T E C N E | Literatura del Renacimiento:
Siglo XVI Christopher Marlowe: |
|
||
| ||
ACTO PRIMERO Escena Primera: Una calle de Londres. Entra Gaveston leyendo una carta que ha recibido del rey. | ||
Gaveston. - "Mi padre ha fallecido. Ven ac� Gaveston, a compartir el reino con tu amado amigo" �Oh, palabras que me sacian de deleite! �Qu� mayor felicidad puede caber a Gaveston que ser el favorito de un rey? Dulce pr�ncipe, voy; que tus amorosos renglones habr�an podido hacerme venir a nado de Francia y, como Leandro, expirar en la arena con tal de verte sonre�r y tomarme en tus brazos. Para mis ojos de exilado la vista de Londres es como el el�seo a un alma a �l reci�n llegada. No porque ame a esta ciudad ni a sus hombres, sino porque alberga al que me es tan caro, esto es, al rey, sobre cuyo pecho morir�a contento aunque tuviese por enemigo al resto del mundo. �Necesitan las gentes del �rtico amar las estrellas cuando el sol brilla sobre ellos d�a y noche? Adios, vil humillarse ante los orgullosos pares; que mi rodilla s�lo se doblara ante el rey. en cuanto a la multitud, �qu� son sino chispas arrancadas de los maderos quemantes de su pobreza? Antes tratar�a de halagar al viento que roza mis labios y huye ... Pero �qui�nes son �sos? Entran tres pobres hombres. Pobres. - Los que necesita el servicio de Vuestra Se�or�a. Gaveston. - �Qu� sabe�s hacer? Pobre 1. - Yo s� cuidar caballos. Gaveston. - Pero no tengo caballos. �Y t�? Pobre 2. - Yo soy un viajero. Gaveston. - Veamos ... T� podr�as ayudar a mi trinchador y contarme mentiras a la hora de yantar [comer]. Me gusta tu discurso y te tomar�. �T�, qu� eres? Pobre 3. - Un soldado que ha luchado contra los escoceses. Gaveston. - Hospitales hay para los que est�n en tu caso. Yo no hago guerra alguna; por lo tanto, marchaos. Pobre 3. - Adios, y as� perezca a manos de un soldado quien como recompensa quiere para ellos el hospital. Gaveston. - (Aparte) Tanto me inmutan tus palabras como si un ganso, fingi�ndose puercoesp�n, quisiera con sus plumas perforar mi pecho. Sin embargo, no cuesta trabajo hablar con afabilidada a las gentes. As�, lisonjear� a �stos y les har� vivir de esperanzas. (A ellos) Ya sabre�s que acabo de llegar de Francia y a�n no he hablado a mi se�or el rey. Si me aviene bien, os emplear� a todos. Todos. - Lo agradecemos a Vuestra Se�or�a. Gaveston. - Ahora tengo que hacer; dejadme. Todos. - Os esperaremos cerca de la corte. Salen. Gaveston. - �stos no son hombres para m�. Yo necesito poetas exquisitos, ingenios, placenteros, m�sicos que con el tocar de una cuerda convenzan al d�cil rey de que haga lo que se me antoje, porque la poes�a y la m�sica son su deleite. Preparar� por la noche mascaradas italianas, amenos discursos, comedias y agradables exhibiciones. Por el d�a, cuando salgamos, mis pajes ir�n vestidos de selv�ticas ninfas, y mis hombres, como s�tiros disfrazados en las praderas, danzar�n con sus pies de cabra un paso r�stico y antiguo. A veces un gentil mancebo, con la apariencia de Diana, con un cabello que dore el agua cuando sobre ella se deslice, con brazaletes de perlas en torno a sus brazos desnudos y en sus manos juguetonas una rama de olivo para esconder esas partes que los hombres se complacen en ver, se ba�ara en una fuente, y all� cerca, uno, en guisa de Acte�n, atisbar� entre el follaje y por la enojada diosa metamorfoseado como liebre correr� perseguido por aullantes sabuesos que le derribar�n en tierra, donde fingir� morir. Cosas como �stas son las que m�s placen a Su Majestad. (Se detiene) �Dios m�o! Aqu� vienen del Parlamento el rey y los nobles. Me apartar�. (Se retira. Entran el Rey Eduardo, Lancaster, Mortimer, Mortimer menor, Edmundo, conde de Kent, Guy, conde de Warwick, etc.) Eduardo. - �Lancaster! Lancaster. - �Se�or? Gaveston. - (Aparte) Aborrezco al conde de Lancaster. Eduardo. - (Aparte a Lancaster.) �No me conceder�s esto? A pesar de ellos cumplir� mi voluntad, aunque conozco que esos dos Mortimer, que tanto me enojan, se sentir�n disgustados. Mortimer. -Si nos ama�s, se�or, odiad a Gaveston. Gaveston. - (Aparte.) �Villano Mortimer! Yo ser� tu muerte. Mortimer menor. - A mi t�o, a este conde y a m� nos hizo jurar, al morir, vuestro padre que nunca permitir�amos a Gaveston volver a este reino. Y si hubiese yo, se�or, de quebrantar mi juramento, esa espada m�a, harto capaz de ofender a tus enemigos, dormir�a en la va�na en tu necesidad y bajo tus banderas marchar�a quien quisiere, porque Mortimer colgar�a su armadura. Gaveston. - (Aparte.)Mort Dieu! Eduardo. - Mortimer, yo har� que te arrepientas de tus palabras. �Par�cete razonable contradecir a tu rey? �Tambi�n te tornas t� adusto, ambicioso Lancaster? La espada alisar� las arrugas de tu frente y ablandar� esas rodillas que tan r�gidas se han tornado. Gaveston vendr� aqu� y entonces sabr�is vosotros el peligro que hay en oponerse a vuestro rey. Gaveston. - (Aparte.) �Bien, Eduardito! Lancaster. - Se�or, �por qu� enoja�s as� a vuestros pares, que por naturaleza deben amaros y honraros, a trueque de complacer a ese bajo y obscuro Gaveston? Cuatro condados tengo, adem�s de Lancaster, y son Derby, Salisbury, Lincoln y Leicester. Todos los vender� para pagar soldados antes de que Gaveston entre en este reino: Por lo tanto, si viene, expulsadle sin m�s. Kent. - Barones y condes, vuestro orgullo me deja mudo, pero ahora hablar�, espero que con efecto. Recuerdo que en los d�as de mi padre, el norte�o Lord Percy estando muy enojado desafi� a Mowbray en presencia del rey, por lo cual, de no haberle amado Su alteza mucho, habr�a perdido �l la cabeza. Pero el aspecto de mi padre apacigu� el indomable esp�ritu de Percy y �ste se reconcilio con Mowbray. M�s vosotros os�is desafiar al rey en su propia cara. V�ngate, hermano, y haz que sus cabezas, plantadas en postes, castiguen sus lenguas. Warwick. - �Nuestas cabezas! Eduardo. - S�, las vuestras; y por tanto, deseo que acced�is . . . Warwick. - Frena tus �mpetus, gentil Mortimer. Mortimer menor. - Ni puedo, ni lo har�. Yo espero, primo, que nuestras manos defender�n nuestras cabezas y cortar�n la del que ose amenazarnos. V�monos, t�o, y dejemos a este rey demente y en adelante hablemos con las espadas desnudas. Mortimer. - Hay en Wiltshire hombres bastantes para garantizar nuestras cabezas. Warwick. - Todo Warwickshire se nos unir� por m�. Lancaster. - Y en el norte tiene Lancaster muchos amigos. Adios, se�or, y cambiad de opini�n, o ver�is el trono donde hab�is de sentaros flotar en sangre y a tu caprichoso rostro arrojada la sangrienta cabeza de tu vil favorito. (Salen los nobles, excepto el conde de Kent.) Eduardo. - Esas altivas amenazas son insoportables. Soy rey �y he de ser dominado? Hermano, despliega en el campo mi ense�a y me medir� con los barones y condes. O morir� o vivir� con Gaveston. Gaveston. - (Adelant�ndose.) No puedo seguir apartado de mi se�or. Eduardo. - Gaveston, bienvenido. No me beses la mano, sino abr�zame como yo a ti. �Por qu� te arrodillas? �No sabes qui�n soy? Tu amigo, t� mismo, un segundo Gaveston. No fue Hylas m�s llorado de H�rcules que t� de m� desde que fuiste al destierro. Gaveston. - Y desde que part� ning�n �nima del infierno ha sufrido m�s tormentos que el pobre Gaveston. Eduardo. -Ya lo s�. (A Kent.) Hermano, acoge a mi amigo y no dejes conspirar a los traidores Mortimer ni a ese altanero conde de Lancaster. He cumplido mi deseo de regocijarme, Gavestoncon tu presencia y antes tragar� mi tierra el mar que sostendr� el barco que haya de alejarte de aqu�. Ahora mismo te hago Lord Gran Chamberl�n, Primer Secretario de Estado y m�o, conde de Cornualles y rey y se�or de Man. Gaveston. -Se�or, esos t�tulos exceden con mucho mi m�rito. Kent. - Hermano, el menor de ellos puede bastar para hombre de mayor nacimiento que Gaveston. Eduardo. -Basta, hermano; que no puedo tolerar esas palabras. Tu m�rito, tierno amigo, supera con mucho mis dones. Por tanto, para igualarlo, recibe mi coraz�n. Si por esas dignidades eres envidiado, a�n te dar� m�s, porque Eduardo, para honrarte, te concede su favor real. �Temes por tu persona? T� tendr�s una guardia. �Necesitas oro? Vete a mi tesorer�a. �Deseas ser amado y temido? Recibe mi sello. Perdona y condena y en nuestro nombre manda lo que tu mente juzgue o plazca a tu capricho. Gaveston. - Me bastar� poseer vuestro amor, porque, teni�ndolo, me creer� tan grande como C�sar entrando en las calles romanas con cautivos reyes ante su carro triunfante. (Aparece el obispo de Coventry.) Eduardo. - �Ad�nde va tan de prisa mi se�or de Coventry? Obispo. -A celebrar las exequias de vuestro padre. �Ah! �Pero ha vuelto este malvado Gaveston? Eduardo. - S�, cura, y vive para vengarse de ti, que fuiste causa principal de su destierro. Gaveston. - Verdad es, y a no mediar la reverencia de esas vestiduras no mover�as un pie m�s all� de donde estamos. Obispo. - No hice m�s que lo que deb�a, y procura, Gaveston, volverte pronto a Francia, si no quieres que yo excite contra t� al Parlamento. Gaveston. - (Asiendo al obispo.) Con perd�n de vuestra reverencia . . . Eduardo. - Qu�tale la mitra dorada, arr�ncale la aestola y r�mpele el bautismo. Kent. - Hermano, no se ponga sobre �l mano violenta, que se quejar�a a la sede de Roma. Gaveston. - �Como si se quejara a la sede del infierno! Yo me vengar� de mi exilio. Eduardo. - No, d�jale la vida, pero apod�rate de sus bienes. T� ser�s Lord Obispo y recibir�s sus rentas y har�s que �l te sirva de capell�n. Yo te lo doy; �sale como quieras. Gaveston. - Ir� a prisi�n y morir� aherrojado. Eduardo. - S�, a la Torre, a galeras o donde te parezca. Obispo. - Por tal ofensa, maldito seas de Dios. Eduardo. - (Volvi�ndose a los ministriles.) �Qui�n hay ah�? Conducid este sacerdote a la Torre. (Le llevan.) Obispo. - Sea as� como lo digo. Eduardo. - S�, pero entre tanto vete, Gaveston, a tomar posesi�n de su casa y sus bienes. Ven conmigo, que te acompa�ar� mi guardia para que salvo vayas y retornes. Gaveston. - �Para qu� quiere un cura tan bella residencia? Una prisi�n convendr� mejor a su santidad. (Salen todos.) * ESCENA II Proximidades del Palacio Real. Entran por un lado los Mortimer y por otro, Warwick y Lancaster. Warwick. - Cierto es que el obispo est� en la Torre y su cuerpo y bienes han sido dados a Gaveston. Lancaster. - �As� tiranizar�n a la Iglesia? �Ah, malvado rey y maldito Gaveston! Este suelo, corrompido por sus pisadas, ser� su prematura sepultura o la m�a. Mortimer menor Aunque ese est�pido guardia franc�s se proteja mucho, �l morir� si no tiene el pecho a prueba de espada. Mortimer. - �Por qu� se acongoja el conde de Lancaster? Mortimer menor. - �Por qu� est� Guy de Warwick descontento? Lancaster. - Ese villano Gaveston ha sido hecho conde. Mortimer. - �Conde! Warwick. - S� y Lord Chambel�n del Reino. Y Secretario de Estado tambi�n, y Se�or de Man. Mortimer. -No podemos ni debemos sufrir eso. Mortimer menor. - �Por qu� no nos vamos a levantar tropas? Lancaster. - No se habla de otra cosa que del se�or de Cornualles y es faliz el hombre a quien �l recompensa un saludo con una mirada. El rey y �l andan siempre del brazo, una guardia asiste a su se�or�a y toda la corte comienza a aadularle. Warwick. - Y �l, apoyado en el hombro del rey, saluda o escarnece o sonr�e a los que pasan. Mortimer. -�No hay quien sea excepci�n de esa esclavitud? Lancaster. -Todos est�n hartos de �l, pero nadie osa decir palabra. Mortimer menor. - Eso revela su bajeza, Lancaster. Si todos los condes y barones fueran de mi opini�n, le arrancar�amos del seno del rey y en la puerta de la corte colgar�amos a ese pat�n advenedizo que, henchido del veneno de su ambiciosa soberbia, ser� la ruina nuestra y la del reino. (Entran el obispo de Canterbury y un sirviente.) Warwick. - Ah� viene Su Gracia el se�or obispo de Canterbury. Lancaster. - En su talante expresa desagrado. Canterbury. - Primero fueron sus sagrados ornamentos desgarrados y rotos, luego pusi�ronle encima manos violentas y despu�s le aprisionan y confiscaron sus bienes. El Papa lo sabr�. Toma; lleva el caballo. (Sale el sirviente.) Lancaster. - Se�or, �har�is armas contra el rey? Canterbury. - �Qu� necesidad tengo de ello? Dios mismo se pone en armas cuando se hace violencia a la iglesia. Mortimer menor. - �Os unir�is a nosotros, los pares, para desterrar o decapitar a Gaveston? Canterbury. - �C�mo no, se�ores? El caso me ata�e de cerca, porque el obispado de Coventry es suyo. (Entra la reina.) Mortimer menor. - �Ad�nde, se�ora, va Vuestra Majestad? tan de prisa? Reina. - Al bosque me voy, gentil Mortimer, para viviren congoja y doliente descontento, porque el rey ya no me hace caso alguno y s�lo piensa en el amor de Gaveston. Le acaricia las mejillas, se cuelga a su cuello, le sonr�e en la cara y le cuchichea en los o�dos, y cuando me acerco frunce el ce�o como si dijera 'A qu� vienes t� cuando estoy con Gaveston?' Mortimer. - �No es extra�o que as� le hayan hechizado? Mortimer menor. - Volved, se�ora, otra vez a la corte, que nosotros desterraremos a ese franc�s o perderemos la vida; y aun puede ser que el rey pierda su corona, pues tenemos poder y valor bastante para vengarnos del todo. Canterbury. -No alc�is las espadas contra el rey. Lancaster. - No, pero hecharemos de aqu� a Gaveston. Warwick. -Y el medio ha de ser la guerra, porque, si no, no se mover�. Reina. -Entonces estaos quedos, porque antes de que mi se�or se vea afligido por sediciones civiles, prefiero llevar una vida melanc�lica y verle retozar con su favorito. Canterbury. -Dejadme hablar, se�ores, para facilitar las cosas. Nosotros y los dem�s consejeros reales nos reuniremos y, de com�n asenso, confirmaremos el destierro de ese hombre con nuestros sellos y firmas. Lancaster. -El rey frustar� lo que nosotros confirmemos. Mortimer menor. -Entonces podemos legalmente sublevarnos. Warwick. -�Y d�nde ser� la reuni�n, se�or? Canterbury. -En el Templo Nuevo. Mortimer menor. -Concorde. Canterbury. -Entre tanto os invito a ir a Lambeth y permanecer conmigo. Lancaster. -Vamos, pues. Mortimer menor. -Adi�s, se�ora. Reina. -Adi�s, amable Mortimer, y por mi amor os ruego que no hag�is armas contra el rey. Mortimer menor. -No, si las palabras bastan. Si no, ser� preciso. (Salen todos.) * ESCENA III Una calle de Londres. Entran Gaveston y el conde de Kent. Edmundo. -Edmundo, el poderoso pr�ncipe de Lancaster, que tiene m�s condados que puede llevar a cuestas un jumento, y los dos Mortimer, que son hombres de pro, con Guy de Warwick, temido caballero, han ido hacia Lamberth. Dej�mosles que permanezcan all�. (Salen.) * ESCENA IV El Templo Nuevo. Entran varios nobles. Lancaster, Warwick, Pembroke, Mortimer, Mortimer menor, Obispo de Canterbury y sirvientes. Lancaster. -Este es el documento del destierro de Gaveston. S�rvase Vuestra Se�or�a inscribir vuestro nombre. Canterbury. -Dadme el papel. (Lo firma. Firman todos.) Lancaster. -De prisa, se�ores; que me urge escribir mi nombre. Warwick. -M�s me urge a m� ver desterrado a �se. Mortimer menor. -El nombre de Mortimer amedrentar� al rey, que tendr� que deshacerse de ese r�stico vil. (Entran el Rey, Gaveston y Kent.) Eduardo.- �C�mo? �Habe�s acordado que Gaveston se siente aqu�? Como es tambi�n nuestro placer, as� sea. Lancaster. - Vuestra Gracia har� bien en sentarle a vuestro lado, porque en ning�n sitio estar� el nuevo conde tan seguro. (Los Mortimer, Pembroke y Warwick se apartan y hablan entre s�.) Mortimer. - �Qu� hombre de noble cuna puede soportar este espect�culo? 'Quam male conveniunt'!' Ved qu� aire tan despectivo asumen los patanes. Pembroke. - �Pueden los reales leones adular a rastreras hormigas? Warwick. - �Vasallo innoble, que aspira, como Faet�n, a guiar el carro solar! Mortimer menor. - Su ca�da est� pr�xima y sus fuerzas flojean. No consentiremos que se nos sobrepongan as�. Eduardo. - �Prended al traidor Mortimer! Mortimer. - �Prended al traidor Gaveston! (Aferran al �ltimo.) Kent. - �As� cumpl�s vustros deberes con el rey? Warwick. - Nosotros conocemos nuestros deberes. Que el rey conozca a sus pares. Eduardo. - �Os obstin�is en sujetarlo? Cesad o morir�is. Mortimer. - Como no somos traidores, no amenazamos. Gaveston. - No, no amenazan, se�or, pero obran. Si yo fuera el rey ... Mortimer menor. - �Qu� hablas t�, villano, de ser rey? �Acaso eres caballero de nacimiento? Eduardo. - Aunque fuera un labriego, pues es mi favorito, yo har� a los m�s orgullosos de vosotros prosternaros ante �l. Lancaster. - No pod�is, se�or, humillarnos as�. �Fuera, he dicho, con el aborrecible Gaveston! Mortimer. - Y con el conde de Kent, que le favorece. (Los ministriles se llevan a Kent y a Gaveston.) Eduardo. - Ea, poned manos violentas sobre vuestro rey. Anda, Mortimer, si�ntate en el trono de Eduardo, y vosotros, Warwick y Lancaster, ce�id mi corona. �Ha sido nunca un rey atropellado as�? Lancaster. - Aprended a gobernar mejor a nosotros y al reino. Mortimer menor. - Lo que hemos hecho, nuestro dolorido coraz�n lo mantendr�. Warwick. - �Pens�is que toleraremos a ese orgulloso encumbrado? Eduardo. - La ira y el despecho ahogan mis palabras. Canterbury. - �Por qu� os conmov�is? Sed paciente, se�or, y ved lo que vuestros consejeros hemos hecho. Mortimer menor. - Se�ores, obremos con resoluci�n e impongamos nuestra voluntad o perdamos la vida. Eduardo. - �Conque eso quer�is, osados y soberbios pares? Pues antes de que mi amado Gaveston se separe de m�, esta isla flotar� sobre el Oce�no hasta llegar al infrecuentado �ndico. Canterbury. - �Sab�is que soy legado del Papa? Por vuestro vasallaje a la sede de Roma firmad nuestro decreto sobre ese exilio. Mortimer menor. - Excomulgadle, si reh�sa, y entonces le depondremos y eligiremos otro rey. Eduardo. - Ya veo que eso busc�is, pero no ceder�. Excomulgadme, deponedme, haced lo que os plazca. Lancaster. - No vacil�is, se�or, y obrad sin rodeos. Canterbury. - Recordad c�mo el obispo fue atropellado. O desterr�is al culpable o yo descargar� incontinenti a estos se�ores del deber y vasallaje que tienen con vos. Eduardo. - (Aparte.) No me conviene amenazar, sino hablar afablemente. (A todos.) El legado del Papa ser� obedecido. Se�or, vos ser�is Canciller del reino. T�, Lancaster, Gran Almirante de nuestra flota. El joven Mortimer y su t�o ser�n condes, y vos, Lord Warwick, Presidente del Norte, y t� de Gales. Si esto no os contenta, dividid en varios reinos esta monarqu�a y repart�oslos por igual entre todos vosotros, siempre que me dej�is alg�n rinc�n donde pueda entretenerme con mi querid�simo Gaveston. Canterbury. - Nada nos alterar�. Estamos resueltos. Lancaster. - (Present�ndole el papel.) Vamos, firmad. Mortimer menor. - �Por qu� am�is a quien el mundo odia? Eduardo. - Porque �l me ama a m� m�s que todo el mundo. Nadie, sino hombres de ruda y salvaje mente, pueden procurar la ruina de mi Gaveston. Vosotros, que sois nobles de nacimiento, deb�ais compadecerle. Warwick. - Vos, que sois pr�ncipe de nacimiento, deb�is expulsarle. Firmad, que es verg�enza otra cosa, haced partir al truh�n. Mortimer. - Apremiadle, se�or obispo. Canterbury. - �Accede�s a desterrarle del reino? Eduardo. - Accedo, puesto que no tengo m�s remedio; mas en vez de con tinta escribir� con l�grimas. (Firma el documento.) Mortimer. - El rey est� enfermo de amor por su favorito. Eduardo. - Ya est� hecho. �Despr�ndete, mano maldita! Lancaster. - Dadme eso, que lo har� publicar por las calles. Mortimer menor. - Yo atender� a que a �se se le expulse. Canterbury. - Mi coraz�n est� tranquilo ya. Warwick. - Y el m�o. Pembroke. - Buenas noticias ser�n estas para la gente com�n. Mortimer. - S�anlo o no, no nos entretengamos m�s. (Salen los nobles.) Eduardo. - �Cu�nto se apresuraron para desterrar al que amo! Para hacerme alg�n bien no se habr�an movido. �Y ha de estar el rey sujeto a un sacerdote? Soberbia Roma, que incubas esos imperiales esclavos; por eso y por tus supersticiosos ciriales har� arder tus anticristianas iglesias, prender� fuego a tus locos edificios y forzar� a las torres papales a besar el bajo suelo. Con sacerdotes muertos har� henchir el cauce del T�ber y crecer sus orillas con sus sepulcros. Y en cuanto a los pares que as� respaldan a la clericalla, si soy rey, ninguno sobrevivir�. (Entra Gaveston.) Gaveston. - Se�or, oigo murmurar por todas partes que me han desterrado y he de dejar el pa�s. Eduardo. - Es verdad, dulce Gaveston. �Ay, si fuera falso! El legado del Papa se ha obstinado y, si t� no te vas, yo ser� depuesto. Pero yo reinar� para vengarme de ellos y as�, dulce amigo, toma esto con paciencia. Vivas donde vivieres, yo te enviar� oro bastante y no estar�s lejos mucho; m�s si lo estuvieres, ir� a verte yo, porque mi amor nunca declinar�. Gaveston. - �Todas mis esperanzas se truecan en este infierno de angustias? Eduardo. - No desgarres mi coraz�n con tus hirientes palabras. Si t� est�s exiliado de esta tierra yo lo estoy de mi mismo. Gaveston. - No disgusta a Gaveston el partir de aqu�, sino abandonaros a vos, en cuyo gracioso talante la felicidad de Gaveston consiste y fuera de lo cual no encuentra dicha. Eduardo. - Lo que acongoja mi alma es que, quiera yo o no, has de partir. Ser�s gobernador de Irlanda en mi nombre hasta que la fortuna vuelva a llamarte. Toma mi retrato y d�jame el tuyo. (Cambian retratos.) �Si pudiera conservarte como esto conservo, ser�a tan fel�z como ahora desdichado! Gaveston. - Algo es verse compadecido de un rey. Eduardo. - No te vayas de aqu�; yo te esconder�, Gaveston. Gaveston. - Me encontrar�an y me tratar�an peor. Eduardo. - El hablar y cambiar mutuas palabras aumenta nuestra pena. Separ�monos con un mudo abrazo ... Mas, qu�date, Gaveston. No puedo dejarte partir. Gaveston. - Cada mirada, se�or, me hace derramar una l�grima. Ya que debo marchar, no renoves mi disgusto. Eduardo. - Corto es el tiempo que aqu� habr�s de permanecer. D�jame, pues, mirarte a mi sabor. Vamos, dulce amigo. Voy a acompa�arte. Gaveston. - Los pares se enojar�n. Eduardo. - Desafiar� su enojo. Vamos. �Si el volver fuera tan f�cil como partir! (Entra la reina Isabel.) . . . Por cuestiones de espacio, continuar� el fin del primer acto en. . . |
La fuente del texto �ntegro es: Christopher Marlowe: Tragedias. Hermosa traducci�n debida a Juan G. de Luaces Publicada primero por Plaza & Jan�s Editores y cedida para su publicaci�n a Editorial Origen, S.A. - Editorial OMGSA, S.A. M�xico, D.F. a 31 de agosto de 1984. P�gs. 191 a 278. |
De regreso al �ndice General |