CAPÍTULO 6:

EL VATICANO EN UN MUNDO CONVULSIONADO

 

León XIII

El Vaticano tiene teorías propias con las que intenta explicar por qué el mundo está donde se encuentra hoy; por qué la sociedad ha sido, y continúa siendo, agitada por convulsiones sociales y políticas; y por qué la humanidad en general está pasando por una crisis nunca antes experimentada. Desafortunadamente, debido a la falta de espacio, nosotros debemos dar meramente un vistazo a la visión general de sólo tres Papas modernos; pero esperamos a través de ello hacer claras sus ideas, porque  esto ayudará a mostrar la actitud fundamental de la Iglesia Católica hacia los problemas de nuestra perturbadora era.  
 
Desde el tiempo de León XIII el Vaticano ha emitido declaraciones específicas y declaraciones generales, nunca contradictorio, y mostrando una actitud sistemática hacia lo que considera ser contrario a sus doctrinas. La política de la Iglesia Católica ha estado basada sobre estas ideas generales, y su actitud hacia cualquier asunto específico ha sido moldeada por ellas. Aquí, examinaremos muy brevemente la esencia de algunas de estas declaraciones, y tomaremos las encíclicas inaugurales de tres Papas que, habiendo gobernado la Iglesia Católica durante períodos críticos, fueron capaces más que otros de impregnar a la Iglesia, y por consiguiente al Vaticano, con el espíritu que emana de sus declaraciones. En sus encíclicas inaugurales, cada uno de estos tres Papas intentó exponer los principios generales que caracterizarían el programa que  se habían propuesto como Cabezas de la Iglesia, mientras que a la vez sugerían los remedios que consideraban que curarían las enfermedades de la sociedad moderna.  
 
El primero de los Papas modernos que trató directamente con las características de los asuntos sociales y políticos de la sociedad moderna fue León XIII. Él, aunque de muchas maneras muy liberal, consumió su vida en una batalla implacable contra lo que el Vaticano consideró ser el azote característico del último siglo -a saber, el Secularismo. La meta principal del Secularismo era el completo divorcio de la Iglesia y el Estado y la segregación de la religión de los asuntos que no eran de un carácter puramente religioso. Las declaraciones de León XIII, aun cuando restringidas a principios generales, son muy importantes, porque los Papas que lo sucedieron no sólo las mantuvieron, sino que se extendieron sobre ellas de acuerdo a los requerimientos de los tiempos, y ello consecuentemente afectó a la política del Vaticano en el siglo veinte. 
 
El Papa León XIII hizo conocer sus ideas considerando a la Iglesia Católica y a la sociedad en su primera encíclica publicada el 2 de abril de 1878 (Inscrutabili). En esta encíclica él trazó un cuidadoso cuadro de las condiciones mundiales en su tiempo y las consecuencias prácticas provocadas por los principios del Estado Secular. Los grandes males no sólo habían afectado la sociedad, sino también al Estado y al individuo, dijo León XIII. Los nuevos principios (Secularismo y Liberalismo) habían causado la subversión de aquellas verdades fundamentales que eran el fundamento de la sociedad. Ellos habían implantado una obstinación general en el corazón del individuo que llegó así a ser muy intolerante hacia toda autoridad. Discordancias de toda clase acerca de problemas políticos y sociales, destinadas a crear revoluciones, estaban aumentando diariamente.  
 
Las nuevas teorías que estaban especialmente dirigidas contra la Cristiandad y la Iglesia Católica, habían sido en el terreno práctico la causa de actos dirigidos contra la autoridad de la Iglesia Católica. Entre estas acciones que eran las consecuencias de las nuevas doctrinas estaban la promulgación de leyes en más de un país que sacudían los mismos fundamentos de la Iglesia Católica; la libertad dada a los individuos para propagar principios que eran "nocivas" restricciones al derecho de la Iglesia para educar a la juventud; la toma del poder temporal de los Papas; y el rechazo sistemático de la autoridad del Papa y de la Iglesia Católica, "la fuente del progreso".  
 
"¿Quién", dijo León XIII, "negará el servicio de la Iglesia en traer la verdad a los pueblos hundidos en la ignorancia y la superstición? ...Si comparamos las épocas cuándo la Iglesia era venerada universalmente como una madre con nuestra época, está más allá de todo cuestionamiento que nuestra época está precipitándose locamente por el camino directo a la destrucción." El Papado, declaró León, era el protector y el guardián de la civilización. "Es muy ciertamente la gloria de los Pontífices Supremos que ellos se pongan firmemente como una pared y un baluarte para salvar a la sociedad humana de recaer en su superstición y barbarie anteriores". Si la "autoridad curativa" del Papado no hubiese sido apartada, el mundo se habría ahorrado innumerables revoluciones y guerras, y el poder civil "no habría perdido esa venerable y sagrada gloria, el radiante don de la religión, la cual sola puede traer el estado de sujeción noble y digno del Hombre." 
 
León XIII dijo entonces a los católicos lo que ellos debían hacer para neutralizar la hostilidad de los enemigos de la Iglesia:  
 
(1) Cada católico tenía un deber de sumisión a la enseñanza de la Santa Sede.  
 
(2) La educación debía ser católica.  
 
(3) Cada miembro de la Iglesia debía seguir los principios del Catolicismo con respecto a la familia y el matrimonio.  
 
La enseñanza de la Iglesia Católica, afirmaba León, debe impartirse lo más tempranamente posible a los niños, y la Iglesia no sólo debe velar que haya "un método conveniente y sólido de educación... .sino sobre todo... esta educación debe estar totalmente en armonía con la Fe católica."  
 
Pero, primero y más importante, la educación debe empezar en la familia, que, a fin de ser apta para semejante deber, debe ser católica. Los padres deben ser católicos, y deben estar unidos por los sacramentos de la Iglesia. Las juventudes deben recibir el "entrenamiento familiar cristiano"; y tal entrenamiento se vuelve imposible cuando las leyes de la Iglesia Católica son ignoradas (como bajo las leyes del Estado secularizado).  
 
Seguidamente este Papa no sólo aconsejó a los católicos que obedecieran a la Iglesia Católica en cuestiones religiosas, sino también que siguieran su consejo en problemas sociales y políticos. A lo largo del último cuarto del siglo diecinueve él publicó muchas encíclicas en las que condenaba repetidamente al Estado Secular, la herejía del Liberalismo, y finalmente del Socialismo. Él aconsejaba a los católicos que combatieran estas ideologías que eran hostiles a la Iglesia en su propio terreno -a saber, en los campos sociales y políticos, uniéndose en sindicatos católicos y creando Partidos católicos. Su enseñanza caracterizó la política general del Vaticano hasta el comienzo del siglo veinte, cuando el tipo de Estado reiteradamente condenado por la Iglesia Católica ya se había establecido prácticamente por toda Europa.  
 
Treinta y seis años después de las cartas inaugurales de León XIII, estalló la Primera Guerra Mundial, y el nuevo Papa, Benedicto XV, denunció lo que, según él, eran las causas reales de las hostilidades y del deterioro del mundo Occidental. 

El Papa Benedicto XV (1914-1922)

 ¿Qué causó la Primera Guerra Mundial? preguntó él (Ad Beatissimi, 1 de noviembre de 1914), y en respuesta afirmó que no sólo se debía al hecho de que "los preceptos y la práctica de la sabiduría Cristiana han cesado de ser observados en el gobierno de los Estados", sino también a la debilitación general de la autoridad. "No hay más ningún respeto para la autoridad de los gobernantes", declaró, y "los lazos del deber que deberían sujetar al súbdito a cualquier autoridad que esté sobre él, han llegado a ser tan débiles que casi han desaparecido". Eso es debido a la enseñanza moderna sobre el origen de la autoridad. ¿Cuál es la esencia de tal enseñanza? La esencia es la idea falsa de que la fuente del poder de la autoridad es la voluntad libre de los hombres, y no Dios. Es de esta ilusión de que el hombre es la fuente de autoridad que el esfuerzo desenfrenado para la independencia de las masas ha surgido. Tal espíritu de independencia ha penetrado en la misma casa y vida de la familia. Aun en círculos clericales el tal vicio es evidente. Se sigue de eso que hay un desprecio generalizado por las leyes y la autoridad, rebelión por parte de aquellos que deben permanecer sujetos, crítica a las ordenanzas y crimen contra la propiedad por parte de aquellos que demandan que ninguna ley les obliga. Por consiguiente, los pueblos deben volver a la antigua doctrina, y al Papa, "a quien se han encomendado divinamente las enseñanzas de la verdad", deben recordar los pueblos del mundo que "no hay poder sino de Dios; y los poderes que son, por Dios son ordenados". Como toda la autoridad viene de Dios, se sigue que todos los católicos deben obedecer sus autoridades. Sus autoridades, ya religiosas ya civiles, deben ser obedecidas religiosamente; es decir, como una cuestión de conciencia. La única excepción a este deber es cuando la autoridad es usada contra las leyes de Dios y de Su Iglesia; por otra parte todos los católicos, concluye al Papa, deben obedecer ciegamente, porque "el que resiste el poder, resiste la ordenación de Dios, y los que resisten se ganan condenación para sí mismos."  
 
Benedicto XV entonces extrae conclusiones prácticas y consejos para los gobernantes de las naciones: que si quieren disciplina, obediencia, y orden, ellos deben apoyar la enseñanza de la Iglesia Católica. Es tonto, él declara, para un país gobernar sin la enseñanza de la Iglesia, o  educar su juventud en otras doctrinas que no son las de la Iglesia. "La triste experiencia demuestra que la autoridad humana falla cuando la religión se deja a un lado". Así que el gobernante del Estado no debe despreciar la autoridad de Dios y Su Iglesia; de otra manera los pueblos despreciarán su autoridad. La sociedad humana, continúa el Papa, se mantiene unida a través de dos factores -el amor  mutuo y el reconocimiento obediente de la autoridad sobre todos. Estas fuentes se han debilitado, con el resultado de que, dentro de cada nación, la población, está "dividida, por así decir, en dos ejércitos hostiles, amarga e incesantemente en disputa, los propietarios por un lado, y el proletariado y los obreros por el otro."  
 
El proletariado no debe llenarse de odio, y no debe envidiar al rico, dice al Papa, porque tal proletariado se volvería una presa fácil para los agitadores. Porque "no significa que, porque los hombres son iguales por su naturaleza, ellos deben todos ocupar un lugar igual en la comunidad". Los pobres no deben mirar por sobre el rico y levantarse contra ellos, como si los ricos fueran ladrones; porque cuando los pobres hacen esto, ellos son injustos y poco caritativos, además de actuar irrazonablemente. Las consecuencias del odio de clase son desastrosas, y las huelgas han de ser deploradas, porque ellas desorganizan la vida nacional. Los errores del Socialismo han sido expuestos por León XIII, y los obispos deben ver que los católicos nunca se olviden de la condenación de León hacia éste. Ellos deben predicar el amor fraternal que nunca abolirá "la diferencia de condiciones y por consiguiente de clases, pero hará que aquellos que ocupan posiciones más altas quieran de alguna manera descender hasta aquellos en posición más baja, y hará que no sólo los traten justamente... sino también amablemente y en un espíritu amistoso y paciente. Los pobres, por su lado, se regocijarán en su prosperidad (la prosperidad del rico) y esperarán confiadamente en su ayuda."  
 
Los hombres han perdido la creencia en una vida futura, y ellos consideran esta vida terrenal por consiguiente como la razón entera para su existencia. Una Prensa mala, escuelas ateas, y otras influencias han causado este "sumamente pernicioso error". Aquellos que mantienen estas doctrinas desean riqueza; pero cuando la riqueza no está dividida igualmente, y como el Estado pone límites  a la toma de la riqueza del rico, el pobre odia al Estado. "Así la lucha de una clase de ciudadanos contra otros estalla, los unos intentando por todos los medios obtener y tomar lo que quieren tener, los otros empeñándose en mantener y aumentar lo que ya poseen."  
 
¿Por qué la Iglesia Católica en esta etapa insistió tanto sobre la autoridad y sobre el asunto de la lucha entre las clases? Porque el resonar del levantamiento social luego de la Primera Guerra Mundial ya estaba siendo oído por el Vaticano que, temiendo lo peor, estaba tomando los primeros pasos preventivos.  
 
El consejo dado por el Papa a los católicos individuales y a las naciones debe recordarse, porque durante la década siguiente ese énfasis sobre la necesidad de fortalecer la autoridad, sobre la obediencia ciega debida por los súbditos, y sobre el deber de todos de no permitir que la diferencia de riqueza y la ideología social (es decir el Socialismo) inciten a la lucha de clases, llegó a ser el eslogan del Totalitarismo fascista.  
 
La Primera Guerra Mundial vino y se fue dejando detrás de sí una inmensa ruina, sobre todo en los campos sociales y políticos. La sociedad en toda su extensión, como Benedicto XV había temido, fue despedazada por conflictivas doctrinas sociales y sistemas políticos enfrentados, la mayoría de los cuales estaban intentando amoldar la sociedad según los mismos principios que la Iglesia Católica siempre había condenado. Para agregar a la confusión y a la fortaleza de esas fuerzas de desorden, Rusia se había vuelto Bolchevique y se se convirtió en un faro para todos los pueblos europeos con predisposición revolucionaria.  
 
Una de las características de los individuos y movimientos Socialistas, Comunistas, y Anarquistas  era que, además de apuntar a cambiar el sistema económico y social, ellos habían declarado una implacable guerra a la religión en general y a la Iglesia Católica en particular. El peligro del Socialismo, previamente teórico, se había vuelto real y apremiante. Una vez más la Iglesia Católica habló al fiel, repitiendo las declaraciones del Papa Benedicto XV y agregando imputaciones adicionales contra lo que consideraba ser la causa de la terrible inquietud mundial. 
 
Pío XI fue electo Papa en 1922, y en el mismo año publicó su encíclica inaugural en la que él no sólo dio énfasis a la actitud de la Iglesia Católica hacia los problemas sociales y políticos, sino que también condenó a la democracia, precediendo así a las dictaduras fascistas y Nazis (Ubi Arcano Dei, Sobre los Problemas Dejados por la Guerra Europea de 1914-1918; Sus Causas y Remedios).  
 
Esta encíclica discutía sobre los efectos de la guerra y declaraba que en ninguna parte había paz entre Estados, familias, o individuos. Se atribuyó la inquietud mundial al hecho de que Dios había sido desterrado de los asuntos públicos, el matrimonio, y la educación. Declaró que la guerra se repetiría a menos que los hombres compartieran la "paz de Cristo", y que la Iglesia Católica era indispensable para la paz. El Papa Pío XI seguidamente levantó el asunto social y político diciendo que había por todas partes "guerra de clases",  facciosa oposición de partidos que no buscan el bien público, complots, ataques contra gobernantes, huelgas, cierres de fábricas, y disturbios. Las doctrinas modernas habían debilitado los lazos familiares; ellas habían causado inquietud mental consiguiente a la guerra; ellas habían minado la autoridad a tal grado que la obediencia era sentida ser sumisión a un horrible yugo. Mientras los hombres querían trabajar tan poco como fuese posible, sirvientes y amos eran enemigos. La multitud de necesitados estaba creciendo en número y estaba volviéndose la reserva desde la cual las revoluciones futuras reclutarían nuevos ejércitos.  
 
El Papa se apresuró a decir entonces que, aunque la Iglesia no discrimina entre las formas de gobierno como tales, sin embargo nadie podría negar que la estructura de una democracia sufre más fácilmente que la de cualquier otro Estado la interacción traicionera de los actos. La Democracia, afirmó Pío XI, era la causa principal de todo el caos, que había sobrevenido debido a la misma naturaleza de los Gobiernos democráticos donde la voluntad del pueblo es soberana y donde hay demasiada libertad; y cuando más democrático un país, más caótica su vida nacional.  
 
Esta condenación de la democracia fue muy significativa, porque vino en un momento cuando las doctrinas fascistas estaban haciendo grandes adelantos en Italia y el resto de Europa. Veremos después cómo esta reprobación de la democracia no quedaría confinada al campo puramente teórico, sino que habría de entrar en la esfera política -y así contribuiría a las consecuencias trágicas que todos nosotros conocemos.  
 
En su encíclica, Pío XI también dio varias otras causas que él alegó eran responsables de la inquietud mundial:  
 
(1) Dios había sido alejado de la conducción de los asuntos públicos. (2) El matrimonio se había vuelto un contrato puramente civil. (3) Dios había sido desterrado de las escuelas.  
 
Después de estas imputaciones, el Papa finalmente sugirió los remedios con los que la sociedad del siglo veinte podría curarse. Cada individuo, él dijo, debe respetar el orden divino de la obediencia humana y debe respetar el orden divino de la sociedad humana y, sobre todo, de la Iglesia Católica, maestra "incapaz de error". Sólo la Iglesia Católica, él siguió, podría traer paz y orden, porque sólo la Iglesia enseña con una comisión divina, y por mandato divino, que los individuos y los Estados deben obedecer las leyes de Dios, y la Iglesia Católica es "la única y la única divinamente constituida guardián e intérprete de estas verdades reveladas."  
 
Siendo así, continuó Pío XI, la sociedad sólo podría encontrar una solución a sus problemas siguiendo la enseñanza de la Iglesia Católica. En cuanto a las naciones que intentan zanjar sus diferencias, era inútil para ellas crear una Institución Internacional (Liga de Naciones) sin tener en cuenta a la Iglesia. Si ellas desean que semejante organización tenga éxito, deben construirla sobre el modelo de esa Institución Internacional que trabajó tan bien durante la edad media -a saber, la Iglesia Católica. Porque sólo la Iglesia Católica puede salvaguardar la santidad de Ley Internacional, porque aunque pertenece a todas las naciones, sin embargo está por sobre todas las naciones.  
 
Los individuos deben buscar la guía en la Iglesia Católica, no sólo en lo espiritual, sino también en cuestiones sociales; y nunca deben olvidarse que les está prohibido apoyar ciertas doctrinas sociales que la Iglesia no aprueba (es decir el Liberalismo, el Modernismo, el Socialismo, etc.). Desgraciadamente, remarcó el Papa, hay demasiados, aun entre los católicos que están inclinados a considerar las cuestiones sociales con una mente demasiado liberal. "En sus palabras, escritos, y en el tenor entero de sus vidas, ellos se comportan como si la enseñanza y órdenes establecidas por los Papas.....se hubiesen vuelto completamente obsoletas.....En esto puede reconocerse una cierta especie de modernismo en cuestiones morales que tocan la autoridad y el orden social que, junto con el modernismo, nosotros condenamos específicamente."  
 
El Papa Pío XI era un hombre de acción. Su reino (1922-39) que ocurrió durante uno de los períodos más nefastos de la historia moderna, estuvo marcado por su fuerte voluntad y por el hecho de que la Iglesia Católica era cada vez más dependiente de las decisiones personales del Pontífice gobernante. Él no sólo se esforzó por ver que lo que sus predecesores predicaron se llevara a cabo, sino que tenía creencias propias sumamente fuertes sobre las cuestiones tocantes a la actitud que la Iglesia Católica debería adoptar hacia los problemas sociales y políticos.  
 
Pío XI era un hombre "despectivo de las instituciones democráticas", como su primera encíclica claramente mostró. Él se esforzó con gran éxito por impregnar el espíritu de la Iglesia Católica y, sobre todo, la política del Vaticano con hostilidad hacia ciertas grandes corrientes sociales y políticas modernas. El resultado fue que el Vaticano adoptó una fuerte y bien definida política hacia los movimientos sociales y políticos contemporáneos. Esta política estuvo basada en los principios de reforzar la autoridad del Estado y el derecho de la Iglesia Católica a desempeñar un papel más grande en la sociedad moderna. Su deber era ver que la juventud recibiera educación religiosa, conservar la santidad de la familia, y asegurar que el Secularismo fuera anatematizado, el Socialismo destruido, el divorcio abolido, y la democracia condenada.  
 
Sus esfuerzos, dirigidos a aplicar tales principios en la realidad, trajeron pronto a la Iglesia Católica muy cerca de ciertos movimientos que, aunque completamente extraños a la religión, sin embargo compartían con el Vaticano un odio hacia ciertas tendencias sociales y políticas que entonces agitaban a la sociedad. Habiendo encontrado un terreno común, y compartiendo muchos objetivos, el Vaticano y estos movimientos políticos empezaron a batallar juntos contra lo que ellos consideraban sus enemigos comunes. ¿Quién era principalmente responsable de semejante alianza, y cómo fue que el Vaticano decidió embarcarse en semejante política?
 
Capítulo 7

 

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