Libros de Alonso Cueto comentados por Javier Agreda en esta página: La batalla del pasado (1983), Pálido cielo (1998), Demonio del mediodia (1999), El otro amor de Diana Abril (2002), Grandes miradas (2003), La hora azul (2005).

 

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La batalla del pasado

 

Profesor universitario, periodista y narrador, Alonso Cueto (Lima, 1954) hizo su debut literario en 1983 con un libro de cuentos publicado en España pero de escasa circulación en el Perú. Recientemente ha vuelto a publicar aquel libro inicial, La batalla del pasado (Editorial Apoyo, 1996), un conjunto de once cuentos que tratan, según el propio autor, sobre “las relaciones que tenemos con nuestro pasado, con nuestros recuerdos... y la lucha contra emociones como el arrepentimiento, la vergüenza y la nostalgia”.

 

Todos estos elementos están ya presentes en el primer cuento, “La venganza de Gerd”. Un profesor universitario recibe a una joven escandinava que busca asesoría para su tesis sobre César Vallejo. El parecido asombroso de esta joven con Gerd (una noruega con la que el profesor sostuvo un breve romance de juventud) hace que él trate infructuosamente de averiguar su origen. Una vez concluida su tesis, la joven desaparece para siempre.

 

Pero el pasado no es el único tema. Otros tanto o más importantes son la soledad, la falta de comunicación, la función de las representaciones artísticas y la familia como grupo cerrado y opresivo. En “Los muertos” un joven encuentra el diario de una tía recientemente fallecida y en él descubre cómo esa tía se opuso a las relaciones de su hermano -el tío Jaime, un solterón también fallecido- con cierta desconocida Beatriz.

 

 Se puede hacer un esquema general de estos cuentos. Los protagonistas son siempre personajes solitarios, ya sea por provenir de familias como las descritas o por estar inmersos en el mundo de las artes y las letras. Estos solitarios se atrevieron a “vivir” una sola vez en sus vidas, conociendo el amor e involucrándose en asuntos mundanos. La experiencia no resultó muy grata y por eso vuelven heridos y desilusionados a su soledad. Pero las consecuencias de esta pequeña salida al exterior los continuarán acosando. Una variante es cuando el solitario delega a otro para que viva “una vida que debió haber sido suya”(p.97) y es entonces el destino de ese otro personaje el que no permite al solitario vivir tranquilo (“El soldado”, “La sombra de una duda”).

 

Pero limitándonos a los argumentos no hacemos justicia a estos cuentos escritos según los preceptos de Henry James, uno de los escritores que más se preocupó por los aspectos técnicos y artísticos de la narrativa. La huella del maestro se nota en todo, la forma en que se construyen los personajes, el preferir los problemas internos (psicológicos o morales) a las acciones externas, el empleo de un lenguaje que rehuye tanto lo literario como el coloquialismo y hasta  la elección de personajes altamente responsables y agudamente conscientes (como recomendaba James) que proporcionan un adecuado punto de vista al relato.

 

El esmero con el que ha sido trabajado cada uno de estos aspectos hace que cuentos como “La batalla del pasado” o “La venganza de Gerd” resulten sumamente singulares y valiosos en nuestra narrativa. Hechos en base a personajes marginales y atípicos, que viven aislados de su contexto social, estos cuentos tienen además un cierto carácter atemporal y casi abstracto. Son como los bodegones en la pintura, ejercicios de composición y de aprendizaje técnico, necesarios para enfrentar con éxito obras más reales.

 

Acaso por eso en el segundo libro de cuentos de Cueto, Los vestidos de una dama (1987), los personajes son mucho más cotidianos, se ganan la vida en oficios comunes, hablan como limeños, cometen bajezas, etc. Pero a la vez el rigor del trabajo literario desciende un poco. Este proceso llegaría al límite con Amores de invierno (1994) en que los excesos de coloquialismos, modernización y violencia hacen casi desaparecer las virtudes narrativas del autor.

 

Por eso es tan importante esta reedición de La batalla del pasado, sin lugar a dudas el mejor libro de relatos de Alonso Cueto, no sólo porque pone al alcance de los lectores peruanos una excelente obra, sino porque puede servir para que su autor se reencuentre con ámbitos más afines con su personalidad literaria. (7 de julio 1996)

 

 

 

Pálido cielo

 

Uno de las más importantes disyuntivas a las que se enfrenta un narrador es la relacionada a los aspectos individuales y los colectivos de su trabajo. No sólo tiene que optar entre profundizar en la psicología individual de sus personajes o dejar que del conjunto surja algún tipo de retrato de grupo (ya sea una generación, una clase social o un país); también tiene que elegir entre su propia realización literaria personal y la capacidad de sus textos de comunicarse con un mayor número de lectores. Alcanzar un cierto equilibrio entre estas dos tendencias opuestas les cuesta más a unos narradores que a otros. Alonso Cueto (Lima, 1954) parece estar por fin a punto de conseguirlo en su más reciente libro Pálido cielo (Peisa, 1998), un conjunto de quince cuentos de diversa extensión ambientados casi todos en Lima.

 

Los primeros libros de Cueto –La batalla del pasado (1983) y El tigre blanco (1985)- fueron escritos durante su permanencia en Estados Unidos (se graduó de Doctor en literatura en la Universidad de Texas) y nos presentaban de personajes solitarios (especialmente intelectuales y artistas provenientes de familias antiguas y tradicionales) que enfrentaban conflictos internos, psicológicos o morales. La huella del maestro Henry James se notaba en todos los aspectos de esta narrativa: en los personajes, en la temática, en las técnicas empleadas, en lo sutil de las acciones y hasta en el lenguaje mismo.

 

Luego, a su regreso al Perú, Cueto comenzó a ejercer el periodismo y eso parece haber producido una serie de cambios en su obra, todos dirigidos a lograr una mejor comunicación con un mayor número de lectores: los personajes se volvieron más cotidianos y populares, el lenguaje se fue poblando de coloquialismos y peruanismos, y las intrigas y sucesos violentos se convirtieron temas recurrentes en estos relatos. Los cuentos de Amores de invierno (1994) muestran claramente los excesos a los que llegó Cueto en esta segunda etapa de su obra, en la que, además, abordó otros géneros: el policial, la narrativa para jóvenes y hasta la novela por entregas, en una revista semanal.

 

Pálido cielo parecer ser una síntesis de las dos etapas mencionadas, pues los personajes populares (camareras, empleadas domésticas, niños de la calle) están acompañados de poderosos empresarios (“Un arcángel llamado Gabriel”), profesores universitarios (“Buscando a Paul”, “Aló, ¿me oyes?”), o artistas (“El violín, la soledad, los gatos”). En el lenguaje, esta síntesis se expresa en un estilo basado en frases cortas y efectistas, sin complicaciones léxicas o sintácticas, pero bien trabajadas. En las técnicas literarias, por argumentos absolutamente lineales -pero que mantienen siempre vivo el interés del lector- y por descripciones simples y puntuales, en las que no falta un elemento subjetivo: “Pamela tenía pelo rojo, maquillaje espeso y boca brillante como un caramelo derretido. Parecía una muñeca almibarada con un motor en el trasero” (p. 168)

 

Hasta en la forma de encarar los temas y la estructura de los relatos se puede encontrar esta doble perspectiva, social y psicológica. En “Pálido cielo”, el cuento más extenso, el protagonista es casi un simple eslabón entre dos personajes potencialmente suicidas pero antagónicos: su hermano Bruno, un terrorista que muere en acción, y su amiga Mariella, deprimida y obsesionada por una mala experiencia amorosa. En “La respuesta de la señora Cruz” la vieja historia de la empleada doméstica embarazada por su patrón es contada desde el punto de vista de la señora de la casa. Y así, en ese constante ir y venir de lo individual a lo colectivo, de los personajes populares a los más elevados, este libro de cuentos termina convirtiéndose en un acertado retrato de la Lima de fines de los años ochenta, con todos sus graves problemas y contrastes sociales.

 

Aunque seguimos prefiriendo los primeros libros de Alonso Cueto, Pálido cielo es un conjunto de relatos que muestra los evidentes progresos del  autor en su búsqueda de una narrativa más personal, que logre armonizar sus diversos y hasta opuestos intereses literarios.

 

 

 

Demonio del mediodía

 

Hay dos etapas en la narrativa de Alonso Cueto (Lima, 1954): una es la de los primeros libros –La batalla del pasado (1983) y El tigre blanco (1985)- basada en personajes solitarios (intelectuales y artistas provenientes de familias antiguas y tradicionales) que enfrentaban conflictos internos, psicológicos o morales; la otra es la de sus más recientes libros, con personajes más simples y plebeyos, en la que las intrigas y sucesos violentos se convirtieron en temas recurrentes. Con el libro de cuentos Pálido cielo (Peisa, 1998) Cueto intentó alcanzar un cierto equilibrio entre estas dos tendencias, en muchos aspectos opuestas. Este propósito se mantiene en la novela Demonio del mediodía (Peisa/Arango, 1999), su más reciente publicación.

 

La novela narra diez años (desde fines de los 80 hasta fines de los noventa) en las vidas de un grupo de personajes involucrados en un peculiar triángulo amoroso. Celia Carlessi es una joven abogada, amante de Ricardo Borda, dueño del Estudio donde ella trabaja. Completa el triángulo Renato La Hoz, joven abogado provinciano, platónicamente enamorado de Celia. Las relaciones entre estos tres personajes constituyen el núcleo de un relato en el que no faltan los escándalos, sucesos violentos (un intento de asesinato y dos suicidios) o las alusiones a la situación política, económica  y a la violencia que padeció Lima en esa época.

 

Celia y Renato son, como buena parte de los personajes de Cueto, dos solitarios que una sola vez  en su vida se atrevieron a seguir sus impulsos naturales y rompieron con “el miedo y las costumbres”. Las consecuencias de estos actos (propiciados por el Demonio del mediodía, “la melancolía de la mitad de la vida”), los acompañarán por muchos años. Los mejores pasajes de este libro son precisamente aquellos en los que el autor llega a mostrarnos, con conocimiento y precisión, las diversas reflexiones y emociones (culpa, arrepentimiento, nostalgia) de sus personajes.

 

A partir del trío de protagonistas, se va desarrollando una amplia galería de personajes secundarios que abarcan casi todos los estratos de la sociedad limeña. Y es ahí donde comienzan los problemas del libro, pues Cueto no llega a mostrar la misma penetración y empatía con los personajes provenientes de las clases bajas que con los de clase alta. A pesar de las numerosas alusiones a una cierta cultura “popular” (canciones de moda, programas de televisión, jerga urbana) personajes como el negro Filomeno o el mismo Renato no llegan a alcanzar una verdadera dimensión humana y sus acciones y diálogos (llenos de repeticiones y lugares comunes) resultan poco verosímiles.

 

Este desencuentro entre el autor y algunos de sus personajes se debe en gran parte a las diferencias sociales y también a una cierta inadecuación literaria, pues las técnicas jamesianas, que tan acertadamente emplea Cueto en Celia y Ricardo, no parecen las más apropiadas para interiorizar en los “inmigrantes andinos... o los hijos de africanos y asiáticos” que han cambiado definitivamente a la ciudad en los últimos tiempos: “Lima ya no es más una ciudad española. Lo es todo, todo el Perú y toda la tierra, encerrada en un desierto... una ciudad miserable y magnífica a su mezquino modo” (p. 449).

 

 Si bien el retrato de la sociedad limeña de los últimos diez años (uno de los propósitos del libro) no está del todo logrado, Cueto vuelve a mostrarnos en esta ambiciosa novela una gran versatilidad narrativa que le permite cambiar constantemente los puntos de vista, los registros de lenguaje, saltar de la profundización en los personajes al diálogo ameno y fluido. Demonio del mediodía es, sin lugar a dudas una buena novela, que confirma a su autor como uno de los más importantes narradores peruanos de hoy.

 

 

 

El otro amor de Diana Abril

 

Narrador perseverante y productivo, Alonso Cueto (Lima, 1954) se inició literariamente hace casi 20 años, con un par de libros -La batalla del pasado (1983) y El tigre blanco (1985)- que lo presentaban como un escritor jamesiano, más interesado en los conflictos psicológicos y morales de sus protagonistas que en cualquier tipo de retrato social. De la docencia universitaria -tiene un doctorado por la U. de Texas- pasó al periodismo en el decenio del 90, lo que motivó un vuelco radical en su narrativa, manifestado en libros como Amores de invierno (1994) y Cinco para las nueve y otros relatos (1996), dirigidos a un público acostumbrado a la cultura de los medios masivos. En la búsqueda de un equilibrio entre estas dos tendencias, Cueto acaba de publicar El otro amor de Diana Abril, libro que reúne sus tres más recientes novelas breves.

 

De carácter abiertamente melodramático, las historias de este libro están centradas en personajes solitarios, víctimas de amores no correspondidos y con serios problemas para comunicarse con su entorno. Ese es el caso de Dalia, la protagonista de "Dalia y los perros", secretamente enamorada de un escritor bohemio y mujeriego, al que secuestra y mantiene cautivo en una casa vigilada por un esperpéntico grupo de perros. El escritor reacciona con violencia al principio, pero poco a poco se va acostumbrando a la convivencia con esa mujer siempre afable y cariñosa. Al final, después de que Dalia y sus perros desaparecen súbitamente, él comienza a buscarla y a visitar constantemente la casa en la que estuvo secuestrado.

 

Las alusiones al episodio de Circe y Ulises, contado por Homero en La Odisea, son parte de la estrategia del autor para elevar el nivel literario de una historia que, tanto por su argumento como por la forma en que es narrada, resulta casi una parodia de las presentadas en los melodramas mass-mediáticos por excelencia: las telenovelas. Algo similar parece suceder en "Lágrimas artificiales", expresivo título de otra de estas historias. Aquí el protagonista, que ha quedado solo por la muerte de su esposa, comienza a revalorarla y a extrañarla. Los inevitables lugares comunes de la añoranza del pasado son compensados con la calidad de la prosa y la originalidad de ciertas descripciones y reflexiones: "Escribo. Los muertos se alzan. Su sangre blanca circula entre las sílabas. Respiran".

 

Pero la más ambiciosa de estas novelas es la que da título al libro y que presenta una ficción dentro de otra ficción. La protagonista es Verónica, redactora de una revista de espectáculos, también con un amor no correspondido, quien en sus ratos de ocio escribe la historia de Diana Abril, "una historia simple: una chica que recién casada recibe la llamada de su madre que le dice que a lo mejor su marido es un loco". El que ambas historias sean narradas por un personaje como Verónica, la típica protagonista de novela rosa, le da a Cueto licencia para apropiarse de las técnicas y la retórica propias de este subgénero: "El avión con la elegancia de un cisne tocado por la gracia, las nubes sosteniendo el viento inmóvil, el susurro en el corazón de los motores".

 

Es difícil entender por qué un escritor como Cueto decide asumir subgéneros tan desprestigiados como la telenovela o la novela rosa, no para subvertirlos o deconstruirlos, sino para tratar de otorgarles dignidad estética y literaria. La respuesta acaso esté en la necesidad del autor por comunicarse lo más directamente posible con sus lectores; una necesidad que ya lo ha llevado a aproximarse al teatro, a través de la obra Encuentro casual (2002), y a publicar algunas de sus narraciones como novelas por entregas. El otro amor de Diana Abril es un libro que se lee con facilidad, pero en el que las recurrentes y a veces excesivas concesiones al público masivo nos hacen añorar, más que nunca, al Cueto de sus primeras novelas y libros de cuentos

 

 

Grandes miradas

 

Asumiendo el reto de hacer narrativa a partir de situaciones y personajes de nuestra historia política reciente, el escritor Alonso Cueto (Lima, 1954) acaba de publicar la novela Grandes miradas (Peisa, 2003), un retrato de la corrupción montesinista y sus consecuencias en las vidas de un grupo de personajes del más diverso origen social.

 

Guido Pazos es un juez honesto cruelmente asesinado por oponerse a los mandatos de la corrupción. Para vengar ese crimen, Gabriela Celaya –novia de Pazos y protagonista de la novela- se acerca a los círculos del poder político a través de una academia de secretariado que provee de mujeres jóvenes a Montesinos y sus colaboradores. En el largo viaje de un extremo moral a otro (desde Guido hasta el propio Montesinos), Gabriela se va degradando, llega incluso a matar, y en su recorrido conoce a una serie de personajes contradictorios: Ángela, redactora de un diario dedicado a insultar y calumniar a los políticos de oposición; Javier, periodista de un canal de televisión vendido a la corrupción; Artemio, un secretario del Poder Judicial que traicionó a Guido; entre otros.

 

Por la variedad de personajes, Grandes miradas se aproxima a novelas como El beso de la flama de Javier Arévalo o Los años inútiles de Jorge Benavides que pretendieron abordar temas de nuestra historia reciente a partir de amplios retratos sociales. Cueto supera estos antecedentes porque a la amplitud social le suma una mayor profundización, tanto en los pensamientos y emociones de los personajes como en la problemática moral (a través de reflexiones del narrador omnisciente) que tienen que enfrentar. Fruto de ese afán de ahondar en lo humano es que los personajes mejor logrados resulten ser los “reales” Alberto Fujimori, Matilde P. y especialmente Montesinos, cuyos discursos son reproducidos con precisión, tanto en su estructura envolvente como en su retórica fraterna y autoritaria a la vez.

 

Interesado en hacer una narrativa que  llegue a todo tipo de público, Cueto pone un énfasis especial en la cultura (canciones, costumbres, marcas de productos) y en el habla popular de los limeños, que reproduce demasiado simplista y mecánicamente. Pero en esta oportunidad el acercamiento a lo popular no se constituye en el motivo central del libro -como sucedió en Demonio del mediodía (1999) o El otro amor de Diana Abril (2002)- sino que se mantiene como un elemento subordinado a la problemática ya mencionada. Lo mismo sucede con las descripciones, en las que el autor siempre ha puesto una fuerte carga de subjetividad y creatividad literaria, que esta vez están mejor integradas a la narración, graficando acertadamente la intensidad dramática del descenso de Gabriela al infierno montesinesco.

 

A esas virtudes hay que sumar el buen manejo de la trama que, manteniendo la linealidad, cambia constantemente de ambientes y personajes. No deja de haber detalles que hacen que esta eficiente máquina narrativa chirríe un poco: personajes con excesivas “funciones” dentro del relato (Ángela, Delia), ciertos problemas con el lenguaje (“Tres mozos de saco negro pululan entre las sillas” p. 14); en el otro extremo, lo demasiado explícito de algunas reflexiones o el presentar como atributos esenciales de la personalidad de Guido su profunda religiosidad (llegó a ser seminarista) y pasión por la música clásica. Como si la moralidad de una persona dependiera principalmente de su fe religiosa y formación cultural. Ya la historia ha proporcionado bastantes refutaciones a ese tipo de propuestas.

 

Autor prolífico y persistente, con una decena de títulos publicados, Alonso Cueto ha logrado conjugar en esta novela algunos de los elementos jamesianos de sus primeros libros –La batalla del  pasado (1983) y El tigre blanco (1985)- con otros representativos de la vocación “popular” de lo más reciente de su narrativa. Grandes miradas es un libro de madurez y sin lugar a dudas lo mejor de la obra de Cueto de los últimos años.

 

 

La hora azul 

Alonso Cueto (Lima, 1954) ha definido su novela La hora azul como "un cuento de hadas al revés", pues en ella el protagonista, Adrián Ormache, es un exitoso abogado limeño, con una vida bastante superficial y frívola, que repentinamente tiene que enfrentar las consecuencias de las atrocidades cometidas por su padre, militar responsable de un cuartel en Ayacucho a mediados de los años 80. Ese oscuro pasado se personifica en Miriam, adolescente que sin ningún motivo fue hecha prisionera y violada por el comandante Ormache. La búsqueda, el encuentro y posterior enamoramiento entre Adrián y Miriam son el eje de una historia llena de intrigas, secretos y giros inesperados.

El dinamismo de una trama con muchos elementos del relato policial se conjuga con la variedad y diversidad de personajes (limeños y provincianos) y el valor testimonial de la historia, basada en un caso real. Con ese material Cueto pudo haber hecho una novela interesante y que además se constituyera tanto en un amplio retrato de la sociedad peruana como en una valiosa reflexión sobre la violencia política y su consecuencia en nuestra vida cotidiana. Y aunque el Premio Herralde concedido a La hora azul en España parece indicar que todas esas cosas se lograron, como lectores peruanos no podemos dejar de sentirnos un tanto decepcionados.

El principal problema de la novela es el exceso de descripciones, la tentación "costumbrista" siempre presente en la narrativa peruana. Cueto, en su afán por remarcar las diferencias de clase entre los personajes, nos los describe detalladamente tanto en su aspecto físico, sus gustos y modales, y también los espacios en los que se desenvuelven. Así, la terrible brecha social queda reducida a oposiciones intrascendentes como whisky-cerveza, servilletas-palillos de dientes, pisos alfombrados o de cemento. Por si eso fuera poco, los extensos diálogos apelan constantemente a todo tipo de muletillas y lugares comunes: "El pata ese Chacho está que almuerza con la señora... en mi delantito se lo dio".

En ese desborde costumbrista, los testimonios sobre los aspectos más terribles de la violencia van quedando postergados. El relato de las torturas realizadas en el cuartel ayacuchano ocupa menos de una página; y la relación entre Miriam y el comandante Ormache nunca es descrita, ni siquiera se nos dice cuánto duró (¿días?, ¿meses?). Los importantes temas planteados tampoco alcanzan el desarrollo esperado, principalmente porque el autor da prioridad a lo emotivo sobre lo reflexivo. La reiterada oposición entre la riqueza y frivolidad del mundo de Adrián (urbano, cosmopolita) y la pobreza y marginación del de Miriam (provinciano, andino) no conduce a ninguna parte; y más que el sentimiento de culpa, el móvil del protagonista parece ser simplemente el temor al escándalo. Además, a partir del encuentro de Adrián y Miriam, el relato se convierte en un melodrama poco verosímil -resuelto además con premura- en la línea de las historias que el escritor nos entregó en el libro
 El otro amor de Diana Abril (2002).

No obstante estos reparos, hay que reconocer que Cueto es uno de los autores que con más constancia y rigor está tratando de acercarse al difícil tema de la violencia política de las décadas pasadas. Mientras algunos escritores limeños comienzan recién ahora a abordarlo -con la superficialidad y el efectismo propios de toda moda literaria-, Cueto viene trabajándolo desde Pálido cielo (1998). Ya en Grandes miradas (2003) logró resultados interesantes a partir de la documentación e investigación sobre historias reales aunque poco conocidas. La hora azul ratifica los logros de esa novela, a la vez que ha significado la llegada del merecido reconocimiento internacional para su autor.

 

 

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