Ser
agradecidos.
Hay
una forma de gratitud que se nutre de nuestro sentido de la
justicia. Ésta nos dice que debemos
agradecer los favores o los regalos para mantener el
orden en las relaciones humanas.
Entendido
así, agradecer es reintegrar algo, zanjar una deuda,
abonar un servicio. Pero la pretensión de equilibrio
desvirtúa el sentido de la buena gratitud, puesto que
ésta no consiste en corresponder con la misma moneda,
sino en manifestar sinceramente el reconocimiento
del bien recibido.
![](../086D3VIZ001_1.jpg)
Así
como el favor más valioso es el que se presta desinteresadamente,
también la mejor manera de corresponder es la que,
ajena a mediciones y a compromisos, se
expresa en afecto. Ni los hijos han de pagar a los
padres el dinero que éstos han invertido en su alimentación
o en sus estudios, ni quien recibe el regalo de una cesta
navideña ha de echarse ipso facto a la calle para ir
a encargar otra lo más semejante posible con la que
corresponder a la que le ha llegado. Pero incurre en ingratitud
quien no devuelve al menos una palabra
de estima.
Suele
suceder que aquellos que acostumbran a llevar la cuenta de
los favores dados o recibidos tienen también la mala
costumbre de anotar los agravios; no actúan por cortesía
ni de buena fe, sino como implacables
justicieros.
Disposición
positiva
Pero la
condición previa para el desarrollo de la gratitud
es la disposición positiva
hacia las cosas y las personas que nos rodean.
Difícilmente
podremos dar gracias por algo que no valoramos, o reconocer
la entrega de otras personas cuando
egoístamente las consideramos puestas ahí para
prestarnos un servicio. La insatisfacción crónica
del individuo contemporáneo le priva del goce de las
cosas pequeñas y le incapacita para apreciar los bienes
que otros ponen a nuestras disposición.
En el
trabajo, las personas serviciales son
objeto de sospecha («algo estará buscando»)
o de altivo desdén («es
un infeliz que sólo quiere caer bien»). Muchas
veces estas reacciones de incomprensión e ingratitud
son debidas a la «imposibilidad de pagar», en
palabras de Balzac. Otras veces los obstáculos están
interpuestos por el orgullo o por la vanidad. Y otras, tal
vez las más, son el resultado de una desmedida conciencia
de nuestros derechos asociada con el menosprecio de los esfuerzos
de los demás.
Cualidad
intelectual
Quien
es incapaz de dar es también incapaz de recibir dignamente.
Por eso el egoísta encuentra
defectos en todo y quita valor a la obra de los otros,
y más si éstos lo han hecho en beneficio de
él. Pues, junto a su consideración ética
como valor moral, la gratitud tiene
mucho de cualidad intelectual.
Podría
decirse que hay una «gratitud» inteligente, la
de aquellas personas dotadas del don de alegrarse por los
bienes que les rodean, así como de celebrar afirmativamente
el lado bondadoso de los demás. El agradecido siempre
está más abierto al descubrimiento que el ingrato,
de natural receloso y hermético. Al agradecer las cosas
que nos han sido dadas nos colocamos, en fin, en disposición
de seguir siendo beneficiarios de nuevos favores.
|