volver al índice |
El
siguiente es un extracto del texto: Lapassade,G.(1998)
Microsociologie de la vie scolaire. Paris:Económica
CAPÍTULO
I:
SITUACIONES
1.
La “definición de la situación”
La
orientación interaccionista en sociología está fundada en la idea de que las
situaciones microsociales son construidas por los actores. De allí su
fragilidad: toda construcción social supone en efecto, la posibilidad de una
deconstrucción.
A comienzos de este siglo, William Isaac Thomas (1928), quien fue uno de
los fundadores de la Escuela sociológica de Chicago, formulaba lo que llegaría
a ser una de las nociones fundamentales de la Sociología Interaccionista, su
concepto central, el de la definición de
la situación.
Sin embargo, precisa Thomas, “hay siempre rivalidad entre la definición
que un individuo produce espontáneamente de una situación y la que la sociedad
a la que pertenece pone a su disposición”.
En efecto, si la definición de la situación se efectúa aquí y ahora,
ella implica al mismo tiempo una predefinición social de esta misma situación.
Esta relación entre la predefinición de la situación y su definición en tren
de hacerse, es un rasgo fundamental de la vida en común.
El análisis institucional francés lo señala con otras palabras,
diciendo lo mismo cuando describe la relación dialéctica entre el instituyente
y el instituido[1].
George-Herbert Mead (1934), que enseñó filosofía y psicología social
en Chicago a principios de siglo, fundó el interaccionismo simbólico cuyo
proyecto fundamental es ir más allá de la oposición entre la psicología y la
sociología. Muestra contra el behaviorismo (conductismo) que el organismo es la
fuente misma de sus comportamientos; está situado en un medio pero, por su acción
el extrae de él incitaciones, mensajes, significaciones.
George Canguilhem (1952), enuncia un punto de vista comparable cuando
escribe a propósito de la situación del viviente: “no basta que la excitación
psíquica sea producida, es necesario que ella sea advertida. Por consecuencia,
en tanto que ella actúa sobre el viviente, presupone la orientación de su
interés, no procede del objeto sino de él. Es necesario dicho de otro modo
para que ella sea eficaz, que sea anticipada por una actitud del sujeto. Si el
viviente no busca, no encuentra nada”. Así pues, “entre el viviente y el
medio la relación se establece como un debate donde el viviente aporta sus
propias normas de apreciación de las situaciones”.
En el lenguaje interaccionista, las “normas de apreciación” del
organismo son descriptas como “perspectivas” de ese organismo sobre las
situaciones, y la “apreciación de las situaciónes” se enuncia en términos
de “definición de la situación”.
2.
Los inicios del año escolar y la definición magistral de la situación.
Willard Waller, que aplicó desde 1932 esta noción al estudio de la vida
escolar, definió a la escuela como “el sitio donde la gente se reencuentra
con el objetivo de dar y recibir la instrucción” (Waller 1932).
El
recordó que el maestro debe, si quiere hacer su trabajo, imponer de golpe su
propia definición de la situación a sus alumnos: “yo estoy aquí para enseñar,
y ustedes están aquí para estudiar”. En efecto, los objetivos de los
alumnos, no son necesariamente los suyos cuando, por ejemplo, vienen a la
escuela ante todo para encontrar allí a sus amigos, para jugar con ellos,
incluso en clase, etc.
Ellos tienen otra “definición” de la situación, y en consecuencia,
la vida escolar implica siempre una posibilidad de conflicto que es preciso
saber administrar.
Los sociólogos interaccionistas de la escuela y Waller principalmente,
describen la clase como un campo de batalla donde maestros y alumnos se
enfrentan continuamente, donde ponen en acción estrategias de combate, donde
pueden también negociar armisticios siempre provisorios.
En
este enfrentamiento potencial o efectivo, el maestro será definitivamente
vencido si no es capaz de instalar su ley en los primeros encuentros. Éste es
un tema fundamental de la microsociología interaccionista, como lo recuerda
Abdellatif Elazami (1998), en un estudio dedicado a los comienzos del año
escolar, cuando escribe:
“Se encuentra en los trabajos de los etnógrafos interaccionistas sobre
la escuela, en particular los de Stephen Ball (1981), un interés particular por
los primeros encuentros escolares. Maestros y alumnos ponen allí a prueba las
informaciones que han reunido los unos con otros; los alumnos prueban a sus
nuevos maestros.
David Hargreaves (1975), presenta el ejercicio de la disciplina en la
clase como una empresa a largo término que apunta a establecer un corpus de
regla detallado.
Esto puede tomar varias semanas. Una vez establecidas, estas reglas
funcionarán como rutinas y permitirán regir las interacciones
profesor/alumnos. Recuerda que los profesores más experimentados insisten sobre
el hecho de que un profesor debe, si quiere sobrevivir, definir la situación
con sus propios términos, inmediatamente.
Se trata, no tanto de enunciar leyes que quieran gobernar la clase, si no
más bien de una indicación clara según la cual el profesor toma a su cargo la
situación”.
3.
Cómo el alboroto[2]
trastorna provisoria o definitivamente la
definición magistral de la situación
Erwin Goffman (1973), analiza el alboroto que interrumpe una representación
teatral, cuando un actor se hace silbar y no se logra restablecer el orden en el
público: en ese caso escribe Goffman, no es más el actor quien define la
situación como pasa normalmente en un teatro, es su público.
En clase también, el alboroto implica un trastorno de la definición de
la situación, al menos pasajero, cuando se trata de un alboroto clásico, en
beneficio de los alborotadores y en detrimento del maestro. En el Liceo
día a día , Remi Hes (1989), cuenta como, en una clase de la que el se
encargó, las alumnas alborotaban a una pasante llamada Catherine:
“A
las dos, llego a la clase. Las alumnas están allí reunidos. Ellas me esperan.
Catherine también esta allí. Debe hacerse cargo del curso. Ha decidido
terminar los ejercicios comenzados el lunes anterior. Las alumnas tienen un aire
enervado. Catherine les pregunta si ellas prepararon el ejercicio propuesto.
Alguien, parece, no ha hecho ese trabajo. Muy pocos tienen completada la hoja
con los ejercicios provista por Catherine. Catherine intenta hacer participar a
la clase en la elaboración del programa[3],
tema del ejercicio. Gran resistencia de la clase. Ciertas alumnas charlan entre
ellas. Catherine demanda silencio repetidas veces. Sin éxito. Sus
intervenciones incluso parecen tener el efecto contrario al que ella busca.
Siento crecer un alboroto real como no he visto desde hace mucho tiempo: desde
que Catherine ha vuelto la espalda las alumnas ríen burlonamente. En lo que a mí
concierne, me callo. Tomo notas acerca de lo que pasa.
Catherine toma conciencia de que hay algo que no funciona normalmente.
Avanza hacia las mesas de las alumnas y dice:
- ¡La organización administrativa no tiene el tono que ustedes quieren!
Sophie,
responde vivamente, con un tono insolente:
- ¡Una no ha elegido ser secretaria!
Françoise
sofocando una carcajada dice:
-¡Los
programas parecen inadecuados!
Estamos
en 1983, en un liceo de los alrededores del norte de París. Las alumnas
consideran que se encuentran en esta fila contra su voluntad: “una
no ha elegido ser secretaria”, dicen, haciendo quizás alusión a su
origen social que no les ha dejado elegir a donde ir. Además, desvalorizan la
enseñanza recibida: “los programas
parecen inadecuados”. Lo que legitimaba a la escuela como lugar donde
“la instrucción es dada y recibida” se hundió, lo que vuelve más precario
la conservación del estado del funcionamiento de la situación pedagógica. Éste
funcionamiento no está fundado como otras veces en las rutinas y en la
autoridad del que enseña que parece inscribirse en un orden natural; es
necesario ahora luchar permanentemente para que la situación no se hunda más.
Catherine vuelve al pizarrón. Busca proseguir con el ejercicio. Mientras
tanto las alumnas hablan en pequeños grupos. La burla se reanuda en toda la
clase. Catherine continúa preguntando. Algunas alumnas responden a sus
preguntas. Constato que Sophie, Dominique y algunas otras están divididas entre
la burla y la participación. Cuando Catherine hace frente a la clase,
responden. Si Catherine se vuelve, ríen...
Ese viernes hubo un fenómeno de grupo que escapaba a las voluntades
individuales. La clase estaba cerca de la zozobra”.
No estamos más en el momento de la primera clase: ya es el mes de
febrero. Pero para la pasante, este es el mismo tiempo que el de la “la
primera clase”.
En tal situación, si se produce al comienzo de una enseñanza, el
docente acostumbrado sabrá “pasar la esponja” a todo, haciendo comprender
que su paciencia tiene límites. Él habrá previsto una réplica provisoria y
puntual; encontrará la manera de guardar una tolerancia provisoria y
fermentarla, mostrará que en el fondo no va a ceder, que es el quien guía la
situación.
La pasante, al contrario, es inmediatamente desestabilizada y, desde
entonces, “sus intervenciones parecen tener el efecto contrario del que ella
busca”. Querría a la vez guardar el control de la situación y hacer su
trabajo de docente pasante. Pero ella abre una brecha en su dispositivo tratando
de moralizar a las alumnas, lo que genera la doble repuesta que quiebra todo:
“uno no elige ser secretaria” y “los programas parecen inadecuados”.
Jean- Louis Derouet (1992), ve en el hundimiento del mito de la igualdad
de oportunidades las causas del alboroto descrito por R. Hess. A nivel interno
estamos, dice, en una situación que “no es totalmente ordinaria: esta pasante
es sin duda inexperimentada, y de todas maneras su status de pasante bajo la
responsabilidad de un consejero pedagógico la pone en posición de
inferioridad...”
Y es en efecto una desventaja para esta pasante que querría, en una
situación difícil, mantener firme esta situación, que el maestro que tiene
esta clase encargada se instale en un rol de observador no intervencionista. Éste
último va, por otro lado, a sufrirlo en carne propia, cuando en el recreo,
habiendo dejado sus llaves sobre su escritorio, se encontrará al regresar ante
una puerta cerrada: los alumnos se han encerrado y le imponen a él también
“humillación”, quizás para sancionar su dimisión.
El
alboroto de la lechuza:
Hoy
en día, en ciertos establecimientos, el alboroto ha cambiado de estilo y ha
llegado a ser una perturbación casi permanente. Los alumnos hablan algunas
veces de “delirio” para calificar tales alborotos. Hervé Hamon y Patrick
Rotman (1984), observaron uno de ellos. He aquí lo esencial de su relato:
“Los chiquillos son incapaces de escuchar. Arlette Iris está obligada
a gritar, se dirige a los alumnos por pequeños sectores, por distintos focos de
atención. Dos muchachos detrás de mí discuten en voz alta. Cuando Arlette
Iris pregunta, los niños levantan bruscamente el dedo: “¡Señora, señora!”.
Incluso aquellos de los que se pensaría que no estaban siguiendo la clase.
Se produce, en este momento, una simulación extraña, menos para dar una
buena respuesta que para tomar la palabra. Los niños se pasean para
intercambiar el material en un vaivén continuo. Interrogación escrita sobre el
vocabulario de un texto. Los alumnos se inclinan sobre sus hojas. Una calma súbita
que apacigua, después la campana. Precipitación hacia el corredor.[4]
Once horas. La continuación. Violento atropello a la entrada. Un
muchacho delante de mí imita el ruido de la lechuza en el hueco de sus manos.
Se corrige la interrogación escrita. A mi izquierda un grupo de niñas rebeldes
discuten y ríen, golpean firmemente los dedos en la mesa. La atención decae.
El curso no es seguido por un tercio o un cuarto de los presentes. El ruido
crece. Esta vez es un gran desorden. Arlette Iris retoma el ejercicio:
-Tomen
sus libros de texto.
Ella tiene un aire agotado pero muy calmo. Una sesión de adiestramiento.
Alaridos a la izquierda. Los niños se burlan desatinadamente de nuestra
presencia. Arlette Iris separa dos chicas que hablan ostensiblemente. Todo
resulta nulo. La charla retoma un tono más alto por encima de las mesas. Un
chiquillo se levanta para segar las fotos de identidad de una muchacha. Adelante
dos muchachos se pelean. Un grito:
-¡Señora, mi libro ha desaparecido!
Un
suceso: Lionel pregunta por qué cometió un error. Respuesta de una chica detrás
de él:
-
Porqué es una falta.
Arlette iris invita a sus alumnos a copiar la interrogación escrita,
pero algo se produce en el patio del cuartel de bomberos, bajo la ventana del
colegio. Un tercio de la clase se pone de pie y se concentra en el marco de la
ventana. Arlette Iris alcanzando a tres o cuatro:
-¡No
se fijen!
Los
niños, tranquilos:
-¡Si
no éramos nosotros!
La clase se reanuda. Siempre los gritos de la lechuza. Dos niños en los
primeros lugares se divierten moviendo su mesa hasta que ésta se cae. La
batahola es ensordecedora.
Arlette iris pasa de uno a otro, verificando las correcciones. Se
presiente el final de la hora. Los alumnos no permanecen ya en sus lugares.
Arlette Iris parece estar extenuada:
-¡Pongan
sus manos sobre la mesa!
Ella comienza un ejercicio de respiración. El orden vuelve
progresivamente.
-Escribí,
le dice a un chiquillo.
-¡Yo
no quiero ensuciar mi hoja, señora!
Otro
alboroto. Tiempo muerto. Y la campana. En la puerta se pelean por ganar un
cuarto de segundo hacia la salida. Arlette Iris se apoya en su escritorio. Está
cansada”.
Hamon
y Rotman comentan esta escena que “no tiene nada de excepcional, de exótico
ni de exagerado”, pero que “es vivida por un gran número de docentes”.
Luego “el fenómeno más sorprendente de éste alboroto es la ausencia total
de agresividad en contra del profesor. En el ejemplo, Arlette Iris es
probablemente la docente más querida por los picarones que pueblan su clase”.
Luego:“es cierto, en todo caso, que contrariamente al alboroto de antaño,
el jaleo actual tiene un destinatario preciso. Los alumnos se revelan contra una
obligación, contra un lugar, contra un discurso: el conflicto expulsa al que
enseña, lo sobrepasa, lo sumerge”.
Luego: “los profesores son percibidos menos como seres singulares,
dignos de amor y de odio que como los engranajes que impulsan un sistema
desagradable. Esto significa que la excepción a esta regla es ordinariamente
muy intensa. A priori, no se tiene nada contra el profesor; pero si interviene
un proceso pasional...” .
Tres
tipos de alboroto:
En
la actualidad se puede, partiendo de un estudio de Jacques Testanière (1967), y
completándolo, distinguir tres grandes formas, o tipos, de alborotos que
corresponden a tres tipos de sociedades.
El alboroto tradicional era
esencialmente lúdico y tomaba como blanco temporario, preferentemente, a los
miembros de la institución pedagógica, fragilizados por su status (por
ejemplo, profesores cargados de materias, considerados secundarios por los
alumnos) o por su poca experiencia de su vida escolar, o aún por ciertos
estigmas que podrían caracterizarlos y debilitarlos. Éste alboroto no
estallaba en todo momento. Intervenía de manera tajante en relación al orden
habitual de la clase y constituía así una suerte de trastorno lúdico muy
pasajero de la situación pedagógica habitual. Estas manifestaciones se
desarrollaban según un calendario comparable a aquél, tradicional
también de las fiestas anuales.
El alboroto anómico, aparecido
históricamente después del precedente, era el efecto de una suerte de decisión
interna del grupo escolar, debido a la llegada en gran número de una clase de
alumnos que no habían tenido acceso hasta aquí, salvo excepciones, a los
establecimientos de enseñanza secundaria. Su arribo a éstos establecimientos,
junto a ciertas prácticas selectivas del sistema, había creado las condiciones
de la desviación[5]
anómica, éste último término reenvía a un debilitamiento de las normas que
había alcanzado el conjunto de la sociedad antes de fragilizar las normas
constitutivas del sistema escolar tradicional. Los alborotos “anómicos”, no
rechazan la institución escolar en su conjunto: intentan aprovecharse de ella,
crean posibilidades de inserción social en una sociedad donde el paro forzoso
no era aún un problema esencial.
Propongo, finalmente, llamar alboroto
endémico y paroxístico a una forma de alboroto de la cual Testanière no
se había ocupado, con su causa y razón: cuando publicó su tipología de los
dos alborotos (tradicional y anómico), éste nuevo alboroto no existía aún
probablemente. Como lo muestra el alboroto de la lechuza, su característica
principal es impedir de manera casi permanente, la comunicación en la clase.
Éste es un mal crónico y relativamente indiferenciado; ataca y corroe
permanentemente los dispositivos institucionales así como las capacidades de
resistencia y de trabajo de los docentes. Es el complemento de los accesos de
violencia paroxística. Éste alboroto endémico suspende el funcionamiento del
sistema entre dos explosiones.
Hace su aparición cuando los jóvenes quieren considerar, por ejemplo,
para retomar la expresión de uno de ellos, que los liceos profesionales donde
ellos se encuentran a menudo después de haber fracasado en otros lados, son las
“fábricas de desocupados”. Al mismo tiempo, como decía otro joven en el
curso de una emisión de televisión dedicada a la violencia en las escuelas,
“él, creó un mundo aparte con sus reglas y trasladó sus reglas a las
instituciones”.
Ésta última fórmula, enunciada por un joven que proviene de ése
“mundo aparte” al que conoce desde dentro, es completamente remarcable: su
autor supone en efecto que una sociedad, o una contrasociedad, está constituida
dentro de ciertos conjuntos urbanos, formula en otros términos la teoría de la
sociedad dual que nos aparece, a nosotros que la observamos desde el exterior,
pero también a ese joven que la ve desde el interior, como un “mundo” que
se cierra sobre si mismo.
Al igual que Hamon y Rotman, Patrick Boumard y Jean-Françoise Marchat
(1993), consideran que el alboroto endémico y paroxístico no es verdaderamente
un alboroto, puesto que aquí se cambia de registro, se quita la dimensión lúdica
y ritual de los alborotos precedentes para entrar en las nuevas formas de
perturbación del orden escolar.
CAPÍTULO
II:
PERSPECTIVAS (pág.
18 a 25)
La
noción de perspectiva pertenece al
vocabulario del interaccionismo simbólico y de la fenomenología social donde
designa una representación “en situación”; la perspectiva está en relación
reflexiva con la definición de la situación, de la cual ella es a la vez
productora y producida.(Berthier 1996).
Es inherente a las interacciones entre los actores: estas interacciones
suponen siempre, en efecto, una apreciación del otro, contienen una suerte de
evaluación permanente del otro, siempre en situación.
1.
Las
perspectivas de los maestros
Ciertos
investigadores han estudiado las perspectivas de los maestros acerca de la enseñanza,
otros se han interesado por la manera en que los docentes categorizan a sus
alumnos o en su punto de vista sobre la desviación[6]
escolar.
Las
concepciones que los maestros tienen acerca de los alumnos y de la enseñanza
Esland
(1971) describió dos paradigmas:
·
el
paradigma que él llama “psicométrico” que es, más o menos, el de la
escuela tradicional;
·
el
paradigma que él llama “fenomenológico” que será el de la escuela nueva.
Éstos
dos paradigmas implican dos concepciones diferentes del saber y del mundo.
Conducen a realidades totalmente distintas para los maestros y para los alumnos:
·
el
paradigma psicométrico está fundado en la idea de que los alumnos tienen
capacidades limitadas y de que no son llevados a estudiar espontáneamente. Ésta
convicción conduce a poner el acento sobre el control, la disciplina, los exámenes;
·
el
paradigma “fenomenológico”, por el contrario, considera al estudio como un
proceso, al conocimiento como una construcción, y al niño como un ser portador
de capacidades ilimitadas. La tarea del maestro es entonces descubrir los marcos
de referencia de los alumnos y cómo aprenden. La enseñanza aquí, está
centrada sobre el alumno.
Pero
los maestros no están jamás totalmente en un paradigma o en otro.
Hammersley(1977)propone
una tipología más detallada fundada en la representación que tienen los
maestros de su rol, en su conceptualización de la acción de los alumnos y del
conocimiento. Construye con estos parámetros otra tipología con cuatro tipos
de enseñanza:
·
la
enseñanza basada en la disciplina (paradigma psicométrico de Esland);
·
la
enseñanza programada que implica un autoritarismo de los maestros pero en base
a un método (y no a un corpus de conocimientos);
·
la
enseñanza progresiva, que tiende a tomar en cuenta el aprendizaje espontáneo;
·
el
no intervencionismo radical, que no concuerda con un rol docente específico y
que ve al estudio como una producción (y no una reproducción).
Pero
se ha señalado la oposición entre la doctrina progresista de la escuela
centrada en el niño y la realidad de lo que pasa en las salas de clase, donde
las circunstancias pueden obligar a los maestros a actuar, en la práctica,
contra sus convicciones ideológicas.
La tipificación:
Los maestros clasifican a sus alumnos según categorías, las más
simples de las cuales oponen los “buenos” a los “malos”. Ellos los
juzgan y los clasifican en función de los objetivos oficiales de la escuela, es
decir de sus performances escolares. A éste criterio se ajusta el de la
disciplina.
¿Cómo se efectúa la tipificación magistral de los alumnos?
Según Hargreaves, Hester y Mellor (1975):
·
en
una primera fase llamada de especulación
las “primeras impresiones” de los maestros sobre los alumnos comienzan a
emerger: es entonces cuando son tomados en cuenta las apariencias, el respeto o
no de la disciplina. El maestro puede apoyarse, además, en lo que él puede
saber a propósito de la familia de sus alumnos e informarse, consultando en
expedientes, legajos y en algunos colegios, sobre su escolaridad anterior, etc;
·
en
una segunda fase llamada de elaboración,
el docente entra verdaderamente en un proceso de tipificación: se apoya en lo
adquirido en la fase precedente, ahora va a verificar sus primeras impresiones;
·
finalmente,
en la fase llamada de estabilización
el docente se instala en una percepción definitiva de sus alumnos, en adelante
clasificados según los tipos elaborados en el curso de las fases precedentes.
La
tipificación no es una creación ex
nihilo[7].
Cada alumno es percibido al mismo tiempo a partir de las informaciones de las
que dispone el profesor y de la idea que éste se hace del alumno ideal.
El efecto Pygmalión:
El docente tiene al principio una visión general sobre el alumno;
predice en seguida que su escolaridad será buena y su actitud va a estar
determinada por su predicción; el comportamiento del alumno se va a ajustar al
del docente.
Robert Rosenthal y Léonore Jacobson (1992), han dirigido a ese tema una
investigación presentada por Patrick Gossling (1992) como sigue: “en una
escuela pública elemental, el 20% de los alumnos son presentados a los maestros
como habiendo obtenido notas particularmente elevadas en el momento de la
realización de una prueba de nivel intelectual, al fin del año precedente. De
hecho, éstos alumnos han sido elegidos al azar entre el total del alumnado.
Además, los maestros no deben comunicar esos datos ni a los alumnos ni a las
familias. Al fin del año escolar se realiza al conjunto de los alumnos una
prueba de nivel intelectual para medir sus progresos. Los resultados muestran un
progreso claramente más elevado de los alumnos presentados al principio como más
inteligentes”.
La idea que el maestro tiene del alumno ejerce de éste modo una
influencia notable sobre el comportamiento del alumno y sobre sus resultados.
El etiquetado[8]:
El
hecho de comprobar que Juan acaba de mentir no es del todo la misma cosa que
afirmar que es un mentiroso. En el primer caso, en efecto uno se limita a
comprobar lo puntual “Juan ha mentido”, cuando en el segundo se atribuye a
Juan el estigma de mentiroso, se lo etiqueta como tal...
En un ensayo sobre “los incidentes perturbadores”, Woods (1990)
refiere un recuerdo que parece ilustrar el proceso. Se trata de un alumno que
era “inteligente, vivo”, y que participaba algunas veces de los alborotos
sin que por lo mismo sea instalado en una conducta desviada fija. Un día este
alumno, se burlaba de un profesor gritando públicamente, en su presencia su
sobrenombre, ese profesor, a su criterio, lo había castigado en forma
exagerada: lo había golpeado. Éste alumno fue excluido un poco más tarde, por
el mismo motivo, de una fiesta escolar. Entonces “se había emborrachado con
las cervezas de su padre, después lanzado simbólicamente algunos ladrillos a
los vidrios del hall de la escuela. De alumno turbulento pero inofensivo, había
llegado a ser delincuente”.
Resumimos el proceso de etiquetaje con sus eventuales consecuencias:
·
un
alumno comete un acto desviado: miente. El docente transforma este acto episódico
en un atributo sustancial y permanente de éste alumno: “¡es un
mentiroso!”;
·
éste
etiquetaje corre el riesgo de poner al alumno en problemas y de empujarlo, en
efecto, a acomodarse de manera permanente a ésta definición otorgada a su
identidad. Es lo que sugiere Jean Genet cuando escribe: “decían, cuando era
niño, que yo era un ladrón y yo llegué a ser un ladrón”.
Éste
ejemplo ilustra el pasaje de una desviación
primaria (la que “no tiene más que implicaciones marginales sobre la
estructura psíquica del individuo”) a una desviación
secundaria, que es una reacción que conduce, por una especie de espiral, a
cometer actos cada vez más desviantes, de tal suerte que “las causas
originales ceden el paso y el fenómeno central se vuelve entonces el de las
reacciones de la sociedad que tienden a desaprobar, degradar y aislar al
individuo”. (Lemert 1977)
“Provocadores”
y “aisladores” de desviaciones
En un estudio ya citado, Hardgreaves, Hester y Mellor oponen los docentes
“provocadores de desviación” y los que serán, en cambio, “aisladores de
desviación”.
Yo mismo he podido observar los efectos de la provocación de desviación
durante una experiencia respecto a un grupo de jóvenes junto a los cuales
realicé la observación participante activa. Había obtenido para ellos un
local que la universidad había puesto a su disposición. Yo participaba de sus
actividades encontrando para ellos algunas veces ocasiones de conciertos y otras
manifestaciones.
Un día yo me había visto excepcionalmente obligado a criticarlos en público
por su retraso a una cita con los responsables de una organización, que venían
a comprometerlos para animar un concierto de rap. Algunos instantes después,
volviendo al local que les había facilitado y que acababan de abandonar, lo encontré saqueado pero de manera
relativamente ligera: el contenido del extinguidor de incendio había sido
derribado al suelo, graffitis, uno de los cuales me involucraba directamente, se
exponían en los muros y los cuadros habían sido desgarrados. Los estragos eran
sin embargo limitados y el material de empadronamiento, puesto a su disposición
por la universidad, estaba intacto.
Comprendí el mensaje: había cometido un error criticándolos en público,
diciéndoles claramente que no se comportaban como profesionales cuando estos jóvenes
eran extremadamente sensibles a todo lo que podía poner en cuestión su imagen.
Ellos volvieron el día siguiente, se hizo la paz y todo fue reparado.
Yo había provocado el incidente sin ubicarme, por lo mismo, me parece,
entre los provocadores sistemáticos de desviación. Me esforzaba por limitar,
en la vida cotidiana, la propensión se estos jóvenes hacia la desviación
juvenil y todo marchaba bien, sin incidentes excepto el que acabo de describir.
Un poco más tarde, dos de los jóvenes fueron excluidos de su Liceo
Profesional y pude encontrar para ellos contratos de calificación permitiéndoles
proseguir sus estudios en una modalidad[9]
comercial.
Su pasantía práctica (su tiempo de prueba)se realizaba en la
universidad, en una pequeña cantina administrada por una cooperativa
estudiantil.
Pero algunos conflictos enfrentaron a estos dos estudiantes y sus amigos
con los responsables de la cooperativa que quería imponerles nuevas normas de
funcionamiento; pues estos jóvenes habían auto-administrado su local en la
universidad y no veían la necesidad de aplicar nuevas reglas.
Todo esto terminó por alterarse y las degradaciones simbólicas
comenzaron a multiplicarse. Se encontraron dispersos alrededor de la cantina los
sandwiches que no habían sido vendidos con colillas de cigarrillo en el
interior. Luego el conjunto del material de equipamiento desapareció en una
sola noche. Las sospechas cayeron al instante sobre los dos pasantes y su
entorno, y, algunos días más tarde, esta experiencia terminó definitivamente.
Fue precisamente en aquel momento, por otro lado, que el ministro de
educación y de cultura propuso dotar a la universidad de un café musical en el
marco de un plan cuadrienal. Pero hacía falta el acuerdo del Consejo de
Administración y ese Consejo, cuando fue consultado, el 2 de julio de 1992, no
dio su consentimiento. Lo que había pasado con el café musical provisorio había
horrorizado a los bien pensantes de nuestra universidad que no desperdiciaban
jamás, sin embargo, la ocasión para hacer bellos discursos sobre “la
apertura”.
Dos de los otros jóvenes del mismo grupo habían encontrado, poco tiempo
antes, un pequeño empleo en la misma universidad. Pero un día cambiaron la
cerradura de una sala-armario vacía: estaban convencidos de que no servía para
nada y proponían hacer allí un lugar para ellos y sus amigos.
Pronto se descubrió el asunto y el secretario general los convocó para
un encuentro público de explicaciones en el curso del cual los acusó públicamente
de preparar un golpe, quizás un robo. Uno de ellos, que consideraba que estaban
siendo acusados y humillados injustamente, se volvió violento y amenazó al
administrador; fue necesario separarlos.
Naturalmente, pronto perdió su precario empleo y volvió a estar
desempleado. Ahora bien, es evidente, me parece, que en este caso como en el
precedente, había, de parte del secretario general, una especie de provocación
para la desviación, fundada probablemente en una visión demasiado pesimista de
los jóvenes salidos de la inmigración y en una hostilidad, sentida desde el
principio, con respecto a ellos. Se tiende a considerarlos, demasiado a menudo,
como desviados incorregibles y hasta delincuentes, algo que puede contribuir a
empujarlos, finalmente, hacia la delincuencia efectiva.
Estos ejemplos pueden ayudarnos a comprender cómo los adultos se vuelven
muchas veces provocadores de desviación y cómo, a partir de incidentes
puntuales, ciertos testigos de estos incidentes fueron llevados a cristalizar
como rasgos de carácter lo que, en realidad, está lejos de ser fijado como
desviación definitivamente estabilizada.
Por el contrario, los aisladores de la desviación
ven a estos jóvenes de otro modo. Piensan que no son necesariamente
malos y que el autoritarismo no es quizás la mejor manera de trabajar con
ellos.
Se encuentra esta dicotomía que opone los provocadores
y los aisladores de desviación en las nociones de “coerción” y de
“incorporación”:
·
Las
escuelas “coercitivas” están caracterizadas por una represión draconiana
de la desviación y no intentan en absoluto hacer participar a los padres en la
gestión de los conflictos eventuales;
·
En
las escuelas llamadas “incorporativas”, por el contrario, se esfuerzan por
estimular a los alumnos para comprometerlos en las relaciones de confianza con
sus docentes y se desarrolla un clima escolar de tolerancia y apoyo.
Las
prácticas docentes y administrativas que pueden ayudar a producir la desviación
de alumnos son llamadas “internas” a la escuela por oposición a los
“factores externos”, tales como la familia, la vecindad, el barrio, la
pertenencia de clase. Se ha presentado como un efecto
de establecimiento la producción interna de la desviación escolar.
2.Las “perspectivas” de los alumnos
Suzanne
Mollo ( 1970) ha interrogado a alumnos de clases tradicionales, por un lado y a
alumnos de clases nuevas, por el otro, para estudiar sus representaciones del
maestro ideal.
En las clases tradicionales el retrato del maestro deseado por los
alumnos es un poco matizado, pero exigente: el maestro ideal debe “ser
gentil”, “un poco severo pero no demasiado”. Más que la capacidad, los
alumnos aprecian en sus docentes el sentido del humor y el carácter jovial. La
justicia, cuando es explicitada, consiste sobre todo en “no castigar a toda la
clase cuando no todos son responsables” y “no tener favoritos”. El maestro
debe “hacerse respetar, castigar a aquellos que fastidian a los demás”...
Estos alumnos desean que el maestro asegure un mínimo de orden y de disciplina
en el seno de la sociedad escolar. Finalmente, aprecian también en sus maestros
las pruebas de superioridad intelectual.
Las expectativas de los alumnos de las clases nuevas no parecen muy
diferentes: insisten en la gentileza, el saber-hacer, y los estímulos para el
trabajo. La gentileza va a la par con la ausencia de reprimendas y castigos...
“hacer callar a los otros... tratar de hacerse obedecer... hacerse respetar”
están entre las atribuciones del maestro.
Algunos estudios de la escuela dirigidos por etnógrafos ingleses
mostraron que, para los alumnos analizados en el curso de estas investigaciones,
el buen docente, es el que es capaz de dominarse, de establecer con los alumnos
relaciones cálidas, de ser equitativo, de tratar a sus alumnos con respeto, de
tolerar cierto grado de libertad. Los mismos alumnos reprochan a ciertos
docentes ser inhumanos, altaneros, de tomar su rol al pie de la letra, y de
comportarse como “robots minuteros”, de tratarlos “como una especie
inferior” o incluso “como seres anónimos”(lo que quizás es vivido por
estos alumnos como un golpe a su identidad), de ser débiles, injustos. Estos
alumnos denuncian castigos desproporcionados en relación a la falta cometida,
humillaciones, etc.
Otros
alumnos han dado una lista de las conductas negativas de los docentes con
respecto a ellos: “me golpea los nervios, ser fastidioso, tratarme como un
chiquillo, ser un marrano, conducirse como si jamás hubiera sido joven, negarse
a explicar...”
Un
estudio relativo a la vida y las actividades de una banda de jóvenes negros en
un contexto escolar (Werthman 1963)mostró que en ellos, la autoridad magistral
descansaba en cuatro criterios:
·
Sus
profesores no tenían derecho, decían, de castigar automáticamente ciertos
comportamientos tales como hablar con el vecino, mascar chicle, pero podían
tener, sin embargo, buenas razones para prohibirlos;
·
Las
cuestiones de raza, de vestimenta, de corte de pelo y las capacidades
intelectuales debían permanecer fuera de la jurisdicción del profesor;
·
Eran
extremadamente sensibles al estilo de la autoridad magistral: sentían una
autoridad cortante y sin matices como insultante y degradante.
·
Los
maestros, finalmente, debían ser equitativos en la calificación.
[1] Términos franceses: “instituant” e “institué”. (NdT)
[2] Término francés: “chahut”, tiene además, en español, las siguientes acepciones: ruido, algazara, barullo, escándalo. (NdT)
[3] Término francés: “planning”, programas, planes de estudio. (NdT)
[4] Respeto el estilo telegráfico del autor. (NdT)
[5] Noción proveniente de la Psicología: conducta que se aparta de las normas sociales. (NdT)
[6] término francés: “déviance” (NdT)
[7] locución latina: desde/ de la nada. (NdT)
[8] Término francés: étiquetage (NdT)
[9] Término francés: filière (NdT)
volver al índice |