EL VATICANO EN LA POLÍTICA MUNDIAL

CAPÍTULO 19

EL VATICANO, AMÉRICA LATINA, JAPÓN, Y CHINA

La importancia de la estrecha amistad entre el Vaticano y la Casa Blanca aumenta grandemente cuando uno vuelve sus ojos hacia el sur, a Centroamérica y Sudamérica. Allí, en contraste con el caso de los Estados Unidos de América, la Iglesia Católica no empezó a conquistar, porque ya ha convertido a los países de América Central y del Sur en un sólido bloque católico, estando las vidas de los individuos así como de los diversos Estados amoldadas a la ética y a la práctica del Catolicismo.

Pero, aparte del hecho que en América Central y del Sur la Iglesia Católica es la fuerza suprema alrededor de la cual gira la vida, estas regiones son importantes en los ojos del Vaticano como instrumentos que fortalecen su poder negociador en el campo de la política internacional. Esto fue especialmente verdadero con respecto al Vaticano y los Estados Unidos de América antes y durante la Segunda Guerra Mundial. En los años anteriores a la guerra una de las más apreciadas políticas exteriores del Presidente Roosevelt era la creación de un compacto bloque Panamericano, comprendiendo a los pueblos del Norte, del Centro, y del Sur de América. Éste presentaría un frente común a los Poderes no americanos al acordarse una política continental dirigida a salvaguardar la seguridad general de todas las naciones americanas.

Tal política pudo haberse seguido meramente porque en gran medida garantizaba la seguridad de los Estados Unidos de América; pero si Roosevelt se fijó la tarea de fortalecer la posición moral de los Estados Unidos de América como líder de las Américas, o si estaba motivado por un deseo genuino de unir a las naciones americanas para su común beneficio, es de poca importancia para la relación entre el Vaticano y las Américas. Permanece el hecho de que, llevando a cabo esta política, el Presidente Roosevelt comprendió que la amistad del Vaticano era esencial si iba a congregar a los países de América Central y del Sur en torno a su proyecto.

El éxito de su política de "Buen Vecino" dependía de la cantidad de apoyo que pudiese recibir del Papa. Esto fue discutido ampliamente cuando el Representante Papal, el Cardenal Pacelli, visitó a Roosevelt en 1936, porque, además de los otros asuntos que ya hemos mencionado, tanto el Presidente como el Cardenal querían determinar cuán lejos podían cooperar en la esfera internacional. Como el Vaticano en ese momento estaba siguiendo una política de establecer el Autoritarismo, dondequiera pudiese, sobre todo en países donde la mayoría de la población era católica, esta política no sólo cubrió Europa, sino que también se extendió al Continente americano e incluyó a América Central y del Sur.

No fue mera coincidencia que antes de que la guerra en España estallara, el Vaticano enviara al Cardenal Pacelli en 1934 en una gira triunfante por Sudamérica. Después de su partida de estos países el efecto inmediato fue un visible fortalecimiento del Autoritarismo. Emergieron movimientos fascistas católicos basados en el modelo italiano, y los católicos religiosos y laicos abogados del Estado Corporativo se volvieron vociferantes. Una campaña más intensiva fue lanzada contra el enemigo común del poder civil y religioso -la ideología Socialista en sus diversos grados.

Estos eran los tiempos de apogeo de la promoción conjunta del Autoritarismo católico-fascista que parecía destinado a caracterizar el siglo.

La Casa Blanca, aunque en discordancia con el apoyo de la Iglesia Católica a esta tendencia en América Latina, cerró un ojo a esto, con tal de poder obtener la cooperación del Vaticano en persuadir a América Latina para favorecer la política de "Buen Vecino" de los Estados Unidos de América. A cambio los Estados Unidos de América complacerían el deseo del Vaticano de privar a la República española de los armamentos necesarios (como ya hemos visto). Además, como el Vaticano había influido en el voto católico en la elección Presidencial y aconsejaría a la Jerarquía norteamericana que en el futuro apoyara a la administración de Roosevelt, los Estados Unidos de América harían todo lo posible por reestablecer las relaciones diplomáticas con Roma.

El Vaticano mantuvo la influencia que podía ejercer en América Latina en el balance al tratar con Roosevelt, no sólo antes, sino también durante, la guerra. Antes de la entrada de los Estados Unidos de América en el conflicto, y mientras el Vaticano estaba contando con una victoria fascista, los elementos más vociferantes en todo el Continente americano en su hostilidad hacia cualquier movimiento para ayudar a las democracias eran los católicos. Ellos estaban entre los aislacionistas más obstinados, y después de que Rusia fue atacada (en junio de 1941) ellos se volvieron los enemigos más amargos de la política de Roosevelt debido a su odio (y naturalmente el del Vaticano) a los ateos soviéticos.

Cuando, sin embargo, el éxito ya no siguió a las dictaduras fascistas, y se volvió evidente quienes serían los vencedores, América Latina, aunque todavía resentida por la sociedad anglo-norteamericana con Rusia, se alineó rápidamente con la política de Roosevelt. Esta sumisión fue evidenciada por la formación de un hemisferio Occidental unido, al declarar la guerra al Eje, y enviando ayuda en comida, dinero, y hombres a los Aliados. No sólo el deseo natural de estar del lado del vencedor, sino también la presión del Vaticano, persuadieron a las naciones latinas a dar tal paso. Esto aumentó el poder de negociación del Vaticano con los Estados Unidos a quien el Papa quería influenciar para que siguiera un curso determinado con las otras democracias Occidentales en su política hacia la Rusia soviética y en el establecimiento de un orden social y político de postguerra en Europa.

Latinoamérica, vista desde este punto de vista, era, y todavía es, un gran instrumento en la política global del Vaticano -un instrumento que ha sido empleado por razones políticas definidas, no sólo en la ocasión recién mencionada, sino también en numerosos casos anteriores, como el ya dado, cuando durante la Guerra Abisinia el Vaticano influyó grandemente en las Repúblicas latinoamericanas, en la Sociedad de Naciones, para votar por medidas que no impedirían a Mussolini proseguir su ataque sobre Etiopía, o cuando, durante la Guerra Civil española, Roma ejerció toda su influencia para paralizar a la República española.

El grado en que el Vaticano puede influenciar a América Latina, pareciendo imposible al principio, es la secuencia lógica de las repercusiones que una abrumadora autoridad espiritual puede ejercer sobre cuestiones éticas, sociales, y políticas. Hemos visto funcionar este proceso en prácticamente todos los eventos que hemos examinado hasta ahora en este libro. Hemos atestiguado esto en varios países de Europa donde sólo una minoría de la población es católica activa y donde los Gobiernos eran abiertamente hostiles a la Iglesia Católica.

Si, a pesar de la hostilidad, la Iglesia Católica, para bien o para mal, puede influir en las políticas internas y exteriores de estos países, ¡cuánto más fácil debe ser para ésta manejar el poder político donde ha gobernado y continúa gobernando de forma prácticamente indiscutida! Porque debe recordarse que América Latina está completamente saturada con el espíritu y la ética de la Iglesia Católica. Salvo una pequeña minoría, la población entera de una República latinoamericana nace, se cría, y muere, en una atmósfera de Catolicismo. Ni siquiera aquellos que no practican la religión pueden escapar de los efectos de una sociedad en la cual la Iglesia Católica penetra todos los estratos, desde el económico al cultural, desde el social al político.

Si el extendido analfabetismo que todavía satura a América Latina es debido principalmente a la Iglesia Católica o a otras causas, no podemos decirlo. Sin embargo permanece el hecho de que en América del Sur hay más analfabetismo que en cualquier otra región habitada por una raza blanca.

Para citar sólo algunas cifras: Al estallido de la Segunda Guerra Mundial (1939) Europa y la U.R.S.S., que todavía tenían enormes áreas atrasadas, tenían aproximadamente 8 por ciento de analfabetismo. Japón que menos de un siglo antes había sido uno de los países más analfabetos, para 1935 tenía el porcentaje más bajo de analfabetismo en el mundo entero -a saber, el 1 por ciento. En contraste con esto, sus vecinos, donde el Catolicismo había sido prominente durante siglos -a saber, las Filipinas- todavía tenían 35 por ciento de analfabetismo, mientras que Méjico, uno de los países latinoamericanos más progresistas, tenía que hacer frente al 45 por ciento de analfabetismo, a pesar de los enormes esfuerzos de su Gobierno. Brasil, el país sudamericano más grande, en 1939 tenía más del 60 por ciento, estando tercero en analfabetismo después de las Indias Orientales de los Países Bajos, con 97 por ciento, y la India británica con 90 por ciento.

En este estado de cosas la Iglesia está aliada con aquellos elementos de una naturaleza social y económica cuyo interés es mantener el statu quo tanto como sea posible -o por lo menos con tan pocos cambios como sea posible. Un populacho analfabeto da tremenda fuerza al Catolicismo, permitiéndole dominar la conducta interna y externa de América Latina como un conjunto.

Aunque América Latina está completamente bajo el hechizo de la Iglesia Católica, esto no significa que no haya ninguna fuerza que trabaje contra su dominio espiritual. Al contrario, más de un estallido ha tomado lugar en el que las fuerzas hostiles involucradas no dieron cuartel a sus enemigos. El principal país contra el dominio de la Iglesia Católica en América Latina ha sido y todavía es Méjico. Allí la Iglesia, que durante siglos ejerció un estrangulamiento sobre todas las formas de vida, fue obligada, en las décadas entre las dos guerras mundiales, a tomar un rol menos prominente y confinar sus actividades al campo puramente religioso. Su monopolio en educación y cultura, y su enorme riqueza, le fueron quitados a la fuerza. Las fuerzas progresistas mejicanas, de hecho, hicieron exactamente lo que que la República española hizo algunos años después. Como en el caso de España, la Iglesia Católica reaccionó iniciando una sumamente destructiva Guerra Civil que desgarró el país por varios años, marcando la tercera década de este siglo (1920-30) con alzamientos, sediciones, y asesinatos, dirigidos por generales católicos, sacerdotes, y laicos contra los Gobiernos legales, algunos miembros de Órdenes religiosas fueron tan lejos como para incitar a los católicos laicos a asesinar a la cabeza de la República, una incitación que produjo su fruto cuando un muy devoto miembro de la Iglesia, después de la directa instigación de la Madre Superiora de un Convento, asesinó al Presidente mejicano, el General Alvaro Obregón (el 17 de julio de 1928); mientras en el campo exterior la Iglesia no dudó en invocar la intervención de los Estados Unidos de América.

Álvaro Obregón, Presidente de Méjico

[El nuevo Presidente había sido elegido el 1 de julio de 1928. Fue asesinado el día siguiente de su declaración de que la Iglesia era culpable por la Guerra Civil. El mismo ex Presidente Calles fue a cuestionar al asesino quien declaró que él estaba destinado a tomar la vida del Presidente por "Cristo nuestro Señor, para que la religión pueda prevalecer en Méjico". Ante numerosos hombres de prensa norteamericanos el asesino declaró: "Yo maté al General 0bregon porque él era el instigador de la persecución a la Iglesia Católica." En su juicio confesó que la Madre Superiora del Convento del Espíritu Santo había "inspirado" su crimen.]

La influencia de la Jerarquía norteamericana y la presión de las compañías petroleras norteamericanas expropiadas por el Gobierno mejicano fueron en conjunto tan fuertes que en un momento los Estados Unidos de América consideraron seriamente intervenir, bajo el pretexto de maniobras anuales en la frontera mejicana, y se avisó a corresponsales de guerra para que estuviesen preparados. La alianza de la Iglesia Católica y las compañías petroleras norteamericanas, teniendo ambas grandes riquezas que defender en territorio mejicano, casi tuvo éxito. Esta campaña continuó, aunque con menos virulencia y buena suerte, hasta el primer período del Presidente Roosevelt.

Los esfuerzos del Vaticano por reclutar ayuda secular extranjera para aplastar al Gobierno Secular mejicano fueron en vano, cuando Roosevelt se convenció de que no podía interferir en los asuntos interiores de Méjico sin alarmar a los ya recelosos países latinoamericanos y así poner en peligro su política de "Buen Vecino". En consecuencia, tras el retorno del Cardenal Pacelli de su gira norteamericana en 1936, el Vaticano recurrió al único medio que le quedaba -la iniciación de un movimiento político autoritario católico en Méjico.

El movimiento se hizo público en 1937, bajo el nombre de Unión Nacional Sinarquista, más tarde llamado Sinarquismo. Era una mezcla de dictadura católica según el modelo de Franco, de Fascismo, Nazismo, y el Ku Klux Klan. Tenía un programa de dieciséis puntos. Declaraba abiertamente la guerra a la democracia y a todos los otros enemigos de la Iglesia Católica, y tenía como su propósito principal la restauración de la Iglesia Católica a su antiguo poder.

Sus miembros eran principalmente católicos devotos entre quienes habían sacerdotes e incluso obispos, y pronto fue reconocido como "el movimiento fascista más peligroso en América Latina" -tanto que aun los periódicos católicos declararon que "si el Sinarquismo tuviera éxito en su propósito de aumentar sus números considerablemente, hay peligro real de guerra civil" (The Commonweal y Catholic Herald, 4 de agosto de 1944). Para 1943-4 se calculaba que tenía entre un millón y un millón y medio de miembros.

El movimiento, debe notarse, surgió al mismo tiempo que el Padre Coughlin estaba preparando el terreno para un movimiento similar, en los Estados Unidos de América. Simultáneamente, en prácticamente todos los otros países latinoamericanos, movimientos fascistas y semifascistas estaban creándose en imitación de sus contrapartes europeas; y la Guerra Civil en España estaba prosiguiendo su curso.

Este Totalitarismo, a diferencia del que que había caracterizado la vida política latinoamericana previamente, había tomado forma definida y una formulación ideológica con prontitud sorprendente. La repentina ola de Autoritarismo fascista-católico barriendo a América Latina de Sur a Norte no era simple coincidencia; sino que era la extensión de la política que el Vaticano había estado siguiendo en Europa.

Este sistema de Totalitarismo católico, extendiéndose desde Argentina a los Estados Unidos de América, iba a prestar un gran servicio a la política mundial del Vaticano antes, y sobre todo durante, la Segunda Guerra Mundial. Porque todos estos países, estando bajo la misma dirección espiritual central, tenían que apoyar una política determinada -a saber, la promulgada por el Vaticano. Así, como antes de la guerra, la política del Autoritarismo católico americano era una de simpatía con los países fascistas de Europa, así con el estallido de la guerra su afinidad con el Fascismo aumentó. Su ayuda no permaneció sólo teórica, sino que pasó al campo de la política práctica.

La Iglesia Católica, durante los primeros dos años de la Segunda Guerra Mundial, apoyó al Fascismo y así directa e indirectamente cuidó para ello que fuerzas fuera de Europa -en este caso en las Américas- no obstruyeran el establecimiento de una Europa autoritaria. Para lograr este propósito maniobró de tal manera para que aquellos elementos americanos que quisieran ayudar a las democracias Occidentales no cumplieran sus objetivos.

Se inició una campaña de Aislacionismo por todo el hemisferio Occidental, cuyo propósito principal era permitir a Europa resolver sus propios problemas. Se creía que, como el Nazismo y el Fascismo tenían la ventaja, ellos ganarían la guerra. Este Aislacionismo americano, que era hasta cierto punto bastante natural, fue defendido por varios sectores de la sociedad latinoamericana y norteamericana muy poco preocupados con la religión, y fue enormemente fortalecido por el peso de la Iglesia Católica.

De hecho, la causa para el Aislacionismo americano fue explicada por católicos -esto no sólo en América Latina, sino también bastante significativamente en los Estados Unidos de América. El Catolicismo se volvió la verdadera columna vertebral del Aislacionismo. Baste dar algunos ejemplos.

La revista Jesuita America, el 19 de julio de 1940, entre otras cosas, manifestaba:

¿Es el firme propósito del Presidente llevar a este país a una guerra no declarada contra Alemania e Italia? Como el Arzobispo de Cincinnati ha dicho, no tenemos ninguna justificación moral para hacer la guerra contra naciones.... No es parte de nuestro deber preparar armamentos para ser usados en ayuda de Inglaterra.

El centro del Aislacionismo católico era el Padre Coughlin, quien, hablando sobre la Alemania Nazi, dijo:

Quizás, nada sea una prueba mayor de la podredumbre del "sistema imperial" que aquel solo pueblo unido, limpio, vital, inflamado por un ideal de liberar al mundo de una vez por todas de un sistema financiero orientalista, esclavista de deuda en oro, pueda marchar incansable sobre nación tras nación, y poner de rodillas a dos grandes imperios.

Él fue aun más lejos, y en Social Justice manifestó:

Gran Bretaña está sentenciada y será condenada. No hay ningún peligro de que Hitler amenace a los Estados Unidos. Debemos fabricar armamentos con el propósito de aplastar a la Rusia soviética, en cooperación con los Estados Totalitarios Cristianos: Italia, Alemania, España, y Portugal (citado por el Boletín de la Liga de Derechos Humanos, Cleveland, Ohio).

Éste, en resumidas cuentas, era el propósito principal del Aislacionismo americano -tanto de América del Norte como de América del Sur- tal como era sostenido por extremistas católicos. La Jerarquía americana, en un momento cuando Hitler estaba marchando de un éxito militar a otro, levantó el eslogan "Dejemos Europa a Dios", y varios dignatarios, incluyendo a Monseñor Duffy, de Búfalo, fueron tan lejos como para declarar que si Estados Unidos de América alguna vez se hiciera aliado de la Rusia soviética ellos pedirían públicamente a los soldados católicos que se negaran a luchar.

En los Estados Unidos de América esta clase de Aislacionismo fue silenciada por Pearl Harbor en diciembre de 1941, pero en América Latina persistió hasta casi el mismo fin de la guerra. Sólo disminuyó después de que el Vaticano se puso abiertamente del lado de los Poderes Occidentales y cuando los Estados Unidos de América presionaron a los Estados sudamericanos que para fines de 1944, o para la primavera de 1945, se apresuraron a declararle la guerra al Eje.

Con la derrota del Fascismo en Europa, el Autoritarismo católico en las Américas, aunque no tan evidente como durante el apogeo de Mussolini y Hitler, estaba, no obstante, tan activo como siempre. Esto sobre todo con respecto a Latinoamérica, donde los diversos movimientos fascistas y semi-fascistas, dominados sólo por un breve tiempo, continuaron abiertamente sus actividades, al unísono con la última ciudadela del Fascismo católico en Europa -a saber, la España de Franco.

Ya hemos mencionado el plan para la creación de un bloque latino bajo el amparo del Nuevo Orden de Hitler. El heredero de ese plan durante los últimos años de la Segunda Guerra Mundial automáticamente llegó a ser el Fascismo español, que, dicho sea de paso, había abrigado ideas similares desde su misma creación. Este plan estaba dirigido principalmente a América Latina, y en el amanecer de la paz fue activado una vez más. El ímpetu que recibió no provenía sólo de fuentes nativas, sino de la gran idea de un bloque latino-español, unido y dirigido por el Fascismo ibérico de Franco.

El plan principal de este Fascismo superviviente en América Latina era el de fusionar todos los movimientos nazi-fascistas-falangistas de toda América Central y del Sur. Esta actividad se llevó a cabo principalmente a través de las Falanges de Franco en el exterior y las otras diversas organizaciones diplomáticas y culturales en América cuya tarea se volvió la de vincular la Falange española, la Legiao [legión] portuguesa en la Península ibérica, y los movimientos fascistas latinos en América. La Falange en Cuba, por ejemplo, se unió con el Sinarquismo mejicano y con los golpes de estado en Argentina, y luego en Brasil, que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial.

En éste último país el Presidente Vargas fue hechado del cargo por el General Góes Monteiro quien, durante la guerra, fue tan abiertamente pro Alemania Nazi y un partidario tan entusiasta del Fascismo que cuando Brasil finalmente se unió a los Aliados él tuvo que "renunciar" al puesto de Comandante en Jefe del Ejército brasileño.

Para mostrar en qué medida el Vaticano estaba detrás de esta tendencia en Brasil, baste decir que fue tan lejos como para excomulgar a un obispo católico:

Yo fui excomulgado [dijo el Obispo] por exponer al movimiento de Hispanidad en la Sede brasileña y en otros países americanos. Hispanidad es la Falange en acción.

En la organización habían representantes de los Partidos fascistas españoles y portugueses, la Legiao y la Falange. El líder de la organización en Brasil era Ramón Cuesta, el Embajador español que dirigía todas las actividades Falangistas en Sudamérica desde Río de Janeiro. Cuesta mantenía contactos con toda América, organizando un movimiento destinado a la creación del "Imperio" ibérico de Franco. El Imperialismo político está intentando sobrevivir en las Américas bajo la dirección del Vaticano y Franco. (Monseñor C. Duarte Costa, Río de Janeiro, julio de 1945.) El Fascismo católico español de América del Sur tenía el control de una serie de siete importantes periódicos y de una docena de periódicos de menor importancia en La Habana, Bogotá, Quito, Ciudad de Méjico, Santiago, Caracas, y Ciudad de Panamá.

Para octubre de 1945 el "bloque latino" había empezado a maniobrar como un bien organizado movimiento fascista católico, vinculando estrechamente continente con continente. En los años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial la Catolicidad de América Latina se acentuó más enérgicamente que antes tanto por la Iglesia como por los diversos Gobiernos, resultando en que la influencia del Vaticano continuó creciendo rápidamente. Esto causó que doctrinas sociales católicas que apoyaban el Autoritarismo fuesen incorporadas a la legislación de los países involucrados. Los siguientes son típicos ejemplos: El Parlamento brasileño decretó que un discurso dado en Río de Janeiro en 1934 por Pío XII, cuando era delegado Papal, debía ser grabado en un placa de bronce y ser fijado a la pared de la Cámara (septiembre, 1946). La nueva Constitución de Brasil oficialmente hizo al Catolicismo la religión Estatal, al mismo tiempo que prohibía el divorcio y hacía obligatorio que el nombre de Dios fuese invocado en el preámbulo de la Constitución (agosto-septiembre de 1946). El nuevo Presidente de Colombia, inmediatamente después de su elección, se apresuró en expresar su "determinación" de gobernar sólo según los principios de las encíclicas Papales (agosto de 1946) -los mismos principios, el lector debe recordar, que habían sido adoptados por Mussolini, Franco, Salazar, y otros dictadores fascistas.

¿Cuál era la intención de todo este complot para unir la católica España, Portugal, y a todos los países centroamericanos y sudamericanos en una autoritaria unidad racial, religiosa, y lingüística? ¿Se buscaba esto como una reacción al predominio del protestante Estados Unidos de América en el hemisferio Occidental, de Inglaterra y, sobre todo, de la Rusia soviética en Europa? ¿O fue sólo el primer paso en el período post Segunda Guerra Mundial que lleva a la resurrección de un Fascismo belicoso? Sólo el futuro lo dirá. El hecho de que existiera y de que se volviera tan activo inmediatamente después de que el Fascismo fuera derrotado en Europa, muestra que el motivo real detrás de todo esto era que el Vaticano había reasumido en serio su gran plan de organizar el Autoritarismo católico en el hemisferio Occidental para contrapesar, a su debido tiempo, a una Europa revolucionaria.

Por lo tanto, es evidente que la Iglesia Católica, al dirigir una tendencia política determinada hacia un problema internacional -por ejemplo, la Guerra abisinia, la Guerra Civil Española, y la Segunda Guerra Mundial -podía influir en el curso de los acontecimientos en una escala continental, de hecho en una escala global, y ejercer presión sobre grandes países que consideran útil alinear la amistad de la Iglesia de su lado.

En este caso el Vaticano tenía a su disposición, para el uso como un instrumento en el mundo y en la política doméstica dentro de más de un país, a todas las Iglesias católicas en el Continente americano. Éstas eran empleadas para negociar con Roosevelt en el intento por mantener a los Estados Unidos de América y a América Latina fuera de la guerra y para hacer que los Aliados frenen a la Rusia soviética y al Comunismo en Europa. En conclusión, el Vaticano dirigió al Catolicismo americano por un camino determinado a fin de fortalecer su política en Europa contra la Rusia soviética, y contra la propagación de la ideología Socialista mientras que al mismo tiempo apoyaba al Autoritarismo derechista dondequiera fuese posible.

Sudamérica y Centroamérica, sin embargo, perderían mucha de su importancia como países católicos y, sobre todo, como un peso negociador usado por el Vaticano en el campo de la política internacional si ellos no fueran guiados por el principal país del Continente americano, los Estados Unidos de América. Porque los Estados Unidos de América tienen toda la apariencia de mantener su posición como uno de los países más poderosos -si no de volverse el país más poderoso- del mundo.

Como la fuerza económica y financiera automáticamente implica fuerza política, es fácil ver que la Iglesia dominante en los Estados Unidos de América se beneficiaría grandemente en el extranjero por el inmenso prestigio de una nación todopoderosa. Esto, a su vez, haría más fácil para esa Iglesia favorecer su interés espiritual. El Vaticano espera conquistar a los Estados Unidos de América, no sólo como tal, sino también como el líder de las Américas y el líder potencial del Catolicismo americano.

Al contemplar los grandes pasos que está dando la Iglesia Católica en los Estados Unidos de América, y teniendo presente que este plan abarca al Continente entero, es fácil de ver el importante lugar de América Latina. Latinoamérica simplemente reforzará el dinamismo del Catolicismo de Estados Unidos de América. Esto, a su vez, impartirá vitalidad al bastante calmo Catolicismo de América del Sur no meramente introduciendo una política católica norteamericana, sino una política católica americana Continental para confrontar asuntos intercontinentales. Ése es el real pivote sobre el cual gira la política del Vaticano hacia los Estados Unidos de América.

Al crear un Catolicismo poderoso dentro de los Estados Unidos de América apuntando eventualmente a conquistar el país, la Iglesia Católica está intentando alinear a todo el Continente americano en un poderoso bloque católico, para contraponerse no sólo a una Europa semi-atea y revolucionaria, sino también a una convulsionada e inquieta Asia. Porque es allí donde las dos grandes fuerzas, económicas e ideológicas, finalmente chocarán. Estas fuerzas, representadas ante los ojos de la Iglesia Católica por la Rusia soviética y el Comunismo por un lado, y por los Poderes Occidentales, liderados por los Estados Unidos de América, por el otro lado, ya habían empezado una guerra extraoficial décadas antes del estallido de las dos guerras mundiales.

El conflicto en los años por venir asumirá una forma más aguda, y como el Vaticano tiene grandes intereses en Asia, ello resulta en que favorecerá a cualquier Poder hostil a Rusia y al Comunismo. Esta política de largo alcance ha estado desplegándose lentamente, especialmente desde el principio del período de post Segunda Guerra Mundial, y ha estado basada en la amistad con un Estados Unidos de América expansivo .

La política del Vaticano en Asia, aunque basada en la promoción del Catolicismo, estaba fuertemente influenciada, en el período entre las dos guerras mundiales, por la política general de la Iglesia Católica en Europa. Ésta favoreció a cualquier individuo, movimiento, o nación dispuestos a hacer una alianza con ella y a concederle privilegios y ayuda para combatir al enemigo común -el Bolchevismo.

Esta política se inició en Asia en los años que siguieron a la Primera Guerra Mundial, cuando la Iglesia Católica, que previamente había intentado meramente expandirse, buscó Aliados no religiosos para hacer frente al fantasma Rojo que ya había encontrado en Europa. Porque la proximidad geográfica de la Rusia soviética a tan enormes conglomeraciones humanas como Japón, China, e India, y la agitación del pueblo Asiático ante la propagación de la ideología bolchevique, habían empezado a alarmar a los diversos elementos cuyos intereses se depositaban en la detención de semejante peligro.

La nación que por sobre todas las otras podría volverse una compañera útil para la Iglesia Católica era Japón. Esto debido a los siguientes factores. Primero, Japón era un país independiente, capaz de una política doméstica y exterior independiente. Segundo, estaba claro que Japón quería expandirse sobre China, donde el Vaticano tenía intereses que proteger. En tercer lugar, Japón era el enemigo natural de Rusia, especialmente desde la Revolución Roja.

Este último factor era de máxima importancia para la creación de buenas relaciones entre el Vaticano y Japón, porque significaba que ambos, temiendo al mismo enemigo -uno por razones raciales, económicas, y políticas, el otro por razones ideológicas y religiosas- tenían una base común sobre la cual cooperar en Asia.

Tal colaboración empezó cuando, siguiendo a la primera agresión de Japón en Manchuria en 1931, el Vaticano notó con placer que los japoneses en los territorios recientemente ocupados estaban haciendo como su tarea principal el acabar cruelmente con el Bolchevismo. Esto era de la mayor importancia desde el punto de vista del Vaticano, porque la existencia de bandas comunistas chinas deambulando por una caótica China habían entretanto llevado más cerca que nunca la amenaza bolchevique en Asia.

Desde ese tiempo en adelante la relación del Vaticano con Japón que oficialmente databa desde 1919, cuando una Delegación Apostólica fue creada primeramente en Tokio, se volvió cada vez más cordial, especialmente desde la expansión territorial japonesa y la consolidación de aquella peculiar clase de Autoritarismo japonés en casa.

Puede haber sido coincidencia, pero debe ser notado que la relación entre el Vaticano y Japón se volvió más estrecha al principio de la cuarta década del siglo, cuando el Fascismo y el Nazismo estaban consolidándose en Europa y el Papa había empezado su primera gran campaña contra el Bolchevismo, y Japón empezaba a liquidar a las fuerzas Liberales y democráticas en el propio Japón, mientras cometía su primera agresión contra Manchuria.

Esta amistad continuó mejorando, sobre todo cuando empezó una guerra total, en 1936, entre Japón y China y los japoneses ganaron el control de vastas regiones en el país de su vecino. Ésta fue fortalecida cuando la Alemania Nazi y Japón redactaron un plan intercontinental y firmaron en 1936 el Pacto Anti-Comintern [contra la Internacional Comunista] gracias al cual el archienemigo de ambos -a saber, la Rusia soviética- fue encerrado desde el Este y el Oeste por estos dos formidables países.

A los ojos de la Iglesia Católica, Japón iba a ser la Alemania del Este, el destructor del Bolchevismo en Asia y el enemigo mortal de la Rusia soviética.

Japón no fue lento para comprender la utilidad de la Iglesia Católica, y cuando invadió vastos territorios chinos prometió respetar las misiones católicas e incluso cuando fuese posible, concederles privilegios.

La Iglesia Católica, por el otro lado, para congraciarse con los señores feudales japoneses, fue muy lejos, incluso en cuestiones de principios religiosos y morales. Tal actitud fue muy notoria, especialmente cuando los gobernantes japoneses, para reforzar el Autoritarismo de un país listo para declarar la guerra al Occidente, aprobaron una ley declarando que todos los súbditos japoneses tenían que rendir homenaje al Mikado [el Emperador]. Esto naturalmente afectaba a los 120,000 católicos en Japón, y el Vaticano al principio objetó esto, declarando que eso era contrario a las doctrinas del Catolicismo. Pero sus protestas fueron de corta vida y consintió pronto, habiendo olvidado a los antiguos cristianos que murieron justamente porque se negaron a obedecer leyes como ésta.

El Emperador Hirohito

Cuando estalló la Segunda Guerra Mundial el Vaticano y Japón se acercaron todavía más, porque la Iglesia Católica estaba esperando que la política del Pacto Anti-Comintern finalmente produciría resultados. Pero cuando Hitler golpeó contra Rusia, la alegría del Vaticano fue sólo la mitad de lo que podría haber sido; porque Japón, en lugar de atacar desde el Este, como se había esperado, siguió un plan propio y golpeó en Pearl Harbor, arrastrando así a los Estados Unidos de América a la guerra.

El Vaticano, sin embargo, sacando el mayor provecho de la situación, pronto fue consolado por los increíbles avances de Japón en el Este. Parecía como si, después de todo, los socios del Pacto Anti-Comintern ganarían la guerra. Para 1942 Hitler estaba en las puertas de Moscú, Leningrado, y Stalingrado, mientras que Japón había ocupado Singapur, Hong Kong, y había invadido inmensos territorios.

Fue en este momento, cuando la Alemania Nazi y Japón parecían victoriosos, Rusia postrada, y los Poderes Occidentales al borde de la derrota, que el Vaticano estableció relaciones diplomáticas con Tokio (marzo de 1942). "El establecimiento de relaciones amistosas y de contacto directo entre Japón y el Vaticano reviste una particular importancia", declaró, en ese momento, el Ministro de Relaciones Exteriores japonés. Esa "particular importancia" fue debidamente observada en Washington y Moscú. Ante las representaciones del Presidente Roosevelt el Vaticano señaló que la Iglesia Católica tenía que considerar sus intereses espirituales. Muchos soldados católicos habían caído prisioneros, numerosas misiones católicas estaban en territorios ocupados por los japoneses, y más del 9 por ciento de Filipinas era católico. Ante todo, el Vaticano era neutral; por consiguiente su deber era mejorar la ya excelente relación que había existido durante los diez años anteriores (es decir, desde el primer ataque japonés sobre Manchuria, 1931).

Una de las razones principales para el incesante correr de Myron Taylor hacia el Vaticano era la íntima amistad entre Roma y Tokio, y más de una vez por otra parte la cordial relación de Pío XII y Roosevelt fue estropeada por este hecho. Tal fue el caso, por ejemplo, cuando Portugal estuvo al borde de declararle la guerra a Japón porque éste último se había negado a evacuar Timor (octubre de 1943), y el Vaticano ejerció su influencia sobre el católico Salazar y lo persuadió para que siguiera siendo neutral. Esto impidió los planes de los Aliados que esperaban ansiosamente la participación portuguesa por las bases navales que su entrada habría puesto a su disposición para combatir la seria amenaza de los "U"-boats [los submarinos alemanes]. Como un arreglo, Salazar arrendó las Azores a los Poderes Occidentales, después de que Roosevelt presionara a Portugal por medio del Vaticano.

Japón, como lo prometió, trató a la Iglesia Católica con especial consideración en cuanto a sus misiones. Para citar un caso típico, mientras los protestantes eran confinados o encarcelados, los sacerdotes y monjas católicos eran dejados libres e incluso ayudados. En 1944, sólo en las Filipinas, había 528 misioneros protestantes recluidos, 130 en China, y 10 en Japón (Presbyterian Church Times, 28 de octubre de 1944), mientras que, citando a la revista America, del 8 de enero de 1944: "Entre el 80 y el 90 por ciento de nuestros sacerdotes, monjas, y hermanos (católicos) en el Oriente ha permanecido en sus puestos. Su número es de aproximadamente 7,500. Al restante 10 por ciento, la mayoría de ellos norteamericanos, se les permitió volver seguros a sus casas."

Pero la eventual derrota en el Oeste significaba la derrota en el Este. La capitulación de la Alemania nazi implicaba la capitulación de Japón. Dejado solo, golpeado por el poder de los Estados Unidos de América, destrozado por la primera bomba atómica que pulverizó Hiroshima, luego atacado por la Rusia soviética (9 de agosto de 1945), pidió finalmente la paz.

El baluarte contra el Bolchevismo y la Rusia soviética que el Vaticano había esperado salvaría a Asia se había desmoronado en el Este, así como el baluarte de la Alemania Nazi había caído algunos meses antes en el Oeste. El fracaso de una política sobre dos continentes completó el fracaso de la política mundial del Vaticano. En lo que concierne a la bastante tirante relación entre el Vaticano y China, bastante irónicamente ésta se volvió más cordial después de que Roma estableciera relaciones diplomáticas con Japón, esto principalmente debido al hecho de que el Gobierno chino, tan pronto como se efectuó el intercambio de diplomáticos entre Tokio y el Vaticano, dio pasos para que de igual modo se establecieran contactos diplomáticos regulares entre ella y Roma.

El Vaticano ofreció interminables objeciones que, sin embargo, fueron obviadas cuando la Jerarquía norteamericana, y, sobre todo, Washington, señalaron que sería a favor de los intereses generales de la Iglesia Católica en China y en los Estados Unidos de América, causar el disgusto momentáneo de Japón intercambiando representantes con Chungking [la capital provisional de China]. Fue así que en junio de1942 fue designado el primer Embajador chino ante el Vaticano. Aunque esto se hizo más para aplacar a los Estados Unidos de América que para otra cosa (siendo China, en los ojos del Vaticano, meramente una parte de la gran política que estaba dirigiendo con respecto a Alemania en Europa y Japón en Asia), la posibilidad de una derrota alemana-japonesa desempeñó un papel no pequeño en la decisión del Vaticano de dar semejante paso. Porque la Iglesia Católica debía considerar los intereses de más de 3,000,000 de católicos esparcidos en regiones chinas y de una comparativamente floreciente y joven Iglesia que, hacia el fin de la Segunda Guerra Mundial, comprendía a 4,000 sacerdotes, 12,000 hermanas y hermanos, y un personal laico de aproximadamente 100,000, compuesto principalmente de maestros, médicos, y catequistas.

Además, el Vaticano, después de la Primera Guerra Mundial, había empezado una campaña para establecer una jerarquía nativa, y a fines de la Segunda Guerra Mundial había tenido éxito en designar en varias diócesis chinas, más obispos nativos que los que había en cualquier otro país no Occidental. Tal política, adoptada con respecto a sus misiones en África y Asia -a saber, la creación de jerarquías y sacerdocios nativos, revistió un particular significado en China. Se pensó que así no sólo podía ser superado el estigma de "extranjera" que se aplicaba a la Iglesia Católica, sino que también la propagación de la ideología bolchevique entre las masas chinas, y aun entre los cristianos chinos, podía ser mejor combatida. Esta fue una de las bases comunes sobre la cual el Vaticano y Chiang Kai-shek alcanzaron un primer entendimiento, aunque consideraciones de una política de mayor alcance en Asia impidieron una relación más estrecha entre la Iglesia Católica y el Gobierno chino.

Chiang Kai-shek, líder chino

Con el cambio de marea en la guerra, sin embargo, el Vaticano y Chiang Kai-shek cooperaron aun más estrechamente, y el primero una vez que estuvo seguro de que no había esperanza de una victoria japonesa empezó a cortejar ostensiblemente al Generalísimo chino. Esto, no sólo para salvaguardar los intereses de la Iglesia en China, sino, sobre todo, porque, con la desaparición del Ejército anticomunista japonés, el único instrumento que quedaba en Asia para detener al Bolchevismo era el Ejército chino bajo Chiang Kai-shek. [Estas relaciones amistosas fueron consolidadas por la designación oficial por parte del Papa de un nuncio Papal en China (julio de 1946).]

Fue así que con la derrota final de Japón la Iglesia Católica se encontró en términos amistosos con el Gobierno chino, que, mucho tiempo antes de que los ejércitos japoneses en China se hubiesen rendido oficialmente, empezó una campaña a gran escala, contra los ejércitos comunistas chinos en el norte.

Tal era la política que, además de encajar armoniosamente en el plan general del Vaticano y de correr paralela con la de los Estados Unidos de América, unió, en un lazo de común interés de carácter nacional, económico, y religioso, al Gobierno chino de Chiang Kai-shek, los Estados Unidos de América, con sus grandes intereses comerciales en Asia, y la Iglesia Católica, decidida a salvaguardar sus conquistas espirituales; los tres unidos para frenar, y eventualmente intentar destruir, la amenaza de una ideología hostil a sus intereses.

Capítulo 20

 

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