Sgda. Congr. Para el Culto Divino, "Declaratio de concelebratione", n.3, 7/8 1972); con el fin de que la piedad personal del presbiterio tenga la posibilidad de nutrirse de lo que constituye el centro de su vida y el corazón de su vocación sacerdotal: la Misa. Lo que significa que el sacerdote que prefiera realizar el Sacrificio Eucarístico individualmente está respaldado por las normas eclesiales. Por tanto, no hay obligación alguna de concelebrar, aunque sea lícito hacerlo en algunos casos, según la normativa actual. Y es que no podía ser de otra manera.

Es mejor, sin duda, la celebración individual por muchos motivos; entre otros:

1.- Porque la apropiación personal de la materia del sacrificio al oferente se realiza cuando el sacerdote celebra la Misa individualmente, ya que éste obra "in persona Christi". Jesucristo, en el Calvario, murió solo en la Cruz. Este acto fue el que estableció el modo en que se debía renovar ese Sacrificio en la forma mejor.

2.- La concelebración frecuente lleva, a nuestro entender, a infravalorar la Misa, y deriva en una falta de fervor para los ministros que a ella se habitúan. El corazón del sacerdote que ama su Misa y procura no omitirla cada jornada sin causa grave, arde en deseos de actuar totalmente el sacrificio de Jesús él solo, siendo entonces "otro Cristo", o mejor -como se he llegado a afirmar- "el mismo Cristo". Esta representatividad e identificación plena con Jesucristo-Sacerdote se diluyen inevitablemente en las concelebraciones y se muestra de modo más exacto mediante un solo sacerdote que a través de varios.

3.- Está claro, por otra parte, que en una concelebración, cualquiera que sea el número de sacerdotes, nunca hay sino una sola Misa, o sea, una única renovación o actualización del Sacrificio de la Cruz. Por lo mismo ¿no será lo ideal que se multipliquen nuevas misas, que traigan consigo la efusión permanente de la Sangre Redentora de Cristo?. Así, se seguirá cumpliendo exactamente lo profetizado por Malaquías: "Desde el sol levante hasta el poniente, grande es mi Nombre entre las naciones, y en todo lugar se ofrece a mi Nombre un sacrificio de incienso y una oblación pura" (Mal. 1, 11).

4.- En la concelebración, el sacerdocio ministerial de cada concelebrante queda cubierto por un sacerdote colectivo. Además, la celebración individual es conveniente incluso de cara a los fieles, para evitar que el sacerdocio ministerial se difumine, lo cual ocurre cuando se acentúa en exceso la realidad del sacerdocio común, que todos recibimos en el Bautismo.

Ya hace años, el P. Antonio Pacios, M.S.C., escribía lo siguiente: "Se da una Misa cada vez que Cristo -mediante el sacerdocio ministerial- actúa su presencia y su oblación en la Misa: cada vez que se verifica la transubstanciación del pan en su Cuerpo y del vino en su Sangre. Tantas misas cuantas transubstanciaciones".

"Si se trata, pues, del valor de aplicación de la redención de Cristo, fruto de la Santa Misa, no tiene más valor "ex opere operato" (en sí misma) una Misa concelebrada por veinte que la celebración por uno solo: en ambos casos hay una sola Misa, una sola transubstanciación, una sola reproducción de la oblación hecha por Cristo en la Cruz (...) Podrá haber algo añadido "ex opere operantis" (dependiendo del fervor de los sacerdotes ministros), pero el destacar esa importancia a expensas del mérito de la oblación de Cristo, es dar más importancia al hombre que a Dios -signo en verdad de estos tiempos-".

"Creemos evidente que veinte reproducciones hechas por Cristo de su oblación en la Cruz, son más eficaces en orden a aplicar el valor de su redención a las almas que una sola. De lo contrario, no habría dispuesto esa reproducción, bastaba con la oblación de la Cruz, o al menos la hubiera Él mismo limitado" ("¿Qué pasa?", n. 547, 22/6/1974).

5.- Si concelebrar un grupo de sacerdotes es equivalente a celebrar cada uno individualmente -como dicen-, imaginemos que fuera posible reunir cada día a todos los sacerdotes del mundo (más de cuatrocientos mil en la actualidad) en un lugar concreto y así concelebrasen una misa a una hora determinada todos juntos. ¿Sería esto lo mismo que actualizar el Sacrificio de la Cruz, cada uno de ellos, en cientos de miles de misas, tantas como ministros hay hoy en el mundo?. El sentido común nos dice que no. ¿Dónde quedaría, entonces, la profecía de Malaquías antes citada?.

No nos imaginamos a San Pío de Pietrelcina, entre tantos santos sacerdotes -recordemos su manera fervorosa de decir la Misa-, concelebrando y asistiendo como mero "ayudante" o "espectador" al Sacrificio Eucarístico, que sólo por obediencia fue capaz de reducir a una hora, pues sus misas se prolongaban por más tiempo. El sacerdote que sabe lo que significa cada Misa, anhela coger entre sus manos el pan, para transformarlo en el Cuerpo de Cristo; sostener el cáliz, para realizar con sus palabras el milagro de la transubstanciación; elevar la Hostia y la Copa de la salvación, y adorar y rogar fervorosamente al Señor Sacramentado, que mantiene en alto cada elevación, para prolongar la Redención en el tiempo, la que un día se consumó en Jerusalén.

6.- Si fuera lo mismo celebrar que concelebrar, ¿dónde quedaría el deseo de Cristo ("haced esto en memoria mía" [ Lc.22, 19] y la necesidad de cumplirlo? Si una Misa concelebrada es equivalente a varias celebradas individualmente, ¿para qué multiplicar las misas, si una sola transubstanciación vale por todos los sacrificios de la Misa? En tal caso, la conclusión es de una lógica aplastante: no hubiese sido necesario decir más misas tras la de Nuestro Señor. Sería inútil multiplicarlas si varios sacerdotes que concelebran hacen un acto que tiene el mismo valor que si solos dijesen su Misa cada uno.

Todo lo contrario: la Iglesia necesita que el Sacrificio del Calvario se extienda por toda la Tierra, tanto para que se apliquen los frutos de la redención, como para cumplir con los fines de la Misa: latreútico (adoración), eucarístico (acción de gracias), impetratorio (petición) y propiciatorio (satisfacción por los pecados).

7.- La concelebración representa la pérdida u omisión de tantas misas como concelebrantes menos uno. Si son diez, por ejemplo, la suya no es una celebración simultánea de diez misas, sino que se realiza una única Misa, dicha por diez ministros. Si se pretende mayor renovación del Sacrificio de la Cruz, se requiere evidentemente la multiplicación de misas. Para que eso suceda, es necesario, como en todo sacramento, la multiplicidad de ministros, multiplicidad de forma y multiplicidad de materia. Analizando la concelebración, podemos decir que existe la multiplicidad de ministros; también la multiplicidad de forma: la fórmula consecratoria es pronunciada por cada uno de ellos; "pero no existe multiplicidad de materia, en efecto, todos consagran la misma materia indivisa, y ya no cada uno una distinta porción de la misma, a exclusión de la parte restante, consagrada por algún otro" (Cf. Fr, Galdino de Pescarenico: "Notizie. Una Voce Torino", n. 29, Febre. 1979)

Concluyendo: sin lugar a dudas, por todo lo expuesto, la forma de actualizar el Sacrificio de la Cruz que reporta más riqueza y es fuente de más gracias para la Iglesia, y la que debe tener preferencia, es la del sacerdote que, individualmente, dice cada día su Misa.

Que María Santísima, Madre de Jesucristo, Sumo y Eterno Sacerdote, nos bendiga.

Jesús Marjo

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