Unión Con Roma, por Christopher Wordsworth

Capítulo 1

 

"No es la Iglesia de Roma la Babilonia del Libro de Apocalipsis?"
Christopher Wordsworth, D.D.

Sobre si Babilonia, en el Apocalipsis, es la ciudad de Roma.

 

El tema de nuestra investigación es:

Si las profecías en el Apocalipsis (Capítulos 13, 14, 16, 17, 18, 19), o Revelación de San Juan, referidas a Babilonia, se refieren a Roma como ella es ahora.

Esta cuestión se divide a su vez en dos partes:

Primero: ¿Se refieren esas profecías a la Ciudad en la cual el Obispo de Roma tiene su Sede?

Segundo: ¿Se refieren esas profecías a esa Ciudad en su carácter espiritual además del temporal? Es decir, ¿se refieren a ella como a una Iglesia, además de como una Ciudad? ¿Y como ejercitando poder, no meramente en Roma y en Italia, sino en muchos otros países, y sobre muchas otras naciones del mundo?

Comencemos considerando la primera de esas dos cuestiones, ¿Se refieren esas profecías a la Ciudad de Roma?

 

 

1. Primero, estas profecías Apocalípticas que describen a la Mujer que es llamada Babilonia y que se sienta sobre la Bestia con siete cabezas y diez cuernos, no son respecto a la más antigua, literal, Babilonia Asiria. La inscripción sobre la frente de la Mujer es Misterio; indicando un significado espiritual. Esta palabra había sido usada por el Apóstol San Pablo hermano [en la fe] de San Juan, en su descripción del Misterio de iniquidad, como opuesto al Misterio de la Piedad (2 Tesalonicenses 2. 7, y 1 Timoteo 3. 16); y San Juan adopta la palabra de San Pablo, y parece aplicarla al mismo objeto que había sido retratado por ese Apóstol (2 Tesalonicenses 2. 7) 

 

Otra vez, la Babilonia del Apocalipsis se describe como una Ciudad existiendo y reinando en la época de San Juan (Apocalipsis 17.18); pero la literal, o Asiria Babilonia había dejado de ser una ciudad reinante mucho tiempo atrás de cuando San Juan escribió. Por consiguiente la Babilonia del Apocalipsis no puede ser la Babilonia literal o Asiria. 

 

2. ¿Cuál es entonces la Ciudad de la que San Juan habla? 

 

Es llamada por él una Gran ciudad (Apocalipsis 17.18), y es una que existía en su época; y continuaría existiendo durante muchos siglos, ciertamente hasta nuestros propios tiempos; como es evidente del hecho de que su destrucción, como es descripta en el Apocalipsis, se representa allí como acompañada por eventos que, por cerca que ellos puedan estar de ahora, nadie puede decir  que hayan tenido lugar todavía. 

 

La Babilonia del Apocalipsis es, por consiguiente, alguna Gran Ciudad que existió en la época de San Juan, y qué todavía existe en la nuestra. 

 

Ahora, casi todas las Grandes Ciudades de su época han entrado en decadencia; casi la única gran Ciudad que existía entonces, y que todavía existe, es Roma. 

 

3. En tercer lugar, nosotros leímos en el Apocalipsis: Aquí esta la mente, o significando, que tiene sabiduría (Apocalipsis 17.9); las Siete cabezas de la Bestia son Siete Montes  sobre los cuales se asienta la Mujer. 

 

En la época de San Juan había Una Ciudad, una Gran Ciudad, construida sobre Siete Colinas: Roma. El nombre de cada una de sus Siete Colinas era bien conocido: en el tiempo de San Juan Roma era normalmente llamada: "La Ciudad de las Siete Colinas". Ella era celebrada como tal en una Fiesta nacional anual. Y difícilmente haya Poeta romano de cualquier nota que no haya hablado de Roma como de una Ciudad asentada sobre Siete Montes. Virgilio, Horacio, Tibulo, Propercio, Ovidio, Silio Itálico, Estacio, Marcial, Claudiano, Prudencio, en resumen, la Voz unánime de la Poesía romana durante más de quinientos años, empezando con la época de San Juan, proclamó a Roma como "la Ciudad de las Siete Colinas". 

 

Ni es esto todo. El Apocalipsis es ilustrado, en este respeto, de otra fuente, igualmente obvia para el mundo: Las Monedas. 

 

Sobre las Medallas Imperiales de esa edad, que todavía se conservan, vemos que Roma es presentada como una Mujer que se sienta sobre Siete Colinas, como ella es representada en el Apocalipsis. 

 

   4. En cuarto lugar, San Juan da otro criterio por el que la Ciudad Apocalíptica será identificada. La Mujer que tu has visto (él dice) es esa Gran Ciudad que tiene reino sobre los Reyes de la Tierra (Apocalipsis 17.18). 

 

Si recurrimos a los Poetas latinos de la época de San Juan, encontramos que los Epítetos comúnmente aplicados a Roma son La grande, La poderosa, La real, Roma; La Reina de Naciones; La Ciudad Eterna; La Señora del Mundo. 

 

Si de nuevo, contemplamos los sentimientos públicos del Mundo como son expresados en las monedas de ese período, vemos allí a Roma, como la gran Ciudad, deificada, coronada con una diadema en forma de muralla y teniendo en su palma una figura alada de Victoria que sostiene en su mano un Globo el símbolo de las Conquistas y el dominio universal de Roma. 

 

Roma, entonces, era esa Gran Ciudad; Roma reinó sobre los Reyes de la Tierra. Por consiguiente la Mujer es Roma. 

 

5. Sin embargo, más aún, San Juan nos da otra característica. La Mujer, descrita por él como asentada sobre Siete Colinas, y como reinando sobre los Reyes de la Tierra, es llamada Babilonia. En su frente un nombre escrito: Misterio, Babilonia la Grande (Apocalipsis 17.5). Este nombre, como hemos visto, no ha de ser tomado literalmente; no puede designar a la Ciudad Asiria sobre el Éufrates; sino que designa alguna otra gran ciudad que era semejante a Babilonia, y es llamada por consiguiente por ese nombre. 

 

Para aplicar esto geográficamente; Babilonia ha encontrado un notable paralelo en Roma. Babilonia (como S. Agustín dice) era la Roma Oriental: y Roma, la Babilonia Occidental. 

 

Babilonia estaba situada en una inmensa llanura: y todos hemos oído hablar de la Campaña de Roma. Ambas ciudades son cortadas por ríos. El suelo de Babilonia se describe en la Escritura como productor de arcilla para ladrillo, y limo, o betún, para mortero (Génesis 11.3). Atestiguan la Historia Inspirada del edificio de Babel en esa región. Y las enormes Paredes de ladrillo de Babilonia se han convertido en proverbio. 

 

Volvamos ahora a Roma. Reconocemos un parecido en estos respectos, en los extensos arqueados acueductos de ladrillo que todavía se extienden por la Campaña romana, y conectan la Ciudad con las colinas distantes; y en los caminos, pavimentados con bloques bituminosos que unieron la capital a la costa. 

 

De nuevo: la ciudad de Babilonia estaba rodeada de lagunas que, cuando ella fue destruida, se estancaron en cenagosos pantanos, y ahora grandemente aumentan la monotonía e insalubridad de su desolada llanura. 

 

Dirijamos ahora nuestros ojos a la Campaña de Roma, anteriormente poblada con ciudades, y viva con el movimiento de hombres. De las inundaciones de los pantanos de la llanura Pontina, y de la malaria inveterada de muchos siglos, y del miasma fétido que anida sobre sus sulfurosos manantiales y arroyos, es ahora escasamente habitable; y por su aspecto salvaje y solitario presenta un triste pronóstico de su futuro destino; y parece sonar una solemne alarma y advertencia al oído de la Fe, de que la semejanza entre Babilonia y Roma será más fuerte un día. 

 

Aquí hay algunas impresionantes similitudes; y nosotros no debemos descuidar el paralelo histórico entre Babilonia y Roma. Babilonia había sido y fue la Reina del Este, en la edad de los Profetas hebreos; y Roma era la Señora del Oeste, cuando San Juan escribió. Babilonia fue llamada la Ciudad de Oro, la gloria de reinos, la belleza de la grandeza  de los Caldeos (Isaías 13.19; 14.4). Ella pretendió Eternidad y la Supremacía Universal. Ella decía en su corazón, subiré al cielo, en lo alto junto a las estrellas de Dios ensalzaré mi trono (Isa.14.13). Para siempre seré Señora. Yo soy, y fuera de mí no hay más; no quedaré viuda, ni conoceré orfandad (Isa.47. 7, 8). En estos respectos también, Babilonia fue imitada por Roma. Ella también se llamó la Ciudad de Oro, la Ciudad Eterna. 

 

También: el Rey de Babilonia fue la vara del furor de Dios, y el bastón de su ira (Isa.10.5) contra Jerusalem por su rebelión contra Él. Babilonia fue empleada por Dios para castigar los pecados de Sión, y para poner sus muros en el polvo. Así, en la propia época de San Juan, las legiones Imperiales de Roma habían sido enviadas por Dios para castigar la Ciudad culpable que había crucificado a su Hijo amado. 

 

También: se llevaron los Vasos Sagrados del Templo de Dios en Jerusalem de Sión a Babilonia, y fueron exhibidos en triunfo sobre la mesa en el banquete real en aquella noche fatal, cuando salieron de la Pared unos dedos de mano de hombre (Daniel 5. 5,6) y aterrorizaron al Rey. 

 

Así, los Vasos Sagrados del Templo judío, que fue restaurado por Ciro, y el libro de la Ley, y el Candelero de Oro, y la Mesa del pan de la proposición , fueron llevados cautivos en procesión triunfal al Capitolio romano: y aun ahora sus efigies pueden verse en Roma, talladas en escultura en uno de los lados del Arco triunfal de Tito, el Conquistador Imperial de Jerusalem. 

 

Ahora cabe preguntarse, ¿cuál  era el decir de la propia época de San Juan sobre este asunto? ¿Reconocía o no reconocía a Roma en Babilonia? 

 

Podemos hablar, primero, de los judíos. Tan fuerte era su sentido de la analogía entre estas dos Ciudades, que el nombre que ellos normalmente daban a Roma era Babilonia. Ellos sentían que en su propia historia Dios había identificado las dos. Y, puede agregarse, como algo notable, que, como la Restauración de los judíos por Ciro no tuvo lugar hasta que Babilonia fue tomada, y luego inmediatamente sucedió, así  es, y ha sido mucho tiempo, una opinión profundamente arraigada y un proverbio común entre los judíos que "la Redención de Israel no se logrará, antes de que Roma sea destruida." 

 

Luego, ¿cómo eran esos Capítulos del Apocalipsis, concernientes a Babilonia, entendidos por los escritores Cristianos que sucedieron a San Juan?  Antes de que esta pregunta sea respondida, puede remarcarse algo. Cuando San Juan escribió, Roma era la Reina del Mundo, y siempre que miraba sobre el Cristianismo, era con malos ojos. 

 

San Juan mismo fue un mártir voluntario por la fe; él escribió el Apocalipsis en destierro en Patmos, donde fue enviado como prisionero, por el testimonio de Jesucristo (Apocalipsis 1.9). Él no podría hablar claramente acerca de Roma sin irritarla. La misma observación se aplica a los Intérpretes más tempranos del Apocalipsis. Identificar Roma con Babilonia probablemente se habría representado como traición contra ella. Y nosotros sabemos que los seguidores de Cristo normalmente fueron considerados por los escritores romanos como mal dispuestos hacia ella, e incluso como la causa de sus calamidades. 

 

Ahora, note la contestación que se hacían a  tales alegaciones por parte de los antiguos defensores del Cristianismo. Ellos no negaron que Roma estaba señalada en sus profecías inspiradas; sino que ellos afirmaron que era su imprescindible deber e interés desear el bien al  existente Imperio de Roma; a causa de que,  usando el lenguaje de San Pablo a los Tesalonicenses (2 Tes.2.6,7), el Gobierno Imperial retardaba, o sea, impedía, prevenía, o posponía, el levantamiento de otro Poder en su lugar para el que ellos no podrían desear el bien, ya que sería más injurioso para el Evangelio, que el pagano Imperio de Roma. 

 

Nosotros encontramos que entre los primeros Cristianos algunos estaban tan impresionados con esta identidad que ellos incluso suponían, que la Babilonia desde la cual San Pedro data su primera Epístola, era Roma. Esta suposición fue causada indudablemente por la creencia común entre los Cristianos en la relación típica de Babilonia y Roma, y demuestra cuán fuerte era esa creencia. 

 

Un testigo muy antiguo sobre este asunto es Ireneo. Él era un de los discípulos de Policarpo, el alumno de San Juan, y uno de los más eruditos entre los escritores de la Iglesia Oriental de esa época; y él vivió y murió en el Oeste, en Lyon en la Galia. Refiriéndose al Apocalipsis, él dice que el mundo debe esperar hasta que el Imperio romano sea dividido en varios reinos, significados por los diez Cuernos de la Bestia; y que, cuando estos reinos estén aumentando en poderío, luego un gran Poder se levantará, el cual intimidará estos reinos y será la Abominación de la Desolación, y será caracterizado por el número del Nombre de la Bestia predicho por San Juan. Y, procediendo a hablar de este número, él agrega, es más sabio esperar pacientemente hasta que la Profecía sea cumplida, que pronunciarse confiadamente en lo siguiente; pero que, en su propia opinión, la palabra Lateinos Latinus que contiene el número requerido expresa ese poder. ¿Y por qué, puede preguntarse,  él se fija en esa palabra? "Porque los Latinos (dice él, o romanos) son quienes ahora reinan"; aludiendo manifiestamente a las palabras de San Juan, La mujer que has visto, es la grande Ciudad que tiene reino sobre los Reyes de la Tierra. 

 

Está por consiguiente claro, que S. Ireneo interpretó las profecías de San Juan, acerca de la Mujer sobre las Siete Colinas, la Mujer que reina, la Mujer que es Babilonia, la Madre de las fornicaciones de ninguna otra Ciudad que Roma; y, nosotros podríamos agregar, él no las confinó a Roma como Pagana, porque él dice que el Poder sin ley que es representado por ese nombre todavía no había venido. 

 

Uno de los más sabios de los Padres Cristianos de la Iglesia latina de esa edad era Tertuliano. Él afirma que los Cristianos de su día oran por la duración del Imperio romano. ¿Y por qué? Porque su caída sería sucedida por el levantamiento de otro  poder más terrible. Y en dos lugares de sus obras él usa estas palabras: "Así como Samaria es una señal de Idolatría, Egipto es un símbolo de Maldición, y en igual manera, en los escritos de nuestro propio San Juan, Babilonia es una figura de la Ciudad Romana, poderosa, orgullosa de su dominio, y persiguiendo furiosamente a los Santos." 

 

Si también nos referimos a aquellos escritores antiguos que compusieron Comentarios sobre el Apocalipsis, hallamos la misma interpretación encontrándonos desde los cuatro puntos cardinales, y desde los tiempos más tempranos, y continuada en una serie ininterrumpida hasta nuestro propio día. 

 

El Comentario existente más temprano sobre el Apocalipsis es de un Obispo y Mártir de Panonia, Victorinus, en el tercer siglo. Él dice, "la ciudad de Babilonia, es decir, Roma; la Ciudad sobre siete colinas, es decir, Roma; y los Reyes de la Tierra odiarán a la Ramera, es decir, Roma." 

 

Para no mencionar más autoridades, la misma forma de expresarse se ha hecho eco desde el Este en los comentarios de dos Obispos de Capadocia, Andreas y Arethas; de los cuales el primero expuso el Apocalipsis en el siglo sexto; y desde Italia y la propia Roma por Cassiodorus, primero Senador de esa ciudad, y luego un Eclesiástico; y desde África por Primasius, un Obispo de Adrumetum, en el siglo sexto. 

 

6. Para resumir la evidencia sobre esta parte de la investigación; nosotros tenemos en nuestras manos un Libro, dictado por el Espíritu Santo a San Juan, el Discípulo amado, el bendito Evangelista, el último Apóstol sobreviviente, un Libro que predice eventos desde el día  en que fue escrito hasta el fin del tiempo; un Libro diseñado para la advertencia perpetua de la iglesia, y encomendado para su piadosa meditación en términos solemnes y afectuosos. En éste observamos una descripción, trazada por el dedo divino, de un orgulloso y próspero Poder, exigiendo homenaje universal, y ejerciendo potente dominio: Un Poder entronizado sobre muchas aguas que son Pueblos y Muchedumbres, y Naciones, y Lenguas (Apocalipsis 17. 1, 15): un Poder arrogándose la Eternidad llamándose una Reina para siempre; un Poder cuyo primer agente, por su aspecto de Cordero  (Apocalipsis 13. 11), tiene una semejanza de pureza Cristiana, y sin embargo, por sus altisonantes palabras y crueles hechos, es comparado a un Dragón: un poder que desvía a los hombres de la pura fe, y trafica con las almas humanas (Apocalipsis 17.13), tentándoles a cometer adulterio espiritual, tentándoles hacia ella misma con colores ostentosos y joyas relucientes, y teniendo en su mano una copa de oro de encantamientos con los que ella embriaga el mundo, y le hace tambalear a sus pies. 

 

Este poder, así descripto en el Apocalipsis, es identificado Divinamente en este Libro inspirado con 

 

   1. una Gran Ciudad; y esa Ciudad se describe como 

   2. sentada sobre siete colinas. También se caracteriza como 

   3. esa Gran Ciudad, que reinaba sobre los Reyes de la Tierra en el tiempo de San Juan. Y

   4. es llamada Babilonia 

 

Habiendo contemplado estas características de esta descripción profética, hacemos una pausa, y consideramos: ¿Qué Ciudad en el mundo corresponde a esto? 

 

No puede ser la Babilonia literal, porque ella no estaba construida sobre siete colinas, ni era ella la Reina de la tierra en la época de San Juan. Es alguna Gran Ciudad que existió entonces, y continuaría existiendo hasta nuestra época. Entre las muy pocas Grandes Ciudades que entonces existían, y todavía sobreviven, Una se asentaba sobre Siete Colinas. Ella fue reconocida universalmente en la época de San Juan como la Ciudad de las Siete Colinas. Ella es descripta como tal por la voz general de  la mayoría de sus propios escritores famosos durante cinco siglos; y ella ha continuado siendo caracterizada así desde entonces. Ella es representada como tal en sus propias Monedas, la Acuñación del Mundo. Esta misma Ciudad, y ninguna otra, reinaba entonces sobre los Reyes de la Tierra. Ella ejerció Soberanía Universal, y se jactó como Eterna. Esta misma Ciudad se parecía a Babilonia en muchos respectos llamativos; --en dominio, en riqueza, en posición física, y en actos históricos, sobre todo con respecto a la Iglesia Antigua y el Pueblo de Dios. Esta misma Ciudad normalmente fue llamada Babilonia por los propios compatriotas de San Juan, y por sus discípulos. Y, finalmente, la voz de la Iglesia Cristiana, en la época del propio San Juan, y durante muchos siglos después de éste, ha dado un veredicto casi unánime sobre este asunto: que la Ciudad de las siete colinas, la Gran Ciudad, la Reina de la Tierra, la Gran Babilonia del Apocalipsis, es la ciudad de ROMA. 

Capítulo 2

 

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