EL VATICANO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

EL VATICANO Y LOS ESTADOS UNIDOS

CAPÍTULO 18 CONTINUACIÓN...

A cualquier distancia que el Vaticano pueda ir intentando armonizar su espíritu con la sociedad moderna, y sin importar cuanta libertad pueda dar al Catolicismo norteamericano, es no obstante cierto que no alterará su objetivo fundamental una sola pulgada. No modificará su hostilidad básica hacia la libertad democrática real de la sociedad tan radicalmente ajena a sus propias doctrinas. La indulgencia mostrada hacia el Catolicismo norteamericano es meramente una maniobra táctica, extendiéndose sobre todo un continente y abarcando décadas, si no siglos, para permitir a la Iglesia Católica una mejor posición para conquistar la tierra.

Debe tenerse presente que, no obstante su progreso y la influencia que ya ha logrado, la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América, aunque una minoría poderosa, es todavía una minoría cuando confrontada con la compacta oposición de todas las otras denominaciones religiosas y sus derivados culturales, sociales, y políticos. Por lo tanto, la Iglesia Católica debe tener cuidado de no mostrar su naturaleza real demasiado pronto o demasiado abiertamente, para no alarmar a la oposición.

Sin embargo a pesar del principio esencial que guía al Vaticano, el Catolicismo norteamericano ya se ha atrevido a mostrar su verdadero carácter y sus objetivos tanto con respecto a la vida social y política doméstica de los Estados Unidos de América como con respecto a la política exterior norteamericana. De hecho ya ha intentado hacer lo que ha hecho durante siglos en el Viejo Mundo a saber, modelar la sociedad según sus principios sociales y dirigir o hacer uso del poder político de una gran nación secular para favorecer los intereses religiosos de la Iglesia Católica en el extranjero. Esto a pesar del hecho de que sus maniobras se han ejecutado en un país todavía abrumadoramente protestante.

Ya hemos visto cuál es la política global del Vaticano con respecto a la sociedad en general, y cómo el Vaticano se ha inmiscuido en la vida social y política de las naciones para amoldarla según sus doctrinas. Nuestro examen de la política europea debe haber hecho esto suficientemente claro. Los objetivos del Vaticano en América son los mismos que sus objetivos en Europa, estando la única diferencia en las tácticas que adopta para alcanzarlos.

Las características fundamentales de los principios de la Iglesia con respecto a la sociedad moderna son que ellos apoyan al Autoritarismo y se oponen diametralmente a los principios de la democracia social y política. La política entera del Vaticano desde el principio del siglo veinte se ha dirigido, por sus propios esfuerzos, pero sobre todo en alianza con movimientos no espirituales, a obstaculizar el rumbo de las naciones. Por ello su interferencia directa e indirecta en la vida política de Europa y su apoyo a dictaduras.

En Norteamérica, ante el estallido de la Segunda Guerra Mundial, la Iglesia Católica, teniendo los mismos objetivos que en Europa, se creyó lo suficientemente fuerte para levantar un poco su cabeza y vacilantemente mostrar lo que que realmente quería.

Los objetivos últimos de la Iglesia Católica en Norteamérica están muy claramente fijados en un libro oficial, impreso con la completa aprobación del Papa, estudiado como un libro de texto en universidades católicas, y escrito por la cabeza del Departamento de Acción Social de la Conferencia Nacional Católica de Bienestar. (El Estado y la Iglesia, por Monseñor J. A. Ryan, y M. F. X. Millar, reeditado en 1940 como Principios católicos de Política) . Éste dice explícitamente que como existe sólo una verdadera religión, el Catolicismo, la Iglesia Católica debe establecerse como la Iglesia Estatal en los Estados Unidos de América. Esto de acuerdo con la doctrina fundamental de los Papas "de que el Estado no sólo debe preocuparse por la religión, sino que debe reconocer la verdadera religión." (León XIII). En conclusión, debe hacerse prevalecer al Catolicismo y eventualmente deben eliminarse todas las otras religiones. Esto tiene como su autoridad la encíclica escrita por el Papa León XIII, llamada Catolicidad en los Estados Unidos, en la que es condenada la separación norteamericana de Iglesia y Estado.

¿Qué, entonces, sucedería con los principios norteamericanos de libertad de conciencia, del individuo, de religión, de opinión, y todos esos otros aspectos de la libertad que son ahora una parte integral de la vida norteamericana? Y para tomar una esfera particular de la sociedad, la religiosa, ¿que sucedería si el Catolicismo asumiera el poder?

Puesto que todas las religiones, con la excepción del Catolicismo, son falsas, no puede permitírseles pervertir a aquellos que están en el redil de la Iglesia Católica. Por lo tanto a todas las otras denominaciones religiosas en los Estados Unidos de América "podría" permitírseles profesar su fe, y rendir culto sólo si tal culto es "llevado a cabo dentro del círculo familiar o de manera tan discreta como para no ser una ocasión para el escándalo ni para la perversión del Fiel. . . ."

Así un Estados Unidos de América católico limitaría, y eventualmente incluso prohibiría, la práctica de la libertad religiosa, lo cual automáticamente llevaría a la Iglesia a los campos cultural, social, y finalmente político. Esto está basado en la doctrina católica de que "puesto que ningún fin razonable es promovido por la diseminación de la falsa doctrina, no existe ningún derecho para consentir esta práctica." ¿Por qué? Simplemente porque el Papa declara, y el líder de los católicos norteamericanos declara, que "el error no tiene los mismos derechos que la verdad."

Como el lector habrá inferido, la Iglesia Católica simplemente querría amoldar a los libres Estados Unidos de América según el mismo modelo de los Estados católicos de la España de Franco, de la Francia de Petain, de la Checoslovaquia de Monseñor Tiso, para no mencionar la Italia de Mussolini cuando él no estaba disputando con el Vaticano sobre cuestiones religiosas.

La Iglesia Católica no sólo está implantando tales ideas en las mentes de pocos selectos. Sus "Fuerzas de Choque" espirituales, a saber los Jesuitas, habían empezado antes de la guerra a atacar abiertamente las instituciones democráticas de los Estados Unidos de América. Baste citar dos típicas declaraciones:

Cómo nosotros los católicos hemos aborrecido y despreciado esta... civilización que ahora se llama democracia.... Hoy, se está pidiéndo a los católicos norteamericanos que derramen su sangre por esa particular clase de civilización secularista que ellos han repudiado heroicamente durante cuatro siglos (América, 17 de mayo de 1941).

Y, como si eso no fuera suficiente, la misma publicación se atrevió a predecir la revolución social dentro de los Estados Unidos de América, como sigue:

La revolución cristiana (es decir, católica) empezará cuando nosotros decidamos liberarnos del orden social existente, antes que ser enterrados con éste (ídem).

Tales planes, aunque llevados a cabo en Europa, habrían parecido fantásticos para un norteamericano; sin embargo estaban siendo preparados cuidadosamente por la Iglesia Católica dentro del mismo Estados Unidos de América antes del rayo de Pearl Harbor.

El Vaticano siendo maestro en el arte del engaño, naturalmente no apoyó estos planes oficialmente. Continuó cortejando la democracia y todo lo que es querido por las masas norteamericanas, mientras al mismo tiempo preparando una pequeña minoría de sus Fieles, liderada por un sacerdote, el Padre Coughlin. En vista de lo que el Padre Coughlin predicó, escribió, y transmitió, debe recordarse que él tenía la aprobación tácita de la Jerarquía norteamericana, porque "cualquier sacerdote que escribe artículos en diarios o periódicos sin el permiso de su propio obispo transgrede el Canon 1386 del Código de la Ley Canónica."

Charles Coughlin

El Padre Coughlin tenía miles de lectores de su periódico Social Justice [Justicia Social], y millones de oyentes en sus transmisiones. ¿Qué predicaba él? Él simplemente predicaba la clase de Autoritarismo que era entonces tan exitoso en la Europa católica, combinado con una mezcla de Fascismo y Nazismo armonizado hasta cierto punto para ajustarse a la sociedad y el temperamento norteamericanos.

Pero el Padre Coughlin, además de predicar, también actuaba. Sus tácticas, no eran las empleadas por los promotores europeos del Autoritarismo, católico o de otro modo, porque él tenía presente que el país en cuestión era los Estados Unidos de América. Sin embargo ellas recordaban las de movimientos similares y exitosos en Europa.

El Padre Coughlin, de hecho, intentó usar elementos no católicos que no obstante tenían en común con el Catolicismo y con él, el mismo odio hacia ciertas cosas y las mismas metas en cuestiones sociales y políticas. Maniobrando hábilmente logró obtener un control de la mayoría, el 80 por ciento, de "America First", una organización formada principalmente por elementos ultranacionalistas y magnates empresarios.

El Padre Coughlin y los líderes de este movimiento ya habían hecho planes para transformar "America First" por fusión de miembros con los millones de sus seguidores radiales, en un poderoso partido político. En imitación del Fascismo europeo ellos fueron tan lejos en esta fase temprana como para organizar una especie de ejército privado que se ocultó detrás de la formación del "Frente Cristiano”. Éste iba a ser el heraldo de la "Revolución Cristiana" de Coughlin.

Clubes deportivos fueron establecidos en muchas partes de los Estados Unidos de América. La peculiaridad de estos clubes era su semejanza a movimientos cuasi militares y el entrenamiento militar de sus miembros. La naturaleza del movimiento volvió recelosas a las autoridades norteamericanas; el periódico del Padre Coughlin, Social Justice, fue prohibido como "sedicioso", mientras se hicieron redadas en muchos clubes deportivos del "Frente Cristiano" (por ej., en el Brooklyn Sporting Club del Frente Cristiano, el 13 de febrero de 1940).

En más de una ocasión el Padre Coughlin manifestó que él buscaría el poder, incluso por medios violentos; como, por ejemplo, cuando declaró: "Estén seguros que los combatiremos, a la manera de Franco" (Social Justice, citada por J. Carlson). Además, él incluso se atrevió a vaticinar, al estallar la Segunda Guerra Mundial, que él estaría en el poder en la próxima década:

Nosotros vaticinamos que... los Nacionalsocialistas de América, organizados bajo ese o algún otro nombre, en el futuro tomaremos el control del Gobierno en este Continente.... Predecimos, por último, el fin de la Democracia en Norteamérica.... (Padre Coughlin, en Social Justice, el 1 de septiembre de 1939).

¿Podría haber un indicio más franco de lo que el Padre Coughlin y sus socios no católicos hubiesen hecho si hubiesen tenido la oportunidad de desarrollar su plan? ¿Y qué hubiese significado si la situación se hubiese vuelto en su favor? Hemos visto cómo empezó y se desarrolló el Fascismo en Europa, y esto nos da nuestra respuesta: el resultado simplemente hubiese sido una versión norteamericana del Fascismo europeo.

Naturalmente, la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América no podía apoyar esta campaña demasiado abiertamente. A veces incluso era parte de sus intereses desconocer al Padre Coughlin, cuando ella no quería poner en peligro su penetración en la Sociedad norteamericana por medio de sus escuelas, las instituciones caritativas, la Prensa, etcétera. Y no hay ninguna duda sin embargo de que la Iglesia Católica observaba el trabajo del Padre Coughlin con gran simpatía, y de que en secreto le apoyaba y aun le bendecía. Algunos típicos ejemplos bastarán para demostrar esto.

En 1936 el Obispo Gallagher, el superior de Coughlin, tras su retorno de una visita al Vaticano, hecha para poder discutir, con el Papa, las actividades de Coughlin, declaró: "El Padre Coughlin es un destacado sacerdote, y su voz. . . es la voz de Dios. . . ."

En 1941 un franciscano comparó al Padre Coughlin con un "Segundo Cristo" (Nueva York, 29 de julio de 1941), y al año siguiente los prelados católicos pidieron abiertamente el retorno de Coughlin, para que él pudiera organizar su revolución: "Los días están viniendo cuando este país necesitará un Coughlin y lo necesitará grandemente. Debemos hacernos fuertes y mantenernos organizados para ese día" (Padre Edward Brophy, un líder de "Frente Cristiano", junio de 1942).

Todos esto mientras, en el segundo plano, los líderes de la propia Jerarquía norteamericana eran a menudo simpatizantes del Fascismo. Tal, por ejemplo, era el Cardenal Hayes de Nueva York, condecorado cuatro veces por Mussolini, y el Cardenal O'Connell que llamó a Mussolini "ese genio dado a Italia por Dios".

Para 1941 "America First" y el Padre Coughlin tenían aproximadamente 15,000,000 de seguidores y simpatizantes. Pearl Harbor acabó abruptamente con todo esto. Pero los primeros movimientos que se mantuvieron acallados hasta que la tormenta de la guerra pasara, y hasta que las nuevas circunstancias los favorecieran, ya estaban claros cuando las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki dieron el golpe de knock out a Japón.

Los presagios de los libros de texto en las universidades católicas, de los cardenales norteamericanos siendo condecorados por Mussolini, del Padre Coughlin y su "Frente Cristiano", pueden, quizás, parecer pequeños cuando comparados con las vastas actividades llevadas a cabo por la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América; por ejemplo, a través de su C.N.C.B. Ellos son no obstante, muy significativos y demuestran que, si el Catolicismo continuara su crecimiento en los años por venir, será una influencia poderosa, lista para dirigir el destino de los Estados Unidos de América hacia un camino con toda probabilidad ajeno a la tradición y espíritu del pueblo norteamericano.

Entretanto la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América está esperando el tiempo por venir cuando pueda aparecer más abiertamente con sus reales objetivos. Ella ha estado continuando con tácticas más sutiles su política de emplear su ya notable influencia en ese país a fin de alcanzar objetivos en el campo interno y, sobre todo, en el externo. Para ponerlo más directamente, está usando el poder de los Estados Unidos de América para favorecer su política en varias partes del mundo.

Esto podría sonar más bien sorprendente, pero en realidad no lo es. Sin buscar casos dudosos, recordemos dos incidentes notables el primero de los cuales tuvo lugar en la década inmediatamente siguiente a la Primera Guerra Mundial cuando estalló la revolución en Méjico. Sucedió que las entidades exteriores que se encontraron puestas en peligro por el nuevo Gobierno eran la Iglesia Católica y las grandes compañías petroleras norteamericanas. Ambas ejercían gran influencia en los asuntos interiores de Méjico por medio de su poder económico, controlado en un caso desde Roma y en el otro desde los Estados Unidos de América.

El programa del nuevo Gobierno mejicano consistía en limitar la influencia de la Iglesia socavándola en los campos económico, social, cultural, y político, y expropiar la compañía de petróleo poseída y controlada por empresas norteamericanas. Éste se encontró por lo tanto confrontado por dos poderosos enemigos, que, aunque tan ajenos el uno para el otro, se volvieron aliados.

La Iglesia Católica, además de empezar una revolución armada y de incitar a los católicos mejicanos a asesinar al Presidente mejicano, estimuló a los 20,000,000 de católicos en los Estados Unidos de América contra sus vecinos, y al mismo tiempo la Jerarquía norteamericana pidió abiertamente la intervención norteamericana en Méjico. Este pedido, por supuesto, fue respaldado por la poderosa compañía petrolera, y casi tuvo tanto éxito que Estados Unidos de América fue tan lejos como para movilizar una parte considerable de su fuerza aérea sobre la frontera de Méjico (ver el capítulo siguiente).

El segundo y más reciente caso ocurrió durante la Guerra Civil española. Ya hemos visto el rol desempeñado por el Vaticano en esa tragedia. Cuando estalló la guerra al principio, en julio de 1936, la principal preocupación del Vaticano era procurar tanta ayuda para los rebeldes católicos como fuese posible y privar a los Republicanos de tal ayuda. Que Hitler y Mussolini le enviaran soldados y armas a Franco, que Francia cerrara su frontera, que la Inglaterra Tory ayudara a los rebeldes con su hipócrita fórmula de no intervención, no era suficiente para satisfacer al Vaticano.

La ayuda enviada a los Republicanos por Rusia era ridículamente inadecuada y se hizo menos eficaz aun por las dificultades de comunicación y por el anillo de acero de los Poderes Occidentales que estaban decididos a que los Republicanos no fuesen ayudados. El único lugar todavía abierto para el Gobierno español era el mercado de Estados Unidos.

Se volvió una cuestión de suma importancia que esta última esperanza de la República fuese quebrada. Como ni Mussolini ni Hitler, por razones obvias, podían pedir a Washington que cerrara la puerta, esta tarea fue emprendida por el Vaticano que, usando toda la maquinaria de la Iglesia Católica dentro de los Estados Unidos, empezó una de las campañas de difamación y de odio más inescrupulosas que se recuerden. Conducida por medio de su Prensa, radio, púlpitos, y escuelas; y, apelando directa y abiertamente al Presidente Roosevelt, logró conseguir lo que quería.

En esta etapa no sería errado dar un vistazo a la estrecha relación que existía entre el Presidente Roosevelt y el Vaticano, porque ya hemos visto cuán importante iba a volverse esta relación durante toda la Segunda Guerra Mundial.

Franklin D. Roosevelt

El Papa y el Presidente tenían varios objetivos en común, y cada uno podía ayudar al otro en su campo respectivo. El Vaticano estaba dando los pasos iniciales para conseguir el apoyo de los Estados Unidos de América en la eventualidad de una guerra europea, en el fondo de la cual asomaba la Rusia bolchevique, mientras Roosevelt en ese momento quería capturar el voto católico en la próxima elección Presidencial y el apoyo del Vaticano para su política de unificación del continente americano. Más remotamente él deseaba el apoyo y la influencia del Vaticano en el caldero político de Europa, sobre todo en caso de guerra.

Fue con este trasfondo que el Vaticano empezó a actuar en el otoño de 1936 enviando al Secretario de Estado Papal, el Cardenal Pacelli, en una visita a los Estados. Bastante extrañamente, la visita coincidió con la elección. El Cardenal Pacelli llegó a Nueva York el 9 de octubre de 1936, y, después de pasar un par de semanas en el Este, hizo un viaje relámpago al Medio y al Lejano Oeste, visitando Chicago, San Francisco, Los Ángeles, Cincinnati, etc. Regresó a Nueva York el 1 de noviembre. Después de que Roosevelt fue reelegido, el 6 de noviembre, almorzaron juntos en Hyde Park.

Lo que la visita del Secretario Papal significó para la Jerarquía norteamericana, con su tremenda maquinaria de periódicos y la C.N.C.B., en el tiempo de la elección, es obvio. Debe notarse por vía de contraste, mientras el Padre Coughlin estaba aconsejando a los norteamericanos que si no podían destituir a Roosevelt con el voto lo debían echar con balas.

Después de la elección, Pacelli y Roosevelt discutieron los puntos principales: la ayuda que los Estados Unidos de América debían dar indirectamente al Vaticano para aplastar la República española, bajo la fórmula de la neutralidad, y el establecimiento de relaciones diplomáticas entre el Vaticano y Washington. Se empezaron negociaciones secretas entre Pío XI y Roosevelt, y continuaron hasta 1939, sin ningún resultado concreto. Entonces, el 16 de junio de 1939, el corresponsal en Roma del New York Times envió un despacho desde el Vaticano, declarando que "se esperaba que el Papa Pío XII [quién, entretanto, había sucedido a Pío XI] diera pronto los pasos para establecer relaciones entre la Santa Sede y los Estados Unidos sobre una base diplomática normal."

El 29 de julio de 1939, el Cardenal Enrico Gasparri llegó a Nueva York y pasó tres días con el Arzobispo Spellman, siendo su misión preparar "el estatus jurídico para la posible apertura de las relaciones diplomáticas entre el Departamento de Estado y la Santa Sede" (New York Times , 29 de julio de 1939).

La gran dificultad que impedía el establecimiento de relaciones diplomáticas regulares entre el Vaticano y la Casa Blanca era que Roosevelt no podía enviar un embajador regular al Vaticano, y el Vaticano no podía enviar un nuncio a Washington, sin proponer el plan al Congreso. Sin embargo, Roosevelt encontró en Pío XII a un hombre muy transigente, y pronto se encontró una manera por la cual el Congreso podría ser sobrepasado y los Estados Unidos podrían tener su embajador. En diciembre de 1939 los Estados Unidos, que oficialmente habían ignorado al Vaticano desde 1867 establecieron las conexiones diplomáticas con éste designando al Sr. Myron Taylor como el primer embajador personal del Presidente Roosevelt ante el Papa. Esto fue consumado sin ninguna conmoción seria en los protestantes Estados Unidos, y el movimiento fue favorecido por la creencia de que, gracias a los esfuerzos paralelos del Papa y el Presidente, Italia había sido dejada fuera de la guerra.

Mr. Taylor era un millonario, un alto episcopaliano, un amigo íntimo tanto de Roosevelt como de Pío XII, y un admirador del Fascismo. Él fue así aceptado por protestantes, católicos, la Casa Blanca, el Vaticano, y Mussolini. Porque no se había olvidado que el 5 de noviembre de 1936, Taylor había declarado que "el mundo entero ha sido forzado a admirar los éxitos del Primer Ministro Mussolini en disciplinar la nación", y había expresado su aprobación por la ocupación de Etiopía: "Hoy un nuevo Imperio italiano enfrenta el futuro y asume sus responsabilidades como guardián y administrador de un pueblo atrasado de 10,000,000 de almas" (New York Times, 6 de noviembre de 1936).

Ése fue el comienzo de las relaciones políticas diplomáticas entre el Vaticano y Washington que duraron hasta la muerte del Presidente Roosevelt (abril de 1945) y prácticamente hasta el final de la Segunda Guerra Mundial.

Vimos funcionar esta relación al tratar con Italia, Alemania, y Rusia, a través de las frecuentes correrías a través del Atlántico de Mr. Sumner Welles, Mr. Taylor, Monseñor Spellman, Mr. Titman, y Mr. Flynn, todos los cuales, cuando la ocasión lo requería, actuaban como embajadores "extraoficiales" ante la Santa Sede.

La afinidad de intereses comúnes en numerosas esferas domésticas y extranjeras propició esta estrecha relación. El rol que el Vaticano podría jugar durante las hostilidades como un intermediario entre todos los beligerantes, y el prestigio que podría ejercer en muchos países, constituía la fuerza del Catolicismo, por un lado; mientras, por el otro lado, las ventajas económicas, financieras, y políticas eran los recursos de los Estados Unidos. Estas fuerzas que impulsaron a los dos Poderes para seguir políticas paralelas, productivas para ambos socios y realzando la ya gran influencia de Roma, tanto dentro como fuera de los Estados Unidos, hizo la cooperación católica-norteamericana tan intima que, como un ex Embajador ante el Vaticano lo expresó, "poca gente en Europa era consciente de la unión que estaba funcionando en un nivel espiritual entre las dos fuerzas que estaban representadas entre los Estados Unidos y la Santa Sede y que. . . estaban coordinadas en cada caso que justificaba la acción conjunta." (Francois Charles Roux, Embajador francés ante la Santa Sede, Revue de Paris, septiembre de 1946.)

Con la llegada del nuevo Presidente y la cesación de hostilidades, esta relación fue prácticamente inalterada. El representante personal del Presidente ante el Vaticano, descripto en 1939 "como una medida temporal necesaria por la guerra", con el amanecer de la paz permaneció allí, sobre la base de que además de ser de importancia durante las hostilidades, "sería igualmente útil en el futuro". Por lo tanto, él continuaría indefinidamente en su misión que acabaría "no este año, probablemente no el próximo año, sino en algún momento; de hecho, sólo cuando la paz reine en el mundo entero." (El Presidente Truman a los Ministros protestantes que le pidieron que retirara a su enviado especial ante el Vaticano, junio de 1946.)

Después de que esta declaración hubo creado una profunda sensación de malestar en todo el país, y sectores influyentes habían descrito el nombramiento de Mr. Taylor como "el tratamiento preferencial de una Iglesia por encima de otra", habían requerido una investigación del congreso por "la financiación, autorización y responsabilidades" de la misión de Mr. Taylor, y habían expresado su indignación por el hecho de que el Presidente, manteniendo la relación semioficial con el Vaticano, violaba "nuestra apreciada doctrina norteamericana de separación de la Iglesia y el Estado", una declaración de la Casa Blanca anunció que Mr. Taylor estaría volviendo a Roma en una visita de no más de treinta días, "para continuar las discusiones sobre asuntos de importancia con el Papa" (28 de noviembre de 1946).

Al año siguiente, el Papa y el Presidente intercambiaron cartas reconociendo abiertamente una alianza extraoficial, el carácter de la cual ni aun la más encendida imaginación se habría atrevido a visualizar sólo una corta década antes.

Mientras que Truman en una misiva que su enviado personal presentó a Pío XII en agosto de 1947 comprometía los recursos de los Estados Unidos para ayudar al Papa y a "todas las fuerzas que se esforzaban por un mundo moral" a restaurar el orden y a afianzar una paz perdurable "que sólo puede construirse sobre los principios Cristianos", la Cabeza de la Iglesia Católica aseguraba al Presidente que los Estados Unidos de América recibirían "la entusiasta cooperación de la Iglesia de Dios", que defendía "al individuo contra el gobierno despótico... al hombre trabajador contra la opresión... a la religión contra la persecución", agregando que como "las injusticias sociales. . . son una arma muy útil y eficaz en las manos de aquellos que están decidido a destruir todo lo bueno que la civilización ha traído al hombre. . . todos los amantes sinceros de la gran familia humana deben unirse para arrebatar esas armas de sus manos." (Carta enviada por el Papa Pío XII al Presidente Truman, agosto de 1947.)

Algunos días después el Papa, hablando desde un trono dorado en medio de la Plaza de San Pedro, advirtió a 100,000 miembros de la Liga de Acción católica (una de las armas principales del Vaticano en la lucha para resistir el crecimiento del Comunismo en Italia) contra "aquellos que están decididos a destruir la civilización". Frente a la amenaza de los comunistas, afirmó el Papa, pesados deberes pesaban sobre todo católico, de hecho sobre todo hombre, deberes que requerían un cumplimiento concienzudo que acarrea a menudo actos de verdadero heroísmo. El tiempo para la reflexión había pasado, y el tiempo para la acción había llegado. (Ver el London Times, 7 de septiembre de 1947.)

Aunque durante la Segunda Guerra Mundial no lo había comprendido totalmente, Estados Unidos de América descubrió ahora que el Vaticano, además de ser el el mejor puesto de escucha del mundo del cual más podría aprenderse sobre las corrientes y contracorrientes de los asuntos internacionales que de cualquier Ministerio de Relaciones Exteriores en el mundo, también era un aliado sumamente poderoso en la "guerra fría" que Este y Oeste, supuestamente en paz, estaban sosteniendo entre sí.

Era un tiempo cuando los líderes responsables de Estados Unidos estaban hablando de la situación como extremadamente grave, cuando las insinuaciones de una preventiva guerra atómica relámpago contra la Rusia soviética parecían ser más que meros rumores.

En el Vaticano habían sido establecidos cuidadosamente ominosos planes. A los Primados en los diversos países detrás de la cortina de hierro se les avisó que se prepararan para el establecimiento de Gobiernos católicos o derechistas ante la próxima caída de los regímenes comunistas como uno de ellos, el Cardenal Mindszenty, declaró abiertamente durante su juicio dos años más tarde. Durante ese juicio en Budapest, el Cardenal Mindszenty, Primado de Hungría, admitió que él había pedido la intervención norteamericana y británica "para ser librados de una insoportable crueldad, terror y opresión", pero siempre había rezado contra la llegada de una tercera Guerra Mundial. No obstante él aceptó que había calculado "que tal guerra podría originarse". (London Times, 5/2/1949.)

La blitzkrieg [guerra relámpago] atómica no tuvo lugar. La "guerra fría" fue su siniestro sustituto. Pero la probabilidad de que una intensa guerra pudiera estallar sobre el mundo en el futuro cercano hizo la misión del enviado personal Presidencial ante el Vaticano más necesaria y forzosa que nunca antes.

Desde allí en adelante las relaciones entre los Estados Unidos de América y el Vaticano, debido a la creciente identificación de intereses mutuos en ciertas áreas del mundo, por ejemplo en Europa Oriental y la necesidad de apoyar o combatir ciertos movimientos políticos con préstamos de dólares o con encíclicas, se volvieron tan estrechas que ellas pronto se transformaron en una alianza tácita real y total, cuyas características eran sin precedentes en los anales de la historia norteamericana.

Este extraño maridaje político se hizo posible, además de las razones anteriores, por la comprensión por parte de ambos socios de que ninguno por sí solo podría esperar aplastar con éxito al Dragón Rojo. Porque el uno, mientras proveyendo armas morales, no podía proporcionar bombas atómicas; y el otro, mientras lleno de inmenso potencial bélico, era incapaz de destilar la fuerza espiritual para justificar moralmente una cruzada antibolchevique que sumergiría a la humanidad en un tercer baño de sangre.

Si el Comunismo, que en numerosas partes del mundo había cristalizado en sistemas políticos aunque en otras estaba todavía en un estado fluido, iba a ser confrontado con éxito, tenía que ser combatido simultáneamente en dos frentes bien definidos: el material y el espiritual; de allí la necesidad de emplear armas tanto morales como físicas.

Como los Estados Unidos de América, a pesar de sus inmensos recursos financieros e industriales, no podía considerar seriamente, el exterminio de la ideología comunista si triunfaba en aplastar a la Rusia soviética, así tampoco el Vaticano, con sus 400 millones de católicos, podía esperar combatir una conglomeración de dictaduras armadas que tenían en su poder un sexto de la Tierra y un tercio de Europa. Por consiguiente, era inevitable que los Estados Unidos de América que podía oponérseles con el peso del acero y de ejércitos permanentes, y el Vaticano, teniendo a su disposición un boicot moral mundial suficientemente fuerte como para agitar a millones con profunda convicción, fueran mutuamente necesarios.

Por consiguiente, resultó que como en 1939 antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial Roosevelt había estimado útil mantener un enviado personal al Vaticano, en 1949, Truman no pudo hacer menos que su predecesor. Los Estados Unidos de América, en un reconocimiento tácito de que los principios democráticos no eran suficientes para dar la pasión necesaria a su cruzada, se habían vuelto al Vaticano para suscitar un antagonismo organizado por el lado moral.

En una década la luna de miel norteamericana-católica había producido lo que que la Iglesia había esperado tan fervientemente, especialmente desde la desaparición del Nazismo: la brillante espada de un San Jorge norteamericano lista para matar al Dragón Rojo. Los Estados Unidos de América se habían vuelto el arsenal de la Iglesia Católica.

Bastante paradójicamente, uno de los factores más responsables por el aumento de fuerza de la Iglesia Católica en los Estados Unidos fue la diseminación del Comunismo que durante los últimos veinte años ha hecho más para fortalecer al Catolicismo en los Estados Unidos de América que prácticamente cualquier otra cosa desde las grandes inmigraciones católicas del último siglo.

El fantasma del Comunismo que durante los últimos treinta años había servido tan bien en la política mundial, ha demostrado ser no menos útil a los esfuerzos del Vaticano para destruir el frente anticatólico dentro de los Estados Unidos de América.

La mayoría de las Iglesias protestantes que incluso en tiempos comparativamente normales, debido a su desunión, sus descoordinados esfuerzos y su falta de visión, están en una desventaja crónica al tratar con la Iglesia Católica, con el resurgimiento de la "amenaza Roja" en casa y en el extranjero han sido hipnotizadas por el rol antibolchevique que el Vaticano ha estado jugando de forma tan prominente en la política mundial como un socio de los Estados Unidos de América. Esto a tal medida que hoy uno ve líderes protestantes y periódicos protestantes aprobar las actividades políticas de la Iglesia Católica; de hecho, apoyar al Vaticano tanto en la política doméstica como en la exterior, en la equivocada noción de que la lucha del Vaticano es su lucha, de que la Iglesia Católica es el principal campeón de la Cristiandad contra una ideología anticristiana, aparentemente inconsciente de que el Catolicismo está haciendo brechas formidables dentro de sus propias líneas y de que calladamente está intentando avanzar sobre su lugar.

Lo que hace veinte años cualquier protestante habría considerado una imposibilidad absoluta, ahora se mira con indiferencia e incluso con aprobación por influyentes sectores del Protestantismo norteamericano.

Es verdad que cuando comparado a la desaprobación protestante a escala nacional esto es de poca importancia, sin embargo es un inquietante augurio que la Iglesia Católica haya logrado finalmente lo que que ha intentado tan persistentemente durante décadas: fisurar el frente anticatólico del Protestantismo norteamericano, al dividir a sus oponentes; de hecho, al reunir a su lado a influyentes sectores e individuos del campo opuesto, al ser bienvenido como un aliado en medio del Protestantismo, hasta hace poco el obstáculo más poderoso para su incursión en la vida de los Estados Unidos de América.

Constantinopla no fue saqueada porque los Turcos hayan demolido sus poderosas murallas. Cayó debido a una pequeña brecha en la retaguardia que los bizantinos apenas habían notado, cuando estaban concentrados en rechazar el masivo ataque de los 200,000 soldados de Mehmet II de quienes ellos esperaban que vendría su ruina.

Los logros de la Iglesia Católica no acaban aquí. Además de haberse alineado con los protestantes Estados Unidos en la política mundial y de haber tenido éxito en calmar una parte considerable de la oposición, está acelerando su paso para norteamericanizarse a fin de poder catolizar mejor a Norteamérica.

Su Jerarquía se ha ampliado, permitiéndosele más libertad que a cualquier Jerarquía fuera de los Estados Unidos de América. Se han creado nuevos Cardenales norteamericanos (1946); los Obispos norteamericanos se han multiplicado, los seminarios han aumentado, están elevándose al Altar santos norteamericanos (Madre Cabrini, 1946); o sus causas algunas de las cuales se iniciaron hace cuarenta años se aceleran ahora de repente para dar a las masas norteamericanas sus santos nacidos en Norteamérica. (El Papa mismo en julio de 1947 promovió la causa de la canonización de la Madre Elizabeth Ann Seton, nacida en Norteamérica, madre de cinco hijos y, después de la muerte de su marido, fundadora y primera superiora en los Estados Unidos de las Hermanas de la Caridad. Si la causa tiene éxito, la Madre Seton se volverá el primer santo nacido en Norteamérica, porque Frances Cabrini nació en Italia y se naturalizó norteamericana.) Miembros de la Jerarquía norteamericana fueron designados con frecuencia sin igual para posiciones de eminencia y responsabilidad, no sólo en Norteamérica sino también en el extranjero. (La elección en París del Padre William Slattery de Baltimore, como Superior General de los Vicentianos, rompe una tradición de cuatro siglos. El puesto siempre ha sido poseído por un francés, julio de 1947. El Padre John Mix, nacido en Chicago, elegido Superior General de la Congregación de la Resurrección de Nuestro Señor Jesucristo, julio de 1947. La Madre Mary Vera de Cleveland, Ohio, elegida Superiora General de las Hermanas de Notre Dame, enero de 1947.) De hecho, los Cardenales norteamericanos son confidentes y amigos personales del Papa y su peso en la administración central del Vaticano está aumentando con el paso del tiempo. Los norteamericanos están tomando las riendas de la Iglesia Católica en Norteamérica, en el extranjero y en Roma, para que cuando el tiempo esté maduro, puedan encargarse de la mejor manera de una Norteamérica católica.

El Vaticano, empeñado en conquistar, aunque siempre fiel a una gran estrategia cuidadosamente estudiada, es maestro de las tácticas. La interacción de corrientes y contracorrientes sociales y políticas en cualquier parte consecuentemente es usada infatigablemente para llevar a cabo aceleradamente su penetración en los asuntos de los Estados Unidos de América y del resto del mundo.

Su campaña para la conquista final de los Estados Unidos de América es conducida simultáneamente a lo largo de cuatro líneas principales:

(A) Alianza con los Estados Unidos de América en la lucha contra el Comunismo mundial.

(B) Calmar a la oposición Protestante dentro de los Estados Unidos de América usando el fantasma comunista. La asunción del rol del más importante Caballero Cristiano contra el Dragón Rojo. El intento de obtener el apoyo de ciertos sectores de Iglesias no católicas.

(C) Intensificación del proceso de norteamericanizar el Catolicismo dentro y fuera de Norteamérica.

(D) Discretos esfuerzos para golpear ciertas cláusulas en la estructura política de los Estados Unidos de América, la modificación de algunas de las cuales daría finalmente un estatus privilegiado a la Iglesia Católica en relación a otras Iglesias.

Con referencia a lo último, dos indicadores más que cualquier otra cosa muestran donde está concentrando su ataque la Iglesia Católica: El ablandamiento del Protestantismo ante la idea de un representante extraoficial permanente en el Vaticano; y el intento de la Iglesia católica por atacar la Constitución de los Estados Unidos de América. Aunque es peligroso asumir el manto de un profeta, sin embargo no es improbable que las "medidas temporales" iniciadas por Roosevelt puedan crecer hasta llegar a ser una "característica permanente" del Departamento de Estado.

El día que Estados Unidos de América tenga un Embajador ante el Vaticano, el Vaticano tendrá derecho a tener un representante en Washington quien se dirigirá oficialmente al Presidente no sólo en nombre de la Ciudad del Vaticano, un Estado independiente en miniatura, sino también en nombre de los ciudadanos católicos romanos de los Estados Unidos, y además en nombre de los 400 millones de católicos romanos de todo el mundo. Sería como si el Embajador de Moscú acreditado en Washington estuviese autorizado a representar legalmente, además del Gobierno de la Rusia soviética, a los comunistas norteamericanos y de hecho a todos los comunistas en el extranjero.

¿Qué implicaría esto? Que la Constitución de los Estados Unidos de América se desmoronaría y que la separación del Estado y la Iglesia se habría acabado para siempre. (Es digno de ser notado que una transmisión del Papa tratando sobre la falsa y la verdadera democracia ha sido incorporada en los Registros del Congreso, 1946. El Senador James Murray de Montana, al proponer su inserción, comentó: "Aquellos que han criticado este mensaje. . . deben estar seguros de que criticando su contenido no estén también criticando algunos de los principios fundamentales de la Democracia norteamericana ".)

Esto no es mera especulación. La Iglesia Católica ya ha tomado los primeros cautos aunque audaces pasos en este nuevo, peligroso camino. En el otoño de 1948, la Jerarquía católica romana de norteamérica emitió una larga declaración que serenamente hacía pública su decisión de enmendar uno de los conceptos más fundamentales del Gobierno norteamericano, al trabajar "pacífica, paciente y perseverantemente" por la revisión de lo que considera la "funestamente amplia interpretación" de la Corte Suprema a la Primera Enmienda [ésta expresa: "El congreso no hará ninguna ley con respecto al establecimiento de una religión, o prohibiendo el libre ejercicio de ella..."]. Su principal punto en cuestión fue inequívocamente propuesto: ¿Estaba o no la Primera Enmienda al prohibir al Congreso hacer leyes "con respecto al establecimiento de una religión", pensada para alcanzar y mantener una separación de la Iglesia y el Estado? En sus esfuerzos por interpretar lo que estaba en las mentes de los forjadores de la Constitución, la Jerarquía católica menospreció como a una "metáfora engañosa" la frase de Jefferson con respecto al "muro de separación entre la Iglesia y el Estado", yendo aun más allá sugiriendo que la frase podía ser clarificada por las palabras de la propia Enmienda.

Para llegar al final de un largo viaje de mil millas, como dice el proverbio chino, uno empieza con un primer pequeño paso.

La Iglesia Católica en los Estados Unidos ha viajado lejos desde los días del siglo 18 cuando sus 30,000 miembros eran considerados casi parias sociales. A su presente paso, aumento, y creciente peso, no pasarán muchos años antes de que ningún sector de la vida norteamericana no sea directa o indirectamente influenciado por la Iglesia Católica. El Catolicismo en los Estados Unidos, estando en un aumento en proporción geométrica, está filtrándose geométricamente a través de la vida económica, social, moral, educativa y política del país.

[Tres de cada 16 norteamericanos es un católico (1949). Aproximadamente 43 Negros se volvieron católicos en los Estados Unidos cada día durante 1946. Los católicos representan aproximadamente un cuarto de la población Indígena total de los Estados Unidos. Las ciudades más católicas de Norteamérica son: Boston, liderando con el 75.3 por ciento de la población católica, New Orleans 66 por ciento, Providence 56.7, Syracuse 53.5, Jersey City 53.2, Buffalo 52, Detroit 47.2, Chicago 40.8, Philadelphia 29.5, y New York sólo el 22.6 por ciento. ]

Si la Iglesia Católica puede ejercer tan notable influencia ahora, cuando, aunque poseyendo una unidad formidable, es todavía una minoría, ¿cuál será su poder dentro de algunas décadas?

El aumento de la estatura de los Estados Unidos de América en la política mundial aumentará la estatura del Catolicismo norteamericano. Un Catolicismo norteamericano acrecentado significará una mayor presión católica sobre la estructura interna de la sociedad norteamericana.

¿Cuánta de tal presión soportarán las Iglesias protestantes que están desintegrándose rápidamente? ¿Por cuánto tiempo quedará inalterada la Constitución y se permitirá que la separación de Iglesia y Estado siga siendo uno de los pilares fundamentales de los Estados Unidos?

Si, paralelamente a esto, la presión católica norteamericana también continuara creciendo dentro de los callados muros del propio Vaticano, de manera que de los Cónclaves venideros emergiera el primero de los Papas norteamericanos, ¿cuán pronto la Iglesia Católica conquistaría Norteamérica? [Ya en 1945 había rumores de que Monseñor Spellman podría llegar a ser el Secretario de Estado Papal (Radio Vaticana, 16/6/1945). Desde la nominación de más Cardenales norteamericanos, ciertos círculos Vaticanos no "excluyen" la posibilidad de un "Papa norteamericano". )

Vivimos en un siglo donde muchas especulaciones aparentemente imposibles se han vuelto ya vibrantes realidades. En el pasado la Iglesia Católica ha realizado milagros. ¿Podrá todavía realizar uno en este nuestro siglo veinte, y transformar a los Estados Unidos en una Norteamérica católica?

Capítulo 19

 

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