Encajar
las criticas.
Texto aparecido en el correo, 28 de Mayo del 2003,
por José María Romera.
Si nuestros
actos dependieran de las críticas ajenas, seguramente
nunca tomaríamos decisiones.
Este es un principio básico de conducta y de higiene
mental que conviene tener siempre presente. Pero ello no
significa que debamos hacer oídos sordos a las opiniones,
juicios y recomendaciones de los otros cada vez que nos contrarían
o nos resultan adversos. Una cosa es
depender de la opinión ajena y otra distinta despreciarla
si no viene vestida de halago o aprobación.
De entrada, toda crítica
recibida, por suave o dura que sea, sitúa nuestros
actos en una provechosa perspectiva ajena. El
solo hecho de que otros ojos vean las cosas de distinta manera
que los nuestros representa una oportunidad de enriquecimiento.
Por muy seguros que estemos de un acierto propio, la crítica
recibida ayuda a descubrir vías
de mejora o cambio positivo y, en el peor de los casos,
a conocer al personal y saber
con quién nos jugamos los cuartos.
![](../../Imagenes/critica.jpg)
La cultura polemista
nos ha acostumbrado a producir y recibir las críticas
en clave agresiva, de confrontación
o de ataque. Todo lo que no sea asentimiento y aplauso
corre el riesgo de ser interpretado como una ofensa. Salvo
allá donde las críticas forman parte de un mecanismo
institucionalizado (la educación de los hijos, la escuela,
el trabajo subordinado) y son consideradas, por tanto, componentes
necesarios de una transmisión generalmente vertical,
en la mayoría de las relaciones humanas predomina
una actitud recelosa y defensiva ante cualquier forma
de reprobación.
El novelista a quien
las reseñas de su último libro no le son propicias
sospecha que una mano negra trata de hundir su carrera; el
jugador de fútbol que ha tenido un día aciago
sólo ve ensañamiento en la baja puntuación
adjudicada por los cronistas; y de la misma manera el hombre
o la mujer advertidos por su pareja de que ese corte de pelo
no le sienta demasiado bien salta como fiera herida creyendo
que no ha sido un consejo sino un golpe bajo.
Rehuir
el conflicto
Tal vez sea cuestión
de caracteres. La personas inseguras, tímidas y retraídas
son más vulnerables a las críticas que las equilibradas,
abiertas y sociables. Lo que para unos es
una opinión entre muchas otras posibles, en
otros crea sensación de fracaso. Hay quienes no sólo
encajan bien las críticas, sino que las prefieren a
los reconocimientos estériles para sacar provecho de
ellas, mientras que otros se derrumban al menor gesto de desaprobación.
El comportamiento asertivo
no consiste en admitir o rechazar las críticas por
sí solas, sino en saber gestionar las respuestas internas
y externas con que reaccionemos ante ellas. A diferencia del
pasivo -que rehúye el conflicto o sobrevalora el mensaje
negativo- o del agresivo -que responde con irritación
o desprecio y tiende a malinterpretar la crítica-,
el asertivo escucha, reflexiona y, una
vez medida la validez del reproche, decide si tenerlo o no
en cuenta. Si la crítica es inadecuada o desmedida,
se dice a sí mismo: «No hay mayor desprecio que
no hacer aprecio». Si lleva más intención
de herir que de enmendar errores, contraataca replicando pero
sin caer en la trampa de la provocación. Y si observa
alguna utilidad en ella, la admite en su justo valor y rectificando
o pidiendo disculpas con naturalidad.
En el lenguaje cotidiano
ya está instalado el tópico que distingue entre
'crítica constructiva' y 'crítica destructiva'.
Se supone que la primera es la formulada de buena fe, con
intención de ayuda y expresada diplomáticamente,
mientras que la crítica destructiva es la picajosa,
hiriente y empleada como arma contra el criticado. Pero la
diferencia no es tan clara. Salvo en casos de confianza a
toda prueba, donde tenemos la evidencia de ser amonestados
o corregidos con buenos fines, en la
mayoría de situaciones de crítica se entremezclan
juicios acertados, rencores, afectos, intereses y envidias
en distintas dosis.
No compensa el esfuerzo
de separar unos y otros componentes, esfuerzo que por otra
parte sólo suele crear vacilaciones, malentendidos
y quebraderos de cabeza. La habilidad para encajar las críticas
se sitúa por encima de tan improductivas complicaciones.
Aunque nunca está de más discriminar entre lo
subjetivo y lo objetivo, es del género tonto dedicar
tiempo a mayores análisis. A veces una crítica
malintencionada encierra alguna verdad que nos fortalece,
y una piadosa pierde su eficacia por exceso de contemplaciones.
Miedo al cambio
Es natural que, al primer
golpe, las críticas nos incomoden. Eso no significa
que seamos personas irritables ni testarudas. El ser humano,
como animal de costumbres que es, tiene muy interiorizados
los mecanismos de resistencia al cambio. Toda crítica
supone de algún modo una invitación a la mudanza
que nos crea cierta sensación de zozobra. Pero pasado
este efecto podemos recurrir a estrategias de aceptación
(o rechazo, si fuera menester) más inteligentes que
las derivadas del sentimiento de debilidad o de disgusto.
Es decir: escuchar con atención, reconocer abiertamente
si lo que nos dicen nos ha sentado mal, centrarse en el objeto
y no en la persona, pedir que se precisen más las razones,
contraponer nuestros puntos de vista, comprometernos a rectificar
(o negarnos a hacerlo si la crítica carece de fundamento).
El toque está
en tomar nota («Te agradezco lo que me dices. Lo pensaré»),
no caer en las provocaciones
(«Quizá sea cierto lo que me dices, pero mientras
lo hagas de malas formas no puedo saberlo») y no reaccionar
con soberbia ni cerrándonos en banda («Admito
que he podido equivocarme») y
a ser posible con buen humor. Pero sobre todo en aceptar
que, salvo casos de extrema iniquidad o de perfección
absoluta, casi nada está totalmente mal ni totalmente
bien. Al fin y al cabo, sigue siendo cierto que cuatro ojos
ven más que dos, incluso aunque los otros dos nos miren
mal.
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