EL VATICANO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

CAPÍTULO 12

AUSTRIA Y EL VATICANO

Monseñor Seipel

Austria ha sido uno de los países más católicos en Europa -un país donde el Catolicismo penetró, muy profundamente su estructura social, económica, cultural, y política. Esto estaba simbolizado por la más íntima cooperación de la Iglesia y la Dinastía austríaca, apoyándose la una a la otra a lo largo de siglos.

Después del fin de la Guerra de los Treinta Años, la responsabilidad principal de la cual fue soportada por los hombros de los muy católicos Habsburgos, esa dinastía se convirtió en el campeón de Catolicismo. Una especial medida de privilegio, protección, y apoyo se dio a la Iglesia católica que a cambio continuó dando toda su bendición a la absoluta y teocrática dinastía. Todas sus anatemas y sus armas morales o religiosas fueron empleadas para combatir a cualquier enemigo potencial que amenazara la Casa Imperial, tal como el Secularismo y el Liberalismo durante el último siglo, y el Socialismo en las primeras dos décadas del siglo veinte.

No obstante tan estrecha colaboración, la Iglesia y la Monarquía no siempre caminaron de la mano a lo largo del camino de la historia.

La Monarquía siguió muy frecuentemente una vía independiente cuando se comprometían objetivos políticos; los Habsburgos insistían en el control del Estado sobre la Iglesia. Eso no era todo. En el transcurso del tiempo se hicieron tan unidos el absolutismo y la reacción de los gobernantes austríacos y la Iglesia católica, que el Emperador austríaco podía interferir en la misma elección de los Papas abierta y oficialmente. De hecho, él había adquirido el derecho de "veto", en virtud del cual el gobernante austríaco podía sugerir o prohibir a los cardenales reunidos en Cónclave cualquier candidato para el Papado.

El último caso ocurrió justo antes de la Primera Guerra Mundial. Después de la muerte de León XIII, mientras los cardenales estaban orando al Espíritu Santo por la dirección en la elección del nuevo Papa, Francisco José encargó a un cardenal -el Cardenal Puzyna- para que les dijera a sus colegas que el potencial candidato a ser elegido, el Cardinal Rampolla, no debía llegar a ser Papa.

El Emperador se salió con la suya. Los cardenales que estaban votando a favor de Rampolla no sabían que uno de ellos, el Cardenal Puzyna, tenía el veto imperial en su bolsillo. Por fin, justo cuando el Cardenal Rampolla parecía estar a punto de obtener la necesaria mayoría de los dos tercios de los votos, el Cardenal Puzyna leyó el veto. A pesar de la consternación el Emperador fue obedecido. Rampolla nunca fue hecho Papa, el bien intencionado pero reaccionario Patriarca de Venecia fue elegido como Pío X. Durante la primera y la segunda parte del último siglo Austria era una fusión de nacionalidades, razas, y religiones agrupadas bajo el Emperador, quien gobernaba tan absolutamente como un monarca medieval. Los Jesuitas eran todopoderosos y dominantes en el campo educativo e, indirectamente, en el político. Austria en ese período bien podría describirse como un sólido bloque, inexpugnable para cualquier idea de cambios sociales o políticos progresivos, gracias a la estrecha alianza y el supremo dominio de los Habsburgos y la Iglesia católica. Austria, de hecho, era gobernada tanto en las más altas esferas como en las más bajas por la trinidad de la Aristrocracia, la Burocracia, y la Iglesia católica, interconectadas por lazos de rango, de religión, y de tradición.

No obstante, los ideales de la Revolución francesa no se habían propagado en vano por Europa. La inquietud nació en Austria así como en otras partes del Continente. Las revoluciones que estallaron fueron suprimidas con la característica ferocidad de los piadosos Habsburgos. Gradualmente, sin embargo, los principios Liberales se apoderaron de Austria y empezaron a penetrar la vida social, educativa, y política.

No podemos relatar este interesante proceso aquí: baste decir que en los setentas el Gobierno de Taafe, que iba a durar catorce años, luchó con toda su fuerza contra la herejía del Liberalismo, que diariamente estaba haciendo nuevas conquistas. La Iglesia católica era la principal fuente de esta hostilidad.

Esta fue la secuela natural a la lucha entablada por el Catolicismo, sobre todo después de las revoluciones de 1848, cuando se esforzó en intensificar su propio fervor como un antídoto contra el espíritu democrático que empezó entonces a penetrar en Austria. Se concluyó un Concordato con el Vaticano, y la Iglesia católica agregó nuevos privilegios a todos aquellos que ya poseía. Lo que el Vaticano realmente buscaba, sin embargo, firmando el Concordato, era contrarrestar y destruir las ideas democráticas y liberales que amenazaban con cautivar a la juventud. Así, en virtud de este Concordato, todo el sistema educativo fue entregado a la Iglesia católica que encargó a las órdenes religiosas y a los sacerdotes en las aldeas para que llevaran adelante la nueva contrarrevolución.

Aunque el Catolicismo había sido una parte esencial de la vida cotidiana de Austria, especialmente entre la población rural, el Concordato fue recibido por una parte considerable de la población con gran hostilidad. Éste despertó un extendido sentimiento anticlerical que había sido desconocido antes del Liberalismo. El desafío de la Iglesia católica fue asumido y su absolutismo disputado en todas las esferas, y así el anticlericalismo, para las grandes masas de la plebe, se volvió el elemento atrayente en el Liberalismo.

En Viena el anticlericalismo se arraigó profundamente, se difundió ampliamente, y permaneció así hasta el fin del siglo pasado [el XIX]. Por décadas difícilmente los sacerdotes se atrevían a dar discursos en reuniones públicas en Viena, pero finalmente el Catolicismo político empezó a entrar en la escena en su forma moderna. El Concordato, no obstante, fue denunciado al principio de la era Liberal. A pesar de todos los esfuerzos de la Iglesia católica y de las castas gobernantes de Austria, el Liberalismo y los ideales democráticos ganaban espacio. La Iglesia católica decidió entrar directamente a la arena política y combatir a sus enemigos en su mismo terreno. Se inició un movimiento político católico.

El Partido católico austríaco, a fin de tener un atractivo popular, comenzó con un sumamente agresivo antisemitismo. Karl Lueger, el hombre más destacado en el Catolicismo político austríaco, declaró que el Catolicismo, especialmente en Viena, sólo podría convertirse en un movimiento político por medio de un período intermedio de masivo antisemitismo. Esto podría sonar sorprendente a los oídos modernos, acostumbrados a oír hablar al Vaticano en favor de los judíos. Sin embargo éste no es el único ejemplo de este tipo que encontraremos. El grupo de Lueger durante mucho tiempo, de hecho, se llamaba a sí mismo simplemente "antisemita". Después fue rebautizado como "El Partido Social Cristiano", y bajo este nombre el Partido subsistió hasta 1934. Lueger creó un culto firmemente arraigado en la profunda veneración a la Iglesia y la Casa Imperial.

Entretanto los Socialistas habían empezado a aumentar en número e influencia. Por instigación del Partido Socialista los obreros empezaron a organizarse y a desarrollar sindicatos. El resultado fue que los sindicatos Socialistas ocuparon el lugar de las organizaciones de los católicos y los Nacionalistas y pronto ganaron un monopolio práctico entre los obreros organizados.

Debido principalmente al ascenso de los Socialistas, fue introducido el sufragio universal, que en 1906 les dio el voto a los obreros. Surgió un gran grupo de Socialistas en el Parlamento. Gradualmente ellos empezaron a adquirir poder en la administración local así como en la maquinaria Estatal. Los Socialistas, debido a su organización y también a la debilidad del tambaleante Imperio, construyeron casi un Estado dentro de un Estado. Ellos tuvieron éxito en organizar a los obreros, no sólo política e industrialmente, sino también en todas las otras actividades de tiempo libre. Ellos se encargaban del obrero desde la cuna a la tumba, alimentándolo, cuidándolo, e intentando proveer para todas sus necesidades morales, espirituales y materiales.

Existían organizaciones de obreros para la gimnasia, para hacer excursiones y alpinismo, así como para muchos otros deportes. Las ocupaciones artísticas y educativas no fueron olvidadas -por ejemplo, canto coral, escuchar música, jugar ajedrez, y la provisión de clubes de lectores y conferencias. Muchos de estos clubes otorgaban a sus miembros ventajas financieras sustanciales.

Además, los Socialistas, por medio del voto democrático, controlaban una cantidad creciente de los fondos de seguros para asistencia a los enfermos e instituciones similares y, después de la Primera Guerra Mundial, obtuvieron el control del 47 por ciento de las municipalidades. Las municipalidades, una vez en las manos de los Socialistas, llevaban a cabo trabajos de ayuda a gran escala produciendo el efecto, cuando combinados con los esfuerzos de los diversos clubes Socialistas, de mantener a los obreros vinculados al Partido Socialista en cada aspecto de sus vidas.

El obrero socialista generalmente quería que sus hijos nacieran en una municipalidad gobernada por una administración socialista, porque allí las familias más pobres disfrutaban de cierta ayuda financiera en el momento del nacimiento. Un concejo de ciudad Socialista usualmente iniciaba un vasto plan de jardín de infantes, siguiendo principios Socialistas de educación, después del cual el alumno, niño o niña, entraría en una escuela preparatoria todavía bajo la supervisión de un concejo de ciudad Socialista. Un muchacho o muchacha al dejar la escuela se uniría a una organización juvenil Socialista. Tales organizaciones juveniles rechazarían toda la enseñanza y la práctica del Catolicismo y realizarían un rito de iniciación propio, en lugar de la confirmación.

Los Socialistas extendieron su influencia, enseñanza, y prácticas en todas las esferas de la vida y durante toda la vida del obrero hasta su muerte, cuando era enterrado con la asistencia de un fondo de seguro de sepelios Socialista, al cual él había contribuido durante su vida. A todo esto se oponía fuertemente la Iglesia católica que veía que los Socialistas estaban invadiendo con el mayor atrevimiento aquellas esferas hasta ahora consideradas de su propiedad. La práctica socialista estaba reemplazando rápidamente a los principios y prácticas del Catolicismo.

La Iglesia católica había combatido al Socialismo desde su origen, y con su continuo crecimiento ella juzgó necesario salir y combatirlo abiertamente. Ella declaró pecaminosa a la creencia Socialista, condenó las ideas Socialistas, boicoteó las organizaciones Socialistas, y predicó contra cualquier cosa que los Socialistas estuvieran haciendo. Como resultado los obreros comenzaron a considerar a la Iglesia como su enemiga. La clase obrera se volvió anticatólica y atea, mientras las organizaciones de librepensadores se volvieron una de sus ramas más fuertes.

La lucha contra el Catolicismo se transformó en uno de los medios más poderosos del Socialismo austríaco para ganar a las masas.

Este estado de cosas, desde mucho tiempo antes de la Primera Guerra Mundial, era debido al hecho que, como ya hemos indicado, el Catolicismo, en Austria más que en cualquier otra parte, siempre había sido una cuestión fuertemente política. Siempre había estado estrechamente conectado con la Monarquía, y toda su preocupación por los problemas sociales estaba permanentemente subordinada a los intereses de la Iglesia católica y de la Monarquía. La Iglesia católica estaba identificada con la dinastía y era, de hecho, una parte esencial de las clases gobernantes. Los Socialistas y todos sus principios fueron aborrecidos por la Iglesia católica, y además fueron considerados como un elemento no leal. En consecuencia, la lucha entre la Iglesia y los Socialistas en Austria alcanzó tal amargura como nunca se había alcanzado en Alemania.

En su trato con sus adversarios, sin embargo, los Socialistas austríacos no eran totalitarios. Ellos siempre habían sido fuertes y convencidos demócratas. Para ellos una política democrática no era una cuestión de tácticas, sino de profunda convicción.

Inmediatamente después de la Primera Guerra Mundial sólo dos fuerzas permanecieron en el campo, los católicos y los Socialistas. Sus fuerzas eran casi iguales. El Partido católico, en 1919, gozaba de la completa confianza de los campesinos, aunque un buen número de trabajadores agrícolas habían votado por los Socialistas.

Los Socialistas organizaron a toda la clase obrera, y en los años siguientes su número de miembros aumentó a la fantástica cifra de 700,000 en un país de sólo 6,500,000 habitantes. El Partido Socialista austríaco, durante los años posteriores a la Primera Guerra Mundial, era el Partido Socialista más fuerte en el mundo, tanto en su influencia política local como en la proporción de la población total absorbida en sus filas.

Una reacción a este poder Socialista empezó a tomar forma. Ésta fue liderada por la Iglesia católica con su Jerarquía, apoyada por los campesinos católicos, toda la burguesía, judía y aria, y la vieja aristocracia.

Desde el día de la formación de la República, los Socialistas habían cooperado con los católicos en un Gobierno de coalición. Este Gobierno, al principio, había estado bajo fuerte influencia Socialista, pero, después de la caída de la vecina República soviética húngara, se reconstruyó beneficiando a los católicos. Las masas se pusieron cada vez más intranquilas por la participación de los Socialistas en un Gobierno dominado por los católicos.

En 1920 los Socialistas finalmente dejaron el Gobierno.

Pero al hacer así no se apartaron de la administración. Mucho del poder del Estado residía en los Gobiernos provinciales y en las municipalidades y aquí los Socialistas eran fuertes. Ellos dominaban completamente al Gobierno provincial de Viena, donde recibieron más de dos tercios de los votos.

Los Socialistas aprovecharon la administración municipal para llevar a cabo amplias reformas sociales. Durante sus diez años de poder fue hecha una gran cantidad de asistencia social, incluyendo la creación de un eficiente departamento de higiene, un hogar para tuberculosos, etc.

Ellos municipalizaron la vivienda. Los Socialistas vieneses construyeron grandes edificios municipales que merecieron la admiración de reformadores conservadores en todo el mundo. Esta gran energía en proveer albergues saludables y baratos para la clase obrera de Viena fue considerada por los católicos, y todos los otros antisocialistas, como la mejor prueba del "Bolchevismo reptante." Tanto fue así que cuando, más tarde, los católicos retomaron la administración de Viena, su primer medida fue interrumpir este programa de construcción que todavía no se había completado.

Pero el rasgo más notable de la administración Socialista en Austria, y especialmente en Viena, fue que ellos no persiguieron de manera alguna a la Iglesia católica, aunque la consideraban su enemiga política. Nunca fueron acusados de algo como "atropellos Rojos." Esto contrastaba con la conducta del Muy católico Gobierno que trató muy bárbaramente a sus críticos colgándolos masivamente, como veremos en breve.

Entretanto, los católicos y todos los otros elementos reaccionarios se pusieron activos abiertamente o de manera clandestina. Había rumores que ellos podrían intentar quebrar el poder de los Socialistas por medios antidemocráticos, ya que, en la medida en que la democracia existiera, los Socialistas estaban destinados a hacerse más y más fuertes. Para prevenir esto los Socialistas habían formado los "Escuadrones de Defensa Republicanos" -una fuerte y bien disciplinada guardia armada, lista a luchar en defensa de la democracia y el Partido Socialista.

Además, paralelamente al estrechamiento de filas de las fuerzas reaccionarias en casa, las fuerzas reaccionarias en el extranjero habían empezado a aferrarse del poder, construyendo Estados fascistas y semi-fascistas en muchas partes de Europa. Los acontecimientos ya estaban indicando la dirección en que Austria, y de hecho toda Europa, estaban yendo.

Poco después de la Primera Guerra Mundial, el Prelado Ignaz Seipel, un teólogo, había alcanzado la dirección del Partido católico. Ministro en el último Gobierno Imperial, y cabeza indiscutida del partido clerical, se puso, como la meta de su vida, la restauración del poder político para la Iglesia católica y también para los Habsburgos.

Él era un hombre de gran integridad personal y ascetismo, aunque poseía un talento especial para la intriga destinada a promover los intereses políticos de la Iglesia católica. Comía, oraba, y dormía en dos pequeños cuartos monacales en el Convento del Sagrado Corazón de Jesús; a lo largo de sus años como Canciller, Seipel no permitía que la presión política refrenara sus deberes religiosos. Diariamente a las seis de la mañana decía Misa en la Capilla del Convento. Él continuó actuando como el Superior de esta Congregación de monjas a pesar de las exigencias de su cargo.

Aunque no era un miembro de la Sociedad de Jesús, Seipel tenía todas las características popularmente atribuidas a los Jesuitas. Era imposible, por ejemplo, sujetarlo a un claro "sí" o "no." Tenía un intenso odio por los Socialistas o por cualquier cosa asociada a sus ideas. Igualmente repugnante para él eran el Secularismo, el Modernismo, y el Liberalismo. Su segundo objetivo, además de aquel de fomentar el poder de la Iglesia católica, era aplastar al Partido Socialdemócráta, al cual odiaba como "el Rojo Anticristo." Los Socialistas lo llamaban "El Cardenal sin Misericordia -"Der Keine Milde Kardinal". Dos veces casi fue matado por la turba enfurecida.

Antes de proseguir más allá, veamos cuales eran las ideas y los objetivos de Seipel en el campo nacional y en el extranjero. Éstos son muy importantes, porque ellos continuaron guiando extendidamente a los Gobiernos austríacos hasta el fin de Austria, especialmente en la esfera doméstica. Su importancia es aún más realzada cuando se recuerda que ellos obtuvieron su inspiración de la propia Iglesia católica, y no sólo eran aceptados, sino fomentados, por el Vaticano. Debe tenerse presente que Seipel, durante toda su vida, estuvo en el más estrecho contacto con el Papa y su Secretario de Estado y que él amoldó su política según los dictados del Vaticano.

La característica sobresaliente de su política era la subordinación de las cuestiones políticas, económicas, y sociales a los intereses eclesiásticos. Para él los intereses de la Iglesia católica estaban identificados con el orden social existente; o, para ser más exactos, con el orden social de los tiempos de pre-guerra.

Él era amargamente hostil a cualquier movimiento generalizado de reforma social. Odiaba los sindicatos Socialistas. Una vez, discutiendo con un Jesuita francés que había enfatizado la necesidad de reformas sociales generales, él replicó: "More capitalistico vivit ecclesia catholica" -"la Iglesia católica vive en forma de capitalismo." Él tomaba su rol en materias económicas de los banqueros e industriales cuyos objetivos coincidían con los suyos. Para él el estado ideal de la sociedad por el cual estaba luchando se identificaba estrechamente con el resurgimiento de la antigua estructura jerárquica de la sociedad, y especialmente del poder del clero. En más de una ocasión confesó abiertamente que encontraba imposible de tolerar las limitaciones impuestas al poder de la Iglesia católica dentro de la República. Nosotros dijimos, antes, que el recurso principal de los Socialistas era su anticlericalismo, el cual, ni bien ellos tomaron la administración de Viena en 1918, aumentó grandemente. El partido fomentó sentimientos de anticlericalismo y de indiferencia religiosa. Según Seipel, el poder político de los Socialistas era el principal obstáculo para el control de la Iglesia sobre las almas. Por lo tanto él empezó a aplastar su poder -una tarea que fue completada después de su muerte. Seipel formó una estrecha alianza con todos los más acérrimos enemigos del Socialismo. Él odiaba a los Socialistas porque estaban contra la Iglesia católica, los industriales, y todos los otros sectores de la sociedad, y debido a los pesados impuestos que impusieron a estos sectores.

Seipel y el Partido católico se identificaban totalmente y sin reservas con la causa de los grandes negocios.

Las ideas de Seipel de cómo debía ser construida la sociedad eran típicamente ultracatólicas, y estaban inspiradas principalmente por los diversos pronunciamientos de los Papas que hemos examinado en la parte anterior de este libro. Su antipatía por el Socialismo, y su convicción de que era esencial ofrecer a las masas una concepción católica de orden social dependiente del renacimiento de los Gremios medievales o Corporaciones, era muy estimada en el Vaticano. En consecuencia el propio Papa le pidió que le ayudara a bosquejar aquella misma encíclica que anunciaba oficialmente la política Vaticana que patrocinaba la creación del Estado Corporativo en el mundo moderno. Seipel se volvió, de hecho, el "consejero" del Papa, si se permite usar el término, y fue grandemente exitoso introduciendo sus ideas en las doctrinas políticas del Catolicismo internacional. Seipel defendió a la industria, al capitalismo, a los bancos y a sus dueños. Cualquier impedimento que se opusiera a su independencia económica era considerado un atentado contra el orden natural de las cosas. Las Stande de Seipel, o clases sociales, no eran instrumentos de orden social, sino que apuntaban principalmente a la dominación política. Según Seipel, las Stande debína elegir a los representantes del Parlamento. Ellas debían neutralizar el dominio de los números fríos de las elecciones democráticas. En resumen, ellas serían creadas para quebrar la fuerza de los Socialistas. Introduciendo gradualmente estas ideas en la maquinaria del Estado, Seipel tuvo éxito en aplastar a la democracia y a los Socialistas, pero haciendo así preparó al camino para el más grosero Fascismo que, a su vez, aplastó al Catolicismo político.

En armonía con esta política social, y estrechamente relacionada con ella, Seipel también tenía una política exterior bien definida, avalada de igual manera por el Vaticano. Esta política exterior promovió después, como veremos, la desintegración de Checoslovaquia. Seipel estaba, de hecho, soñando con la creación de un nuevo Sacro Imperio Romano. Simplemente dicho, esta organización política habría consistido en una unión de aquellos Estados, y partes de Estados, profesantes de la Fe católica y pertenecientes a la antigua monarquía austrohúngara. Viena iba a ser la capital y Austria constituiría el centro.

De Yugoslavia, Seipel propuso tomar la Croacia católica, que abarcaba un tercio de su territorio, siendo esta región hostilizada en la esfera religiosa por el Gobierno Central. Checoslovaquia sería dividida en dos, la Eslovaquia católica siendo quitada a los herejes Husitas y los librepensadores Checos y unida con aquella parte de Hungría puesta bajo Rumania. En Hungría Seipel habría instalado un gobernante católico, posiblemente un vástago de los Habsburgos, impidiendo a los Calvinistas como el Regente húngaro y el Conde Bethlen que gobernaran una población católica. Eso no era todo. Si las circunstancias lo permitían, el plan era incluir a Baviera, que Francia había intentado separar de Berlín, y a Alsacia-Lorena. Éste debía ser un Imperio católico -una Federación Papal- donde el Papa podría incluso encontrar un defensor y una sede si lo peor sucediera a manos de los Socialistas Internacionales y la Rusia Roja.

El proyecto de Seipel era trabajar para la realización gradual de este plan construyendo una Confederación Danubiana, consolidando una serie de amistades y pactos arancelarios, y por una fusión gradual en una nueva nación restaurar la paz en Europa Central bajo el amparo de la Iglesia católica. Él preparó sus planes con este fin en detalle, de lo mayor y lo menor. Él había seleccionado incluso al futuro Muy Católico Emperador. Éste iba a ser el hijo de la depuesta Emperatriz Zita, el joven Otto, que había recibido su educación temprana en la Abadía Benedictina de San Maurice en Clervaux, Luxemburgo. Él se alió con los legitimistas en Hungría y, en el Vaticano, influyó en la designación del Dr. Justinian Seredi como Primado de Hungría. Ése es otro ejemplo de la participación del Papa en el plan.

Tales eran las concepciones del Prelado católico Seipel, que estaba conduciendo su política en el más estrecho contacto con el Vaticano. Consideremos ahora muy brevemente cómo ejecutaba esto.

Ya hemos visto cómo las fuerzas reaccionarias, lideradas por los católicos, habían comenzado a tomar contra-medidas para detener el poder de los "Ateos Socialistas." Estas contra-medidas se encarnaban en la gradual emergencia de agrupaciones antisocalistas armadas y secretas, que comenzaron la matanza sistemática de prominentes Socialistas en los pequeños pueblos provincianos.

A principios de 1927 un jurado de Viena, compuesto principalmente por antisocialistas, absolvió a hombres de la Heimwehr [grupo fascista armado] que, por razones políticas, habían cometido varios asesinatos. Ya, en otros numerosos casos, se había absuelto a antisocialistas en circunstancias similares. Los obreros se convencieron así de que los Tribunales ya no ofrecían protección alguna contra el asesinato político. Una espontánea y masiva manifestación barrió las calles de Viena en la mañana del 15 de julio de 1927. Ocurrieron choques con la policía. Las multitudes enfurecidas atacaron el edificio de la Corte Suprema y lo incendiaron totalmente como un símbolo de la injusticia legal. El líder de los Socialistas envió a los "Escuadrones de Defensa Republicanos" para dispersar a las masas y salvar el edificio, y así privar a los católicos de una excusa para usar más fuerza. Pero el Gobierno ya había dispuesto enviar tropas que llegaron repentinamente y empezaron a disparar a las masas que estaban completamente desarmadas. La lucha continuó, aquí y allí, durante dos días. Hubo más de noventa muertos y más de mil heridos.

El equilibrio político fue rápidamente trastornado. Seipel declaró públicamente: "No me pidan benignidad en este momento." Una tremenda ola de pasión política tomó posesión de los distritos de la clase trabajadora. En los siguientes cinco meses, más de veintiun mil personas abandonaron oficialmente la Iglesia católica como una protesta contra el sacerdote que había dicho "Nada de benignidad."

Como consecuencia de este suceso trágico los Socialistas perdieron su última influencia en el Ejército y la Policía, que eran ahora instrumentos del Gobierno. Además, el movimiento católico, antisocialista, y semifascista, que había estado preparándose con suerte variable, se volvió repentinamente manifiesto. Este movimiento surgió principalmente entre los campesinos. Los campesinos católicos, influenciados por sus sacerdotes y por su temor a que sus tierras fueran confiscadas por los Rojos, habían odiado la "Roja Viena" desde 1919. Desde el 15 de julio ellos pensaron que Viena se había vuelto la víctima de una insurrección "bolchevique".

La Heimwehren solamente tenía un objetivo definido -aplastar a los Rojos. Seipel, que los había ayudado, los empleó prestamente como un instrumento para derrocar la democracia. Él modeló las ideas de este cuerpo y no sólo lo dirigió contra los Rojos, sino también contra la democracia como tal. Sus eslóganes asumieron el tono de "Fuera con el Parlamento" y "Necesitamos un Estado autoritario." Tales eslóganes, por supuesto, estaban en oposición al Partido católico del cual Seipel era el líder, así como al Partido Socialista. Pero no había contradicción alguna en la política ahora abiertamente declarada. La misma sucesión de eventos que había ocurrido en Italia estaba ocurriendo ahora en Austria -a saber, la liquidación del Partido católico como un instrumento político y su reemplazo por un instrumento más poderoso para promover la política católica. Este instrumento era el Fascismo, encarnado en este caso en la Heimwehr. La política del Vaticano, de sacrificar un Partido católico si de este modo podía alcanzarse la dictadura, había triunfado de nuevo.

La Heimwehr, sin embargo, siempre permaneció debajo del poder. Sus batallones se reclutaban principalmente entre los campesinos, que generalmente no están disponibles para la acción política fuera de su propia región o más allá de sus intereses inmediatos. Si el Fascismo italiano, y el Nazismo, hubiesen dependido solamente de los campesinos católicos y del sentimiento antisocialista, podrían no haber triunfado nunca. Ellos dependieron principalmente del estrato medio de la población urbana, las clases medias bajas. Este estrato en Austria era activamente fascista, pero muy pequeño. La fascista Heimwehr nunca podría encontrar compensación por la ausencia de las clases medias como una ayuda para el Fascismo y el Nazismo.

En el octubre que siguió, Seipel instruyó a la Heimwehr para organizarse bajo su estandarte, dándole una certidumbre de resguardo de la acción Estatal, de inmunidad de la interferencia por Gobiernos extranjeros, de dinero suficiente para uniformes y armas y de salarios cuando fuesen necesarios. Un año después el ex Canciller, creyendo que el tiempo estaba maduro para su retorno al poder en la cresta de la ola fascista, se proclamó abiertamente como un fascista. (Seldes, The Vatican: Yesterday-Today-Tomorrow.) Debido a este apoyo y al apoyo de los católicos y otros elementos reaccionarios, acoplados con el incentivo del Vaticano así como el de Mussolini, la Heimwehren fue suficientemente fuerte para atacar a los Socialistas y la democracia cuatro veces durante el otoño siguiente.

La historia subsecuente muestra que los años siguientes de la República pivotaron principalmente en estos ataques. El primer atentado fue planeado en imitación de la marcha de Mussolini sobre Roma. En octubre de 1928 la Heimwehren organizó una gran demostración, reuniendo tropas armadas desde toda Austria para encontrarse en un área industrial al sur de Viena. Los obreros que también poseían armas se prepararon para luchar. Sin embargo, nada sucedió.

Ahora los elementos militares aristocráticos le habían dado más uniformidad a la Heimwehren. Con la ayuda de estas fuerzas armadas, Seipel que había renunciado a principios de la primavera de ese año, obligó a su sucesor a renunciar. Schober, el Jefe de la Policía, que había ordenado a las tropas disparar sobre los Socialistas en 1927, fue hecho Primer Ministro.

Seipel iba a recibir dos grandes golpes. Primero, Schober echó al hombre mano derecha de Seipel en la Heimwehr, el Mayor Waldemar Pabst. Pabst era un contrarrevolucionario profesional, implicado en asesinatos políticos en Alemania y era un intermediario entre Hitler y el Príncipe Stahremberg, el jefe de la Heimwehr. El segundo golpe al plan político de Seipel fue la elección de un Gobierno Laborista en Inglaterra.

Ramsay MacDonald y Arthur Henderson eran estrechos amigos de los Socialistas Vieneses. Cuando Henderson fue informado del armamentismo de la Heimwehr, ocasionó una interpelación en la Cámara de los Comunes. La acusación fue que el tratado de paz había sido quebrado, que un ejército secreto estaba siendo organizado, y que el ejército secreto estaba siendo abastecido por fuentes Gubernamentales. El Gobierno británico exigió que la Heimwehr se desarmara. El Gobierno francés hizo la misma demanda. Esta intervención de los dos Gobiernos salvó a Austria de la inminente guerra civil entre la Heirnwehr y el Ejército Socialista Republicano y llevó por el momento al retiro de Monseñor Seipel.

La Heimwehr entretanto, habiendo visto fallar su ataque directo, probó métodos indirectos. Con la ayuda del católico Karl Vaugoin, el Vicecanciller, se hizo un intento para romper el control Socialista de los ferroviarios. El Gobierno se dividió por el problema de seleccionar al hombre destinado a destruir la resistencia Socialista, y renunció. Vaugoin fue designado Canciller, y su primer acto fue disolver el Parlamento. En esto fue apoyado apasionadamente por la Heimwehr, que se pronunció en favor de la dictadura. El propio Gobierno declaró que desde ahora sólo gobernaría por métodos "autoritarios". Seipel, en el entretanto, renunció a la presidencia del Partido católico, un movimiento lleno de significado en la medida en que estaba involucrado el uso del Partido Político Católico por la Iglesia Católica. Él luego entró en el Gobierno de Vaugoin como Ministro de Relaciones Exteriores. De los dos líderes de la Heimwehr, el Príncipe Stahremberg llegó a ser Ministro de Interior y el Dr. Hueber fue al Ministerio de Comercio. El Dr. Hueber era un manifiesto Nazi que después iba a ser un miembro del Gobierno Nazi de los cuatro días de 1938 que entregó Austria a Alemania. El Príncipe Von Stahremberg se jactaba abiertamente de su alianza con Hitler, quien por ese tiempo estaba marchando rápidamente hacia el absolutismo.

Los Socialistas, sin embargo, dejaron en claro que si la elección era cancelada, o si el Nuevo Parlamente era confrontado, ellos lucharían resueltamente. En la elección el grupo de Vaugoin-Seipel y Stahremberg no obtuvo una mayoría. Entretanto, Inglaterra y Francia expresaron claramente que esperaban que Austria produjera un Gobierno constitucional. Los tres aspirantes a dictadores renunciaron.

Después de estas renuncias la Heimwehr se desintegró rápidamente. En Alemania Hitler se había vuelto ahora un poder político, a través de la elección general de 1930. Al mismo tiempo la elección austríaca no había dado a los Nazis un solo escaño. El Nazismo empezó a ejercer una fuerte atracción para los miembros de la derrotada Heimwehr. Ellos se acercaron a Hitler, quien les propuso tres condiciones: la no restauración de los Habsburgos, sino el Anschluss [unión entre Alemania y Austria]; la absoluta oposición al parlamentarismo; la aceptación incondicional de su dominio personal. Lo que quedaba de la Heimwehr se dividió a causa de estas tres condiciones. Stahremberg apoyó la Monarquía, pero la Heimwehren Estiriana se unió a los Nazis. El 13 de septiembre de 1931, ellos intentaron una insurrección militar que, sin embargo, fue rápidamente suprimida.

El parlamento seguía adelante muy dificultosamente, el Gobierno católico se esforzaba por gobernar con una minoría. Al fin un nuevo Gabinete fue formado bajo la dirección del Dr. Dollfuss, con una mayoría de un voto en el Parlamento.

Dollfuss era el hijo ilegítimo de un campesino. Él había estado destinado a la profesión eclesiástica, y había sido educado en un seminario con la ayuda de una subvención eclesiástica. A la edad de diecinueve, sin embargo, cambió de idea. Después de la Guerra gradualmente llegó a hacerse un importante dirigente de las diversas organizaciones católicas, primero entre los estudiantes, y luego entre los campesinos. Él comenzó como un notorio miembro del ala democrática del Partido católico, pero después se volvió un miembro de la facción "Autoritaria". Él asumió el poder poco después de la muerte de Seipel
el 2 de septiembre de 1932, y puede ser considerado como el ejecutor del testamento político de ese prelado.

Las relaciones con los católicos en el poder se hicieron más tirantes cada día, y también con los Socialistas. Una vez más Dollfuss buscó fortalecer la desacreditada Heimwehr. Simultáneamente él declaró su intención de transformar Austria en un "Estado Corporativo Autoritario." El Estado, dijo, se parecería al de la Italia fascista, pero tomaría su guía de las instrucciones emitidas por el propio Papa a los católicos en todo el mundo. Estas instrucciones estaban encarnadas en la encíclica Quadragesimo Anno, publicada en 1931, en la cual Pío XI convocaba a los católicos para que establecieran un Estado Corporativo dondequiera ellos pudieran. Dollfuss estaba continuamente en íntimo contacto con las autoridades católicas, la Jerarquía y el Vaticano de quienes frecuentemente recibía consejo.

El 30 de enero de 1933, Hitler asumió el poder en Berlín. Entretanto ocurrió un pequeño incidente que se transformó en un problema internacional. Sindicalistas ferroviarios descubrieron que una fábrica de armamento en Hinterberg, en la Baja Austria, estaba produciendo rifles, no, como se creía, para el Ejército austríaco, sino para la Hungría reaccionaria. Importantes funcionarios del Gobierno estaban ayudando en el contrabando de tal armamento. Además, se descubrió que los funcionarios involucrados eran principalmente católicos de simpatías semifascistas o incluso abiertamente fascistas. Uno de esos funcionarios, sabiendo que un cierto ferroviario tenía conocimiento de lo que estaba pasando, con el consentimiento de Dollfuss le ofreció una gran suma de dinero como el precio de su silencio. El hombre la rechazó, y este doble secreto se hizo conocido por el periódico del Partido Socialista.

El escándalo hizo sensación; pero eso no era suficiente. El asunto se hizo más amplio. Los rifles no eran para Hungría, sino para la Italia fascista. No habían sido encargados por los húngaros, sino que se dirigían a Hungría sólo como un depósito temporario. Ellos estaban destinados a los católicos monarquistas Habsburgos en Croacia, que estaban complotando una insurrección para separarse de Yugoslavia (debe recordarse "el plan para una Federación católica" de Seipel).

El complot de Hinterberg era parte de un plan internacional, que culminó en el asesinato de Rey Alejandro de Yugoslavia y del Ministro de Relaciones Exteriores francés por un guerrillero croata de los Habsburgos, en 1934. En ese momento la Italia fascista estaba en amarga enemistad con Yugoslavia, y Mussolini estaba contemplando seriamente la intervención con la fuerza. La aspiración de los Monarquistas católicos para la separación de Croacia de Yugoslavia le agradó. En este proyecto estuvieron igualmente implicados Mussolini, el Gobierno semifascista húngaro, los líderes de la Heimwehr, y Dollfuss. Más que eso, el Vaticano tenía conocimiento de todo el asunto. Varios años después el Conde Grandi, el Embajador fascista en Londres, declaró que Dollfuss así como Mussolini se habían acercado al Papa con respecto al plan. El Papa, aun cuando no lo alentó, expresó el deseo de que cuando Croacia fuese separada de "la cismática Yugoslavia" se restaurasen los derechos de la Iglesia católica. Él prometió que pediría al clero católico en Croacia que apoyara al movimiento, y dijo que ciertamente tendría la ayuda de numerosos países católicos en la Sociedad de Naciones si el asunto estuviera sobre una base firme.

Así los Socialistas, por su descubrimiento de un serio complot Monarquista católico, involucrando a Croacia, Hungría, y Austria, habían obstruido el camino del católico Dollfuss, del Vaticano, y de Mussolini. Desde ese día en adelante los católicos en Austria juraron destruir a los Socialistas. Dollfuss prometió a Mussolini, quien estaba ávido para el inmediato aplastamiento de los Socialistas, que él haría todo lo que estuviera en su poder para aniquilarlos. "El perro guardián Socialista debía ser suprimido." Dollfuss se volvió abiertamente fascista. En diez días formó su gabinete antisocialista, incluyendo a miembros del Partido católico, del Partido de los Granjeros (católico), y de la Heimwehr. Los Socialdemócratas, constituyendo el partido más grande y más compacto del país, ni siquiera fueron consultados.

El primer acto de Dollfuss fue la abolición de Parlamento. Luego proclamó que Austria se había hecho Fascista según el modelo italiano. Él concentró en sus propias manos las carteras más vitales, a saber, Ejército, Policía, Gendarmería, Relaciones Exteriores, y Agricultura. Decidió que todos los partidos debían desaparecer, incluso el Partido católico, cuya desaparición, como él bien sabía, estaba de acuerdo con los deseos del Vaticano. La nueva dictadura gobernaría de acuerdo con la concepción de Seipel del Estado Corporativo, basado en las Stande [clases]. El antisemitismo recibió reconocimiento oficial, la Prensa fue amordazada, la oposición suprimida, y se abrieron campos de concentración. Los sindicatos fueron gradualmente disueltos. Dollfuss propuso crear sindicatos católicos, nombrando él mismo a sus líderes.

Durante el año 1933, después de la supresión del Parlamento, Dollfuss emitió más de trescientos decretos ilegales e inconstitucionales. Él empleó su poder principalmente para disminuir los derechos sociales y económicos de los obreros y para aumentar el valor de la propiedad y la seguridad de sus propietarios. Los campesinos, sus seguidores, fueron subsidiados a expensas de los obreros Socialistas en las ciudades. Él restringió el derecho del juicio por jurado, destruyó la libertad de Prensa, y abolió el derecho de reunión. Él ordenó que el secreto hasta ahora observado por el Servicio Postal ya no iba a ser inviolable. Él abolió casi todas las organizaciones culturales y deportivas que no eran católicas, disolvió los Escuadrones de Defensa Republicanos, y al mismo tiempo armó, tanto como pudo, la Heimwehr católica y fascista. Luego estableció "Tribunales Relámpago", y restauró la pena de muerte, aunque las únicas personas a ser colgadas invariablemente eran Socialistas acusados de resistencia a la Heimwehr. Él dio estos pasos, bastante significativamente, después de una visita a Mussolini y el Vaticano.

Dollfuss en el centro y el Cardenal Innitzer a su izquierda (1934)

Todas estas medidas iban más tarde, en 1934, a ser coronadas por un Concordato entre el Vaticano y el Gobierno austríaco por lo cual Roma hizo realidad su eslogan "Una Austria católica." Los principios de la encíclica Quadragesimo Anno eran puestos en vigor , dondequiera fuera posible, con más cuidado que antes. El Concordato estableció a la Iglesia católica en una posición legal y oficial que ella empezó a usar en su máxima extensión. La religión católica se volvió la religión del Estado, la educación estaba directa e indirectamente sujeta a ella, y se destruyó sistemáticamente todo rastro de influencias no católicas. El clero se volvió un sector privilegiado de la sociedad y un enorme volumen de literatura católica, en la forma de libros y periódicos, exaltaba las bendiciones del Estado Corporativo autoritario como fue presentado por el Papa y como fue adoptado por Mussolini y por el Estado austríaco. Las diversas Iglesias Evangélicas y protestantes empezaron a sufrir persecución sistemática, y sus ministros fueron boicoteados, arrestados, y encarcelados.

Esta persecución era debida a un sentimiento de resentimiento experimentado por la Iglesia católica; y este sentimiento de resentimiento fue despertado por el hecho de que, a pesar del enorme poder político de la Iglesia y su influencia en la vida de la nación, miles de austríacos empezaron a unirse a Iglesias protestantes, especialmente la Iglesia Evangélica. Los conversos dieron este paso como una protesta contra la tiranía religiosa, social, y política de la Iglesia católica. En unos pocos meses, de hecho, más de 23,000 católicos austríacos habían buscado ser miembros de la Iglesia Evangélica exclusivamente. Además de esa asombrosa cifra, sólo en Viena otras 16,000 personas abandonaron el Catolicismo. En un tiempo muy breve el número en esa ciudad de quienes habían repudiado la Iglesia católica sumaba más de 100,000. Las clases medias, bastante significativament, proveyeron el número mayor de conversos. (Churches Under Trial.)

Dollfuss pensó que los Nazis se volverían más amigables con él después de que hubo destruido a "esos malditos socialdemócratas." Los Nazis, sin embargo, se comportaron de una manera que no prometía ninguna colaboración más estrecha. Así la política de Dollfuss en este momento fue la dedicación de todos los esfuerzos para reanimar el patriotismo austríaco. Aunque deseaba un Estado fascista, él quería que la Austria totalitaria fuera independiente. Muchos sectores de la población lo apoyaron. Los principales grupos de políticos católicos siempre habían rechazado la idea del Anschluss. El clero se oponía a esta. Tanto era así que hubo un tiempo antes de Dollfuss, y aun después de él, cuando los obispos proclamaban desde sus púlpitos, y cuando los sacerdotes de los pueblos grababan fuertemente en sus greyes con sermones y conversaciones privadas, que el Nazismo apuntaba a destruir la independencia austríaca. Además, ellos proclamaron -y esto fue lo más importante- que el Nazismo era el enemigo jurado de la Iglesia católica. Una importante causa contribuyente para la hostilidad hacia la unión con Alemania era el odio innato en todos los austríacos hacia Prusia, y una aversión por el Norte y, sobre todo, por el Protestantismo. La Jerarquía católica, esperando establecer en este momento un Estado totalitario en Austria, se opuso al Anschluss. Si elAnschluss hubiese acontecido, ellos nunca habrían podido formar una "Austria católica" bajo Hitler, recordando la fortaleza que el Protestantismo estaba adquiriendo en la vida de Austria. Esta última consideración era tan poderosa en ese momento que cuando los católicos admitían en el confesionario su adhesión al Nacionalsocialismo, los sacerdotes condenaban esto como un pecado.

Dollfuss empezó a organizar un Estado con la Heimwehr y a transformar sus tropas de asalto en un Partido Totalitario. Este paso fue deseado por Stahremberg y Mussolini. Una vez más la Heimwehr fue bien provista de fondos. Dollfuss y el Partido católico eran, sin embargo, bien conscientes de que un Fascismo pleno de la Heimwehr se atraería la hostilidad de por lo menos el 90 por ciento de la población, además de la de los Socialistas, la de los Nazis, e incluso la de un sector de los católicos.

Las armas no eran suficientes para sostener una dictadura. Los líderes católicos decidieron no confiar completamente en las armas de la Heimwehr, sino utilizar otro elemento que ellos pensaban era muy fuerte -a saber, el clero austríaco. Así se decidió, después de obtener la aprobación del Vaticano, hacer al clero católico la columna vertebral de la nueva dictadura en el campo político, así como la Heimwehr lo era en el campo militar. Los más altos niveles del clero austríaco, entretanto, habían recibido instrucciones desde Roma de apoyar enteramente al régimen de Dollfuss, y de fortalecerlo con toda su capacidad. De ellos partieron las instrucciones a todo el clero austríaco en cada pueblo y parroquia de volverse pilares del nuevo Estado autoritario católico. En el final, sin embargo, la Iglesia católica falló, y eso decidió el destino de Austria.

En Austria, como hemos visto, la Iglesia católica se había identificado continuamente con un régimen político reaccionario, normalmente detestado por las masas. Al campesino austríaco medio, aunque católico, le disgustaba la intrusión del clero en lo que correctamente consideraba asuntos seculares. El sacerdote, preocupado con las necesidades religiosas de su parroquia, no debía aspirar al liderazgo político. Dollfuss estaba esforzándose por hacer a la Iglesia católica la gobernante de Austria. Además de esto, la Iglesia católica y Dollfuss estaban patrocinando la resurrección de los Habsburgos y las tradiciones de la aristocracia, y aunque en ciertas partes de Austria esta idea no era impopular, era desagradable para la gran mayoría de austríacos.

La rebelión de los campesinos contra la Iglesia, las adhesiones al Nazimo multiplicándose continuamente, y el número asombroso de conversiones al Protestantismo, llenaban a la Iglesia católica con siempre creciente alarma. Los obispos le pidieron a Dollfuss que actuara, y que prohibiera estas transferencias de lealtad. Dollfuss empezó a condenar a personas por diseminar propaganda Nazi, que en el caso de la mayoría de ellos asumió la forma de conversión al Protestantismo. Tales medidas, por supuesto, fortalecieron el espíritu de rebelión. Mientras este proceso estaba avanzando en la zona rural, Dollfuss continuó la destrucción del Socialismo y la construcción de su propia dictadura. Él procedió gradualmente quitando uno a uno los derechos de los Socialistas, pero bajo la presión continua de la Jerarquía, la Heimwehr, y Mussolini.

Cuando por fin, el 2 de febrero de 1934, la policía de Dollfuss ocupó la sede del Partido Socialista en Linz, los Socialistas empezaron a luchar en Linz, en Viena, y en otros distritos. La lucha duró cuatro días, y en algunas partes aun más tiempo. Dollfuss permitió a un líder de la eimwehr una repetición de "los gozosos ahorcamientos de los tiempos de guerra." Él dio órdenes para que todo prisionero pasara por consejo de guerra y fuera colgado. Dollfuss dijo que sólo hubo 137 "rebeldes" matados. Un hombre severamente herido fue llevado en una camilla para la ejecución. Después del séptimo colgamiento, el Mayor Fey fue forzado a detenerse, debido a la protesta de un Poder Extranjero y a la indignación de cada comunidad civilizada, aunque, bastante significativamente, ni una sola palabra de misericordia o de protesta vino del Vaticano. Dollfuss había mentido. En una estimación conservadora hubo entre 1,500 y 1,600 Socialistas muertos y 5,000 heridos; 1,188 fueron encarcelados, y once colgados.(Osterreich, 1934.)

La actitud y los métodos del régimen católico hacia sus adversarios deben ser comparados con los métodos de los Socialistas que, durante su revolución de 1919 y durante sus años de poder en Viena, no habían "lastimado un cabello de la cabeza de nadie", como dice un historiador.

El Partido Socialista fue disuelto, el sindicato cerrado, y un Comisario tomó la administración de Viena. Muchos líderes Socialistas tuvieron que huir al extranjero. El Partido Socialista oficial fue conducido clandestinamente y aquellos que osaron apoyarlo fueron enviados a prisión. A fines de 1934 había más de 19,051 Socialistas en las cárceles austríacas, encarcelados sin el juicio. Ellos eran tratados con suma brutalidad. Algunos periodistas, deseando investigar sus condiciones, no fueron autorizados a visitarlos. Además, el clero católico compelió a Dollfuss a rechazar fondos de ayuda del extranjero a fin de "forzar a aquellos en aflicción a pedir a las Organizaciones católicas" (Annual Register). Veremos dentro de poco cómo el sucesor de Dollfuss siguió la misma línea.

Sobrevino la más espantosa persecución religiosa contra los Socialistas y todos los enemigos de la Iglesia católica. El espléndido sistema de educación, siendo totalmente absorbido por la Iglesia católica, fue completamente destruido y la situación económica se deterioró tanto que otra vez millones andaban medio muertos de hambre. El gran plan de construcción, que había edificado Europa, fue completamente detenido. El Vaticano estaba complacido, y así también estaban Dollfuss y Mussolini, pero el más complacido de todos era Hitler que vio un tremendo aumento en el número de sus partidarios por toda Austria, como consecuencia de "la eliminación del perro guardián Socialista."

Las autoridades Vaticanas, entretanto, estaban jugando un doble juego con Dollfuss y Hitler. Ellas estaban observando y esperando. El Papa Pío XI había dado a entender a Hitler que si él mantenía su palabra con respecto al tratamiento y los privilegios concedidos a la Iglesia católica en Alemania, entonces la Iglesia le ayudaría a "alcanzar sus objetivos políticos" en Austria. Haciendo esto el Vaticano esperaba compeler a Hitler a observar las cláusulas del Concordato, algunas de las cuales ya estaba empezando a olvidar. Además de eso, el Vaticano quería ver si era probable que la victoria católica durara o si el peligro de "revoluciones" todavía estaba presente. En el último caso era de suprema importancia para el Vaticano asegurar que "el peligro Rojo" se mantuviera sofocado por una mano aun más fuerte, y esa mano más fuerte sería eventualmente la de Hitler. Para lograr su objetivo el Vaticano todavía tenía que hacer sacrificios adicionales. Además del sacrificio del Partido católico austríaco, el Vaticano tendría que sacrificar el régimen católico austríaco y sus sueños de "Confederaciones Papales" imaginadas por Seipel.

Entretanto, Dollfuss creía cándidamente que su gran servicio a Hitler, destruyendo al Partido Socialista, volvería más dócil a Hitler. Hitler confiaba en que sería más fácil para él asegurar sus objetivos ahora que los Socialistas habían sido quitados. Dollfuss estaba dispuesto a admitir Nazis en su Gabinete, pero deseaba la independencia de Austria. Los Nazis querían el Anschluss y el gobierno de Hitler. Las negociaciones fracasaron y los Nazis comenzaron una campaña de arrojar bombas. Dollfuss proclamó la ley marcial, y finalmente se instituyó la pena de muerte por la posesión ilegal de dinamita. Pero, bastante significativamente, ni una sola pena de muerte fue consumada

Al mismo tiempo las serias disensiones acerca de las demandas de Hitler estaban amenazando con trastornar al Gobierno de Dollfuss. El Mayor Fey fue acusado de conspirar realmente con los Nazis. Anton Rintelen, el segundo hombre en el Partido católico y hasta unos pocos meses antes Gobernador de Estiria, fue ganado para ellos. El 25 de julio de 1934, los Nazis intentaron tomar el poder. Un grupo de Nazis entró en la Cancillería, intentando tomar el Gobierno. Sólo fueron capturados Dollfuss y el Comandante Fey. Dollfuss fue mortalmente herido y murió poco después. Las tropas fueron convocadas y demostraron ser fiables. Mussolini, viendo que su sueño de ser el supremo de Austria y Hungría estaba en peligro, envió dos divisiones al Paso del Brennero. Hitler que todavía no estaba listo para una lucha, dejó a los conspiradores a su destino. Si el complot hubiese tenido éxito, ningún peligro de guerra internacional habría surgido.

Entonces Herr von Papen, el Chambelán de la Corte Papal, fue enviado a Viena para operar una conciliación. Dollfuss fue seguido por Herr von Schuschnigg. Él era un católico de los más profundos sentimientos religiosos. Había recibido una educación cuidadosa de los Jesuitas, e incluso en su porte tenía el aire de un sacerdote estudioso antes que el de un político. Schuschnigg quería una Austria "autoritaria", pero en términos más moderados que los fijados por Dollfuss. Su tarea se volvió más fácil por la cambiada política de Hitler, quien, viendo la alarma que había creado en Europa, fue compelido a aplacar sus movimientos. Toda Europa, de hecho, parecía unirse contra la agresión alemana. El resultado fue la Conferencia de Stresa.

Schuschnigg, Stahremberg y el Cardenal Innitzer con Dollfuss

Al principio el nuevo régimen varió poco de el de Dollfuss. Gradualmente, sin embargo, Schuschnigg comprendió que para obtener apoyo popular debía aflojar la dictadura que tanto pesaba sobre el pueblo, y especialmente sobre la clase obrera. Así él empezó a otorgar gradualmente modestas concesiones de vez en cuando, pero prometiendo más en el futuro. Lentamente se libró de los odiados y notorios extremistas en su Gobierno -el Mayor Fey y Stahremberg, los líderes de la Heimwehr. Después incorporó a la propia Heimwehr en la organización militar del Gobierno.

La Iglesia católica, que al principio se había apartado a un segundo plano, de nuevo buscaba ejercer fuerte presión en la vida política del país. Ella continuaba temiendo el "peligro Rojo y las peligrosas ideas del Protestantismo y de la indiferencia religiosa." La Iglesia quería obtener algún grado de control sobre todos los obreros, aunque fuesen Socialistas, Ateos, o Bolcheviques. La Ley y el Ejército, que los habían llevado a la clandestinidad, no eran suficientes. La Jerarquía católica quería obtener un dominio aun más firme de ellos compeliéndolos a ponerse bajo su control directo.

Las negociaciones con el Gobierno continuaron durante algún tiempo, hasta que al fin se alcanzó un acuerdo. Schuschnigg aprobó una ley que requería a cada ciudadano que fuera miembro de una Iglesia. El carácter político  de esta movida fue recibido con suma hostilidad en muchos sectores, no sólo entre los obreros, y lo que ocurrió bajo Dollfuss se repitió en una escala más grande. Sobrevino un masivo movimiento de las filas de la Iglesia católica. Miles de los católicos romanos, obreros y gente de las clases medias, disgustados comenzaron a entrar en las Iglesias protestantes, donde sus votos no eran dictados por el cuerpo religioso al que pertenecían. Durante este periodo el número de protestantes alcanzó la cifra, sin precedentes en la Austria católica, de 340,000 -un acontecimiento que abrumó a los pocos pastores protestantes todavía dejados en libertad. (Churches Under Trial.)

Los asuntos siguieron bastante tranquilamente durante algún tiempo, y la situación interna parecía estar bastante estable. Aunque la Iglesia católica continuaba presionando al Gobierno por medidas más drásticas contra "el peligro Rojo que estaba retumbando subterráneamente", no había ningún problema interno para Austria. Pero entonces la intranquilidad reapareció, y una vez más ésta empezó desde el extranjero. La Guerra abisinia estalló. La Italia fascista, buscando la amistad alemana, ya no apoyaría a Austria y aconsejó a Schuschnigg que tratara directamente con Hitler. Austria, después de eso, firmó un tratado con la Alemania Nazi (Julio de 1936). Austria prometió subordinar su política exterior a la de Hitler, y además ofreció que, si la guerra estallaba, Austria estaría al lado de Alemania.

En Austria la prohibición al Partido Nazi continuó, pero se permitió a los Nazis que se reunieran sin ser molestados. Un líder Nazi se convirtió en Ministro de Interior. La tregua con el Nazismo duró aproximadamente dieciocho meses. Entretanto, Alemania se había puesto más fuerte en el campo internacional, el Eje más firme, y su armamento había aumentado seriamente. Debido a estos factores y al fantasma del peligro Rojo, cuyo recrudecimiento parecía inminente, la Jerarquía austríaca, instruida por el Vaticano, decidió llegar a un acuerdo con Hitler. Sólo por su mano de hierro podía destruirse completamente a los Rojos. Si Hitler prometía respetar los derechos de la Iglesia en Alemania así como en Austria, su cooperación con la Jerarquía católica habría sido posible. Hitler, enterado de esta nueva actitud, empezó a actuar comenzando en Alemania una persecución a la Iglesia católica. Había poderosas razones domésticas para que Hitler actuara así, como hemos tenido ocasión de ver, pero sus objetivos austríacos proporcionaron una razón adicional de no poca importancia. Él hizo conocer al Vaticano que la persecución se suspendería con tal de que el Vaticano instruyera a la Jerarquía austríaca y a los líderes católicos para que apoyaran el Anschluss . Una vez que se hiciera, él respetaría los derechos de la Iglesia, no sólo en Alemania, sino también en Austria.

El Vaticano aceptó. A través de la mediación de von Papen y el Cardenal Innitzer, las negociaciones continuaron, con el objetivo de persuadir a Schuschnigg para que entregara Austria. Schuschnigg, sin embargo, se opuso al Anschluss, sabiendo que habría sido el fin de Austria. Él se negó obstinadamente. Hitler lo convocó a Berchtesgaden y le ordenó entregar el Ministerio del Interior a un católico muy devoto, un Nazi ferviente, el Dr. von Seyss-Inquart. Hitler mostró a Schuschnigg las órdenes de marchar que serían dadas a las tropas alemanas si él se rehusaba. Schuschnigg debía obedecer.

Seyss-Inquart había tenido muchas entrevistas secretas con von Papen y el Cardenal antes de que esto sucediera. Seyss-Inquart, por supuesto, aceptó, sabiendo quién lo estaba apoyando dentro de Austria. Seyss-Inquart era un abogado Vienés que, después de la Primera Guerra Mundial, había abierto una modesta oficina en Viena sin lograr éxito alguno. Su conexión con el Partido católico era muy íntima. Esto se debía principalmente a que era un partidario de muchas organizaciones católicas de todos los tipos. Él se había vuelto un ardiente propagandista católico y era oído frecuentemente en Viena como un disertante proponiendo los principios católicos. Era muy pío y, con su familia, era asiduo asistente a los servicios de la Iglesia. Sus fervorosos y sinceros esfuerzos por servir la causa católica lo llevaron a contactar personalmente al Canciller, Dollfuss, y desde ese momento su ascenso fue rápido. Aun después de que se había vuelto una figura política, y Hitler le había hecho Comisario del Reich para Austria, él continuó yendo casi diariamente a la iglesia.

Schuschnigg volvió de Berchtesgaden, después de haber aprendido muchas cosas, entre las cuales habían varias estrechamente conectadas con el Vaticano. Esto le llevó a una reforma de su política hacia los Socialistas. Él deseaba su amistad, contando con su apoyo para mantener la independencia de Austria.

En ese momento la situación todavía presentaba una contienda triple entre católicos, Nazis, y Socialistas. En los días de Dollfuss el Gobierno había intentado unir fuerzas con los Nazis para aplastar a los Socialistas. Después de él el nuevo Gobierno intentó subyugar simultáneamente a ambos partidos, a pesar de hacer amistad con ellos. Pero, cuando llegó la hora decisiva, Schuschnigg vio que no podía confiar en los Nazis ni en los católicos. El apoyo principal vino de los Socialistas. Después de su entrevista con Hitler, Schuschnigg reorganizó su Gobierno. Además del Nazi Seyss-lnquart, incluyó a un representante de los elementos democráticos así como de los Socialistas. Luego negoció con los obreros en las fábricas, y pronto empezó a otorgar concesiones. Antes del fin los obreros organizaron un gran reunión sin ser molestados por la policía, por primera vez en muchos años. En esta conferencia los Socialistas se comprometieron a defender la independencia de Austria. Al hacer así, los Socialistas actuaron no sólo por odio hacia el Nazismo, sino porque pensaban que estaban recuperando su propia independencia. Esta era la más llana confesión del fracaso y la bancarrota de la política de Seipel y Dollfuss. Estaba claro que en el último y más solemne momento de la independencia de Austria, el Gobierno católico podía confiar sólo en el Movimiento Obrero que había perseguido tan persistentemente.

Habiendo hecho estas muchas concesiones, el Gobierno empezó a vacilar. Católicos dentro y fuera del Gobierno, las influencias de la Iglesia católica, de la Jerarquía austríaca, e incluso del Vaticano se opusieron fuertemente a estas concesiones. "Cómo, ¿tantas luchas, tanto derramamiento de sangre, tantos riesgos, para nuevamente volver a la democracia y así permitir a los Rojos presentarse libremente? ¡Nunca!" Así que cada medida fue demorada. A pesar de las continuas promesas, los obreros no recibieron ninguna concesión real; nunca se permitió que los trabajadores tuvieran siquiera un solo periódico bajo su propio control.

Durante este tiempo el Cardenal Innitzer continuó presionando a Schuschnigg y al Gobierno para provocar el completo sometimiento a Hitler. "El Anschluss es inevitable", fue su consejo. Él le dijo a Schuschnigg que el Vaticano deseaba que el Gobierno austríaco adoptara esta política. Schuschnigg, después de mucha duda y vacilación, se mantuvo firme, pero algunos católicos que sabían lo que estaba sucediendo detrás de la escena, se volvieron radicalizados. Éstos continuaron oponiéndose a la fusión con Alemania, deseando la independencia de su país. Ellos vieron claramente que el Gobierno no podía contar con el apoyo de la Iglesia, por la cual tanto había hecho.

En Viena el sentimiento y entusiasmo populares alcanzaron un punto cúlmine. Se pensaba que elNazismo había sido derrotado, y que el ideal de la lucha por la independencia austríaca se había vuelto muy popular para las masas debido a la tolerancia del Gobierno para con ellas. Por lo tanto los obreros, anteriormente anhelosos por el Anschluss en la medida que era concebido como una medida democrática implicando grandes derechos regionales para Austria, ahora que los Nazis estaban en el poder se opusieron agriamente a éste. Así, paradójicamente, ellos apoyaron al católico Schuschnigg esperando que de este modo volverían a la democracia y la libertad. En Viena, grandes manifestaciones clamaron por la libertad austríaca, gritando y cantando los antiguos eslóganes Socialistas. Socialistas, Comunistas, Monarquistas, e incluso muchos católicos, marcharon lado a lado durante días. Austria se había puesto de pie lista para luchar. Los Nazis nunca habían parecido tan débiles como en ese momento. Hitler, al igual que Schuschnigg y el Cardenal Innitzer, se alarmaron, porque nadie podía decir adonde llevaría ese movimiento de masa. Se sentía que aun si todo ese entusiasmo no llevaba al "Bolchevismo", quizás podría resultar en un avance de masas contra el Fascismo. Si tan formidable demostración popular contra el Fascismo había ocurrido, esto podría no quedar confinado exclusivamente a Austria.

Entretanto el Gobierno se estaba preparando. Los planes para la acción estaban completos y las tropas estaban listas para marchar. El Gobierno austríaco estaba decidido a luchar por su independencia. Schuschnigg, esperando evitar el derramamiento de sangre, jugó su última carta. Anunció que, si el pueblo austríaco realmente deseaba el Anschluss, el pueblo austríaco debía mostrar su voluntad por un plebiscito.

Esta decisión iba contra los planes del Vaticano. En consecuencia, el Cardenal Innitzer, quien ya estaba en contacto directo con Hitler, abrió una vez más las negociaciones con él. El Cardenal sabía bien que un plebiscito rechazaría el Anschluss, en cuyo caso los Rojos podrían salirse de control. La Iglesia no podía permitir que esto sucediera. Antes de prometer el apoyo ilimitado de la Iglesia católica en Austria y el del Vaticano, el Cardenal Innitzer requirió la promesa de que una vez que Hitler hubiese incorporado Austria, él respetaría los derechos de la Iglesia. (The Universe, 1 de marzo de 194).

Hitler era totalmente consciente de que si el plebiscito precedía su entrada en Austria, el pueblo austríaco rechazaría el Anschluss. Por lo tanto propuso este increíble plan al Cardenal -que no los austríacos, sino el pueblo alemán, debía decidir si los austríacos iban a volverse alemanes o no. Que un cardenal hubiera siquiera escuchado una proposición tan cínica parece increíble. Sin embargo el Cardenal no sólo asintió, sino que prometió que haría todo lo que estuviera en su poder para asegurar que el pueblo austríaco diera la bienvenida a Hitler y para que le otorgara sus votos.

El noveno día de marzo se había anunciado como la fecha del plebiscito austríaco, que, sin embargo, no tuvo lugar, porque Hitler prohibió a Schuschnigg que lo llevara a cabo. Durante la tarde del 11 de marzo casi toda la población de Viena estaba demostrando contra el Nazismo y el Fascismo, aclamando la libertad política y la independencia nacional y entonando canciones Socialistas. A las siete de esa misma tarde, las tropas de asalto Nazis aparecieron repentinamente en Viena. Herr von Schuschnigg había renunciado sin un golpe. Dentro de una hora la policía austríaca estaba llevando la esvástica. Viena fue inundada con tropas Nazis. El Cardenal Innitzer dio la bienvenida a los Nazis con esvásticas en las iglesias y con el repicar de campanas. Él ordenó que sus sacerdotes hicieran lo mismo. No satisfecho con esto, ordenó que todos los austríacos se sometieran al hombre, "cuya la lucha contra el Bolchevismo y por el poder, el honor, y la unidad de Alemania coincinde con la voz de la Providencia Divina."

Entonces, unos días después (el 15 de marzo), fue a ver Hitler de nuevo, y una vez más pidió su certidumbre de que respetaría los derechos de la Iglesia católica. Eso no fue todo. El Cardenal y sus obispos, con la excepción del Obispo de Linz, después de haber hablado acerca de la "voz" de la sangre instó a todos los austríacos a que votaran por Hitler en el plebiscito. Bajo su propia firma él escribió entonces la sagrada fórmula "Heil Hitler". Así acabó Austria.

Capítulo 13

 

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