Wordsworth - Unión Con Roma -

Capítulo 3


"¿No es la Iglesia de Roma la Babilonia del Libro de Apocalipsis?"
Christopher Wordsworth, D.D.

Reflexiones Sobre Las Profecías Acerca de Babilonia En El Apocalipsis

Han sido dadas ahora las razones para la conclusión expresada al final del Capítulo anterior de este Ensayo de que las profecías contenidas en los Capítulos Trece, Catorce, Dieciséis, Diecisiete, Dieciocho, y Diecinueve del Apocalipsis de San Juan el Teólogo, y que describen la culpa, y delinean el castigo, de la Babilonia mística, han sido en parte cumplidas, y están en camino de su completo cumplimiento, en la Iglesia de Roma.

1. Algunos pueden alegar que semejante aserción es poco caritativa; que es incongruente con el Espíritu vivo del Evangelio, acusar una Iglesia Cristiana, una tan distinguida como la Iglesia de Roma por su dimensión, dignidad, y antigüedad; y estigmatizarla con semejante ominoso nombre -al caracterizarla como Babilonia.

Pero podemos contestar a esta alegación, preguntando: ¿Quién escribió el Apocalipsis?… .. El Evangelista San Juan. Él fue un Hijo del Trueno (Marcos 3. 17); pero él era el Discípulo amado de Cristo; él se recostó sobre su pecho en la institución de la Divina Cena del Amor. A él el Hijo de Dios dejó a su querida Madre con casi su último hálito, cuando Él estaba muriendo sobre la cruz. Él fue el Apóstol de Amor. Y este teólogo hijo del trueno, San Juan, emitió los juicios de Dios en amor.

Arrepiéntete (dice Cristo, por boca de San Juan en el Apocalipsis); haz las primeras obras (Apocalipsis 2. 5); y te daré la Estrella de la Mañana (Apocalipsis 2. 28). Yo reprendo y castigo a todos los que amo: sé pues celoso, y arrepiéntete. (Apocalipsis 3. 19). He aquí, yo estoy a la puerta (Apocalipsis 3. 20).

De nuevo; permítanos preguntar: ¿Quién movió a San Juan a escribir el Apocalipsis? El Espíritu Santo de Dios. El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias (Apocalipsis 2. 7, 11, 17, 29; 3. 6, 13, 22).

Ciertamente, no es poco caritativo para nosotros declarar, lo que el Espíritu Santo de Paz dictó al Apóstol del Amor.

No, más bien, aquellos cuyo oficio es guiar y advertir a otros, son culpables de un grave pecado: ellos son acusables de crueldad hacia las almas de otros, y la sangre de esas almas está sobre sus cabezas, y ellos están haciendo lo posible para frustrar la labor de amor de San Juan; ellos están resistiendo el Espíritu Santo; ellos están perdiendo las bendiciones prometidas en el Apocalipsis a todos los que leen y guardan las palabras de esta profecía (Apocalipsis 1. 3; 22. 7), si ellos no proclaman, lo que, por la voz de San Juan, le ha agradado a Dios revelar.

Ellos no son amantes de paz, o de sus propias almas ni las de otros hombres, que construyen una pared y la encostran con lodo suelto (Ezequiel 13.10); y dicen cosas halagüeñas, y profetizan mentiras (Isaías 30. 10), y dicen, Paz, paz; y no hay paz (Jeremías 6. 14); porque está escrito: Hijo del hombre... si tú no hablares para que se guarde el impío de su camino, el impío morirá por su pecado, mas su sangre yo la demandaré de tu mano (Ezequiel 33. 7, 8).

2. Nosotros hemos recibido el Apocalipsis de manos de San Juan que lo llama "la Revelación de Jesucristo" (Apocalipsis 1. 1), y la voz del "Espíritu a las Iglesias". En el Apocalipsis tenemos una orden categórica del Dios Todopoderoso de no participar de los pecados de Roma, para que no recibamos también de sus plagas (Apocalipsis 18. 4). –Si alguno adora a la bestia y a su imagen, y toma la señal en su frente, o en su mano, éste también beberá del vino de la ira de Dios, el cual está echado puro en el cáliz de su ira; y será atormentado con fuego y azufre delante de los santos ángeles, y delante del Cordero (Apocalipsis 14. 9, 10).

3. Algunas personas han usado este último texto como un argumento contra la identificación de Roma con Babilonia. Ellos alegan que por tal identificación, todos los que están o han estado en comunión con Roma, están reservados para la condenación; y que, puesto que por muchas edades una gran parte de la Iglesia Visible estuvo en comunión con Roma, la propia Iglesia se había vuelto reprobada, y la promesa de Cristo a ella de su presencia y la del Espíritu ha fallado, si Roma es Babilonia. Pero éste es un gran error. Tales personas no parecen haber observado, que muchos nunca han tenido una oportunidad de oír las advertencias del Apocalipsis, y que el texto (Apocalipsis 14. 10), se refiere a un período después de la caída de Babilonia, cuando el juicio de Dios se habrá ejecutado sobre la Ciudad y Sede de Roma, y que está dirigido a aquellos que no considerarán la advertencia dada por esa tremenda catástrofe.

Nosotros no dudamos en afirmar, que la iglesia de Dios nunca ha cesado, y nunca cesará de existir. No vacilamos en aseverar, que la Iglesia de Dios nunca ha cesado, y nunca cesará de ser Visible. No somos como los Donatistas que imaginaban que la Iglesia Católica [n. de tr.: o Universal] de Cristo podría reducirse a una pequeña y oscura Comunión.

Nosotros reconocemos prontamente también, que, por muchos siglos, una gran porción de la Iglesia católica fue infectada por los errores de Roma. Pero esos errores no eran la esencia de la Iglesia: y era posible comunicar con la Iglesia de Roma, sin comunicar en sus errores. Y no dudamos, que muchas generaciones de santos varones durmieron en Cristo, quienes deploraron esos errores y no comunicaron en ellos, aunque ellos estuvieron en comunión con la Iglesia en la cual aquellos errores surgieron.

Pero cuando pasaron los años, Roma cambió su curso. Ella no renunció a sus errores, y ella hizo la comunión en sus errores esencial para la comunión con ella. Ella forzó sus errores como condiciones de comunión; y excomulgó a todos los que no querían recibir ni profesar esos errores como artículos de Fe ni podrían hacerlo. Esto lo hizo particularmente en el siglo dieciséis, en el Concilio de Trento. Y así ella se volvió la causa del peor cisma que alguna vez haya desgarrado la Iglesia de Cristo.

Y desde ese tiempo, ha continuado dando fuerza a esos errores que ella impuso luego como verdades; y por su reciente Acto reivindicando para sí misma el poder de hacer que el dogma de la Inmaculada Concepción se volviera un artículo de Fe, ella ha agravado su pecado inculcando la herejía como si fuera la Verdad, y desgarrando a la Iglesia con el cisma, mientras acusa a otros por éste, y profesa ser el centro de la Unidad.

Así ella ha verificado la profecía del Apocalipsis en la que Dios dice, " Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados" (Apocalipsis 18. 4). Todavía tiene algún pueblo de Dios en ella. Pero ha identificado tanto sus pecados con ella misma que ellos apenas pueden permanecer ahora en ella sin ser participantes de sus pecados. Ella ha hecho necesaria la comunión en sus pecados para la comunión con ella misma. Por consiguiente, los que oyen la voz, deben salir de ella. Y si ellos salen, ella es culpable del pecado de separación (porque nunca puede haber separación sin pecado), no sólo enseñando falsas doctrinas, sino imponiéndolas como condiciones de comunión con ella misma; y no sólo separándose de la Verdad como está en Cristo, sino también separando de ella a todos los que desean adherirse firmemente a Él.

Aquí, decimos, estaba una nueva era en la Historia de la Iglesia. Y es este cambio en la política espiritual de la Iglesia de Roma que la ha puesto en una nueva actitud con respecto al resto de la Cristiandad; y que demanda más seria atención a las profecías del Apocalipsis, porque también es una advertencia de que el tiempo de su pleno cumplimiento está cercano.

Así, entonces, vemos en el Apocalipsis una fuerte apelación a nuestra Caridad. El amor Cristiano anhela, sobre todas las cosas, la salvación de almas. Éste ora y se esfuerza para que ellas pueden escapar de los juicios de Dios, y especialmente para que puedan salvarse de las temibles aflicciones que son anunciadas por Dios sobre Babilonia (Apocalipsis 16. 10, 11; 19. 20). Por consiguiente, ¡cuánto regocijo habría, si ahora estas profecías del Apocalipsis fueran debidamente ponderadas por todos los miembros de la Iglesia de Roma! ¡Cuánto agradecimiento habría, si las palabras del Apóstol y Evangelista San Juan, que fue milagrosamente rescatado del ardiente horno en Roma, para observar y describir estas Visiones en el Apocalipsis, tuvieran poder, por la gracia de Dios, para arrebatarlos como tizones del incendio! (Zacarías 3. 2).

¡Especialmente también, como los años pasan, y como los juicios de Dios sobre Roma se acercan cada vez más, y como, en los eventos de nuestro propio día, Él nos hace sentir los temblores del terremoto que la absorberá, y nos hace observar los destellos del fuego que la consumirá, la verdadera Caridad Cristiana se pondrá sobre alas de Ángeles, y se apresurará con el paso de un Serafín; y estará como los Mensajeros celestiales despachados por Dios a Lot en Sodoma; y aferrará las manos de aquellos que se demoran, y los urgirá frente a la puerta, y reprenderá su tardanza, y exclamará, --"¡Levántate! ¿Qué haces aquí? Toma todo lo que tienes, porque no perezcas en el castigo de esta ciudad " (Génesis 19. 12-16).

Y por consiguiente, ¿qué diremos de aquellos, nuestros amigos amados, nuestros hermanos y hermanas en Cristo, que han sido nutridos con la misma leche del Evangelio del pecho de la misma madre espiritual con nosotros; que han pronunciado las mismas oraciones; se han arrodillado ante los mismos altares, y caminado lado a lado con nosotros por los atrios de nuestra propia Jerusalén; y han sido llevado cautivos —¡ay! voluntariamente cautivos— a Babilonia?

¿Qué diremos de ellos? Puede ser, que nosotros mismos podríamos haber prevenido su caída, si les hubiéramos exhortado a oír lo que el Espíritu dice por la boca de San Juan. ¿No haremos nada para su recuperación? ¿No debemos, incluso con lágrimas, implorarles a escuchar, -no a nosotros, sino- a su Eterno Salvador, a su Omnipotente Rey y Juez, hablando en el Apocalipsis? ¿No apuntaremos a la copa de ira en la mano derecha de Dios, lista para ser derramada sobre ellos? ¿No diremos, en las palabras del Profeta, - "Levantaos, y andad, que no es ésta la holganza; porque está contaminada, corrompióse, y de grande corrupción?" (Miqueas 2. 10)

El Libro de Apocalipsis, así visto, como debe ser, es una Advertencia divina del peligro e infelicidad de todos los que son cautivados por Roma. Y sus usos profético y conminatorio deben ser apuntados por todos los Ministros Cristianos, y reconocidos por todas las congregaciones Cristianas. Y tanto aquellos del Clero como del Laicado, pierden una gran bendición e incurren en gran peligro, al descuidar estos usos divinamente asignados al Apocalipsis, particularmente en la edad presente, cuando la Iglesia de Roma está ocupada, con más que su actividad usual, extendiendo sus trampas a nuestro alrededor, para hacernos víctimas de sus engaños, prisioneros de su poder, esclavos de su voluntad, y socios de su condena.

  1. Pero cumpliendo este deber, el Ministro del Evangelio debe anhelar no ser malentendido.

Teniendo un profundo sentido del peligro de aquellos que moran en Babilonia, él nunca se aventurará a afirmar que ninguno que haya estado allí podría salvarse. El propio Apocalipsis lo prohibe. En la misma víspera de su destrucción la voz del cielo dice, Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas (Apocalipsis 18. 4). Y así, no lo dudamos, Dios siempre ha tenido, y todavía tiene, algún pueblo en Babilonia.

Indudablemente hubieron muchos en tiempos pasados en nuestra propia tierra, que no tuvieron el bendito privilegio que nosotros disfrutamos de oír la voz, Salid de ella. Ellos no tenían las advertencias del Evangelio: para ellos éste era casi un libro sellado. Y éste, también, es todavía el caso con muchos en tierras extranjeras. Y, puesto que las responsabilidades varían con los privilegios, y Dios juzga a los hombres según lo que ellos tienen, y no según lo que no tienen (Lucas 12. 48. 2 Cor. 8. 12), por lo tanto el Amor Cristiano que todo lo espera 2 Cor. xiii. 7), pensará caritativamente, y si habla en algún modo, no hablará ásperamente de ellos.

Todo esto lo aceptamos prestamente. Pero luego no debemos evitar preguntar: ¿Cuál será la porción de aquellos que oyen la voz: Salid de ella (Apocalipsis 18. 4), y sin embargo no obedecen? Y, todavía más, ¿cuál será la porción de aquéllos,--los nuevos conversos, como son llamados, y otros que los siguen, quienes, --cuando la voz del cielo dice Salid de ella,-- entran a Babilonia, y moran allí?

Nuevamente: el Ministro del Evangelio a cuyo caso nos hemos referido, está obligado, por temor a la tergiversación, a decir, que él reconoce prontamente, y profesa abiertamente, que el Cristianismo no consiste en odio a Roma.

Nosotros no somos de aquellos que, en las palabras de un eminente escritor, "considera a la Religión Cristiana sólo en la medida que ella aborrece y vitupera al Papismo, y que valora más a aquellos hombres, que lo hacen más furiosamente." No; el Evangelio es un Mensaje divino de paz en la tierra, y buena voluntad para con los hombres (Lucas 2.14). Su bandera sobre nosotros es amor (Cantares 2. 4). Nadie está seguro, porque su hermano está en peligro: ningún hombre es mejor, porque su prójimo está peor. Nuestra lucha no es con hombres, sino con pecados. Nosotros amamos al errado, pero no sus errores; y nos oponemos a sus errores, porque amamos el errado, y porque deseamos su salvación, que es impedida por sus errores y porque amamos la verdad que puede salvar su alma.

Sabemos que el Error es diverso, pero la Verdad es una: y que, por lo tanto, no es suficiente oponerse al Error: porque un error puede ser opuesto con otro error; y la única oposición correcta al Error es la Verdad. Sabemos, también, que por la misericordia de Dios hay verdades en la Iglesia de Roma así como errores; y que algunos que se oponen a Roma, pueden estar oponiéndose a sus verdades, y no a sus errores. Pero nuestra lucha es contra los errores de Roma, y por el mantenimiento de la verdad de Cristo. Nosotros rechazamos al Papismo porque profesamos el Cristianismo. Nosotros escapamos de Babilonia, porque amamos a Sión. Y el objetivo de nuestra lucha no es destruir a nuestros adversarios, sino salvar sus almas y las nuestras [n. de tr.: ya salvas y seguras si hemos creído en Cristo como único Salvador]. Por lo tanto en lo que hemos dicho sobre este asunto, nos hemos esforzado para seguir el mandato del Apóstol: Hablad la verdad en amor (Efesios 4.15); y si, por debilidad humana, alguna cosa se ha hablado de otro modo, oramos a Dios para que ello pueda perecer rápidamente, como si nunca hubiese sido.

5. No puede dudarse, que nuestros Teólogos más eminentes normalmente han sostenido y han enseñado que las profecías Apocalípticas acerca de Babilonia, fueron diseñadas por el Espíritu Santo para describir a la Iglesia de Roma. No sólo los que florecieron en el período de nuestra Reforma, como el Arzobispo Cranmer, los Obispos Ridley y Jewel, y los Autores de nuestras Homilías, sino también los que les siguieron en la siguiente, la más erudita Era de nuestra Teología, --quiero decir, el final del siglo dieciséis y principios del diecisiete,-- proclamaron la misma doctrina. Y esto fue mantenido por aquellos en esa erudita era, que fueron más eminentes por su sobria moderación y caridad Cristiana así como por su profundo saber. Puede bastar mencionar los nombres de Richard Hooker y el Obispo Andrewes.

Pero después de ellos una nueva generación surgió. Esta fue una raza de hombres dotados con más celo que conocimiento; desprovistos, en su mayor parte, de reverencia por la Autoridad y la antigüedad, exaltados con una presuntuosa confianza en su propia sagacidad, e idolatrando sus propias imaginaciones. Y una vez que se hubieron posesionado con una creencia, de que ellos no podían adoptar un modo más eficaz de atacar lo que ellos detestaban, que acusándolo como Papista, denunciaron Verdades antiguas como si ellas fueran Corrupciones modernas, e impugnaron Instituciones Apostólicas como si fueran Innovaciones Papales. Ellos las envolvieron a todas en una amplia imputación de error Anticristiano y contaminación Babilónica. Contra ellas sonaron las Trompetas, y sobre ellas habrían derramado las Copas del Apocalipsis.

Tal fue el uso que ellos hicieron de este sagrado Libro. Ahora note el resultado. Una reacción tuvo lugar. La indiscriminada violencia y la salvaje extravagancia de estos ardientes fanáticos permitió un fácil triunfo para sus antagonistas Romanistas.

Algunas de sus precipitadas acusaciones fueron fácilmente refutadas. Fue demostrado que muchas cosas que ellos habían afirmado ser Anticristianas, eran en realidad Apostólicas y que muchas cosas que ellos abominaron como Papistas, y las habrían exterminado como Babilónicas, habían sido sancionadas por el consentimiento unánime, e incluidas en la práctica universal, de la Iglesia Cristiana.

Observemos la consecuencia.

Siendo así ignominiosamente demolidas algunas de sus imputaciones, fue inferido por muchas personas que el resto de sus aserciones era no menos fútil; y debido a que mucho de lo que ellos habían sostenido ser Anticristiano fue demostrado ser Apostólico, por lo tanto se supuso, que lo que era Anticristiano, podría ser Apostólico. Y así el celo apasionado del acusador produjo la exculpación del acusado; y algunos piadosos y sobrios hombres, disgustados por la extravagante locura, y alarmados por la destructiva violencia, de estos furiosos Religiosos, dejaron de considerar a Roma como Babilonia; no por alguna mejora de su parte, sino sólo por la presuntuosa ignorancia y la desmedida vehemencia de sus adversarios.

¿Qué aprendemos de esto?

La necesidad de sólido entendimiento y de sobria prudencia, así como de caridad Cristiana, en la investigación de la verdad sagrada. Y, en la cuestión ante nosotros, podemos estar seguros de que no importa cuán excelentes puedan ser nuestros motivos, estaríamos en realidad actuando como enemigos de la causa del Cristianismo, que fue piadosamente y sabiamente vindicada en nuestra propia Reforma; y seríamos eficaces partidarios del error del

Romanismo y de la corrupción, si hacemos una ciega acusación de Papismo contra todo lo que nos disgusta.

Esto ha sido notablemente ejemplificado en la historia de la Interpretación del Apocalipsis.

Los que lo emplearon para denunciar cualquier cosa que ellos desaprobaban, acarreó descrédito sobre este Divino Libro; y ellos hicieron mucho para invalidar sus solemnes advertencias contra la Superstición romana, y para privar a la iglesia de sus consolaciones celestiales.

Por consiguiente, tenemos aquí un deber doble. El Apocalipsis es la Voz de Dios para la Iglesia. Por un lado, aunque sus profecías han sido mal empleadas por algunos, no es seguro para nosotros descuidar su correcta aplicación; por el otro, debemos estar en guardia para no forzarlas más allá de sus límites apropiados, por temor de que, aplicándose donde no son aplicables, se hagan inaplicables donde deben ser aplicadas.

6. Otra consideración ha tenido mucho peso aun con algunos miembros de nuestra propia comunión, y se los ha vuelto incapaces de ver a la Iglesia de Roma en el Apocalipsis.

Es el siguiente argumento con el que nos encontramos a menudo, tanto de Romanistas y Protestantes Inconformistas. Si —dicen ellos—, la Iglesia de Roma es la Babilonia Apocalíptica, entonces ustedes, los Ministros de la iglesia de Inglaterra que derivan sus Órdenes Sagradas de Roma, están corrompidos con la contaminación de Babilonia: por tanto, su comisión ministerial está sujeta a graves sospechas: la validez de sus ministerios es cuestionable; en una palabra, —fijando un estigma sobre Roma, se han estigmatizado a ustedes mismos.

Tal es la objeción. Pero ciertamente, el temor a ésta es tan infundado, como ilógica su argumentación.

Nosotros, los del Sacerdocio Anglicano, no derivamos nuestras Órdenes Sagradas de Roma —sino de Cristo. Él es la única fuente de toda la gracia que nosotros concedemos en nuestro ministerio. Y supóngase que admitimos, que esta virtud fluye desde Él a través de algunos que estuvieron en comunión con la Iglesia de Roma, y que ninguna concesión caritativa debe ser hecha a aquellos que sostuvieron algunas de sus doctrinas en una era más oscura —¿qué entonces? El canal no es la Fuente. El Oficial humano no es el Oficio Divino. La validez de la comisión no es dañada por la indignidad de aquellos a través de quienes fue transmitida. Los Vasos del Templo de Dios eran santos incluso en Babilonia: y, después de que estar sobre la mesa de Belsasar, fueron restaurados al altar de Dios (Esdras 1.7). Los Escribas y Fariseos contra quienes Cristo presagió ayes, debían ser obedecidos, porque ellos se sentaron sobre la cátedra de Moisés (Mateo 23. 2), y hasta donde ellos enseñaban de acuerdo a su Ley. La Palabra y las ordenanzas de Cristo, predicadas y administradas aun por un Judas, fueron eficaces para la salvación. El Antiguo Testamento no es menos la Palabra de Dios porque haya llegado a nosotros de las manos de los judíos que rechazaron a Cristo de quien Moisés y los Profetas escribieron (Juan 1. 45). Y así, la sagrada comisión que los ministros de la Iglesia de Inglaterra han recibido de Cristo, no es disminuida de forma alguna por su transmisión a través de algunos que estuvieron infectados con corrupciones Romanistas; sino que más bien, en esta preservación del sagrado depósito aun en sus manos, y en su transmisión a nosotros, y en su purificación subsecuente de las mezclas corruptas, y en su restauración a su uso antiguo, reconocemos otra prueba de la siempre vigilante providencia de Dios sobre su Iglesia, y de su misericordia para con nosotros.

7. Por consiguiente, debemos estar en guardia contra dos errores opuestos. Por un lado, es sostenido por algunos, que, si Roma es una Iglesia, ella no puede ser Babilonia. Por otro lado, otros dicen, que si Roma es Babilonia, ella no puede ser una Iglesia. Ambas conclusiones son falsas. Roma puede ser una Iglesia, y aun así ser Babilonia: y ella puede ser Babilonia, y aun así ser una Iglesia. Esto surgirá de considerar el caso de la Antigua Iglesia de Dios.

Los Israelitas en el Desierto fueron culpables de abominable idolatría. Sin embargo ellos son llamados una Iglesia en las Sagradas Escrituras (Hechos 7. 38, 41, 43) [n. de tr.: la palabra empleada en Hechos 7. 38 puede traducirse también como congregación, siendo el significado original de la palabra iglesia el de congregación]. ¿Y por qué? Porque ellos todavía conservaban la Ley de Dios y el Sacerdocio. Así también, Jerusalem —aun cuando había crucificado a Cristo--se llama en Escritura la Santa Ciudad (Mateo 27. 53). ¿Y por qué? Por causa de las verdades y gracias que ella había recibido de Dios, y que todavía no habían sido totalmente quitadas de ella.

Una distinción, vemos, debe hacerse entre lo que es debido a la bondad de Dios por un lado, y a la depravación del hombre por el otro.

Hasta donde la misericordia divina estaba implicada, el Antiguo Pueblo de Dios era una Iglesia; pero por causa de su propia maldad, éste incluso era una Sinagoga de Satanás (Apocalipsis 2. 9; 3. 9), y, como tal, fue destruido finalmente.

Por ello, sus antiguos Profetas, mirando a la misericordia de Dios hacia Jerusalén, hablan de ella como Sión, la Ciudad amada (Salmos 87. 2, 3): pero considerando sus iniquidades, ellos la llaman Sodoma, la Ciudad de sangres (Isaías 1. 9, 10; 3. 9; Ezequiel 24. 6).

De igual modo, por causa de la bondad de Dios hacia ella, Roma recibió su Palabra y sus Sacramentos al principio, y por su paciencia no han sido totalmente quitados de ella: y en virtud de los remanentes de verdad y gracia divinas que son reservados todavía para ella, ella es aún una Iglesia. Pero ella ha echado a perder y ha corrompido miserablemente los dones de Dios. Ella ha sido favorecida por Él como Jerusalén, y como Jerusalén ella se ha rebelado contra Él. Él la ha curado , pero ella no ha sanado (Jeremías 51. 9). Y, por lo tanto, aunque por un lado, por su amor, ella fue y no ha dejado totalmente de serlo todavía, una Sión Cristiana—por otro lado, por sus propios pecados ella es una Babilonia Anticristiana.

8. Habiendo ya especificado ciertas causas de un particular clase, que han interferido parcialmente con la correcta aplicación de estas profecías Apocalípticas, no estaríamos tratando francamente, si no nos refiriéramos a una, de una naturaleza diferente, que ha operado de una manera muy desfavorable para la verdadera Exposición del Apocalipsis.

Ésta fue la íntima conexión de algunos de nuestros propios Príncipes, sobre todo tres del linaje de los Estuardos, con las Cortes Papales. Uno de estos tres Soberanos se casó con una Princesa de la creencia Romanista; el segundo creció bajo influencia Romanista; y el tercero fue él mismo un Romanista, y se esforzó por establecer la Religión Romanista en esta tierra. Esta conexión civil de Inglaterra con las Cortes Papales ejerció una perniciosa influencia sobre nuestra propia Literatura Teológica. Se suponía que esos escritores estaban maldispuestos hacia los Poderes reinantes, y eran desleales al Trono, que identificaban a Roma con Babilonia y señalaban los males que la Escritura revela como las consecuencias de la comunión con ella. Ellos fueron desalentados o silenciados: y así la verdadera interpretación del Apocalipsis estuvo durante algún tiempo en peligro de ser suprimida.

Esta puede ser una advertencia, de que las conexiones civiles con Roma no están libres de peligros religiosos. …Pasemos a otro tópico.

9. Muchas obras admirables han sido compuestas por nuestros propios Teólogos, en Vindicación de la Iglesia de Inglaterra de la acusación de Cisma, hecha contra ella por Controversistas Romanistas, sobre la base de su conducta en la Reforma, cuando ella se libró de los errores, las novedades, y la corrupción Romanistas.

Se ha mostrado en aquellas Vindicaciones, que es el deber insoslayable de todas las Iglesias evitar la disputa, y buscar la paz, y seguirla (Salmos 34. 14; 1 Pedro 3. 11). Pero también fue demostrado, no menos claramente, que la Unidad en el error no es verdadera Unidad, sino que más bien debe ser llamada una Conspiración contra el Dios de la Unidad y la Verdad.

Indudablemente hay una Unidad, cuando cada cosa en la Naturaleza está envuelta en la oscuridad de la Noche, y atada con las cadenas del Sueño. Indudablemente hay una Unidad, cuando la Tierra está helada por la escarcha, y cubierta con un manto de nieve. Indudablemente hay una Unidad, cuando la voz humana es acallada, la mano queda inmóvil, la respiración suspendida, y el marco humano es llaveado con el agarre de hierro de la Muerte. E indudablemente hay una Unidad, cuando los hombres rinden su Razón, y sacrifican su Libertad, y ahogan sus Conciencias, y sellan las Escrituras, y se entregan cautivos, atados de pies y manos, al dominio de la Iglesia de Roma. Pero ésta no es la Unidad de la vigilia y la luz; es la Unidad del sueño y la oscuridad. No es la Unidad del calor y la vida; es la Unidad del frío y la muerte. No es la verdadera Unidad, porque no es la Unidad en la Verdad.

Por lo tanto, puesto que ha sido demostrado por Apelaciones a la Razón, a las Escrituras, y a la Antigüedad, que la Iglesia de Roma ha edificado heno y hojarasca sobre el único fundamento puesto por Cristo (1 Corintios 3. 12); que ella ha añadido a la fe muchos errores y corrupciones que la desfiguran y la vician; y puesto que, como el espíritu santo nos enseña en el Apocalipsis, es el deber de cada Iglesia que ha caído en error arrepentirse (Apocalipsis 3. 3); y puesto que el propio Jesucristo, nuestro Gran Sumo Sacerdote —el cual anda en medio de los siete candeleros de oro— declara, que cuando una Iglesia ha dejado su primer amor, Él quitará su Candelero de su lugar si no se arrepiente (Apocalipsis 2. 5), y confirma las otras cosas que están por morir (Apocalipsis 3. 2); y puesto que las corrupciones de una Iglesia no permiten atenuantes o excusas por causa de los de otra; porque, como el Profeta dice, si fornicara Israel, a lo menos no peque Judá (Oseas 4. 15); y como el propio Cristo enseña, aunque la iglesia de Sardis está muerta (Apocalipsis 3. 1), y Laodicea ni es fría ni caliente (Apocalipsis 3. 15), sin embargo su hermana Efeso debe recordar de donde ha caído, y hacer las primeras obras (Apocalipsis 2. 5), y Pérgamo debe arrepentirse, o Él vendrá presto, y peleará contra ella con la espada de su boca (Apocalipsis 2. 16)—por lo tanto, decimos, fue justamente concluido por nuestros Teólogos, que ningún deseo de Unidad por nuestra parte, ni resistencia por parte de Roma a abandonar sus errores, podrían eximir a Inglaterra del deber de la Reforma; y si Roma, en lugar de remover sus corrupciones, se negara a comunicar con Inglaterra, a menos que Inglaterra consintiera en comunicar con Roma en esas corrupciones, entonces ningún amor por la Unidad podría justificar que Inglaterra complaciera esta solicitud de Roma; porque la Unidad en error no es la Unidad Cristiana; sino que, imponiendo la necesidad de errar como una condición de la Unión, Roma se hizo culpable de una rotura de la Unidad; y así el pecado de Cisma es su responsabilidad.

Esto ha sido mostrado claramente por nuestros mejores Teólogos ingleses; y un cuidadoso estudio de esta prueba se ha vuelto necesario por las circunstancias de estos tiempos.

Pero hay muchas personas que no tienen la oportunidad de leer sus obras; y los que la tienen, no olvidarán que esas obras son las obras de hombres.

  1. Recordemos por lo tanto todos, que hay otra Obra sobre este importante tema; una Obra no entregada por hombre , sino por el Espíritu Santo; una Obra, accesible a todos, --el Apocalipsis de San Juan.

El espíritu santo, previendo, sin duda, que la Iglesia de Roma adulteraría la verdad con muchas "groseras y graves abominaciones" —uso las palabras del juicioso Hooker; y que ella anatematizaría a todos los que no comunicarían con ella, y que les proclamaría como cortados del cuerpo de Cristo y de la esperanza de eterna salvación; previendo, también que Roma ejercería un amplio y dominante señorío durante muchas generaciones, por audazmente reiteradas aseveraciones de Unidad, Antigüedad, Santidad, y Universalidad; también previendo, que estas pretensiones serían apoyadas por la espada Civil de muchos Gobiernos seculares entre los que el Imperio romano sería dividido tras su disolución; y que así se permitiría que Roma se exhibiera al mundo en una actitud augusta de poder Imperial, y con el deslumbrante esplendor de felicidad temporal ; también previendo que la iglesia de Roma cautivaría las Imaginaciones de los hombres por las fascinaciones del Arte, aliado con la Religión; y arrebataría sus sentidos y aferraría su admiración con llamativos colores, y la majestuosa pompa, y la pródiga magnificencia ; también previendo que ella manipularía su credulidad con Milagros y Misterios, Apariciones y Sueños, Trances y Éxtasis, y que apelaría a esta evidencia en apoyo de sus doctrinas extrañas ; previendo igualmente, que ella esclavizaría a los hombres, y, mucho más a las mujeres, ejerciendo sobre sus afectos, y acomodándose, con flexibilidad diestra, a sus debilidades, aliviándoles de la carga del pensamiento y de la perplejidad de la duda, ofreciéndoles la ayuda de la Infalibilidad; aplacando los dolores del doliente concediendo perdón y prometiendo paz para los difuntos; quitando la carga de culpa de la conciencia oprimida por los ministerios del Confesionario, y por muy bien balanceadas compensaciones por el pecado; y que ella florecería durante muchos siglos en orgullosa y próspera impunidad, antes de que sus pecados hubiesen llegado hasta el cielo, y venido en memoria delante de Dios (Apocalipsis 16. 19; 18. 5); también previendo, que muchas generaciones de hombres serían así tentadas a caer de la fe, y a volverse víctimas del fatal error; y que aquellos que se aferraran a la verdad se expondrían a engañosas lisonjas, y a feroces ataques y salvajes torturas de ella:-- el Espíritu Santo, decimos, previendo todas estas cosas en su Divino conocimiento, y siendo el Siempre Bendito Maestro, Guía, y Consolador de la Iglesia, fue graciosamente complacido en proveer un antídoto celestial para estos ampliamente extendidos y perdurables males, dictando el Apocalipsis.

En este divino Libro el Espíritu de Dios ha retratado a la Iglesia de Roma, como nadie sino Él podría haber previsto lo que ella se volvería, y como, asombroso y lamentable es decirlo, ella se ha vuelto. Él ha así roto sus hechizos mágicos; Él ha quitado la vara de encantamiento de la mano de esta espiritual Circe; ha levantado el mástil delante de ella; y con su dedo Divino Él ha escrito su verdadero carácter en grandes letras, y ha plantado su título sobre su frente, para ser visto y leído por todos,--" Misterio, Babilonia la Grande, la Madre de las Abominaciones de la Tierra" (Apocalipsis 17. 5).

Así el mismo Dios Omnipotente y Omnisciente ha condescendido en ser el Árbitro entre Babilonia y Sión, entre la Ramera y la Esposa, entre Roma y la Iglesia. Y por lo tanto, con el Apocalipsis en nuestras manos, no necesitamos temer los anatemas que Roma lanza ahora contra nosotros. Los Truenos del Pontífice romano no son tan poderosos y terribles como los Truenos de San Juan, el teólogo "Hijo del Trueno" de Patmos, que son lanzados por el Espíritu de Dios.

¿Qué es para nosotros, si el Papa de Roma declara que Ustedes no pueden salvarse, a menos que se inclinen ante mí, cuando el Espíritu Santo dice por San Juan, Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas?

Aquí entonces tenemos una Vindicación divina de la Iglesia de Inglaterra, y de su Reforma; y nuestra apelación es, en esta gran cuestión entre nosotros y Roma, no al Obispo Jewel y Hooker, ni al Obispo Andrewes y al Arzobispo Bramhall, por más excelentes que son sus escritos, sino que es a San Juan, el discípulo amado de Cristo, y al Espíritu Santo de Dios.

11. Algunas personas, impulsadas por motivos caritativos, que merecen respeto, han acariciado una esperanza de que una Unión podría un día ser posible entre las Iglesias de Inglaterra y Roma: y algunos, debe temerse, han sido traicionados por las supresiones y compromisos de la verdad, con el propósito de ese resultado.

Es en verdad grandemente deseable, que, si así placiera a Dios, todas las Iglesias pudieran unirse en la verdad. Puede, también, ser razonablemente esperado, que, como el tiempo de su ruina se acerca, muchos miembros de la Iglesia de Roma puedan despertarse de su sueño,--que puedan ser animados por la gracia de Dios a examinar su propia posición, y a contrastar los actuales principios de Roma con las doctrinas de Cristo y sus Apóstoles. Así puedan ser capaces de purificar la verdad que ellos retienen, de la escoria de corrupción con la que está adulterada; así puedan ser permitidos por la gracia de Dios emanciparse de su servidumbre en la libertad gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8. 21).

Nuestro propio deber es, hacer todo lo que está en nuestro poder para acelerar esta bendita obra. Pero estemos seguros de que esto será impedido por todos los que encubren la verdad. Esto será retrasado por todos los que favorecen, elogian, o atenúan la culpa. Esto sólo puede fomentarse por inflexibles, aunque caritativas, manifestaciones del pecado y el peligro de comunicar en los errores y corrupciones de Roma.

Y, de todos los instrumentos que ha agradado a Dios darnos para esta santa labor de Restauración religiosa, ciertamente ninguno es tan eficaz como el lenguaje del Espíritu Santo en el Apocalipsis de San Juan.

Su Voz divina nos prohibe buscar la Unión con la Iglesia de Roma. No podemos unirnos con ella tal como ella es ahora; y ella nos prohibe que esperemos que Roma sea otra cosa que lo que es. Ella revela el tremendo hecho de que Babilonia será Babilonia hasta el final. Ella expone su ruina. Ella dice que muerte, llanto, y hambre, son su destino: y que será quemada con fuego (Apocalipsis 17. 16). Ella nos muestra el humo de su incendio (Apocalipsis 18. 9); y nosotros miramos desde lejos ese triste espectáculo con tanto sentimiento de asombro y pavor como el que llenó el corazón del Patriarca, cuando miró hacia Sodoma y Gomorra, y hacia toda la tierra de aquella llanura miró; y he aquí que el humo subía de la tierra como el humo de un horno (Génesis 19. 28).

Estas cosas fueron escritas para nuestra instrucción.

Nadie imagine que Roma ha cambiado: que, aunque fue alguna vez orgullosa y cruel, es ahora humilde y mansa; y que no tenemos nada que temer de ella. Ésta no es la doctrina de San Juan. Éste no es el idioma del Espíritu Santo. El Apocalipsis nos enseña que ella es inalterada e inalterable. Éste nos advierte, que si ella recupera su dominio, perseguirá con la misma furia de antes. Ella prorrumpirá con toda la violencia de la ira contenida. Ella estará de nuevo embriagada de la sangre de los Santos (Apocalipsis 17. 6). Estemos seguros de esto; y en consecuencia estemos atentos. Tenemos necesidad de hacer así; más necesidad, quizás, de lo que algunos de nosotros suponemos. La advertencia es de Dios: El que tiene oídos para oír, oiga (Mateo 11. 15; Apocalipsis 2. 7, 11, 17, 29).

12. Asimismo: del Apocalipsis aprendemos, que Roma será visitada con plagas, como Egipto, pero que, como el Soberano de Egipto, ella no se arrepentirá; su imperio será oscurecido (Apocalipsis 16. 10), y sus ciudadanos morderán sus lenguas de dolor. Pero ella no se arrepentirá de sus obras (Apocalipsis 16. 9, 11). Ella será Babilonia hasta el final. ¡Y Dios prohiba que Gran Bretaña se una con Babilonia!

Aquí está entonces una advertencia para nosotros como una Nación. Detengámonos antes de que, con el objetivo de la paz, sacrifiquemos la verdad. No traigamos sobre nosotros la maldición de Dios, por hacer males para que vengan bienes (Romanos 3. 8). Arrepintámonos de los pecados que ya hemos cometido, en este respeto. No tratemos a la Babilonia romana como si fuera Sión, para que Dios no deba tratar a la Sión inglesa como si fuera Babilonia.

13. Hay muchos entre nosotros que parecen encontrar placer olvidándose de las bendiciones espirituales que los miembros de la iglesia de Inglaterra disfrutan, y que tienen placer exponiendo y exagerando los defectos personales en sus Gobernantes; y hay algunos que hablan de la Iglesia de Roma como la Iglesia Católica, de la Sede romana como un Centro de Unidad, y que llevarían a todos los hombres bajo el dominio del Pontífice romano.

Que miren ellos a las Iglesias de Asia que están descriptas en los primeros capítulos del Apocalipsis. Ellas son Siete, y por su unidad Séptupla representan a la Iglesia Universal, compuesta de Iglesias particulares ; y lo que es dicho por Cristo a ellas, no será entendido como dicho a ellas exclusivamente, sino como dirigido a cada Iglesia en la Cristiandad. El lenguaje de San Juan a cada una de ellas es, "Oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias" (Apocalipsis 2. 7, 11, 17, 29; 3. 6, 13, 22).

¿Estaban las siete Iglesias de Asia sujetas al Obispo de Roma? No. ¿Estaba alguna de ellas sujeta así? Ninguna. Todas ellas eran gobernados por San Juan, y uno semejante al Hijo del hombre caminó en medio de los Candeleros, y ordenó a San Juan que escribiera al Ángel de cada Iglesia. Es decir, cada Iglesia de la Cristiandad es gobernada por Cristo ; y es instruida por Él, no por el Obispo de Roma, sino a través de sus propios Obispos; y todos, --Obispos, Clero, y Pueblo,-- son responsables ante Cristo.

Las Siete Iglesias de Asia ya no existen. Sus candeleros han sido quitados. Aquí estáuna solemne advertencia para la iglesia de Roma —Recuerda por tanto de dónde has caído, y arrepiéntete, y haz las primeras obras; pues si no, vendré presto a ti, y quitaré tu candelero de su lugar (Apocalipsis 2. 5). Deje de reclamar el Dominio Universal; deje de jactarse de que la Sede romana es la Roca de la Iglesia. Miren a la verdadera Iglesia Católica y Apostólica presentada por San Juan. Ella no lleva la tiara Papal, sino que está coronada con doce estrellas (Apocalipsis 12. 1); ella no se asienta sobre las siete colinas, sino que tiene doce fundamentos, y en ellos los nombres de los doce Apóstoles del Cordero.

Por consiguiente, si alguno de los miembros de la Iglesia de Inglaterra se sintiera inquietado en su fidelidad hacia ella, o si fuera fascinado por las pretensiones de Roma, él encontrará la guía y la advertencia divinas en el Apocalipsis.

Podemos agradecer a Dios, y nunca podremos agradecerle suficientemente, que la iglesia de Inglaterra no impone ninguna condición inescritural de comunión; que ella sostiene en sus manos las Escrituras puras y completas; que ella administra los Sacramentos totalmente y libremente por un Sacerdocio Apostólico; que ella sostiene la Fe católica como es encarnada en los Tres Credos, y posee una Liturgia tal que los Ángeles podrían amar usar. Pero no decimos que la Iglesia de Inglaterra es perfecta. No: hay cizaña mezclada con el trigo aquí, y en cada parte de la Iglesia visible. Estamos en la tierra, y no en cielo; y estamos sujetos a las debilidades de la tierra. En este mundo moramos en Mesech, y habitamos entre las tiendas de Kedar (Salmos 120. 5). Sobre la tierra, la verdadera Iglesia de Cristo no está, y nunca estará en un estado de paz y felicidad. No: ella es la Mujer perseguida por el Dragón, e impulsada por él al Desierto, sujeta a múltiples persecuciones, agravios, aflicciones, y pruebas, desde dentro y desde fuera. Pero la iglesia en el desierto da a luz a un hijo varón, que tiene el poder para regir todas las gentes con vara de hierro, y es arrebatado para Dios y a su trono. Tal será la porción de los otros de la simiente de ella, los cuales guardan los mandamientos de Dios, y tienen el testimonio de Jesucristo. Tal es el carácter de la verdadera Iglesia; y así ahora la iglesia de Inglaterra, distraída como está por divisiones de adentro, y rodeada por enemigos de afuera, y perseguida por los poderes de Mal, y, como Eva, pariendo hijos con aflicción, y con dolores de parto por ellos hasta que Cristo sea formado en sus corazones (Génesis 3. 16, Gálatas 4. 19), nunca ha fallado en dar a luz espíritus varoniles que han sido dotados con poder por Cristo para quebrar los vasos de barro de las teorías impías con la vara de hierro de la Palabra de Dios (Salmos 2. 9); y ellos han sido arrebatados hasta Cristo en una gloriosa apoteosis. Y si nosotros somos fieles a Cristo, si somos de la simiente santa, y guardamos los mandamientos de Dios, y tenemos el testimonio de Jesucristo, en este desierto de duda y peligro, incluso la misma Persecución nos dará alas para el cielo.

Y, que no podamos desconcertarnos por la tibieza de muchos que profesan la verdad, o exasperados por la tiranía de hombres malos, y así, en un ataque de debilidad y de impaciencia irritable, caigamos en desunión, --observemos las Iglesias Apocalípticas. Aunque bajo el gobierno de San Juan y de Obispos Apostólicos, ninguna de ellas es libre de defecto. Cristo no halla sus obras perfectas (Apocalipsis 3. 2). Él nota sus errores en doctrina, y reprueba sus defectos en disciplina (Apocalipsis 2. 5, 10, 16, 20; 3. 2). ¿Y qué sigue? ¿Aconseja Él a sus miembros que las abandonen? ¿Les exhorta a pasar de Efeso o Sardis a Roma, y a buscar paz y perfección allí? No: Él les ordena arrepentirse, velar, confirmar las cosas que quedan, permanecer en la verdad, ser fieles hasta la muerte. Ésta es su exhortación para nosotros. Retén la verdad. En vuestra paciencia poseeréis vuestras almas (Lucas 21. 19). Edifiquen la Iglesia de Inglaterra con paciencia, mansedumbre, celo, fidelidad, santidad, y amor. Oren por ella, trabajen para ella; sean agradecidos por los privilegios, los inestimables privilegios que ustedes disfrutan en su comunión. Úselos bien; y además de ser salvos ustedes salvarán a otros (1 Timoteo 4. 16).

Pero observemos ahora que el Apóstol San Juan, como hemos visto, teniendo ante sus ojos muchas Iglesias que necesitaban reforma, Iglesias de su propia época y bajo su propia jurisdicción, sin embargo les dice poco comparado con lo que dice de la condición futura de otra Iglesia, la Iglesia de la Ciudad sobre los Siete Montes, --la Iglesia de la Ciudad imperial,-- la Iglesia de Roma.

Él la contrasta, en su estado corrupto, con la Mujer en el desierto, --quién será en el futuro la Esposa en cielo; es decir, él la contrasta con la Iglesia militante sobre la tierra, que será luego la Iglesia triunfante y glorificada. Y la llama la ramera. Él la contrasta con la nueva Jerusalén, o la Sión espiritual, y le llama Babilonia. Él revela su historia, incluso hasta su caída.

¿Y por qué habla tan extensamente de ella? Porque, siendo inspirado por el Espíritu Santo, él supo de antemano lo que ella llegaría a ser. Él previó cuán imponentes serían sus pretensiones; cuán vasto su dominio; cuán poderosa su influencia; cuán peligrosas sus corrupciones; cuán mortales sus errores; y cuán horrible su final.

Por lo tanto él levanta el velo que colgaba ante el futuro, y la expone en sus verdadera naturaleza. Él escribe su nombre sobre su frente, --Misterio, Babilonia la Grande. Él hace esto en amor, y deseando nuestra salvación. Él lo hace, para que nadie pueda ser engañado por ella; para que nadie puede considerarla como la Esposa, puesto que Cristo la condena como la Ramera; y para que ninguno more en ella como Sión, puesto que Dios la destruirá como Babilonia.

14. La Iglesia de Roma sostiene en su mano el Apocalipsis — la Revelación de Jesucristo. Ella reconoce que es divino. Es asombroso decirlo, ella funda sus pretensiones sobre los mismos fundamentos que la identifican con la Iglesia infiel, --la Babilonia Apocalíptica. Como sigue: -

1). La iglesia de Roma se jacta de Universalidad. Y la Ramera se sienta sobre muchas aguas que son Naciones y Pueblos, y Lenguas.

2). La Iglesia de Roma se arroga Perdurabilidad. Y la Ramera dice que ella es una Reina para siempre.

3). La Iglesia de Roma se jacta de felicidad temporal, y reclama supremacía sobre todos. Y la ramera tiene reyes a sus pies.

4). La iglesia de Roma se enorgullece de operar milagros. Y el ministro de la Ramera hace descender fuego del cielo.

5). La Iglesia de Roma apunta a la Unidad de todos sus miembros en un credo, y a su sometimiento bajo una suprema Cabeza visible. Y la Ramera exige a todos recibir su marca, y beber de su copa.

Por lo tanto surge que "los rasgos de la Iglesia" son las marcas de la Ramera: Los trofeos de triunfo de Roma son los estigmas de su vergüenza; las mismas demandas que ella hace de ser Sión, fortalecen la prueba de que ella es Babilonia.

Por consiguiente, no seamos débiles en la fe; no seamos confundidos por la gran extensión, la prosperidad temporal, la alegada Unidad y Universalidad, y la prolongada impunidad de Roma. Fue profetizado por San Juan que ella tendría un amplio y durable dominio; que Dios, en su paciencia hacia ella, le daría tiempo para arrepentirse, si acaso ella quisiera arrepentirse; que Él la sanaría, si ella quisiera ser sanada; pero que, ¡ay! , ella no se arrepentiría, y que sus pecados finalmente llegarían hasta el cielo, y que ella vendría en memoria delante de Dios. Y cuando esa hora horrible llegue, entonces, ay de los Predicadores del Evangelio, si ellos no han tomado la advertencia de San Juan y sonado la trompeta de alarma en los oídos de sus oidores, Salid de ella, pueblo mío, porque no seáis participantes de sus pecados, y que no recibáis de sus plagas (Apocalipsis 18. 4).

15. Por último, otra advertencia es dada aquí por San Juan. Algunos, en el presente momento crítico, pueden estar en peligro de ser engañados por el confiado lenguaje y comportamiento de Roma. Ellos pueden imaginar, que una causa seguida con tan indudable confianza, y con semejante apariencia exterior de éxito, debe ser buena. Pero recordemos el paralelo —Babilonia. ¡Sus calles resonaban con música; sus cámaras con alegría y jolgorio; los guardias de su rey se embriagaban a las puertas de la ciudad y a las mismas puertas del palacio, y los vasos de Dios estaban sobre las mesas en el banquete real, cuando salieron unos dedos de mano de hombre adelante de la pared, --¡y Babilonia cayó!

Así Roma estará más infatuada, cuando más en peligro. Ella exultará, y será inundada de confianza, y se regocijará con triunfo, cuando los juicios de Dios estén prestos a caer sobre ella. Sus Príncipes y sus Prelados se jactarán de su poder, y, como en esta hora, estarán haciendo nuevas agresiones, y estarán formulando nuevas doctrinas, y estarán extasiados en un sueño de seguridad, cuando su sentencia esté cerca. Y, como el gran Río, el río Éufrates, la gloria y baluarte de Babilonia, se volvió un camino para Ciro y su ejército victorioso, cuando él sitió y tomó la ciudad, así la copiosa corriente de la Supremacía de Roma que ha fluido tan orgullosamente durante tantos siglos y ha servido para su engrandecimiento, será en las manos de Dios el medio y la ocasión de su destrucción y desolación final; y así el secado de ese Éufrates espiritual preparará un Camino para los Reyes del Oriente—es decir, para Jesucristo , y para los Hijos de Luz que serán admitida para compartir el esplendor real del Poderoso Conquistador, el Rey de Gloria, Quien es la Aurora de lo alto,--la Luz del Mundo,--el Sol de justicia, y en sus alas traerá salud.

Podamos nosotros ser de esa bienaventurada compañía, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Amén.

Apéndice

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