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La predicación de los novissimos

En la vida de San Antonio María Claret, parece ser que había un brillante predicador, que abarrotaba los templos, salones y parroquias, a causa de sus amenos y espectaculares sermones. Un día, en compañía de otros sacerdotes, fue a escucharle San Antonio, y al terminar entraron a saludarle, pero el santo no le felicitó por su elocuente conferencia ni le dijo nada acerca de ella.

Esta conducta silenciosa no pasó desapercibida al confenciante, conocedor de la fama de santidad y sinceridad del Padre Claret. ¿Por qué no le habría felicitado?, se decía a sí mismo; ¿Quizás hubiese en su conferencia algo no bueno?. Acosado por estas inquietudes, fue a ver al santo, y se lo preguntó:

Padre Claret, el otro día no me felicitó Vd. por mi conferencia, y temo que no le haya gustado algo de lo que en ella dijese; si es así, quiero que sepa que no era mi intención molestarle.

El santo, sonrió, y afablemente le dijo:

Ud. es un gran conferenciante. Dios le ha dado un don, y sus conferencias son rectas y conformes con el dogma de la Iglesia, pero ya que quiere saber mi parecer sobre ellas, déjeme preguntarle una cosa:

¿Vd. en sus pláticas o conferencias, habla alguna vez de la muerte?

"No, pocas veces. ¿Por qué?

"¿Habla del juicio?

No, nunca. No es mi línea

¿Habla del Infierno o del Purgatorio?.

No, jamás. Eso asustaría a mis fieles.

¿Y del Cielo?

Tampoco mucho, no está entre mis temas comunes.

Pues mire: ¡No!, no me gustan sus conferencias, porque tampoco le gustan a Dios

Parece que el sacerdote se enmendó, y movido por las palabras del santo, empezó a hablar de los novísimos, es decir, empezó a predicar del Cielo, del Purgatorio y del Infierno. La gente seguía acudiendo como antes a sus charlas, abarrotando los templos, pero en vez de salir entusiasmadas con aire festivo, salían llenas de dolor y compunción por sus pecados, dándose golpes de pecho y queriendo confesarse.

Este ejemplo histórico, en la vida de San Antonio María Claret, debe servirnos para hacernos reflexionar seriamente a todos nosotros. ¿Le gustan a Dios los actuales sermones, pláticas o conferencias de nuestros sacerdotes? ¿Hay algo que diga la Virgen sobre ello en las actuales apariciones?

Al Hermano David López, San Antonio, Texas, 1987, le dijo:

"....del mismo modo deben predicar (los sacerdotes) sobre la preparación para la muerte. Es importante predicar sobre las cosas finales para los seres humanos: la muerte, el juicio final, el cielo y el infierno. Prediquen expresamente sobre la necesidad de estar consciente del pecado, especialmente del pecado mortal y sus fatales consecuencias"

El juicio

En la muerte se decide el destino del individuo. Será revelado inmediatamente después de la muerte en cuanto que el estado ético-religioso del hombre, es decir, su relación con Dios, será irrevocablemente manifestado por la luz de Dios sin posibilidad de error.

La doctrina del juicio particular no ha sido declarada por la Iglesia como dogma de fe. Pero está contenida o supuesta en varias decisiones doctrinales de la Iglesia. Es además objeto de su predicación universal. Por lo que respecta a las decisiones doctrinales que la suponen, interesan las declaraciones de los Concilios de Lyon (1275; D. 464) y de Florencia (1439; D. 693). En ellas se dice que los hombres libres de castigos y de pecado son recibidos inmediatamente en el cielo y los que mueren en pecado mortal bajan inmediatamente al infierno

Todos, inmediatamente después de la muerte, tenemos un juicio particular, donde por una sentencia divina se decide el destino eterno de cada uno. Pero veamos lo que dice sobre ello la Hermana Anna Catalina Enmerich, Alemania, 1774:

"El juicio que se pronuncia sobre las almas, lo veo instantáneamente en el mismo lugar en que se mueren los hombres. Allí veo a Jesús, a María, al Santo patrono de cada una de ellos, y a su Ángel Custodio. Aun en el juicio de los protestantes veo presente a María Santísima. El juicio concluye en breve tiempo".

En el evangelio, los discípulos preguntaron: "¿Dónde, Señor?. Y les contestó: Donde esté el cadáver, allí se reunirán los buitres" (Lc. 17, 26). En este episodio está haciendo referencia Jesús a los condenados, pues unos pocos versículos antes les había dicho: "acordaos de la mujer de Lot, quien pretenda conservar su vida, la perderá... Yo os digo: aquella noche habrá dos en un mismo lecho: uno será tomado, el otro dejado...". Los buitres, por tanto, son los demonios, que se lanzan sobre el cadáver juzgado y dejado, es decir, sobre el que se ha sido juzgado como no apto para el Cielo, para recoger inmediatamente su alma, despojarla de la dignidad de hijo de Dios que tuvo, y llevarla al infierno.

En Medjugorje, la Virgen dijo en 1981:

"Al momento de la muerte, Dios da toda la gracia de ver toda su vida, para ver qué ha hecho y para reconocer los resultados de las decisiones que tomó en la tierra"

En 1873, el alma aparecida de Sor M.G. le dijo a la Hermana M de L.C. en Pontigny, Francia:

"¿Cómo puedo describirle lo que acontece después de la agonía?. De veras es imposible entenderlo, a no ser que uno lo haya experimentado. Cuando un alma abandona el cuerpo es como si estuviera perdida, o si así lo puedo decir, rodeada por Dios. Se halla en una luz tan desconcertante que, en un abrir y cerrar de ojos, ve toda su vida extendida (como en un mapa), y con tal vista se entera de lo que merece: esa misma luz promulga la sentencia. El alma no ve a Dios, pero está anonadada en su presencia. En el caso que el alma sea culpable, como yo lo era, y por lo tanto merecedora del Purgatorio, queda tan oprimida por el peso de las faltas que le queda todavía por borrar, que se precipita en el Purgatorio. Solamente entonces uno entiende a Dios y su amor para con los demás, y cuán terrible mal es el pecado a los ojos de la Divina Majestad"

La importancia de la oración

Lo hemos dicho muchas veces en esta revista, y así lo enseña el Magisterio y lo confirman los santos, místicos y doctores de la Iglesia: "El que ora se salva; el que no ora se condena" (San Alfonso María de Ligorio)

En 1985, la Virgen se apareció a 12 niñas en Oliveto Citra, Italia, y les enseñó lo mismo:

"La gente que ora no caerá en ese profundo abismo que es el Infierno, sino que irán al Reino del Cielo, donde verán esos magníficos campos de amor fraterno..."

Y a 4 personas, en Huatusco, México, 1988:

"Vosotros estáis en un grado medio, que es la lucha entre el bien y el mal. Pero depende de vosotros, hombres, si sois tibios, buenos o malos: la tibieza al Purgatorio, la bondad al Cielo y la maldad al Infierno. En esto, hijo, está todo. En estos tiempos hasta los más fuertes caerán; así que necesito que existan murallas de salvación, construidas por piedras de oración y pegadas por la fe y amor".

En Kibeho, Ruanda, 1981, a unas jóvenes, les dijo:

"Tienen que arrepentirse y pedir perdón, una gracia que se obtiene por la meditación de los sufrimientos y la Pasión de Jesús y de su Madre. Y el desenlace, de no hacerlo así...", y la Virgen les mostró, en una visión, el Infierno y el Purgatorio.

Fundación Mª Mensajera

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