Capítulo 5:      CUESTE LO QUE CUESTE

por Sandra Hernández Martín


          Matsuyama Hikaru no se levantaba.
  - ¿Qué demonios... -dijo Genzo, mirando cómo sus compañeros corrían hacia Hikaru-. ¿Fue falta? -se preguntó-. ¡Mierda, claro que fue falta! -Genzo salió de debajo de su portería, de muy mal humor, con la intención de encararse con el árbitro.
  - ¡Matsuyama-kun! -dijo Ishizaki mientras tanto, llegando hasta su compañero-. ¿Que te pasa?
  - ¡Hikaru! -dijo Misaki, arrodillándose al lado de su amigo-. ¿Te encuentras bien? -Matsuyama cerró los ojos con fuerza e inspiró profundamente, pero asintió a pesar de todo.
  - ¿Ha sido ese, verdad? -dijo Soda mirando a Marco, que celebraba su gol-. Ese hijo de... -El lateral apretó los puños e hizo intención de irse contra el media punta italiano.
  - ¡No hagas tonterías! -le dijo Matsuyama, que conocía lo suficiente su carácter como para saber lo que pensaba-. Cállate y ayúdame a levantarme. 
  - No te muevas... -le recomendó Misaki. 
  - ¿Pedimos una camilla? -preguntó Jito.
  - ¡Ayudadme a levantarme! -les gritó a sus compañeros, tendiendo una mano. Jito le agarró y tiró de él. Matsuyama se incorporó con torpeza y con gestos evidentes de dolor.
  - ¿Qué te duele? -le preguntó Misaki, algo preocupado.
  - Nada. No es nada. Se me pasará en cuanto comience a moverme -dijo Hikaru, arqueando la espalda con las manos apoyadas en la zona lumbar. Había notado, casi oído, un chasquido en la caída, y ahora sentía un fuerte pinchazo, pero iba remitiendo por momentos-. Es el golpe, no te preocupes.
  - ¿Estás seguro, Matsuyama-kun? -preguntó Jito, no muy convencido.
  - No te preocupes -repitió Hikaru, ya con mejor cara-. Me he quedado algo frío, pero en seguida me recupero, de verdad -aseguró. 
          En otro orden de cosas, Genzo había llegado hasta el árbitro y, lo que era más, Hyuga ya estaba allí. Los dos japoneses estaban decididos a armar un buen follón.
  - ¿Qué pasa? ¿Es que no lo ha visto o qué? -comenzó Wakabayasi, señalando a Matsuyama-. ¡Ha sido falta! -increpó al árbitro. 
  - ¡Ese gol no es legal! -dijo Hyuga, con muy mal genio-. ¡Le han derribado claramente! 
          El colegiado se echó rápidamente la mano al bolsillo, pero antes de que se le disparara la mano y comenzase a sacar tarjetas a diestro y siniestro, apareció Tsubasa intentando poner paz.
  - Wakabayashi, Hyuga, dejadlo -dijo el capitán, con voz autoritaria.
          Pero sus compañeros no estaban por la labor de dejarse convencer. Por suerte, Nitta y los Tachibana ayudaron a Tsubasa a separar a los jugadores del colegiado a base de empujones antes de tener nada que lamentar.
  - ¿Qué queréis? ¿Que os expulsen? -les preguntó Tsubasa. Los otros dos negaron con la cabeza después de un rato-. Pues calmaos.
          Wakabayashi dirigió una mirada fulminante al árbitro y se marchó. Hyuga, sin embargo, se volvió hacia los italianos, que seguían con las celebración de su gol.
  - Esto no quedará así -les dijo-. Más os vale que a Matsuyama no le haya pasado nada -se sorprendió amenazando. Salvatore Gentile avanzó un paso y sonrió con arrogancia.
  - ¿Y qué piensas hacer, japonés? -otra vez pronunció la última palabra como un insulto. A Kojiro aquello le sentó como un bofetón en pleno rostro.
          Hyuga se tragó a duras penas las ganas de pegarle un puñetazo (lo único que conseguiría sería perjudicar más a su equipo) y se giró sobre sus talones para reunirse con el resto de sus compañeros mientras Tsubasa trataba de hacer entrar en razón al arbitro, explicándole que el gol no era legal. Pero ni el colegiado ni los líneas habían visto nada que considerar una infracción, por lo que el marcador siguió como estaba.
  - Es válido, muchachos -dijo Tsubasa cuando llegó junto a sus compañeros-. No hay nada que hacer.
  - ¡Ese árbitro es un patán! -exclamaron los Tachibana a un tiempo.
  - Esto no se va a quedar así -amenazó Soda. 
  - No hay nada que hacer, Soda -repitió Tsubasa-, solo seguir jugando como hasta ahora y demostrar que podemos ganar sin juego sucio. ¿Estamos? -Sus compañeros asintieron-. Muy bien. ¿Qué tal, Matsuyama-kun? -le preguntó, volviéndose hacia el doce japonés y  poniéndole una mano en el hombro.
  - Cabreado -dijo Hikaru, frotándose todavía la zona lumbar-. Habría llegado a ese balón si...
  - Lo se -le interrumpió Tsubasa-. Estás jugando bien, ¿podrás seguir así? -le preguntó. Matsuyama asintió-. Bien. Muy bien, muchachos. ¡Vamos a por ellos! Vamos, Misaki-kun -le dijo a su mejor amigo. Como en el inicio, ellos serían los encargados de sacar. La pareja se dirigió al centro-. El partido empieza ahora.
  - ¿De veras podrás seguir? -preguntó Hyuga a Matsuyama. Al principio, Hikaru pensó que Kojiro lo preguntaba con arrogancia, pero se sorprendió. Parecía preocupado de verdad. Así que suavizó su  respuesta en consecuencia.
  - Estoy bien, Hyuga -le dijo al delantero-. Ocúpate de marcar un gol y no me dolerá nada -añadió. Hyuga sonrió con total confianza.
          Sin embargo, la primera parte terminó sin más movimientos en el marcador, y los dos equipos se retiraron a los vestuarios. Los japoneses se acomodaron en el interior del elegante vesturario del Manchester United, sentándose en los mismos bancos de madera que utilizaban los "diablos rojos" de la Premiere League inglesa, dispuestos a escuchar a su seleccionador. En resumen la charla de Mikami consistió en felicitarles por el buen partido que estaban realizando, así como decirles que no había que preocuparse por el gol que acababan de encajar, porque si seguían jugando como hasta ahora, no tardarían en remontar el resultado. Pero, para asegurarse, Mikami decidió sacar del campo a los gemelos Tachibana y meter en su lugar a Takeshi y a Sorimachi, para darle mayor profundidad al ataque. Con esos cambios, comenzaría la segunda parte.
          Italia también introdujo cambios en el segundo tiempo. Para sorpresa de todos, Marco, el único goleador hasta el momento, se quedó en el banquillo, y en su lugar entró Palladio, defensa. 
  - Lo que nos faltaba, más defensas -protestó Nitta-. Por si no teníamos suficientes, encima nos meten a esa torre -añadió, señalando a Palladio, que era verdaderamente corpulento, más o menos de la estatura de Jito.
  - No parece muy rápido -opinó Tsubasa.
  - Pero molestará -contestó Nitta.
  - A mi no -aseguró Hyuga. Había salido decidido a meterle un par de goles a Fernandez-. Por muchos defensas que se pongan alrededor, no me pararán.
          El equipo italiano puso el balón en movimiento sin ninguna prisa. Vecchio centró hacia el único delantero que le quedaba a Italia, con un pase raso. Si a algún jugador le quedaba alguna duda sobre el estado de Matsuyama después de su aparatosa caída, la desechó inmediatamente al verle actuar. El balón de Vecchio iba directo hacia su compañero, pero el doce de la selección japonesa se echó al suelo y lo cortó con una entrada, imprimiéndole la suficiente potencia como para que el rebote fuera hacia Ishizaki. El jugador del Nankatsu estaba atento y lo recogió, avanzando rápidamente. 
  - Vaya, vaya -dijo Hyuga en la delantera, muy cerca de Gentile-. Parece que esa táctica sucia no ha dado resultado...
          Pero se hizo dolorosamente evidente la táctica que iba a seguir Italia durante la segunda parte: iban a encerrarse en su campo con llave. Parecía haber dos o tres defensores italianos por cada atacante japonés; siempre estaban bien colocados y salían a apoyarse cuando hacía falta. Ni las genialidades del "golden combi", la maestría de Tsubasa o la temible garra de Hyuga conseguían romper la férrea muralla italiana. Fernandez demostró que estaba en un momento de forma excelente y, junto a Gentile, colocaba a su defensa de manera magistral.
          Ese era el juego de Italia. No importaba las veces que lo intentara su contrario, cuántos se incorporaran al ataque, qué tiros utilizaran o las veces que tiraran a puerta. Ellos defenderían hasta que Japón se diese por vencido, hasta que comprendiese que no había nada que hacer, hasta que finalizase el partido. Tal y como se estaban desarrollando los ataques japoneses, los italianos estaban a un paso de conseguir su objetivo. Cada vez eran más desincronizados, más locos, menos organizados.
          Y es que Japón ya no sabía qué hacer. Todo el juego se desarrollaba en campo italiano, la defensa japonesa no había tenido apenas que moverse en todo el segundo tiempo. Estaba ocurriendo como cuando iban empatados: los defensas se incorporaban al ataque, dejando a Matsuyama como último hombre antes de Wakabayashi. El doce japonés no había tenido problemas para controlar los balones que le llegaban a Pertini. De hecho, Hikaru y Genzo eran los japoneses que menos se estaban moviendo en todo el partido, a pesar de que Matsuyama se había incorporado al ataque en alguna ocasión, cambiando  el puesto con otro compañero. 
          Aún así, no había manera. Japón ya había perdido la cuenta de las veces que habían tirado a puerta, así como el número de atajadas que había hecho Gino Fernandez. La situación era desesperante.
  - Bueno, siempre podemos pasar como segundos... -comentó Nitta en cierta ocasión, después de tirar a puerta con su "hayabushe shoot" sin resultado. Kojiro, que estaba a su lado, le miró como si no le conociera. Nitta se encogió al ver la reacción de su compañero.
  - ¡No vuelvas a decir eso jamás! -le gritó Hyuga, reprimiendo las ganas de darle una bofetada-. Jamás nos rendiremos, ¿me has oído? -Nitta tragó saliva, acobardado, y asintió a duras penas.
          Fernandez sacó en largo hacia el cetro del campo, y de ahí el balón fue directamente hacia el único delantero italiano. Pertini se había adelantado un poco para poder recoger el balón sin que la defensa se le pusiese por medio, así que pudo controlar el esférico. Sin embargo, de lo último que tenía que preocuparse era de la defensa japonesa. Para sorpresa de todos los allí reuidos, quien arrebató el balón al delantero italiano fue... ¡Wakabayashi Genzo! 
  - ¡Como en los viejos tiempos! -gritó Ishizaki, sonriendo. El jugador del Nankatsu echó a correr junto al portero. Soda no se lo pensó dos veces y le siguió, Jito hizo otro tanto. 
          Matsuyama habría dado lo que fuera por acompañarles, pero no pudo. En ese momento, notó un fuerte pinchazo en la espalda, que ahora acusaba el golpe. El pobre juego de Italia al ataque había hecho que apenas tuviera que esforzarse y se quedara frío, sus músculos se lo recordaban con una dolorosa señal. Por suerte, Genzo se bastaba solo. Avanzó con el balón controlado un buen trecho, para ser un portero regateaba estupendamente. 
          Los italianos le salieron al cruce en tromba pues, si le quitaban el balón, el segundo gol estaría cantado. Wakabayashi era muy consciente de ello. Lo que pretendía era atraer sobre sí mismo la atención de tantos contrarios como pudiera, para abrir un enorme agujero negro en la muralla italiana que permitiera a sus compañeros marcar un gol. Supo que había llegado el momento cuando tuvo a cinco defensores cortándole el paso. ¡Los muy idiotas habían caído en la trampa! Comenzaba a esbozarse una sonrisa orgullosa en el rostro del portero cuando el sexto italiano hizo su aparición. Era uno de los jugadores que ya había regateado, que le entró por detrás con bastante dureza, haciéndole caer al suelo. 
  - ¡Es falta! -gritaron los japoneses al unísono.
          Siguiendo con la tónica del partido el árbitro no pitó nada, porque nada vio. Genzo estaba cubierto por una auténtica muralla de cuerpos. Pero Italia había recuperado el balón, que acabó rápidamente en los pies de Vecchio. El italiano se disponía a tirar casi desde el círculo central a portería vacía.
  - No, ahora no... -dijo Matsuyama. Notaba los músculos de la espalda muy rígidos, como una tabla. No iba a llegar-. ¡Tengo que hacerlo! -se gritó a si mismo-. ¡Cueste lo que cueste! 
          Apretó los dientes, hizo caso omiso del fuerte calambre que le recorrió la espina dorsal y salió al encuentro del italiano. Vecchio elevó rápidamente el balón en una parábola, poniendo el esférico fuera de su alcance. Pero si algo caracterizaba al doce japonés era que no se daba nunca por vencido. Aprovechó el impulso que ya llevaba y saltó hacia atrás. Sin embargo, la contractura en la espalda le pasó factura, y perdió fuerza en el salto. Fue muy consciente de que no iba a llegar.
  - ¡Cueste lo que cueste! -se repitió. No podía permitir que Italia les marcase el segundo, ¡no podía!. Y para ello sólo se le ocurrió una cosa. 
          Le pegó un puñetazo al balón.

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