León XIII
El Vaticano tiene teorías propias con las que intenta
explicar por qué el mundo está donde se encuentra hoy; por qué
la sociedad ha sido, y continúa siendo, agitada por convulsiones
sociales y políticas; y por qué la humanidad en general está
pasando por una crisis nunca antes experimentada.
Desafortunadamente, debido a la falta de espacio, nosotros
debemos dar meramente un vistazo a la visión general de sólo
tres Papas modernos; pero esperamos a través de ello hacer
claras sus ideas, porque esto ayudará a mostrar la actitud
fundamental de la Iglesia Católica hacia los problemas de
nuestra perturbadora era.
Desde el tiempo de León XIII el Vaticano ha emitido
declaraciones específicas y declaraciones generales, nunca
contradictorio, y mostrando una actitud sistemática hacia lo que
considera ser contrario a sus doctrinas. La política de la
Iglesia Católica ha estado basada sobre estas ideas generales, y
su actitud hacia cualquier asunto específico ha sido moldeada
por ellas. Aquí, examinaremos muy brevemente la esencia de
algunas de estas declaraciones, y tomaremos las encíclicas
inaugurales de tres Papas que, habiendo gobernado la Iglesia Católica
durante períodos críticos, fueron capaces más que otros de
impregnar a la Iglesia, y por consiguiente al Vaticano, con el
espíritu que emana de sus declaraciones. En sus encíclicas
inaugurales, cada uno de estos tres Papas intentó exponer los
principios generales que caracterizarían el programa que
se habían propuesto como Cabezas de la Iglesia, mientras que a
la vez sugerían los remedios que consideraban que curarían las
enfermedades de la sociedad moderna.
El primero de los Papas modernos que trató directamente con las
características de los asuntos sociales y políticos de la
sociedad moderna fue León XIII. Él, aunque de muchas maneras
muy liberal, consumió su vida en una batalla implacable contra
lo que el Vaticano consideró ser el azote característico del último
siglo -a saber, el Secularismo. La meta principal del Secularismo
era el completo divorcio de la Iglesia y el Estado y la segregación
de la religión de los asuntos que no eran de un carácter
puramente religioso. Las declaraciones de León XIII, aun cuando
restringidas a principios generales, son muy importantes, porque
los Papas que lo sucedieron no sólo las mantuvieron, sino que se
extendieron sobre ellas de acuerdo a los requerimientos de los
tiempos, y ello consecuentemente afectó a la política del
Vaticano en el siglo veinte.
El Papa León XIII hizo conocer sus ideas considerando a la
Iglesia Católica y a la sociedad en su primera encíclica
publicada el 2 de abril de 1878 (Inscrutabili). En esta
encíclica él trazó un cuidadoso cuadro de las condiciones
mundiales en su tiempo y las consecuencias prácticas provocadas
por los principios del Estado Secular. Los grandes males no sólo
habían afectado la sociedad, sino también al Estado y al
individuo, dijo León XIII. Los nuevos principios (Secularismo y
Liberalismo) habían causado la subversión de aquellas verdades
fundamentales que eran el fundamento de la sociedad. Ellos habían
implantado una obstinación general en el corazón del individuo
que llegó así a ser muy intolerante hacia toda autoridad.
Discordancias de toda clase acerca de problemas políticos y
sociales, destinadas a crear revoluciones, estaban aumentando
diariamente.
Las nuevas teorías que estaban especialmente dirigidas contra la
Cristiandad y la Iglesia Católica, habían sido en el terreno práctico
la causa de actos dirigidos contra la autoridad de la Iglesia Católica.
Entre estas acciones que eran las consecuencias de las nuevas
doctrinas estaban la promulgación de leyes en más de un país
que sacudían los mismos fundamentos de la Iglesia Católica; la
libertad dada a los individuos para propagar principios que eran
"nocivas" restricciones al derecho de la Iglesia para
educar a la juventud; la toma del poder temporal de los Papas; y
el rechazo sistemático de la autoridad del Papa y de la Iglesia
Católica, "la fuente del progreso".
"¿Quién", dijo León XIII, "negará el servicio
de la Iglesia en traer la verdad a los pueblos hundidos en la
ignorancia y la superstición? ...Si comparamos las épocas cuándo
la Iglesia era venerada universalmente como una madre con nuestra
época, está más allá de todo cuestionamiento que nuestra época
está precipitándose locamente por el camino directo a la
destrucción." El Papado, declaró León, era el protector y
el guardián de la civilización. "Es muy ciertamente la
gloria de los Pontífices Supremos que ellos se pongan firmemente
como una pared y un baluarte para salvar a la sociedad humana de
recaer en su superstición y barbarie anteriores". Si la
"autoridad curativa" del Papado no hubiese sido
apartada, el mundo se habría ahorrado innumerables revoluciones
y guerras, y el poder civil "no habría perdido esa
venerable y sagrada gloria, el radiante don de la religión, la
cual sola puede traer el estado de sujeción noble y digno del
Hombre."
León XIII dijo entonces a los católicos lo que ellos debían
hacer para neutralizar la hostilidad de los enemigos de la
Iglesia:
(1) Cada católico tenía un deber de sumisión a la enseñanza
de la Santa Sede.
(2) La educación debía ser católica.
(3) Cada miembro de la Iglesia debía seguir los principios del
Catolicismo con respecto a la familia y el matrimonio.
La enseñanza de la Iglesia Católica, afirmaba León, debe
impartirse lo más tempranamente posible a los niños, y la
Iglesia no sólo debe velar que haya "un método conveniente
y sólido de educación... .sino sobre todo... esta educación
debe estar totalmente en armonía con la Fe católica."
Pero, primero y más importante, la educación debe empezar en la
familia, que, a fin de ser apta para semejante deber, debe ser
católica. Los padres deben ser católicos, y deben estar unidos
por los sacramentos de la Iglesia. Las juventudes deben recibir
el "entrenamiento familiar cristiano"; y tal
entrenamiento se vuelve imposible cuando las leyes de la Iglesia
Católica son ignoradas (como bajo las leyes del Estado
secularizado).
Seguidamente este Papa no sólo aconsejó a los católicos que
obedecieran a la Iglesia Católica en cuestiones religiosas, sino
también que siguieran su consejo en problemas sociales y políticos.
A lo largo del último cuarto del siglo diecinueve él publicó
muchas encíclicas en las que condenaba repetidamente al Estado
Secular, la herejía del Liberalismo, y finalmente del Socialismo.
Él aconsejaba a los católicos que combatieran estas ideologías
que eran hostiles a la Iglesia en su propio terreno -a saber, en
los campos sociales y políticos, uniéndose en sindicatos católicos
y creando Partidos católicos. Su enseñanza caracterizó la política
general del Vaticano hasta el comienzo del siglo veinte, cuando el
tipo de Estado reiteradamente condenado por la Iglesia Católica
ya se había establecido prácticamente por toda Europa.
Treinta y seis años después de las cartas inaugurales de León
XIII, estalló la Primera Guerra Mundial, y el nuevo Papa,
Benedicto XV, denunció lo que, según él, eran las causas
reales de las hostilidades y del deterioro del mundo Occidental.
El Papa Benedicto XV (1914-1922)
¿Qué causó la Primera Guerra Mundial?
preguntó él (Ad Beatissimi, 1 de noviembre de 1914), y
en respuesta afirmó que no sólo se debía al hecho de que
"los preceptos y la práctica de la sabiduría Cristiana han
cesado de ser observados en el gobierno de los Estados",
sino también a la debilitación general de la autoridad. "No
hay más ningún respeto para la autoridad de los gobernantes",
declaró, y "los lazos del deber que deberían sujetar al súbdito
a cualquier autoridad que esté sobre él, han llegado a ser tan
débiles que casi han desaparecido". Eso es debido a la enseñanza
moderna sobre el origen de la autoridad. ¿Cuál es la esencia de
tal enseñanza? La esencia es la idea falsa de que la fuente del
poder de la autoridad es la voluntad libre de los hombres, y
no Dios. Es de esta ilusión de que el hombre es la fuente
de autoridad que el esfuerzo desenfrenado para la independencia
de las masas ha surgido. Tal espíritu de independencia ha
penetrado en la misma casa y vida de la familia. Aun en círculos
clericales el tal vicio es evidente. Se sigue de eso que hay un
desprecio generalizado por las leyes y la autoridad, rebelión
por parte de aquellos que deben permanecer sujetos, crítica a
las ordenanzas y crimen contra la propiedad por parte de aquellos
que demandan que ninguna ley les obliga. Por consiguiente, los
pueblos deben volver a la antigua doctrina, y al Papa, "a
quien se han encomendado divinamente las enseñanzas de la verdad",
deben recordar los pueblos del mundo que "no hay poder sino
de Dios; y los poderes que son, por Dios son ordenados".
Como toda la autoridad viene de Dios, se sigue que todos los católicos
deben obedecer sus autoridades. Sus autoridades, ya religiosas ya
civiles, deben ser obedecidas religiosamente; es decir, como una
cuestión de conciencia. La única excepción a este deber es
cuando la autoridad es usada contra las leyes de Dios y de Su
Iglesia; por otra parte todos los católicos, concluye al
Papa, deben obedecer ciegamente, porque "el que resiste el
poder, resiste la ordenación de Dios, y los que resisten se
ganan condenación para sí mismos."
Benedicto XV entonces extrae conclusiones prácticas y consejos
para los gobernantes de las naciones: que si quieren disciplina,
obediencia, y orden, ellos deben apoyar la enseñanza de la
Iglesia Católica. Es tonto, él declara, para un país gobernar
sin la enseñanza de la Iglesia, o educar su juventud en
otras doctrinas que no son las de la Iglesia. "La triste
experiencia demuestra que la autoridad humana falla cuando la
religión se deja a un lado". Así que el gobernante del
Estado no debe despreciar la autoridad de Dios y Su Iglesia; de
otra manera los pueblos despreciarán su autoridad. La sociedad
humana, continúa el Papa, se mantiene unida a través de dos
factores -el amor mutuo y el reconocimiento obediente de la
autoridad sobre todos. Estas fuentes se han debilitado, con el
resultado de que, dentro de cada nación, la población, está
"dividida, por así decir, en dos ejércitos hostiles,
amarga e incesantemente en disputa, los propietarios por un lado,
y el proletariado y los obreros por el otro."
El proletariado no debe llenarse de odio, y no debe envidiar al
rico, dice al Papa, porque tal proletariado se volvería una
presa fácil para los agitadores. Porque "no significa que,
porque los hombres son iguales por su naturaleza, ellos deben
todos ocupar un lugar igual en la comunidad". Los pobres no
deben mirar por sobre el rico y levantarse contra ellos, como si
los ricos fueran ladrones; porque cuando los pobres hacen esto,
ellos son injustos y poco caritativos, además de actuar
irrazonablemente. Las consecuencias del odio de clase son
desastrosas, y las huelgas han de ser deploradas, porque ellas
desorganizan la vida nacional. Los errores del Socialismo han
sido expuestos por León XIII, y los obispos deben ver que los
católicos nunca se olviden de la condenación de León hacia éste.
Ellos deben predicar el amor fraternal que nunca abolirá "la
diferencia de condiciones y por consiguiente de clases, pero hará
que aquellos que ocupan posiciones más altas quieran de alguna
manera descender hasta aquellos en posición más baja, y hará
que no sólo los traten justamente... sino también
amablemente y en un espíritu amistoso y paciente. Los pobres,
por su lado, se regocijarán en su prosperidad (la prosperidad
del rico) y esperarán confiadamente en su ayuda."
Los hombres han perdido la creencia en una vida futura, y ellos
consideran esta vida terrenal por consiguiente como la razón
entera para su existencia. Una Prensa mala, escuelas ateas, y
otras influencias han causado este "sumamente pernicioso
error". Aquellos que mantienen estas doctrinas desean
riqueza; pero cuando la riqueza no está dividida igualmente, y
como el Estado pone límites a la toma de la riqueza
del rico, el pobre odia al Estado. "Así la lucha de una
clase de ciudadanos contra otros estalla, los unos intentando por
todos los medios obtener y tomar lo que quieren tener, los otros
empeñándose en mantener y aumentar lo que ya poseen."
¿Por qué la Iglesia Católica en esta etapa insistió tanto
sobre la autoridad y sobre el asunto de la lucha entre las
clases? Porque el resonar del levantamiento social luego de la
Primera Guerra Mundial ya estaba siendo oído por el Vaticano
que, temiendo lo peor, estaba tomando los primeros pasos
preventivos.
El consejo dado por el Papa a los católicos individuales y a las
naciones debe recordarse, porque durante la década siguiente ese
énfasis sobre la necesidad de fortalecer la autoridad, sobre la
obediencia ciega debida por los súbditos, y sobre el deber de
todos de no permitir que la diferencia de riqueza y la ideología
social (es decir el Socialismo) inciten a la lucha de clases,
llegó a ser el eslogan del Totalitarismo fascista.
La Primera Guerra Mundial vino y se fue dejando detrás de sí
una inmensa ruina, sobre todo en los campos sociales y políticos.
La sociedad en toda su extensión, como Benedicto XV había
temido, fue despedazada por conflictivas doctrinas sociales y
sistemas políticos enfrentados, la mayoría de los cuales
estaban intentando amoldar la sociedad según los mismos
principios que la Iglesia Católica siempre había condenado.
Para agregar a la confusión y a la fortaleza de esas fuerzas de
desorden, Rusia se había vuelto Bolchevique y se se convirtió
en un faro para todos los pueblos europeos con predisposición
revolucionaria.
Una de las características de los individuos y movimientos
Socialistas, Comunistas, y Anarquistas era que, además de
apuntar a cambiar el sistema económico y social, ellos habían
declarado una implacable guerra a la religión en general y a la
Iglesia Católica en particular. El peligro del Socialismo,
previamente teórico, se había vuelto real y apremiante. Una vez
más la Iglesia Católica habló al fiel, repitiendo las
declaraciones del Papa Benedicto XV y agregando imputaciones
adicionales contra lo que consideraba ser la causa de la terrible
inquietud mundial.
Pío XI fue electo Papa en 1922, y en el mismo año publicó su
encíclica inaugural en la que él no sólo dio énfasis a la
actitud de la Iglesia Católica hacia los problemas sociales y
políticos, sino que también condenó a la democracia,
precediendo así a las dictaduras fascistas y Nazis (Ubi
Arcano Dei, Sobre los Problemas Dejados por la Guerra
Europea de 1914-1918; Sus Causas y Remedios).
Esta encíclica discutía sobre los efectos de la guerra y
declaraba que en ninguna parte había paz entre Estados,
familias, o individuos. Se atribuyó la inquietud mundial al
hecho de que Dios había sido desterrado de los asuntos públicos,
el matrimonio, y la educación. Declaró que la guerra se repetiría
a menos que los hombres compartieran la "paz de Cristo",
y que la Iglesia Católica era indispensable para la paz. El Papa
Pío XI seguidamente levantó el asunto social y político
diciendo que había por todas partes "guerra de clases",
facciosa oposición de partidos que no buscan el bien público,
complots, ataques contra gobernantes, huelgas, cierres de fábricas,
y disturbios. Las doctrinas modernas habían debilitado los lazos
familiares; ellas habían causado inquietud mental consiguiente a
la guerra; ellas habían minado la autoridad a tal grado que la
obediencia era sentida ser sumisión a un horrible yugo. Mientras
los hombres querían trabajar tan poco como fuese posible,
sirvientes y amos eran enemigos. La multitud de necesitados
estaba creciendo en número y estaba volviéndose la reserva
desde la cual las revoluciones futuras reclutarían nuevos ejércitos.
El Papa se apresuró a decir entonces que, aunque la Iglesia no
discrimina entre las formas de gobierno como tales, sin embargo
nadie podría negar que la estructura de una democracia sufre más
fácilmente que la de cualquier otro Estado la interacción
traicionera de los actos. La Democracia, afirmó Pío XI, era la
causa principal de todo el caos, que había sobrevenido debido a
la misma naturaleza de los Gobiernos democráticos donde la
voluntad del pueblo es soberana y donde hay demasiada libertad; y
cuando más democrático un país, más caótica su vida nacional.
Esta condenación de la democracia fue muy significativa, porque
vino en un momento cuando las doctrinas fascistas estaban
haciendo grandes adelantos en Italia y el resto de Europa.
Veremos después cómo esta reprobación de la democracia no
quedaría confinada al campo puramente teórico, sino que habría
de entrar en la esfera política -y así contribuiría a las
consecuencias trágicas que todos nosotros conocemos.
En su encíclica, Pío XI también dio varias otras causas que él
alegó eran responsables de la inquietud mundial:
(1) Dios había sido alejado de la conducción de los asuntos públicos.
(2) El matrimonio se había vuelto un contrato puramente civil. (3)
Dios había sido desterrado de las escuelas.
Después de estas imputaciones, el Papa finalmente sugirió los
remedios con los que la sociedad del siglo veinte podría curarse.
Cada individuo, él dijo, debe respetar el orden divino de la
obediencia humana y debe respetar el orden divino de la sociedad
humana y, sobre todo, de la Iglesia Católica, maestra "incapaz
de error". Sólo la Iglesia Católica, él siguió, podría
traer paz y orden, porque sólo la Iglesia enseña con una comisión
divina, y por mandato divino, que los individuos y los Estados
deben obedecer las leyes de Dios, y la Iglesia Católica es
"la única y la única divinamente constituida guardián e
intérprete de estas verdades reveladas."
Siendo así, continuó Pío XI, la sociedad sólo podría
encontrar una solución a sus problemas siguiendo la enseñanza
de la Iglesia Católica. En cuanto a las naciones que intentan
zanjar sus diferencias, era inútil para ellas crear una
Institución Internacional (Liga de Naciones) sin tener en cuenta
a la Iglesia. Si ellas desean que semejante organización tenga
éxito, deben construirla sobre el modelo de esa Institución
Internacional que trabajó tan bien durante la edad media -a
saber, la Iglesia Católica. Porque sólo la Iglesia Católica
puede salvaguardar la santidad de Ley Internacional, porque
aunque pertenece a todas las naciones, sin embargo está por
sobre todas las naciones.
Los individuos deben buscar la guía en la Iglesia Católica, no
sólo en lo espiritual, sino también en cuestiones sociales; y
nunca deben olvidarse que les está prohibido apoyar ciertas
doctrinas sociales que la Iglesia no aprueba (es decir el
Liberalismo, el Modernismo, el Socialismo, etc.).
Desgraciadamente, remarcó el Papa, hay demasiados, aun entre los
católicos que están inclinados a considerar las cuestiones
sociales con una mente demasiado liberal. "En sus palabras,
escritos, y en el tenor entero de sus vidas, ellos se comportan
como si la enseñanza y órdenes establecidas por los Papas.....se
hubiesen vuelto completamente obsoletas.....En esto puede
reconocerse una cierta especie de modernismo en cuestiones
morales que tocan la autoridad y el orden social que, junto con
el modernismo, nosotros condenamos específicamente."
El Papa Pío XI era un hombre de acción. Su reino (1922-39) que
ocurrió durante uno de los períodos más nefastos de la
historia moderna, estuvo marcado por su fuerte voluntad y por el
hecho de que la Iglesia Católica era cada vez más dependiente
de las decisiones personales del Pontífice gobernante. Él no sólo
se esforzó por ver que lo que sus predecesores predicaron se
llevara a cabo, sino que tenía creencias propias sumamente
fuertes sobre las cuestiones tocantes a la actitud que la Iglesia
Católica debería adoptar hacia los problemas sociales y políticos.
Pío XI era un hombre "despectivo de las instituciones
democráticas", como su primera encíclica claramente mostró.
Él se esforzó con gran éxito por impregnar el espíritu de la
Iglesia Católica y, sobre todo, la política del Vaticano con
hostilidad hacia ciertas grandes corrientes sociales y políticas
modernas. El resultado fue que el Vaticano adoptó una fuerte y
bien definida política hacia los movimientos sociales y políticos
contemporáneos. Esta política estuvo basada en los principios
de reforzar la autoridad del Estado y el derecho de la Iglesia
Católica a desempeñar un papel más grande en la sociedad
moderna. Su deber era ver que la juventud recibiera educación
religiosa, conservar la santidad de la familia, y asegurar que el
Secularismo fuera anatematizado, el Socialismo destruido, el
divorcio abolido, y la democracia condenada.
Sus esfuerzos, dirigidos a aplicar tales principios en la
realidad, trajeron pronto a la Iglesia Católica muy cerca de
ciertos movimientos que, aunque completamente extraños a la
religión, sin embargo compartían con el Vaticano un odio hacia
ciertas tendencias sociales y políticas que entonces agitaban a
la sociedad. Habiendo encontrado un terreno común, y
compartiendo muchos objetivos, el Vaticano y estos movimientos
políticos empezaron a batallar juntos contra lo que ellos
consideraban sus enemigos comunes. ¿Quién era principalmente
responsable de semejante alianza, y cómo fue que el Vaticano
decidió embarcarse en semejante política?
Capítulo 7
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