Proactividad...
dueños de sí mismos.
Cuando
alguien está habituado a conducirse de acuerdo con
sus principios, sin depender de la influencia ambiental, mayores
empiezan a ser sus capacidades de influir en los demás.
Una
de las palabras más escritas y pronunciadas últimamente
en el ámbito de la formación empresarial es
'proactividad'. Con ella se pretende definir un
conjunto de cualidades necesarias para ejercer el liderazgo,
ser buen director de equipos y alcanzar metas ambiciosas.
Se trata de una más de las 'virtudes' que cada cierto
tiempo parece descubrir el competitivo mundo de la producción
y de los negocios, y que los gurúes de turno se lanzan
a predicar en cursos de formación y en manuales de
'coaching' hasta convertirlas en una especie de piedras filosofales
que aseguran el éxito personal y colectivo. Después
de los tipos de ejecutivo dinámicos, de los agresivos,
de los eficaces y de los flexibles, ahora toca el turno a
los proactivos. Si no actúas con proactividad, estás
perdido.
Se entiende
por proactividad la capacidad de tomar
decisiones propias sin dejarse influir por la presión
del entorno. El comportamiento proactivo se opone al
'reactivo', que no emprende iniciativas, deja que las cosas
sigan su curso sin plantearse mejoras ni alternativas, no
asume responsabilidades y considera su trabajo una obligación
y no una vía para el descubrimiento y la mejora. Las
personas proactivas, por el contrario, adoptan
una actitud creativa, se anticipan a los problemas antes de
que éstos les desborden, no cejan en el empeño
cuando aparecen obstáculos, saben cambiar de dirección
si observan que el rumbo es equivocado y aprovechan todas
las oportunidades, tanto los éxitos como los fracasos,
para extraer conclusiones positivas.
Ventajas
Se trata,
en definitiva, de gobernar sobre uno
mismo sin permitir que la situación nos gobierne.
Por eso una de las condiciones previas para llegar a la proactividad
radica en tomar conciencia del terreno en el que podemos invertir
nuestra atención, nuestra energía y nuestro
tiempo. Pensemos, por ejemplo, en las preocupaciones cotidianas.
Hay personas que amplían al máximo
su 'círculo de preocupación' dando vueltas a
hechos o problemas sobre los que carece de capacidad alguna
para actuar. Son los reactivos. El proactivo adopta
la postura, más inteligente y eficaz, de centrarse
en su 'círculo de influencia': es decir, la zona correspondiente
a los problemas sobre los que tiene alguna forma de control,
en los que puede intervenir y en las realidades que puede
llegar a cambiar.
Áreas
de control
El círculo
de influencia, a su vez, comprende dos áreas. La de
'control indirecto' se extiende a cuestiones que no están
totalmente en manos del sujeto porque en ellas entra en juego
también la conducta de otras personas; en este ámbito,
las posibilidades de intervenir en los problemas son diferentes
según el grado de influencia y los métodos y
técnicas que el individuo emplee en cada caso. Pero
hay otra área, de 'control directo', donde todo se
circunscribe a la propia conducta. Es ahí donde el
proactivo obtiene provecho y el reactivo fracasa, donde entran
en juego las habilidades personales y el estilo de cada uno.
En la
medida que se actúe proactivamente en cada una de las
áreas, el círculo de influencia se va ampliando.
Cuando alguien está habituado
a sentirse dueño de sí mismo, a conducirse de
acuerdo con sus principios y sus directrices propias, sin
depender de la influencia ambiental, ahuyentando preocupaciones
que quedan fuera de su dominio, mayores empiezan a ser sus
capacidades de influir en los demás. Porque
el proactivo no sólo es quien toma la iniciativa, sino
aquél que cree en su potencial de mejora y lo cultiva
día a día.
El
secreto de la felicidad no es hacer siempre lo que se quiere,
sino querer lo que se hace (Tolstoi).
Intentar
modificar el carácter de un hombre, es como tratar
de enseñar a una oveja a tirar de un carro.
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