El
amigo posesivo.
Tan difícil como cultivar la amistad, es saber definirla.
El término "amigo" se emplea con tantas acepciones-
desde el simple conocido hasta el cómplice inseparable-
que ha provocado fatigosas disquisiciones acerca de la naturaleza
y los requisitos de la verdadera amistad, entendida como una
relación humana ideal entre dos personas presidida
por la generosidad, la confianza, la admiración mutua,
el aprecio sin límites, y la lealtad a toda prueba.
Desde
Cicerón son muchos los filósofos y escritores
que han tratado de teorizar sobre lo amistoso, casi siempre
en un empeño inútil.
Porque
hay tantas clases de amigos como individuos, y el sutil entramado
de la amistad está tejido con materiales de muy distinto
género. El viejo adagio de "quien tiene un amigo,
tiene un tesoro" ha idealizado hasta tal punto el concepto
de amistad que frecuentemente oculta sus lados oscuros, sus
ambigüedades y sus flaquezas.
![](../../Imagenes/analisis/7875_3_12035_3.jpg)
Lo que
sí parece cierto es que la amistad auténtica
ha de partir de un plano de igualdad, de un pacto tácito
en el que las diferencias entre caracteres, temperamentos
y circunstancias personales queden subordinadas
a la reciprocidad en el afecto. Abundan las formas
perversas de la mal llamada amistad cuya razón de ser
es utilitaria: la huida de la soledad,
la búsqueda de compañías influyentes
o la posibilidad de intercambio de favores. Otras veces la
amistad es hija de la rutina, una especia de carga consentida
que se sostiene en la costumbre o la debilidad. No quiere
ello decir que incluso en estas relaciones no puedan darse
ciertos arrebatos de fidelidad desinteresada, pero son lo
menos.
La preceptiva
igualdad queda rota especialmente en el caso de los amigos
posesivos. Son aquellos que, lejos de entablar amistad
con el otro por afinidad o estima, lo
hacen como conquista. Su afán es disponer de
alguien que les asista en caso de necesidad, sin comprometerse
a hacer lo mismo en el caso inverso.
El amigo
posesivo es el que nos llama a deshoras alarmado porque le
duele la cabeza, sin pensar que a nosotros nos puede doler
más; el que nos aturde con la exposición de
sus desdichas cuando estamos agobiados por un sufrimiento
considerablemente mayor, el que nos pide cuentas por no haberle
felicitado el día de su cumpleaños, sin recordar
que él jamás tiene en cuenta la fecha del nuestro.
Cree que las amistades son propiedades, y no compromisos;
satélites que giran en torno a ese planeta llamado
Yo y no astros con luz propia que llevan su propio movimiento;
utensilios a mano para situaciones de urgencia, y no seres
que quizá también necesiten ayuda en algún
momento.
![](../../Imagenes/gasol_garbajosa070903.jpg)
Un exagerado
sentido de la fidelidad por parte del otro hace perpetuar
estas relaciones. Aunque seamos conscientes de su egoísmo,
consentimos los excesos del amigo absorbente temiendo que,
de abandonarlo, incurriríamos en el mismo pecado de
individualismo. Cuanto más nos desespera, más
nos reafirma en nuestra virtud.
Bien,
es una manera de entender la amistad y todo el mundo es libre
de practicar el masoquismo si con ello
se siente más bondadoso y más humano.
Pero todo tiene un límite. La amistad absorbente se
manifiesta de modo patológico cuando reclama la exclusividad.
El "amigo" posesivo no se conforma con tenernos,
sino que exige que estemos disponibles sólo para él.
Transforma la lealtad en un cautiverio del que somos rehenes
obligados a rendirle cuentas de nuestros actos, a dejar obligaciones
para atenderle, y si así no ocurre, nos considera poco
menos que traidores. Una dominación peor que la provocada
por los celos entre las parejas.
Y qué
decir cuando el amigo absorbente se enemista con una tercera
persona, sobre todo si se trata de un amigo común.
En tal caso, sus exigencias aumentan: sin comerlo ni beberlo,
nos coloca en el dilema de elegir entre él, o el otro.
En lugar de aprovechar la posibilidad de tenernos como mediadores,
pretende que participemos de su ira y su rencor y que denostemos
al enemigo sin que haya motivos para hacerlo. No caben medias
tintas. Cualquier palabra conciliadora será recibida
por él como un ultraje. Ocurre sobre todo en el caso
de ciertas separaciones y divorcios, donde ninguna
de ambas partes admite que conservemos la buena relación
con el otro.
Evidentemente,
no puede llamarse amistad a esto.
Si en algo no debe entrometerse el buen amigo es en la libertad
de sus seres queridos. La amistad consiste en dar, no en pedir
y exigir, y mucho menos en hacer de la petición un
chantaje.
Bien
está la máxima clásica de "amicus
usque ad aras" (amigos hasta el sacrificio), siempre
y cuando no sea cosa de una sola de las partes. Que nuestros
amigos sean inseguros, dominantes, veleidosos o inmaduros,
nos obliga a poner un poco de paciencia y bastante de pedagogía
con ellos. Pero no a perpetuar formas de relación parasitarias
sólo para que nadie nos acuse de deslealtad.
Frases sobre la amistad:
"Cuando nos quejamos de los amigos somos injustos, porque
exigimos de ellos más de lo que pueden dar" (Santiago
Ramón y Cajal).
"El que se hace amigo de un mal sujeto ha de esperar
que esta amistad le reportará males peores" (Luis
Vives).
"Al amigo seguro se lo conoce en la ocasión insegura"
(Fedro)
"Nunca es largo el camino que conduce a la casa de un
amigo" (Juvenal)
|