El
metepatas.
Todo
el mundo tiene derecho a meter la pata. Nadie está
inmunizado contra ello. Ejemplos de planchazos y errores,
están presentes en mayor o menor medida en la biografía
de todos nosotros. Más aún: el error es, seguramente,
el rasgo que nos distingue a los humanos de todos los demás.
Pero la inteligencia consiste en no sobrepasar la media
tolerada que pudiera ubicarnos en un sospechoso lugar
de la clasificación del cociente intelectual. El metepatas,
sin embargo, es uno de esos especímenes que rebasa
esta media con creces.
Absolutamente inconsciente, el metepatas emite con pasmosa
frecuencia comentarios inadecuados, o actúa de la manera
más inoportuna posible. Tanto en situaciones intrascendentes
como en las más serias. El metepatas es ese que no
aguanta las carcajadas en un funeral y que, al dar el pésame,
dice: ¡Felicidades!
¡Es
como si andara siempre sobre una piel de plátano que
le hace perder el equilibrio!.
ORINANDO
FUERA DEL TIESTO.
El
metepatas crea situaciones embarazosas y peligrosas para todas
las personas que lo tratan. Porque no tiene en cuenta los
sentimientos de los demás, y carece, además,
de gracia social. Suele ser un inculto parlanchín,
sin elegancia, ni estilo. El metepatas no es consciente de
las palabras que selecciona en el flujo de su conversación
hasta que ya las ha pronunciado. No sabe lo que piensa
hasta que lo dice. Pero ahí, ya es demasiado tarde.
HABLAR
SIN PENSAR.
Freud
se interesó por el origen de las meteduras de pata
para descubrir la verdadera intención de la persona
en su famoso análisis sobre los lapsus. Pero el conocimiento
que actualmente se tiene de cómo nuestro cerebro procesa
la información, permite hoy ampliar las interpretaciones.
Modernas teorías se inclinan a comparar el funcionamiento
de la mente con el de un complejísimo ordenador. Así,
mientras se procesa la información puede ocurrir que
algún dato se extravíe.
Es
cierto que las personas "conscientes" se comportan
en gran medida "inconscientemente". Es decir, automática
o rutinariamente. Programadas mediante esquemas preestablecidos.
Pero en cualquier momento pueden volver a tomar el control
del proceso, esto es, hacer las cosas conscientemente. Sin
embargo, el metepatas desarrolla la mayor parte de su actuación
inconscientemente, dando rienda suelta a cuanto se le ocurre,
sin filtrarlo por su consciente. Es un ente pueril, sin
evolucionar socialmente, y con un cociente de inteligencia
bajo, que dice y hace cosas inoportunas que hieren o trastornan
a los que lo acompañan, por lo inesperado de sus
acciones. No piensa. O piensa siempre en otra cosa mientras
habla. Por lo general, el metepatas no quiere herir ni molestar
a nadie. Pero es insensible a los sentimientos de los demás.
A veces, lo único que pretende es saber algo más
de una persona. Pero le falta habilidad social para preguntar
o comentar: ¡Hacer el ridículo es gratis!.
NO
ENSEÑE CANTAR A UN CERDO: PERDERÁ SU TIEMPO
Y ABURRIRÁ AL CERDO.
No
se conocen técnicas completamente efectivas para tratar
de modificar la conducta del metepatas. Como se ha apuntado
anteriormente, ésta se rige por complejos e intrincados
mecanismos inconscientes difíciles de investigar. Por
si esto fuera poco, en la mayoría de los casos, el
metepatas repite una y otra vez sus planchazos a lo largo
de los años, y parece rehusar cuantas reflexiones al
respecto se le puedan hacer.
Cuando
el metepatas crea alguna situación embarazosa, y alguien
le hace ser consciente de su paso en falso, tiene, aparentemente,
una reacción sensible. Quisiera que la tierra
se lo tragara, y hasta puede sentirse el tipo más estúpido
del mundo. Pero el metepatas es de las típicas personas
que no aprenden de sus errores. Es inasequible al desaliento.
Por tanto, la mejor opción es reducir en la medida
que a usted le sea posible, el trato con el metepatas.
Es
saludable discriminar a gente que afecta negativamente a su
bienestar y a sus relaciones sociales. Especialmente si aquella
tiene escasas posibilidades de reformar su conducta. No hay
que olvidar que el metepatas adolece de alguna deficiencia
en su proceso mental asociado al habla. Un esfuerzo con él-
no tratándose de un profesional de la psicología-,
equivaldría a obtener el mismo resultado que anticipa
el proverbio americano con que se titula este párrafo.
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