EL VATICANO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

CAPÍTULO 15

BÉLGICA Y EL VATICANO

Cuando, en la primavera de 1940, la Alemania Nazi se alejó del Este para destruir el poder militar de los Aliados Occidentales, los pequeños países que estaban entre ella y Francia -a saber, Dinamarca, Holanda, y Bélgica- fueron invadidos y ocupados.

No trataremos de Dinamarca, cuya población católica es minúscula; ni con Holanda, que no puede ser considerado un país católico, porque, aunque un tercio de su población es católica, tal minoría no ejercía una gran influencia en este momento. Baste decir que los católicos holandeses, aunque produjeron ciertos elementos pro nazis, se comportaron en general como la mayoría de la población holandesa, la Jerarquía adoptó una política de obediencia a las autoridades Nazis, pero no expresó ni condena ni apoyo de sus acciones. Sólo se levantaron protestas ocasionales cuando ciertas leyes, tales como la de reclutamiento obrero forzoso, pusieron en peligro la moral y la fe de los trabajadores católicos o violaron los principios de la Iglesia; o cuando el régimen Nazi disolvió las asociaciones católicas, redujo los subsidios de las escuelas católicas, se apropió por la fuerza de edificios eclesiásticos, suprimió los periódicos católicos, prohibió colectas públicas, rebajó los sueldos de los maestros religiosos, o adoptó un sistema de centralización para los trabajadores y los jóvenes, etcétera.

Por otro lado, aunque es verdad que la Jerarquía católica en general no dio ni apoyo ni condenación a los Nazis, cooperó entusiastamente con ellos para destruir a los Socialistas y a los Comunistas. Como cuando, por ejemplo, el 27 de enero de 1941, le prohibió a cualquier católico a hacerse o seguir siendo un miembro del Partido comunista, amenazándose al desobediente con la excomunión.

La falta de espacio impide cualquier relato detallado del rol jugado por la Iglesia Católica en Holanda. Debemos continuar con Bélgica, porque en ese país la Iglesia Católica jugó un importante rol amoldando los eventos sociales, políticos, y aun militares hasta el tiempo de la ocupación por los Nazis. Mientras examinamos el papel allí desempeñado por la Iglesia, el lector debe recordar que Bélgica, como otros países, era sólo una parte del vasto plan del Vaticano para establecer el Totalitarismo dondequiera fuese posible. Como ya hemos visto, el Vaticano trabajaba en dos planos. Primero, intentaba crear movimientos políticos totalitarios dentro del país seleccionado, aprovechando las características económicas, políticas, sociales, o raciales de origen general o local. Segundo, en el caso de países pequeños, ellos eran gradualmente seducidos para ser atraídos dentro de la órbita de la Alemania Nazi o de la Italia fascista.

Antes de seguir adelante, demos un rápido vistazo a la posición de la Iglesia católica belga, porque así se explicará la influencia ejercida por la Iglesia, no sólo en cuestiones puramente religiosas, sino extendiéndose a los campos sociales y políticos.

Prácticamente toda la población de Bélgica es, nominalmente al menos, católica. La Iglesia católica como una institución religiosa, social, y política es, quizás, la organización más influyente en el país. Como evidencia de la abrumadora superioridad numérica de los católicos sobre los adherentes a otras Iglesias es suficiente citar las siguientes cifras que ilustran la proporción del clero sirviendo en las diversas denominaciones religiosas en Bélgica en el año 1937: La Iglesia Católica Romana poseía 6,474 sacerdotes; los ministros de denominaciones protestantes ascendían a 32; los Rabinos de la fe judía ascendían a 17; y la Iglesia anglicana estaba representada por 9 clérigos. De todos los países católicos, Bélgica tenía relativamente el mayor número de conventos, y el número de monjas belgas se aproximaba a 7,000.

La Constitución belga garantizaba la libertad religiosa, y ningún súbdito era obligado a tomar parte en observancias religiosas. Todos los credos gozaban de completa libertad. El Estado renunció a cualquier derecho a intervenir en cuestiones eclesiásticas y no se involucraba en la designación de dignatarios de la Iglesia o de autoridades en las universidades.

Este grado de libertad religiosa en un país abrumadoramente católico fue el resultado del entendimiento entre los católicos y los Liberales. La lucha entre la Iglesia católica y los Liberales había sido anteriormente tan feroz como en otros países, pero la Iglesia fue obligada a transigir. Ella sabía bien que la libertad que le era concedida por el Estado la compensaría por cualquier pérdida resultante de tal compromiso. Por medio de una red de instituciones -educativas, sociales, políticas, y de beneficencia- la Iglesia podía influir en la vida de la nación. Estos canales de influencia se ampliaban anualmente, gracias a los principios de libertad de asociación, de educación, y de prensa. Esta mutua tolerancia entre la Iglesia y el Estado le permitió a Bélgica mantener estrechas relaciones diplomáticas con la Santa Sede.

Desde que Bélgica se volvió independiente, la educación de la juventud belga había sido un asunto de amarga controversia entre la Iglesia y los campeones del sistema de educación secular Estatal. La Lutte Scolaire, como se había llegado conocer, la lucha por el control de la juventud, no estaba todavía resuelta en lo fundamental para mayo de 1940, aunque se había alcanzado algún grado de entendimiento en la práctica. La Constitución establecía que la educación debía ser libre y que el costo de mantener las escuelas debía ser soportado por el Estado. Pero el principio de libertad de educación permitía la fundación de escuelas por organizaciones privadas e individuos, y la Iglesia Católica en particular hizo uso de este privilegio. Si el Estado debía ser responsable por el costo de la educación en escuelas así privadamente establecidas fue la siguiente cuestión que surgió y durante mucho tiempo causó una amarga disputa. La Iglesia Católica reclamaba que el Estado proporcionara una parte de los fondos necesarios para sostener sus escuelas.

La instrucción religiosa en las escuelas ocasionó un problema igualmente difícil. En sus propias escuelas católicas podían, por supuesto, asegurar que sus hijos fueran educados de acuerdo con los principios católicos. En las escuelas controladas por las autoridades públicas, los Liberales, y después los Socialistas, sostenían que la educación debía situarse sobre una base puramente secular. Ellos consideraban que la instrucción religiosa debía darse fuera de las horas escolares y sólo con el consentimiento de los padres. La Iglesia luchó en estas contiendas con suma ferocidad, reclamando que la enseñanza católica fuera dada en todas las escuelas y a costa del Estado. Todos los niños debían ser criados como católicos, independientemente de los deseos de sus padres.

Para demostrar el espíritu intolerante que animaba a la Iglesia católica, aun en un Estado donde superficialmente parecía que se había alcanzado una comprensión con la Iglesia, pueden darse dos ejemplos pequeños pero significativos. El Estado, siendo verdaderamente democrático y Liberal, había promulgado que la instrucción católica debía impartirse en aquellas escuelas donde los estudiantes católicos formaron la mayoría. Esto afectaba especialmente a las escuelas Comunales. Pero cuando el Estado aplicó una regla en conformidad a esto a las escuelas comunales donde los católicos eran una minoría, esa instrucción religiosa inaplicable para la mayoría no debía ser dada, la Iglesia protestó vigorosamente y acusó al Estado de intolerancia y de hostilidad hacia la Iglesia.

Como en muchos otros países, así también en Bélgica, persistía un feroz antagonismo entre la Iglesia y los partidos progresistas tales como los Liberales y los Socialistas. La Iglesia se oponía persistentemente a cualquier cosa tendiente a secularizar el Estado y la vida nacional. Sin recapitular los motivos que impulsaban a la Iglesia a luchar contra el Estado secular y el Liberalismo, baste decir que la Iglesia en Bélgica condujo una campaña igual a las que hizo en Italia, Alemania, Austria, Checoslovaquia, y en otras partes. Durante los primeros cincuenta años de independencia la lucha estaba dirigida contra los Liberales, y la causa principal de disputa era la influencia de la Iglesia sobre la educación y sobre la vida política del país. Los católicos, por supuesto, apoyaban a la Iglesia, mientras que los Liberales y los Progresistas abogaban por un Estado secular.

Desde 1884 hasta 1914, debido a diversas circunstancias y a eventos sociales así como económicos y políticos, los católicos gobernaron solos el país. Después de la Primera Guerra Mundial los católicos y los Socialistas, quiénes mientras tanto habían crecido enormemente en número y poder, poseían la misma fuerza, pero los Liberales gradualmente perdieron terreno, con la consecuencia de que el Partido católico y el movimiento de la clase trabajadora católica comenzaron su inevitable lucha con los Socialistas. Esta lucha estaba basada principalmente en cuestiones sociales.

En 1925 fueron elegidos para la Cámara los dos primeros comunistas. En Bélgica, como en otras partes, los movimientos Socialistas y Comunistas estaban ganando cada vez más terreno, para el desmayo de aquellos sectores de la sociedad belga que tenían razón en temerlos. Estos sectores, por supuesto, encontraron en la Iglesia Católica a una aliada estrecha, con cuyo acuerdo fue iniciada una lucha contra los Socialistas. Esta lucha asumió formas diversas y experimentó suerte diversa, la descripción de la cual está más allá del alcance de este libro. Baste decir que la entrada de Hitler al poder en 1933 proporcionó aliento a las fuerzas reaccionarias belgas y las estimuló para una exitosa resistencia contra sus enemigos.

Sólo dos años después del ascenso al poder del Nazismo, un movimiento fascista apareció en Bélgica. Este movimiento Fascista -o más bien Nazi- adoptó el programa, las ideas, y los eslóganes de Hitler y Mussolini, modificados para los requerimientos especiales de la nacionalidad belga. El partido y su líder se declararon aliados de Hitler y Mussolini y apoyaron su intromisión en los asuntos internos de Bélgica.

¿De qué fuentes manaba el Nuevo Fascismo belga? ¿Quiénes eran los principales instigadores de esta fuerza antidemocrática?

Sus instigadores eran fervientes adherentes de la Iglesia Católica, y en sus esferas particulares eran las figuras verdaderamente destacadas del Catolicismo. El líder de esta facción era el director de la más importante empresa editora católica, y la Iglesia Católica era la institución sobre la cual el movimiento dependía para su sostén. El movimiento y sus líderes se jactaban del apoyo de influyentes sectores católicos de Bélgica y sus estrechos aliados, los elementos reaccionarios industriales, financieros, y sociales de todo el país.

El Partido fascista belga, creado en 1935, estaba liderado por un grupo de jóvenes católicos, de quienes el jefe era Degrelle, el director de la empresa editora católica "Rex" (la forma abreviada de Christus Rex). Degrelle empezó su carrera como un propagandista del Partido católico, siendo su misión principal inundar Bélgica con publicaciones religiosas católicas. El alma del Niño en el Catolicismo y milagros de toda clase, sobre todo la aparición de la Virgen en Beauraing, formaban su tema principal.

Degrelle

Cuando el nuevo partido fue fundado, estos jóvenes católicos iniciaron una campaña en dos frentes. Primero, su animosidad se dirigió contra el alto sector financiero e industrial del Partido católico y la influencia excesiva de las altas finanzas dentro de éste. Segundo, ellos hicieron una formal declaración de guerra contra cualquier cosa que oliera a democracia o a Socialismo, y contra todos los elementos hostiles a la Iglesia Católica. Estas campañas fueron dirigidas principalmente contra los Socialistas, los Comunistas, el Estado secular, y, bastante significativamente, contra aquel sólido, estable, e influyente sector de la Bélgica católica -a saber, los propios líderes del Partido católico.

¿No le resulta la situación al lector muy similar a la que se había creado en otros países? ¿Y no le resulta la creación del Partido fascista católico como en perfecta conformidad con la política general de la Iglesia en ese momento? Esta política, se sugiere, implicaba el reemplazo del viejo Partido católico o incluso su destrucción completa; en su lugar sería provisto un partido nuevo, vigoroso, e inescrupuloso. Todo esto pasó en un momento cuando en Bélgica los Socialistas y sobre todo los Comunistas estaban aumentando en número y poder. Como una consecuencia la clase media, que en otros países formaba la columna vertebral del Fascismo y el Nazismo, estaba poniéndose inquieta y estaba demandando fuertes medidas. Para abreviar, la Iglesia escogió el tiempo correcto para  lanzar aún otro partido fascista.

El momento del movimiento fue diestramente calculado desde otro punto de vista. Serios escándalos habían ocurrido entre los católicos que ejercían la mayor influencia, causando que las clases medias y medias bajas se rebelaran contra este estado de situación. El Partido católico, de hecho, había sido acusado tanto por católicos como por no católicos de groseras faltas, ya que la Iglesia "se había embarcado en sórdidas especulaciones" para "aumentar su poder y enriquecer a algunos de sus miembros" (Revue de Deux Mondes, 15 de junio de 1936).

Debido a estas consideraciones, el Partido fascista católico tenía todas las ventajas para alcanzar el éxito, con o sin el apoyo del antiguo Partido católico. Así el fascista Degrelle abandonó a los católicos de viejo cuño en la mala, estando asegurado el ascenso de su propia facción. En la elección de 1936 el nuevo Partido fascista, ahora llamado Rexismo, obtuvo veintiún escaños en la Cámara -un comienzo muy bueno. Los comunistas ascendieron de dos escaños, en 1925, a nueve escaños.

El nuevo Partido fascista, sin embargo, aunque indirectamente apoyado por el Vaticano, se puso demasiado violento y excedió las Instrucciones de Roma en cuanto a su relación con el antiguo Partido católico, Degrelle era demasiado entusiasta e inexperto, el Rexism estaba nítidamente en complicidad con la Italia fascista y la Alemania Nazi, y la popularidad del movimiento empezó a declinar. El antiguo Partido católico en Bélgica dio a entender al Vaticano que ellos eran demasiado influyentes en la vida del país para ser tratados tan despreciativamente. Pidieron que la Iglesia repudiara al Rexismo por como estaba constituido entonces. Aseguraron al Vaticano que, ejerciendo la debida precaución, finalmente ellos mismos garantizarían la "liquidación" del Socialismo y el Comunismo.

Un importante examen se tomó en 1937, cuando Bruselas eligió enviar al propio Degrelle a las votaciones en oposición al Sr. Van Zealand, un católico independiente, entonces Primer Ministro. Degrelle tenía el apoyo de los Rexistas y de los Nacionalistas Católicos Flamencos. La Iglesia católica aprovechó la ocasión para repudiar la doctrina del Rexismo como siendo "incompatible con el buen Catolicismo". El resultado de la elección fue de sólo 69,000 votos para Degrelle, contra los 275,000 votos para su oponente.

El viejo Partido católico se había anotado un éxito con el Vaticano, pero el Rexismo sobrevivió, usando todos los eslóganes y métodos del Fascismo y el Nazismo con suerte diversa. Desde que el Vaticano le había dado la espalda y, sobre todo, siendo resistido por los influyentes católicos ricos, éste no podía imponer a Degrelle sobre la población católica. Por lo tanto, en 1939, el Rexismo perdió casi todos sus escaños en el Parlamento, registrando sólo cuatro.

Entonces estalló la guerra, y las mismas intrigas que se habían tejido entre el sector reaccionario de Francia, el Vaticano, y Hitler se repitieron en Bélgica. Es decir, un influyente sector católico de Bélgica, compuesto principalmente por industriales y financistas, buscaba mantener neutral a Bélgica e incluso llegar a un acuerdo con Hitler.

El Vaticano estaba detrás de todos estos planes y negociaciones. Por supuesto, el Vaticano no era la única parte interesada; poderosos intereses, sociales, económicos, y financieros, estaban actuando, en conexión estrecha con sus contrapartes en Francia. Entraremos en mayores detalles al tratar sobre Francia. Es suficiente aquí apuntar que un general francés de origen belga y devotamente católico estaba implicado en estos diversos procedimientos y era un eslabón entre los sectores belgas y franceses que deseaban "llegar a un acuerdo con Hitler." Él era el General Weygand.

El representante Papal en Bélgica estaba en estrecho contacto con varias influyentes personas del séquito del Rey. Él también estaba en contacto, bastante significativamente, con aquellos Nacionalistas católicos flamencos que, reclamando la independencia, vieron en la intervención de Hitler una oportunidad enviada por Dios para crear un nuevo Estado flamenco católico. Estos católicos flamencos deseaban la separación según bases raciales e históricas, pero es digno de destacarse que ellos eran católicos muy fervientes y su principal objetivo era la creación de un Estado autoritario. Este Estado sería fundado según el Nazismo y el Sistema Corporativo Fascista. En los años precedentes a 1940 los Nacionalistas flamencos habían cambiado la forma de su partido. El Partido del Frente le había dado paso al Vlaamsch National Verbond, una organización sobre una base autoritaria.

Después de la invasión de Polonia la peligrosa posición de Bélgica frente a frente a Alemania estaba bastante clara. No obstante, las intrigas continuaron y alcanzaron tal grado que el Rey Leopoldo y sus consejeros se negaron a unirse a los expertos franceses y británicos para idear planes hasta que fue demasiado tarde. Actuando así, el Rey Leopoldo desatendió el consejo de sus líderes militares.

El Rey Leopoldo

Este retraso se debió al hecho que los católicos belgas, o más bien los pocos involucrados en estas intrigas, estaban enterados del plan del Vaticano con respecto a Polonia, Bélgica, y Francia. Ellos sabían, para hablar más precisamente, que el Vaticano había prometido a Hitler el apoyo de la Iglesia Católica en el Oeste a cambio de su prometido ataque al gran enemigo bolchevique. Hitler, a su vez, prometió respetar a la Iglesia dondequiera que sus ejércitos "fuesen obligados a ir". Él "aplastaría a todos los Socialistas y Comunistas", y una vez que eso fuera hecho "se dirigiría al Este".

El Rey Leopoldo era bien conocido por estar bajo la influencia del clero y, no poseyendo gran perspicacia política, él pudo no haber sabido lo que que sus acciones presagiaban.

Además de la decisión del Rey, la responsabilidad por esta cuestión cae especialmente sobre dos hombres, y éstos eran el Delegado Papal en Bélgica y el Primado belga. Ellos dirigieron negociaciones secretas con varios prominentes industriales y políticos católicos y más de una vez tuvieron audiencias privadas con el Rey Leopoldo.

El Rey Leopoldo y su séquito también estaban bajo la presión del Gobierno fascista en Roma, al cual Hitler había encargado que persuadiera al Rey para que siguiera un cierto rumbo. Este lado de las negociaciones fue conducida por medio de la Casa de Saboya, en la persona de la esposa del Príncipe de la Corona italiana, Umberto, que era la hermana del Rey Leopoldo. Este colosal plan será considerado en mayor detalle en el próximo capítulo. Baste decir aquí que Bélgica era una parte del plan francés-vaticano-hitlerista, con el cual el pequeño círculo industrial católico, el Rey, y otros, accedieron a trabajar en armonía.

Como ya se sugirió, el Rey, de acuerdo con este plan, impidió a los Aliados que prepararan sus planes. En consecuencia, cuando Hitler invadió Bélgica y sus ejércitos alcanzaron el mar, el Rey Leopoldo fue asesorado por sus consejeros católicos, incluyendo al Delegado Papal y al Primado belga, para que se rindiera. Este rumbo era contrario a la opinión y la voluntad del Gobierno que se negaba a rendirse; el muy católico Leopoldo, despreciando la Constitución que había jurado respetar, rindió personalmente al Ejército belga ante los Nazis. Después el Rey Leopoldo dijo que había advertido debidamente a los Aliados. Lo cierto es que ellos nunca recibieron esta advertencia y se enfrentaron al más serio peligro.

Inmediatamente después de la rendición, y antes de que el país hubiera sido informado, el Cardenal van Roey tuvo una sumamente privada entrevista con el Rey, durando más de una hora y media. Debe notarse que el Rey, a pesar de los urgentes problemas militares, previamente había tenido una reunión privada con el Nuncio Papal. La rendición siguió inmediatamente a esta reunión.

De lo que sucedido en la reunión entre el Rey y el Cardenal van Roey nada conocemos, sólo que el Cardenal discutió cuál mensaje debía darse, y cómo debía darse, al pueblo belga, la mayoría del cual deseaba continuar la lucha. El Rey se había rendido de mala gana, porque él deseaba estar en concordancia con su Gobierno. Después de la rendición él estaba temeroso del juicio de su pueblo, pero el Cardenal se comprometió a defender su acción ante los belgas.

Fue en estas circunstancias, y empleando al Cardenal van Roey como su vocero, que el Rey anunció la capitulación del 28 de mayo de 1940, a su pueblo. Él además publicó el texto de sus cartas dirigidas al Presidente Roosevelt y -bastante significativamente- al Papa. Bélgica se había vuelto un país ocupado y un satélite del Nuevo Orden Nazi.

Las características destacadas de la Bélgica ocupada eran dos. Primero, el Liberalismo, el Socialismo, el Comunismo, y todas las instituciones democráticas, hostiles a la Iglesia Católica y simultáneamente al Nazismo, fueron destruidas o de lo contrario completamente revisadas. Segundo, las organizaciones de la Iglesia Católica gozaron de libertad sin precedentes y la Iglesia ejerció insuperable influencia en el país, gracias al poder concedido a ella por los mismos Nazis.

Todos los partidos políticos fueron disueltos excepto dos, los ultracatólicos fascistas Rexistas y el ultracatólico Partido Nacionalista flamenco. Los periódicos Socialistas y Comunistas fueron suprimidos o cambiaron de manos. Sólo se permitió que se publicaran y circularan libremente los periódicos católicos, salvo por censura militar.

Todas las otras actividades y organizaciones -económicas, sociales, culturales, o políticas- fueron suprimidas, u obstaculizadas, o entregadas a los fascistas belgas o a los Nazis. Sólo fueron dejadas libres las instituciones, sociedades, y actividades católicas. El único poder que iba a mantener su poder y prestigio, o más bien a adquirir más de ambos, era el clero católico. Y por último pero no menos importante, el Cardenal se volvió el personaje político más poderoso en el país.

Hemos visto que Hitler detestaba al Catolicismo y al Vaticano, y sólo negociaba con ellos cuando tenía algo importante que ganar. ¿Cómo, entonces, puede alguien explicar el hecho de que su primer acción en Bélgica fue hacer todopoderosos a los partidos fascistas católicos y a la Iglesia Católica?

Este estado de situación continuó durante un tiempo considerable después de la ocupación. De todas las instituciones, la Iglesia Católica fue la que escapó más tiempo de la opresión alemana y la que menos sufrió desde la ocupación. Las organizaciones sociales católicas, a diferencia de aquellas de origen Socialista y otras no católicas, continuaron su labor como antes. La organización de la Juventud católica, los Boy Scouts católicos, los Gremios de los Campesinos, y las organizaciones de las Mujeres, no sólo permanecieron tranquilos, sino que florecieron más que nunca antes, debido a la protección de los alemanes y del todopoderoso Alto Clero. El Partido católico y los sindicatos católicos fueron, sin embargo, "suspendidos" de acuerdo con las instrucciones del Vaticano y de Hitler. El Nuevo Orden Nazi requería un nuevo partido católico y el Rexismo suplió la necesidad, y el Sistema Corporativo, entre otros, suplantó a los sindicatos católicos.

Aunque la Universidad de Bruselas estaba cerrada, la Universidad de Louvain, controlada por el Vaticano, permaneció abierta, y se pidió a los estudiantes de toda Bélgica que fueran allí.

La gran mayoría de los belgas era, por decir lo menos, crítica de la acción del Rey, y en gran parte esta crítica incluía a la Iglesia.

Por lo tanto, el Cardenal y sus obispos organizaron una campaña para convencer al pueblo belga de la sabiduría de la acción del Rey, esperando afianzar una continuidad de su lealtad al Trono. La lealtad al Rey se volvió una consideración primaria de los obispos belgas, y era enfatizada repetidamente en sus cartas pastorales. El Cardenal y los obispos nunca hablaron adversamente del Fascismo y el Nazismo, y cuando se refirieron a los regímenes totalitarios su crítica estaba confinada a cuestiones en las cuales "el Estado autoritario podría poner en peligro a la Iglesia Católica". No obstante, ellos instaron a los belgas a que se sometieran al Nazismo. Ellos les dijeron en términos inequívocos que lo aceptaran, y que cooperaran con los Nazis: "En las circunstancias presentes ellos deberían reconocer la autoridad de facto del Poder ocupante y obedecerle en la medida que la Ley Internacional lo requería" (primera Carta Pastoral colectiva de los Obispos belgas, 7 de octubre de 1940). Luego, como la suerte de la guerra fue contra los Nazis y su victoria parecía menos segura, y todavía más después de la liberación de Bélgica, la Jerarquía belga empezó a jactarse de las protestas que ellos habían presentado a los Nazis.

¿Pero en realidad, qué había sucedido? Es verdad que los obispos y el Cardenal, después de dos o tres años de ocupación, habían hecho protestas hacia los Nazis, ¿pero cuál había sido la base de estas protestas? ¿Era la inhumanidad del Nazismo, y el baño de sangre en que Alemania continuaba sumergiendo al mundo, el tema de sus protestas? De ningún modo. Ellos protestaron porque los Nazis obligaron trabajar los domingos a los mineros belgas. Ésta fue la primera de una serie de protestas, y ello es significativo. Esto ocurrió el 9 de abril de 1942. Van Roey y los obispos, escribiendo a Von Falkenhausen el 1 de mayo de 1942, denunciaron esta imposición por ser contraria al Artículo 46 de Convención de La Haya, que obliga a un Poder ocupante a respetar "las convicciones y prácticas religiosas" del país ocupado. Von Falkenhausen, el Comandante Nazi, concluyó su respuesta con las significativas palabras: "Finalmente, ofrezco mi más sincero agradecimiento a vuestras Eminencias por la solicitud que ustedes han sido suficientemente buenos en mostrar por el interés que yo represento."

Otro terreno principal de queja para el Cardenal y los obispos lo constituía la quita de campanas de las iglesias por los Nazis, la prohibición de la práctica de hacer colectas en nombre de la Iglesia en los entierros, y otras cuestiones semejantes.

Entretanto los diversos grupos fascistas católicos estaban organizando una campaña antibolchevique y reclutando legiones anticomunistas, destinadas a combatir a Rusia. Es destacable que casi todos eso voluntarios fueron fervientes católicos. La más notoria unidad fue la Legión Antibolchevique Flamenca, que estaba incorporada a la Legión SS en Flandes. El propio Degrelle fue a Rusia como un soldado raso.

El Partido Rexista, sin embargo, tropezó con la hostilidad y la impopularidad y se encogió casi hasta la nada. Muchos católicos se le opusieron fuertemente, y esto dio ocasión a un desagradable episodio dentro de las filas católicas. Este pequeño incidente es digno de ser relatado. Degrelle, mientras estaba en Bouillon, atacó al canónigo local y lo encerró en un sótano, de donde fue rescatado por soldados alemanes. Por esta ofensa él fue excomulgado por el Obispo de Namur, y en noviembre fue enviado de regreso al Frente Oriental.

Pero la excomunión del líder de uno de los partidos católicos no fue aceptada por el Vaticano, y así, por uno de esos movimientos tan típicos de la Iglesia Católica, se otorgó la absolución a Degrelle y se le permitió reingresar a la Iglesia Católica. Esto se proyectó por medio de un sacerdote alemán mientras Degrelle estaba en el Frente Oriental, y el Obispo de Namur que había promulgado la excomunión, fue obligado a reconocer su anulación por decreto en diciembre de 1943, aunque ésta estuvo en estricto acuerdo con el Derecho canónico, que establece que cualquier católico que actúe con violencia sobre un sacerdote es ipso facto [inmediatamente] excomulgado.

Pero, como siempre, los católicos de entre la gente común no seguían demasiado servilmente a la Jerarquía , y muy a menudo se rebelaban. En consecuencia, numerosos católicos, y aun miembros inferiores del clero, fueron activos en el movimiento clandestino y lucharon heroicamente contra los Nazis.

Después de la liberación de Bélgica por los Aliados, el Cardenal y sus obispos declararon que ellos lucharon contra el Nazismo. Ya hemos relatado lo que constituyeron sus protestas; y aunque ahora el Cardenal quería persuadir al pueblo que él había combatido a los Nazis como tales, no podría ocultar los motivos reales que habían provocado sus protestas. Él declaró cuán contento estaba de que el Nazismo hubiese sido derrotado, y explicó su felicidad diciendo: "Si el Nazismo hubiese triunfado en Bélgica, habría ocasionado la completa sofocación de la religión católica"; olvidándose de que los Nazis habían cooperado sinceramente con él y la Iglesia y habían dado a la Iglesia la más amplia libertad compatible con la ocupación. Esto fue confirmado por el mismo Cardenal cuando, en una posterior frase, él dijo: "Durante la ocupación el sentimiento religioso ha crecido y las organizaciones culturales, filantrópicas, y sociales de la Iglesia han florecido más que nunca." Después de lo cual el Cardenal y sus obispos declararon que ellos combatieron a los Nazis "cada día, por nuestros principios".

No se dijo cuales eran estos principios; o más bien ellos fueron descriptos de tal manera que sonaban como principios muy diferentes, al oyente imparcial. De nuevo citamos las palabras del Cardenal: "Tuvimos que combatir y condenar a los alemanes, porque ellos, además de saquear objetos benditos y sagrados de las iglesias, se llevaron más de treinta y dos mil toneladas de bronce de campanas de iglesias para usarse como material de guerra" (el Cardenal van Roey a un corresponsal de Reuter, diciembre de 1944 -ver el Catholic Herald).

Bien podría decirse que esta fue la única protesta fuerte y genuina hecha a los Nazis por la Iglesia Católica en Bélgica. Con respecto a la relación entre el Vaticano y la nación belga, ninguna cantidad de explicación servirá jamás para absolver a la Iglesia Católica por su parte de responsabilidad en los fatales eventos recién descriptos. Porque los siguientes hechos, ahora bien establecidos, dan testimonio contra ella. Primero, que aun antes de la invasión Nazi de Bélgica la Iglesia Católica estaba activamente preparando el camino para el Nazismo a través de la creación de un partido fascista; segundo, que durante las hostilidades la Iglesia usó su influencia para asegurar que Bélgica se rindiera en lugar de luchar; en tercer lugar, que durante la ocupación la Iglesia nunca condenó al Nazismo, sino que le brindó silenciosa cooperación; y finalmente, que el Vaticano trabajó fuertemente para acomodar a Bélgica dentro de aquel gran marco que se había fabricado en Roma como un seguro fundamento sobre el cual establecer el Fascismo en todo el mundo.

Capítulo 16

 

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