Capítulo 2:     ENTRENAMIENTOS

por Sandra Hernández Martín


          El autobús llegó a Manchester cuando ya había anochecido, aunque el viaje, entre bromas, chistes y conversaciones, no se hizo nada pesado. Los jugadores estaban bastante frescos después de cenar (o algo parecido, la comida inglesa no es demasiado suculenta) como para volver a reunirse después en otra tertulia. Claro que, para aquella, ocasión, no fueron todos los jugadores que se dieron cita en el hall del hotel. Matsuyama, por ejemplo, se disponía a salir a la calle. 
  - ¿Dónde vas? -le preguntó Misugi, al ver que salía de la habitación que compartían.
  - A dar una vuelta para ver si encuentro un lugar por dónde correr por las mañanas -dijo Matsuyama.
  - ¿Piensas seguir entrenando también aquí? -preguntó Misugi, sorprendido.
          Hikaru asintió.
  - Si todo va bien, pasaremos quince días en Inglaterra. No quiero perder todo lo que he conseguido en estas últimas semanas -explicó Matsuyama.
  - No, si me parece muy bien. ¿También te has traído las pesas?
  - ¿Y si las pierdo o algo? -preguntó Matsuyama-. No son mías, son de Akemi-san, no podía traérmelas.
          A Misugi no se le pasó por alto que Matsuyama ya no llamaba a su "entrenadora" por el apellido, sino por su nombre de pila. Seguía usando el tratamiento de cortesía, el san
*, pero hacerlo con el nombre en lugar de con el apellido implicaba una gran confianza. 
  - Ah, claro. Oye, ¿piensas explorar el terreno corriendo? -preguntó Misugi. 
  - No. Pensaba dar una vuelta tranquilamente -dijo Matsuyama-. ¿Por qué?
  - Porque me vendría bien pasear un poco después de pasarme toda la tarde en el autobús.
  - Pues vamos, entonces. -Los dos amigos salieron de la habitación, y Misugi se guardó la llave en un bolsillo-. Oye, Misugi-kun. ¿Qué vas a hacer en este tiempo con tu rehabilitación? -preguntó Matsuyama, cayendo en la cuenta de repente-. ¿No se te ocurrirá "aparcar" la rehabilitación hasta que volvamos a Japón? -dijo Hikaru, como si aquella idea fuera pecado mortal-. Si no te importa que te lo pregunte, claro -añadió después, por si había sido muy brusco.
  - ¿Por qué habría de importarme? -preguntó Misugi a su vez, con tono afable-. ¿Te ha dicho mi madre que me lo recuerdes? -dijo medio en broma.
          Sabía que no era así. Esa preocupación nacía de Matsuyama. Misugi no podía molestarse con Hikaru, era imposible, porque le había dado todo su apoyo desde el mismo momento en que, todavía en Francia, le había confesado que pensaba operarse. Y no había dejado de animarle ni siquiera cuando habían vuelto cada uno a su casa, ni cuando le habían operado. Le había dicho siempre que adelante. 
          ¡Y pensar que antes apenas le consideraba un amigo! Para Misugi, Hikaru era un compañero más, al que siempre había considerado como excesivamente serio. Y, aunque no cabía duda de que lo era, pronto aprendió que Matsuyama engañaba a primera vista. En el fondo era un tipo extrovertido, con el que hablar resultaba sencillo y al que se cogía confianza rápidamente. Era, en definitiva, un buen tipo.
  - Los fisioterapeutas del hospital me han dado una tabla de ejercicios para hacer, sobre todo de resistencia -dijo Misugi-. Pero yo creo que un paseo largo me vendrá perfecto -opinó el joven entrenador. 
  - Haz las dos cosas -dijo Hikaru-. Si quieres, puedo acompañarte, o ayudarte -se ofreció después. Jun se le quedó mirando.
  - No tienes por qué molestarte -contestó Misugi.
  - No es molestia -dijo Matsuyama-. Verás, Misugi. Cuando Akemi-san decidió venir conmigo a correr por las mañanas descubrí que hacer ejercicio con alguien lo hace más divertido y más llevadero. 
          Los dos chicos llegaron al hall del hotel, donde estaban reunidos ya varios de sus compañeros discutiendo de distintos temas, en la "tertulia".
  - ¿Dónde vais, pareja? -preguntó Soda, que era uno de ellos, levantándose del sitio. Los otros dos se volvieron hacia allí y saludaron a toda la gente congregada.
  - De visita por la ciudad -dijo Misugi-. ¿Se viene alguien? -preguntó después. 
  - ¿A las ocho de la tarde? -preguntó Soda. Misugi y Matsuyama se encogieron de hombros-. ¿Después de viajar desde Londres tenéis ganas de salir más? Estáis locos.
  - ¿Te vienes o no, Soda? -preguntó Misugi.
  - Paaaso -dijo Makoto, que se volvió a sentar. 
  - Te estás volviendo un pedazo de vago de cuidado -dijo Matsuyama. Soda se encogió de hombros-. ¿Nadie se viene? ¿No estáis cansados de estar sentados? -les preguntó.
  - Pues lo cierto es que si -admitió Jito-. Nos vendría bien estirar las piernas, y conocer la ciudad. -El gigante del Hirado se levantó-. ¿Vienes, Sano?
  - ¡Claro! -dijo el pequeño jugador. Los Tachibana también se levantaron.
  - ¡Vamos a hacer turismo nocturno! -exclamaron a un tiempo. Era gracioso que siempre se las apañaran para hablar al mismo tiempo.
          Mientras sus compañeros se levantaban del sitio e intentaban convencer a Soda de que se uniese a la expedición, Matsuyama y Misugi salieron a la calle. El ambiente era fresco y húmedo, Jun se subió bien la cremallera de la chaqueta del del chándal, mientras que Hikaru seguía en manga corta, sin inmutarse a fuerza de estar acostumbrado a temperaturas mucho más bajas. 
  - Sobre el tema anterior, Matsuyama-kun, tengo que advertirte que yo no tengo las piernas de Hideoki-san -dijo Misugi, mientras esperaban a que el resto de sus compañeros se reunieran con ellos. El comentario hizo reir a Matsuyama.
  - No creo que sea eso lo que opinan tus fans -replicó Hikaru-. Pero, ahora en serio: por lo menos tendrás a alguien con quien hablar -le explicó-. Para mi no es una molestia, Misugi-kun, en serio. Además, es lo mínimo que puedo hacer por alguien que me está ayudando a entrenar a mí, ¿no te parece?
          En definitiva, un buen tipo. 
  - Matsuyama, eres todo un amigo -dijo Jun con sinceridad-. Estaré encantado de que me acompañes en mis ejercicios de rehabilitación, ¿sabes? Además, me vendrá bien tenerte cerca si me pierdo. Soda me ha dicho que se te da muy bien el inglés... -Hikaru sonrió ligeramente.
  - Hablando de Soda... -dijo, señalando hacia la puerta. Finalmente, Makoto había decidido ir de turismo. 
  - ¡Venga, vamos a ver si encontramos "La Cueva"! -dijo Kazuo, echando a andar con energía calle adelante-. ¡Ahí empezaron a tocar "The Beatles"! -les informó, dándoselas de experto.
  - ¡Idiota! ¡"The Beatles" eran de Liverpool! -le corrigió su hermano, dándole un golpe en la cabeza. Todos se echaron a reír inmediatamente. Iba a ser muy divertido.

          En la sesión de entrenamiento del siguiente día, Misugi se encargó a petición propia de la defensa. Había ideado unos cuantos ejercicios con un balón de rugby. En primer lugar, les hizo jugar a todos sus defensas al rugby, con una intención muy clara. En aquel deporte uno no podía pasar a un compañero 
que estuviera más adelantado que él, porque el balón siempre debía avanzar en paralelo. Por eso era un ejercicio ideal para que los defensas aprendieran a jugar en línea y practicaran la técnica del fuera de juego, su favorita. Luego tenía pensado hacer que los centrocampistas y los delanteros, que en ese momento entrenaban con Mikami, hiciesen el mismo ejercicio, para que aprendieran a evitar el fuera de juego. 
          Pero, además de eso, el balón de rugby, con su extraña forma, era perfecto para mejorar el despeje de tiros que hacían trayectorias extrañas, puesto que el balón rebotaba de forma rara, cada vez distinta. Los porteros también se apuntaron, intentando parar tiros con ese balón con forma de melón.
  - ¿Ves? -le decía Misugi a su defensa-. Si uno de vosotros se atrasa un poco y los demás se adelantan, no sirve de nada. Tenéis que estar muy compenetrados y...
  - Oye, ¿quién es ese? -preguntó Ishizaki, señalando el exterior del campo.
          Fuera del terreno de entrenamiento se encontraba un chico al que no conocían de nada, un muchacho castaño alto y delgado, con el pelo largo, que observaba a los jugadores japoneses con detenimiento. 
  - Creo que lleva el chándal de la selección española -dijo Matsuyama, aguzando la vista. Quizá por eso le habían apodado "águila", tenía muy buena vista.
  - Matsuyama tiene razón, es español -dijo Wakabayashi, saliendo de debajo de los palos de su portería-. Y creo que le conozco. Es Roberto de la Torre, jugaba en el Inter de Milan cuando mi equipo, el Hamburgo, se enfrentó a ellos hace un par de años. 
  - ¿Pero entonces es italiano? -dijo Ishizaki. Wakabayashi negó con la cabeza.
  - Creo que su madre es italiana, o su padre, no se. Pero él nació en España -dijo Genzo-. Además, las últimas noticias que tengo es que este año ha ingresado en las categorías juveniles del Real Madrid. 
  - El Inter y el Real, ¿eh? -repitió Misugi. Parecía joven, pero tenía un curriculum bastante impresionante-. ¿De qué juega ese chico? -le preguntó a Wakabayashi.
  - Centrocampista defensivo -respondió Genzo-, o al menos así lo hacía en el Inter. La prensa italiana le apodó "la espada" porque decían que era muy bueno cortando balones. Lo cierto es que no se le daba mal. Kalsh y él mantuvieron una dura pugna en el centro del campo, y de la Torre aguantó bien.
  - Parece muy interesado en nosotros -dijo Jito. Y era verdad. El español iba mirando de japonés en japonés, parecía que quería memorizar todas las caras.
  - ¡Nos está espiando! -dijo Soda.
  - ¿Y ha venido él solo a espiarnos? -dijo Matsuyama-. Además, solo estamos jugando al rugby... -le recordó a su compañero.
          En ese momento, Roberto de la Torre se acercó hacia el seleccionador japonés y a Munemasa Katagiri, que se había acercado al entrenamiento. Ninguno de los dos habían perdido de vista al intruso desde que había llegado al campo. 
  - Voy a ver que pasa -dijo Misugi, y echó a andar rápidamente hacia allí. Dejó a su defensa a solas mientras se seguían haciendo preguntas sobre el recién llegado-. Mikami-san, tengo que hablar con usted -dijo, para disimular, pues elespañol ya había llegado a su altura.
  - Ejem... perdónenme -interrumpió el chico en un inglés bastante bueno antes de que Mikami pudiera decir nada a Misugi. 
  - ¿Si? -respondió Katagiri en el mismo idioma.
  - Ustedes son el equipo nacional japonés, ¿verdad? -preguntó el chico, aunque lo cierto era que resultaba obvio. Aún así Katagiri asintió-. Verá, es que llevo ya un rato buscando a un amigo mío entre sus jugadores y no lo encuentro por ningún lado... ¿le ha pasado algo a Aoi Shingo? -preguntó.
          Katagiri, Misugi y Mikami se miraron sin llegar a entender. ¿Aoi Shingo? ¿Y ese quién demonios era?
  - ¿A quién? -preguntó Mikami.
  - Aoi Shingo -repitió-. Bueno, Shingo Aoi, creo que dicen ustedes. Verá, soy Roberto de la Torre -se presentó. Wakabayashi estaba acertado, como casi siempre-, coincidí con Aoi en Italia, ya sabe, en el Inter de Milán -explicó, dando por sentado que los japoneses sabían quién era ese Shingo-. Él llegó al Inter un par de meses antes de que yo volviera a España... 
  - ¿Ese Shingo Aoi es japonés? -preguntó Mikami. Roberto de la Torre le miró sorprendido.
Roberto de la Torre, por Sandra Hernández  - Pues claro que... ¡No me diga que no conoce a Aoi! -exclamó el chico, con los ojos abiertos como platos. Tenía los ojos de color verde profundo, muy grandes y muy expresivos-. ¡No me lo creo! ¡Pero si es un magnífico jugador! ¿Y Akai Tomeya? ¿Me van a decir que tampoco conocen al "red stopper" de la Sampdoria? -La cara de los japoneses le dijo a Roberto que no tenían ni idea de lo que estaba hablando-. Bueno, pues nada. Perdonen por las molestias, ¿eh? -dijo el muchacho, con la decepción pintada en el rostro-, y gracias por atenderme. 
          El chico se dio media vuelta y se marchó por donde había venido. No había acudido al entrenamiento japonés para espiar, como sospechaba Soda, sino a buscar a un japonés que no estaba allí. Misugi se quedó bastante intrigado con aquel suceso, pero volvió con su defensa (después de decirle a Mikami que era una tontería lo que tenía que comentarle, cuando en realidad no había nada que decirle), para relatarles lo sucedido.
  - Que rabia, con las ganas que tenía de ver a Aoi -dijo Roberto mientras se iba. Claro que lo dijo en español y los japoneses no entendieron ni una palabra.
          Sin embargo, Katagiri no perdió detalle de nada. 
  - Shingo Aoi y Tomeya Akai, ¿eh? -se repitió para sí-. Creo que tendré que hacer un viaje a Italia...

NOTAS:
* Según tengo entendido, la partícula "san" equivale a nuestro "señor" o "señora", y se puede usar tanto con el apellido, que implica más formalidad, como con el nombre, lo que significa que hay mayor confianza, como apunta Misugi. 

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