T E C N E Literatura del Renacimiento: Siglo XVI
Christopher Marlowe:
Eduardo Segundo:
Personajes
Rey Eduardo Segundo.
Pr�ncipe Eduardo, su hijo, despu�s rey Eduardo Tercero.
Conde de Kent, hermano del rey Eduardo Segundo.
Gaveston, el favorito del rey.
Warwick.
Lancaster.
Pembroke.
Arundel.
Leicester.
Berkeley.
Mortimer.
Mortimer menor, su sobrino.
Spencer.
Spencer hijo.
Arzobispo de Canterbury.
Obispo de Coventry.
Obispo de Winchester.
Baldock.
Beaumont.
Trussel.
Gurney.
Matrevis.
Lightborn.
Sir Juan de Hainault.
Levune.
Rice Ap Howel.
Abad, monjes, heraldos, se�ores, pobres, Jaime, Mower, Campe�n, mensajeros, soldados y criados.
Reina Isabel, esposa de Eduardo Segundo.
Sobrina del rey Eduardo Segundo, hija del duque de Gloucester.
Damas.

ACTO PRIMERO

Escena Primera: Una calle de Londres. Entra Gaveston leyendo una carta que ha recibido del rey.



Gaveston. - "Mi padre ha fallecido. Ven ac� Gaveston, a compartir el reino con tu amado amigo" �Oh, palabras que me sacian de deleite! �Qu� mayor felicidad puede caber a Gaveston que ser el favorito de un rey? Dulce pr�ncipe, voy; que tus amorosos renglones habr�an podido hacerme venir a nado de Francia y, como Leandro, expirar en la arena con tal de verte sonre�r y tomarme en tus brazos. Para mis ojos de exilado la vista de Londres es como el el�seo a un alma a �l reci�n llegada. No porque ame a esta ciudad ni a sus hombres, sino porque alberga al que me es tan caro, esto es, al rey, sobre cuyo pecho morir�a contento aunque tuviese por enemigo al resto del mundo. �Necesitan las gentes del �rtico amar las estrellas cuando el sol brilla sobre ellos d�a y noche? Adios, vil humillarse ante los orgullosos pares; que mi rodilla s�lo se doblara ante el rey. en cuanto a la multitud, �qu� son sino chispas arrancadas de los maderos quemantes de su pobreza? Antes tratar�a de halagar al viento que roza mis labios y huye ... Pero �qui�nes son �sos?

Entran tres pobres hombres.

Pobres. - Los que necesita el servicio de Vuestra Se�or�a.

Gaveston. - �Qu� sabe�s hacer?

Pobre 1. - Yo s� cuidar caballos.

Gaveston. - Pero no tengo caballos. �Y t�?

Pobre 2. - Yo soy un viajero.

Gaveston. - Veamos ... T� podr�as ayudar a mi trinchador y contarme mentiras a la hora de yantar [comer]. Me gusta tu discurso y te tomar�. �T�, qu� eres?

Pobre 3. - Un soldado que ha luchado contra los escoceses.

Gaveston. - Hospitales hay para los que est�n en tu caso. Yo no hago guerra alguna; por lo tanto, marchaos.

Pobre 3. - Adios, y as� perezca a manos de un soldado quien como recompensa quiere para ellos el hospital.

Gaveston. - (Aparte) Tanto me inmutan tus palabras como si un ganso, fingi�ndose puercoesp�n, quisiera con sus plumas perforar mi pecho. Sin embargo, no cuesta trabajo hablar con afabilidada a las gentes. As�, lisonjear� a �stos y les har� vivir de esperanzas. (A ellos) Ya sabre�s que acabo de llegar de Francia y a�n no he hablado a mi se�or el rey. Si me aviene bien, os emplear� a todos.

Todos. - Lo agradecemos a Vuestra Se�or�a.

Gaveston. - Ahora tengo que hacer; dejadme.

Todos. - Os esperaremos cerca de la corte.

Salen.

Gaveston. - �stos no son hombres para m�. Yo necesito poetas exquisitos, ingenios, placenteros, m�sicos que con el tocar de una cuerda convenzan al d�cil rey de que haga lo que se me antoje, porque la poes�a y la m�sica son su deleite. Preparar� por la noche mascaradas italianas, amenos discursos, comedias y agradables exhibiciones. Por el d�a, cuando salgamos, mis pajes ir�n vestidos de selv�ticas ninfas, y mis hombres, como s�tiros disfrazados en las praderas, danzar�n con sus pies de cabra un paso r�stico y antiguo. A veces un gentil mancebo, con la apariencia de Diana, con un cabello que dore el agua cuando sobre ella se deslice, con brazaletes de perlas en torno a sus brazos desnudos y en sus manos juguetonas una rama de olivo para esconder esas partes que los hombres se complacen en ver, se ba�ara en una fuente, y all� cerca, uno, en guisa de Acte�n, atisbar� entre el follaje y por la enojada diosa metamorfoseado como liebre correr� perseguido por aullantes sabuesos que le derribar�n en tierra, donde fingir� morir. Cosas como �stas son las que m�s placen a Su Majestad. (Se detiene) �Dios m�o! Aqu� vienen del Parlamento el rey y los nobles. Me apartar�.

(Se retira. Entran el Rey Eduardo, Lancaster, Mortimer, Mortimer menor, Edmundo, conde de Kent, Guy, conde de Warwick, etc.)

Eduardo. - �Lancaster!

Lancaster. - �Se�or?

Gaveston. - (Aparte) Aborrezco al conde de Lancaster.

Eduardo. - (Aparte a Lancaster.) �No me conceder�s esto? A pesar de ellos cumplir� mi voluntad, aunque conozco que esos dos Mortimer, que tanto me enojan, se sentir�n disgustados.

Mortimer. -Si nos ama�s, se�or, odiad a Gaveston.

Gaveston. - (Aparte.) �Villano Mortimer! Yo ser� tu muerte.

Mortimer menor. - A mi t�o, a este conde y a m� nos hizo jurar, al morir, vuestro padre que nunca permitir�amos a Gaveston volver a este reino. Y si hubiese yo, se�or, de quebrantar mi juramento, esa espada m�a, harto capaz de ofender a tus enemigos, dormir�a en la va�na en tu necesidad y bajo tus banderas marchar�a quien quisiere, porque Mortimer colgar�a su armadura.

Gaveston. - (Aparte.)Mort Dieu!

Eduardo. - Mortimer, yo har� que te arrepientas de tus palabras. �Par�cete razonable contradecir a tu rey? �Tambi�n te tornas t� adusto, ambicioso Lancaster? La espada alisar� las arrugas de tu frente y ablandar� esas rodillas que tan r�gidas se han tornado. Gaveston vendr� aqu� y entonces sabr�is vosotros el peligro que hay en oponerse a vuestro rey.

Gaveston. - (Aparte.) �Bien, Eduardito!

Lancaster. - Se�or, �por qu� enoja�s as� a vuestros pares, que por naturaleza deben amaros y honraros, a trueque de complacer a ese bajo y obscuro Gaveston? Cuatro condados tengo, adem�s de Lancaster, y son Derby, Salisbury, Lincoln y Leicester. Todos los vender� para pagar soldados antes de que Gaveston entre en este reino: Por lo tanto, si viene, expulsadle sin m�s.

Kent. - Barones y condes, vuestro orgullo me deja mudo, pero ahora hablar�, espero que con efecto. Recuerdo que en los d�as de mi padre, el norte�o Lord Percy estando muy enojado desafi� a Mowbray en presencia del rey, por lo cual, de no haberle amado Su alteza mucho, habr�a perdido �l la cabeza. Pero el aspecto de mi padre apacigu� el indomable esp�ritu de Percy y �ste se reconcilio con Mowbray. M�s vosotros os�is desafiar al rey en su propia cara. V�ngate, hermano, y haz que sus cabezas, plantadas en postes, castiguen sus lenguas.

Warwick. - �Nuestas cabezas!

Eduardo. - S�, las vuestras; y por tanto, deseo que acced�is . . .

Warwick. - Frena tus �mpetus, gentil Mortimer.

Mortimer menor. - Ni puedo, ni lo har�. Yo espero, primo, que nuestras manos defender�n nuestras cabezas y cortar�n la del que ose amenazarnos. V�monos, t�o, y dejemos a este rey demente y en adelante hablemos con las espadas desnudas.

Mortimer. - Hay en Wiltshire hombres bastantes para garantizar nuestras cabezas.

Warwick. - Todo Warwickshire se nos unir� por m�.

Lancaster. - Y en el norte tiene Lancaster muchos amigos. Adios, se�or, y cambiad de opini�n, o ver�is el trono donde hab�is de sentaros flotar en sangre y a tu caprichoso rostro arrojada la sangrienta cabeza de tu vil favorito.

(Salen los nobles, excepto el conde de Kent.)

Eduardo. - Esas altivas amenazas son insoportables. Soy rey �y he de ser dominado? Hermano, despliega en el campo mi ense�a y me medir� con los barones y condes. O morir� o vivir� con Gaveston.

Gaveston. - (Adelant�ndose.) No puedo seguir apartado de mi se�or.

Eduardo. - Gaveston, bienvenido. No me beses la mano, sino abr�zame como yo a ti. �Por qu� te arrodillas? �No sabes qui�n soy? Tu amigo, t� mismo, un segundo Gaveston. No fue Hylas m�s llorado de H�rcules que t� de m� desde que fuiste al destierro.

Gaveston. - Y desde que part� ning�n �nima del infierno ha sufrido m�s tormentos que el pobre Gaveston.

Eduardo. -Ya lo s�. (A Kent.) Hermano, acoge a mi amigo y no dejes conspirar a los traidores Mortimer ni a ese altanero conde de Lancaster. He cumplido mi deseo de regocijarme, Gavestoncon tu presencia y antes tragar� mi tierra el mar que sostendr� el barco que haya de alejarte de aqu�. Ahora mismo te hago Lord Gran Chamberl�n, Primer Secretario de Estado y m�o, conde de Cornualles y rey y se�or de Man.

Gaveston. -Se�or, esos t�tulos exceden con mucho mi m�rito.

Kent. - Hermano, el menor de ellos puede bastar para hombre de mayor nacimiento que Gaveston.

Eduardo. -Basta, hermano; que no puedo tolerar esas palabras. Tu m�rito, tierno amigo, supera con mucho mis dones. Por tanto, para igualarlo, recibe mi coraz�n. Si por esas dignidades eres envidiado, a�n te dar� m�s, porque Eduardo, para honrarte, te concede su favor real. �Temes por tu persona? T� tendr�s una guardia. �Necesitas oro? Vete a mi tesorer�a. �Deseas ser amado y temido? Recibe mi sello. Perdona y condena y en nuestro nombre manda lo que tu mente juzgue o plazca a tu capricho.

Gaveston. - Me bastar� poseer vuestro amor, porque, teni�ndolo, me creer� tan grande como C�sar entrando en las calles romanas con cautivos reyes ante su carro triunfante.

(Aparece el obispo de Coventry.)

Eduardo. - �Ad�nde va tan de prisa mi se�or de Coventry?

Obispo. -A celebrar las exequias de vuestro padre. �Ah! �Pero ha vuelto este malvado Gaveston?

Eduardo. - S�, cura, y vive para vengarse de ti, que fuiste causa principal de su destierro.

Gaveston. - Verdad es, y a no mediar la reverencia de esas vestiduras no mover�as un pie m�s all� de donde estamos.

Obispo. - No hice m�s que lo que deb�a, y procura, Gaveston, volverte pronto a Francia, si no quieres que yo excite contra t� al Parlamento.

Gaveston. - (Asiendo al obispo.) Con perd�n de vuestra reverencia . . .

Eduardo. - Qu�tale la mitra dorada, arr�ncale la aestola y r�mpele el bautismo.

Kent. - Hermano, no se ponga sobre �l mano violenta, que se quejar�a a la sede de Roma.

Gaveston. - �Como si se quejara a la sede del infierno! Yo me vengar� de mi exilio.

Eduardo. - No, d�jale la vida, pero apod�rate de sus bienes. T� ser�s Lord Obispo y recibir�s sus rentas y har�s que �l te sirva de capell�n. Yo te lo doy; �sale como quieras.

Gaveston. - Ir� a prisi�n y morir� aherrojado.

Eduardo. - S�, a la Torre, a galeras o donde te parezca.

Obispo. - Por tal ofensa, maldito seas de Dios.

Eduardo. - (Volvi�ndose a los ministriles.) �Qui�n hay ah�? Conducid este sacerdote a la Torre.

(Le llevan.)

Obispo. - Sea as� como lo digo.

Eduardo. - S�, pero entre tanto vete, Gaveston, a tomar posesi�n de su casa y sus bienes. Ven conmigo, que te acompa�ar� mi guardia para que salvo vayas y retornes.

Gaveston. - �Para qu� quiere un cura tan bella residencia? Una prisi�n convendr� mejor a su santidad.

(Salen todos.)

*

ESCENA II

Proximidades del Palacio Real. Entran por un lado los Mortimer y por otro, Warwick y Lancaster.

Warwick. - Cierto es que el obispo est� en la Torre y su cuerpo y bienes han sido dados a Gaveston.

Lancaster. - �As� tiranizar�n a la Iglesia? �Ah, malvado rey y maldito Gaveston! Este suelo, corrompido por sus pisadas, ser� su prematura sepultura o la m�a.

Mortimer menor Aunque ese est�pido guardia franc�s se proteja mucho, �l morir� si no tiene el pecho a prueba de espada.

Mortimer. - �Por qu� se acongoja el conde de Lancaster?

Mortimer menor. - �Por qu� est� Guy de Warwick descontento?

Lancaster. - Ese villano Gaveston ha sido hecho conde.

Mortimer. - �Conde!

Warwick. - S� y Lord Chambel�n del Reino. Y Secretario de Estado tambi�n, y Se�or de Man.

Mortimer. -No podemos ni debemos sufrir eso.

Mortimer menor. - �Por qu� no nos vamos a levantar tropas?

Lancaster. - No se habla de otra cosa que del se�or de Cornualles y es faliz el hombre a quien �l recompensa un saludo con una mirada. El rey y �l andan siempre del brazo, una guardia asiste a su se�or�a y toda la corte comienza a aadularle.

Warwick. - Y �l, apoyado en el hombro del rey, saluda o escarnece o sonr�e a los que pasan.

Mortimer. -�No hay quien sea excepci�n de esa esclavitud?

Lancaster. -Todos est�n hartos de �l, pero nadie osa decir palabra.

Mortimer menor. - Eso revela su bajeza, Lancaster. Si todos los condes y barones fueran de mi opini�n, le arrancar�amos del seno del rey y en la puerta de la corte colgar�amos a ese pat�n advenedizo que, henchido del veneno de su ambiciosa soberbia, ser� la ruina nuestra y la del reino.

(Entran el obispo de Canterbury y un sirviente.)

Warwick. - Ah� viene Su Gracia el se�or obispo de Canterbury.

Lancaster. - En su talante expresa desagrado.

Canterbury. - Primero fueron sus sagrados ornamentos desgarrados y rotos, luego pusi�ronle encima manos violentas y despu�s le aprisionan y confiscaron sus bienes. El Papa lo sabr�. Toma; lleva el caballo.

(Sale el sirviente.)

Lancaster. - Se�or, �har�is armas contra el rey?

Canterbury. - �Qu� necesidad tengo de ello? Dios mismo se pone en armas cuando se hace violencia a la iglesia.

Mortimer menor. - �Os unir�is a nosotros, los pares, para desterrar o decapitar a Gaveston?

Canterbury. - �C�mo no, se�ores? El caso me ata�e de cerca, porque el obispado de Coventry es suyo.

(Entra la reina.)

Mortimer menor. - �Ad�nde, se�ora, va Vuestra Majestad? tan de prisa?

Reina. - Al bosque me voy, gentil Mortimer, para viviren congoja y doliente descontento, porque el rey ya no me hace caso alguno y s�lo piensa en el amor de Gaveston. Le acaricia las mejillas, se cuelga a su cuello, le sonr�e en la cara y le cuchichea en los o�dos, y cuando me acerco frunce el ce�o como si dijera 'A qu� vienes t� cuando estoy con Gaveston?'

Mortimer. - �No es extra�o que as� le hayan hechizado?

Mortimer menor. - Volved, se�ora, otra vez a la corte, que nosotros desterraremos a ese franc�s o perderemos la vida; y aun puede ser que el rey pierda su corona, pues tenemos poder y valor bastante para vengarnos del todo.

Canterbury. -No alc�is las espadas contra el rey.

Lancaster. - No, pero hecharemos de aqu� a Gaveston.

Warwick. -Y el medio ha de ser la guerra, porque, si no, no se mover�.

Reina. -Entonces estaos quedos, porque antes de que mi se�or se vea afligido por sediciones civiles, prefiero llevar una vida melanc�lica y verle retozar con su favorito.

Canterbury. -Dejadme hablar, se�ores, para facilitar las cosas. Nosotros y los dem�s consejeros reales nos reuniremos y, de com�n asenso, confirmaremos el destierro de ese hombre con nuestros sellos y firmas.

Lancaster. -El rey frustar� lo que nosotros confirmemos.

Mortimer menor. -Entonces podemos legalmente sublevarnos.

Warwick. -�Y d�nde ser� la reuni�n, se�or?

Canterbury. -En el Templo Nuevo.

Mortimer menor. -Concorde.

Canterbury. -Entre tanto os invito a ir a Lambeth y permanecer conmigo.

Lancaster. -Vamos, pues.

Mortimer menor. -Adi�s, se�ora.

Reina. -Adi�s, amable Mortimer, y por mi amor os ruego que no hag�is armas contra el rey.

Mortimer menor. -No, si las palabras bastan. Si no, ser� preciso.

(Salen todos.)

*

ESCENA III

Una calle de Londres. Entran Gaveston y el conde de Kent.

Edmundo. -Edmundo, el poderoso pr�ncipe de Lancaster, que tiene m�s condados que puede llevar a cuestas un jumento, y los dos Mortimer, que son hombres de pro, con Guy de Warwick, temido caballero, han ido hacia Lamberth. Dej�mosles que permanezcan all�.

(Salen.)

*

ESCENA IV

El Templo Nuevo. Entran varios nobles. Lancaster, Warwick, Pembroke, Mortimer, Mortimer menor, Obispo de Canterbury y sirvientes.

Lancaster. -Este es el documento del destierro de Gaveston. S�rvase Vuestra Se�or�a inscribir vuestro nombre.

Canterbury. -Dadme el papel.

(Lo firma. Firman todos.)

Lancaster. -De prisa, se�ores; que me urge escribir mi nombre.

Warwick. -M�s me urge a m� ver desterrado a �se.

Mortimer menor. -El nombre de Mortimer amedrentar� al rey, que tendr� que deshacerse de ese r�stico vil.

(Entran el Rey, Gaveston y Kent.)

Eduardo.- �C�mo? �Habe�s acordado que Gaveston se siente aqu�? Como es tambi�n nuestro placer, as� sea.

Lancaster. - Vuestra Gracia har� bien en sentarle a vuestro lado, porque en ning�n sitio estar� el nuevo conde tan seguro.

(Los Mortimer, Pembroke y Warwick se apartan y hablan entre s�.)

Mortimer. - �Qu� hombre de noble cuna puede soportar este espect�culo? 'Quam male conveniunt'!' Ved qu� aire tan despectivo asumen los patanes.

Pembroke. - �Pueden los reales leones adular a rastreras hormigas?

Warwick. - �Vasallo innoble, que aspira, como Faet�n, a guiar el carro solar!

Mortimer menor. - Su ca�da est� pr�xima y sus fuerzas flojean. No consentiremos que se nos sobrepongan as�.

Eduardo. - �Prended al traidor Mortimer!

Mortimer. - �Prended al traidor Gaveston!

(Aferran al �ltimo.)

Kent. - �As� cumpl�s vustros deberes con el rey?

Warwick. - Nosotros conocemos nuestros deberes. Que el rey conozca a sus pares.

Eduardo. - �Os obstin�is en sujetarlo? Cesad o morir�is.

Mortimer. - Como no somos traidores, no amenazamos.

Gaveston. - No, no amenazan, se�or, pero obran. Si yo fuera el rey ...

Mortimer menor. - �Qu� hablas t�, villano, de ser rey? �Acaso eres caballero de nacimiento?

Eduardo. - Aunque fuera un labriego, pues es mi favorito, yo har� a los m�s orgullosos de vosotros prosternaros ante �l.

Lancaster. - No pod�is, se�or, humillarnos as�. �Fuera, he dicho, con el aborrecible Gaveston!

Mortimer. - Y con el conde de Kent, que le favorece.

(Los ministriles se llevan a Kent y a Gaveston.)

Eduardo. - Ea, poned manos violentas sobre vuestro rey. Anda, Mortimer, si�ntate en el trono de Eduardo, y vosotros, Warwick y Lancaster, ce�id mi corona. �Ha sido nunca un rey atropellado as�?

Lancaster. - Aprended a gobernar mejor a nosotros y al reino.

Mortimer menor. - Lo que hemos hecho, nuestro dolorido coraz�n lo mantendr�.

Warwick. - �Pens�is que toleraremos a ese orgulloso encumbrado?

Eduardo. - La ira y el despecho ahogan mis palabras.

Canterbury. - �Por qu� os conmov�is? Sed paciente, se�or, y ved lo que vuestros consejeros hemos hecho.

Mortimer menor. - Se�ores, obremos con resoluci�n e impongamos nuestra voluntad o perdamos la vida.

Eduardo. - �Conque eso quer�is, osados y soberbios pares? Pues antes de que mi amado Gaveston se separe de m�, esta isla flotar� sobre el Oce�no hasta llegar al infrecuentado �ndico.

Canterbury. - �Sab�is que soy legado del Papa? Por vuestro vasallaje a la sede de Roma firmad nuestro decreto sobre ese exilio.

Mortimer menor. - Excomulgadle, si reh�sa, y entonces le depondremos y eligiremos otro rey.

Eduardo. - Ya veo que eso busc�is, pero no ceder�. Excomulgadme, deponedme, haced lo que os plazca.

Lancaster. - No vacil�is, se�or, y obrad sin rodeos.

Canterbury. - Recordad c�mo el obispo fue atropellado. O desterr�is al culpable o yo descargar� incontinenti a estos se�ores del deber y vasallaje que tienen con vos.

Eduardo. - (Aparte.) No me conviene amenazar, sino hablar afablemente. (A todos.) El legado del Papa ser� obedecido. Se�or, vos ser�is Canciller del reino. T�, Lancaster, Gran Almirante de nuestra flota. El joven Mortimer y su t�o ser�n condes, y vos, Lord Warwick, Presidente del Norte, y t� de Gales. Si esto no os contenta, dividid en varios reinos esta monarqu�a y repart�oslos por igual entre todos vosotros, siempre que me dej�is alg�n rinc�n donde pueda entretenerme con mi querid�simo Gaveston.

Canterbury. - Nada nos alterar�. Estamos resueltos.

Lancaster. - (Present�ndole el papel.) Vamos, firmad.

Mortimer menor. - �Por qu� am�is a quien el mundo odia?

Eduardo. - Porque �l me ama a m� m�s que todo el mundo. Nadie, sino hombres de ruda y salvaje mente, pueden procurar la ruina de mi Gaveston. Vosotros, que sois nobles de nacimiento, deb�ais compadecerle.

Warwick. - Vos, que sois pr�ncipe de nacimiento, deb�is expulsarle. Firmad, que es verg�enza otra cosa, haced partir al truh�n.

Mortimer. - Apremiadle, se�or obispo.

Canterbury. - �Accede�s a desterrarle del reino?

Eduardo. - Accedo, puesto que no tengo m�s remedio; mas en vez de con tinta escribir� con l�grimas.

(Firma el documento.)

Mortimer. - El rey est� enfermo de amor por su favorito.

Eduardo. - Ya est� hecho. �Despr�ndete, mano maldita!

Lancaster. - Dadme eso, que lo har� publicar por las calles.

Mortimer menor. - Yo atender� a que a �se se le expulse.

Canterbury. - Mi coraz�n est� tranquilo ya.

Warwick. - Y el m�o.

Pembroke. - Buenas noticias ser�n estas para la gente com�n.

Mortimer. - S�anlo o no, no nos entretengamos m�s.

(Salen los nobles.)

Eduardo. - �Cu�nto se apresuraron para desterrar al que amo! Para hacerme alg�n bien no se habr�an movido. �Y ha de estar el rey sujeto a un sacerdote? Soberbia Roma, que incubas esos imperiales esclavos; por eso y por tus supersticiosos ciriales har� arder tus anticristianas iglesias, prender� fuego a tus locos edificios y forzar� a las torres papales a besar el bajo suelo. Con sacerdotes muertos har� henchir el cauce del T�ber y crecer sus orillas con sus sepulcros. Y en cuanto a los pares que as� respaldan a la clericalla, si soy rey, ninguno sobrevivir�.

(Entra Gaveston.)

Gaveston. - Se�or, oigo murmurar por todas partes que me han desterrado y he de dejar el pa�s.

Eduardo. - Es verdad, dulce Gaveston. �Ay, si fuera falso! El legado del Papa se ha obstinado y, si t� no te vas, yo ser� depuesto. Pero yo reinar� para vengarme de ellos y as�, dulce amigo, toma esto con paciencia. Vivas donde vivieres, yo te enviar� oro bastante y no estar�s lejos mucho; m�s si lo estuvieres, ir� a verte yo, porque mi amor nunca declinar�.

Gaveston. - �Todas mis esperanzas se truecan en este infierno de angustias?

Eduardo. - No desgarres mi coraz�n con tus hirientes palabras. Si t� est�s exiliado de esta tierra yo lo estoy de mi mismo.

Gaveston. - No disgusta a Gaveston el partir de aqu�, sino abandonaros a vos, en cuyo gracioso talante la felicidad de Gaveston consiste y fuera de lo cual no encuentra dicha.

Eduardo. - Lo que acongoja mi alma es que, quiera yo o no, has de partir. Ser�s gobernador de Irlanda en mi nombre hasta que la fortuna vuelva a llamarte. Toma mi retrato y d�jame el tuyo. (Cambian retratos.) �Si pudiera conservarte como esto conservo, ser�a tan fel�z como ahora desdichado!

Gaveston. - Algo es verse compadecido de un rey.

Eduardo. - No te vayas de aqu�; yo te esconder�, Gaveston.

Gaveston. - Me encontrar�an y me tratar�an peor.

Eduardo. - El hablar y cambiar mutuas palabras aumenta nuestra pena. Separ�monos con un mudo abrazo ... Mas, qu�date, Gaveston. No puedo dejarte partir.

Gaveston. - Cada mirada, se�or, me hace derramar una l�grima. Ya que debo marchar, no renoves mi disgusto.

Eduardo. - Corto es el tiempo que aqu� habr�s de permanecer. D�jame, pues, mirarte a mi sabor. Vamos, dulce amigo. Voy a acompa�arte.

Gaveston. - Los pares se enojar�n.

Eduardo. - Desafiar� su enojo. Vamos. �Si el volver fuera tan f�cil como partir!

(Entra la reina Isabel.)

. . . Por cuestiones de espacio, continuar� el fin del primer acto en. . .

Final del Acto I de Eduardo Segundo

La fuente del texto �ntegro es:
Christopher Marlowe: Tragedias.
Hermosa traducci�n debida a Juan G. de Luaces
Publicada primero por Plaza & Jan�s Editores y cedida para su publicaci�n a Editorial Origen, S.A. - Editorial OMGSA, S.A.
M�xico, D.F. a 31 de agosto de 1984. P�gs. 191 a 278.
 
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