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Reportaje a Rene Kaës, celebre especialista en psicoanalisis de grupos e Instituciones

Por Rubén Ríos

  En la Argentina, el pensar se congeló² El célebre especialista René Kaës ofreció sus criterios actualizados sobre para qué y para quiénes vale La terapia de grupo; además, comentó la situación actual de los traumas de guerra en Francia, por Argelia, y en la Argentina, por la dictadura militar..

René Kaës se especializó en terapia de grupo desde poco antes de su Primer libro, El aparato psíquico grupal, publicado en 1976. Ha visitado Varias veces el país, esta vez durante algunos días de abril invitado por la Escuela de Psicoterapia para Graduados y la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupos. Kaës es profesor Emérito de la Universidad Lyon II, Doctor Honoris Causa de la Universidad de Bruselas Y profesor honorario de la Universidad Maimónides, entre otros cargos académicos e institucionales. Su último libro, El grupo y el sujeto del grupo, lo confirma como una referencia obligada en el campo de la psicoterapia grupal e institucional.

­¿Qué diferencia existe, en lo esencial, entre una terapia individual y una grupal?

­La terapia de grupo pone en relación muchos temas y hay que hacer lazos entre ellos y apuntar a transformar una parte de sí mismo del paciente para que esos lazos se establezcan. En la terapia individual, el vínculo se da con una sola persona, y lo característico de ese vínculo es la transferencia que repite y actualiza organizaciones intrapsíquicas en sufrimiento, de modo que la transferencia permite experimentar al paciente nuevos modos de relacionarse con su mundo interno. En la situación de grupo, la transferencia se produce igualmente, pero concierne al conjunto de los participantes y al terapeuta: la dinámica de la transferencia y aquello que es transferido son de naturaleza diferente con respecto a la terapia individual.

­¿El objeto de la transferencia no es el mismo en la terapia de grupo?

¿Qué quiere decir eso? ¿Cómo sucede?

­Los objetos internos son igualmente solicitados en la situación de grupo, pero para crear vínculos con los demás miembros del grupo. La forma en  que los vínculos se establecieron en el paciente es puesta nuevamente a actuar en la situación grupal. Por ejemplo, la necesidad para el niño de encontrar un lugar en la familia, de identificarse a objetos que son esperados por los padres y los hermanos, los vínculos entre esos objetos, pueden ser hallados en la situación de grupo y vividos, además, diversamente. Eso sucede por la presencia de otros. En la situación de terapia individual el acento se pone en la manera en que se constituye la historia personal, que se repite en relación con el terapeuta. En la situación de grupo se reencuentra esa historia en las presencias actuales, con el conjunto de personas.

­¿Qué valoriza usted más de la terapia grupal? ¿El vínculo con otras personas?

­En principio, el proceso de trabajo no es el mismo en la situación grupal que en la individual. La posibilidad de enfrentarse individualmente a otro puede resultar extremadamente peligrosa para ciertos individuos. El grupo permite repartir, permite distribuir la carga de la historia personal y permite, además, que cada uno pueda entenderse en el discurso del otro, en los elementos de significación que están en disponibilidad. El trabajo grupal compromete la relación con el otro y con más de un otro. La situación de grupo resitúa al individuo no solamente con relación a su conflicto interno sino también respecto de las relaciones conflictuadas con los otros..

­¿En qué casos la terapia individual es peligrosa?

­Por ejemplo, en pacientes muy perturbados o gravemente perturbados, en los cuales el temor a su propia destrucción y a su propia capacidad de destrucción hacen imposible que se establezca una relación con una sola persona. Al mismo tiempo, ocurre que quien lo puede curar es la misma persona que puede destruir. De modo que es imposible en ciertos casos afrontar ese peligro. En cambio, en la situación grupal, esas potencias destructivas pueden repartirse sobre varias personas que responden indicándole al individuo el límite.

­¿En qué patologías, en concreto, usted aconsejaría terapia grupal?

­No solamente a nivel de la patología sino a nivel general: vale para las personas que quieran hacer la experiencia de una realidad psíquica específica que no se produce en la relación entre dos. Por ejemplo, los terapeutas individuales que hicieran la experiencia de la situación grupal podrían darse cuenta de lo que se juega en su propio grupo de pertenencia, los efectos del grupo, la alienación en la ideología del propio grupo.

Pienso que si uno puede individualizar su propia posición se incrementan las posibilidades de entender ciertas necesidades. En cuanto a la psicopatología, la terapia de grupo es especialmente indicada cuando el individuo tiene problemas para definir sus propios límites internos en relación con los demás, cuando vive fragmentaciones internas de su personalidad, cuando no puede asumir solo o con otro el sufrimiento provocado por algún tipo de traumatismo individual o colectivo. En el grupo puede encontrar una identificación diferente, encontrar en los enunciados de los demás la representación que le falta.

­¿Qué función específica cumple el terapeuta en la terapia de grupo?

­Debe estar muy atento a dos niveles del proceso psíquico: la resistencia y la transferencia. Debe estar muy atento a los modos de pensar estos dos niveles en relación con su propia historia y en relación con el conjunto. En el fondo, el terapeuta debe escuchar lo que se anuda entre cada paciente y el conjunto. El discurso del grupo, como sabemos, puede servir para ocultar la palabra de un individuo porque lo que él diría sería intolerable para el grupo. Pero todos los miembros del grupo, podría decirse, participan del trabajo terapéutico al aportar elementos de interpretación y significación, de dramatización, que permiten a cada uno darse cuenta del vínculo con los otros. Las alianzas que dan consistencia a cada grupo son inconscientes. Por ejemplo, las alianzas para negar partes de las realidades psíquicas individuales, para evitar hablar de ciertas cuestiones traumáticas.

Como dice el título de esa película de la directora argentina María Luisa Bemberg: De eso no se habla.

­¿Todo eso supone un inconsciente colectivo, grupal, de muchos?

­No me gusta la noción de inconsciente colectivo porque funciona como ese filósofo del cual hablaba Hegel, que tiene una visión del agujero de la realidad para no ver que hay en realidad un agujero. La noción de inconsciente colectivo es una manera de designar algo pero sin reconocerlo.. Pero no por eso pienso que haya solamente inconsciente individual. Una parte del inconsciente individual está puesto en los demás, en un grupo, en una institución, a lo mejor en la cultura de una nación. La noción de inconsciente colectivo de Jung quizá podría designar algo como esto último, pero no define un inconsciente conflictivo y dinámico sino formaciones psíquicas que están ahí desde hace mucho tiempo.

­Hace un momento usted hablaba de traumas de origen colectivo. ¿A qué se refería?

­A lo que puede ser una catástrofe natural o la explosión de una fábrica química, por ejemplo. Pero sobre todo, a las que provienen de la violencia ejercida por el Estado. Por ejemplo, el genocidio que conocimos en la Argentina o los crímenes cometidos bajo otras dictaduras latinoamericanas.

­¿Estos traumas de origen colectivo afectarían a todo el tejido social?

­Sí, porque el nivel de causalidad es en lo social. En la parte de cada uno que está delegada en un orden definido afuera del individuo, de modo que lo social representa una parte del individuo. Lo que se vive en la intimidad de la vida sexual puede expresarse a nivel social, puede gestionarse en lo social, pero conserva la singularidad del conflicto psíquico interno.

En las situaciones de traumatismo de origen colectivo, por el contrario, el individuo no puede referir ese traumatismo a un nivel personal. Sin embargo, puede comprender que ese traumatismo entra en resonancia con un conflicto personal, aunque el traumatismo es externo a él. De todas maneras, existen algunos discursos perversos que adjudican el conflicto social a sujetos patológicos que sufren el traumatismo colectivo.

­¿Cómo interpreta usted el genocidio argentino en lo que hace a sus consecuencias sociales? Sobre todo en relación con la crisis integral que hoy vive al país.

­Me interesa mucho lo que sucede en la Argentina, pero no vivo lo que ustedes están viviendo. Creo que hay una generación en surgimiento, la cual quizá está en camino de pensar y de actuar un funcionamiento colectivo que los padres y los abuelos, por padecer del pensamiento congelado consecutivo a la dictadura, no lograron hacer funcionar. Esta nueva generación se encuentra haciendo circular la palabra, incluso para reinventar la política.. Me ha impactado mucho en la Argentina el hecho de que la vida cultural continúa, y esto quiere decir que todavía no se han llegado a dañar las estructuras que permiten pensar y a la cultura simbolizar.

­¿Qué cabe esperar en lo social y lo político cuando no es posible elaborar un traumatismo colectivo?  

­Por un lado, la repetición del traumatismo. De esta manera, una parte de la población puede continuar provocando el traumatismo a los demás. Todo lo que no es pensado vuelve, dice Lacan, en lo real. En Francia, el historiador Rousso describió el síndrome de Vichy, el gobierno colaboracionista durante la ocupación alemana. Fue un período durante el cual se efectuó un congelamiento del pensamiento, una alianza inconsciente para no hablar de aquello que no se podía hablar. De cierta manera todo el mundo estaba de acuerdo en no volver a eso que los había traumatizado y por eso no se hablaba del traumatismo. Eso define una suerte de escisión, de desgarro, entre quienes empujan para pensar y quienes empujan para no pensar. Se  puede decir también que, en cuanto al tema de la tortura durante la guerra de Argelia, fueron necesarios muchos años para que se escuchara el testimonio acerca de las prácticas de tortura, incluso por parte de los militares.

Existe un primer tiempo donde no se quiere hablar de eso, y después de que la palabra aparece se comienza a entender por qué no se podía hablar antes, en la medida en que se quería conservar la unidad de la comunidad. Se comienza a entender lo que se dijo y no fue escuchado.

­¿Se trata de un pacto de silencio o de un pacto para no escuchar?

­En el primer período hay un pacto de silencio, en el segundo hay algo que parece un rechazo a entender. Es en ese momento aparecen los que niegan el hecho traumático. El tercer momento es cuando puede haber un debate público respecto de eso, donde se le da forma jurídica a lo que pasó. Ahora en Francia, en relación con el traumatismo de la guerra de Argelia, están los tres momentos a la vez: aquellos que quieren mantener el pacto de silencio, los que no quieren escuchar ni entender lo que se dijo, y aquellos que tratan de entender lo que ocurrió y las consecuencias que tuvo en la sociedad francesa.

­¿Sólo el crimen provoca el pacto de silencio?

­El crimen, la traición, el odio que condujo al crimen, la  desvalorización de los seres que se mataron para no desvalorizarse a sí mismos. El silencio se impone sobre el hecho de que el otro que uno mató pertenece a la misma especie que uno, pese al dispositivo que había colocado al otro fuera de la humanidad.

­¿No hay en todo ello una infracción ética? Y si es así, ¿qué diferencia habría entre matar por medio de las armas y matar por medio de la economía?

­Sólo una diferencia de medios. El genocidio armenio, por ejemplo, se realizó por muchos medios.

 

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