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Quien es un Oblato

No hay oblato si no existe un compromiso total en la evangelizacion de los hombres, sobre todo los más pobres. Ahora hay que decir que no hay oblato si no hay un compromido y consagración total a Dios mediante los votos de religión. Lo que nuestro fundador quiso.

Quiso que los oblatos fueran hombres interiores, hombres verdaderamente apostólicos. Hombres que tengan la voluntad y la valentía de seguir las huellas de los apostoles.Entonces no pensaba pedir a sus compañeros el compromiso de los votos, pero si la vida en comun y el espíritu d la relga que se impiraba en otros grandes hombres de Iglesia con una probada valía.

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Reflexión. El Tabor

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Ver como Dios ve El relato de la transfiguración de Jesús es sorprendente. Por un momento parece que Pedro, Santiago y Juan salen de la vida ordinaria y que desde la cumbre de aquel monte atisban lo que es el otro mundo, contemplan de alguna manera la gloria de Dios. Podemos decir eso o podemos decir más simplemente que ven la realidad tal cual es o que la ven tal como Dios la ve. En lo alto de la montaña redescubren a Jesús y perciben su más profunda realidad, entienden su relación profunda, de filiación, con Dios, comprenden la novedad que trae no sólo para sus vidas sino para nuestro mundo. Allí están Moisés y Elías para dar testimonio de que Jesús abre paso a una nueva etapa en la historia de la humanidad. La experiencia de los apóstoles consiste entonces en ir más allá de las apariencias, de lo ya sabido y encontrarse con la realidad de Jesús tal cual es. O, lo que es lo mismo, tal como Dios la ve –no puede haber diferencia en ese punto–. El primer mensaje que nos lanza este Evangelio es que debemos hacer el esfuerzo de abrir los ojos y ver la realidad tal como es, tal como Dios la ve. ¿Significa esto subir a lo alto de una montaña y tener una visión mística? Ciertamente que no. Significa sobre todo abrir bien los ojos y ver más allá de las apariencias y de nuestros prejuicios. Delante de un Centro de Deportación

Una historia seguro que nos aclara la idea. Hace poco recibí una carta de un sacerdote. Trabaja en una parroquia de Estados Unidos. La mayoría de sus parroquianos son inmigrantes. Y la mayoría de esa mayoría están, como suele suceder, indocumentados. Ya podemos imaginar los asuntos en que anda metido este amigo mío. Pues bien, hace unas semanas decidió acercarse al Centro de Deportación de su ciudad. Allí van llevando a todos los ilegales que encuentra la policía de inmigración, la “migra”. Y todos los viernes de mañanita, cuando sacan a los deportados, vestidos como presos, para llevarlos al aeropuerto y proceder a la deportación, hay un grupo de personas que se reúne a rezar el rosario con ellos y por ellos.

Allí estaba mi amigo cuando se fijó en una chica joven y embarazada que, cerca de él, lloraba al tiempo que rezaba. Pensó que quizá tenía un familiar entre los deportados. Pensó que llevaría poco tiempo en el país –no era así por hablaba inglés perfectamente–. Se preguntó dónde estaría su familia porque se le veía que estaba sola. Tantas vueltas le dio a la cabeza la presencia de aquella joven cerca de él, mientras rezaba el rosario, que se terminó acercando a ella. Le preguntó quién era y dónde vivía. Si estaba sola. Si necesitaba ayuda. Con gran sorpresa descubrió que vivía en su parroquia, que solía ir a misa, pero que no tenía ni idea de la ayuda que podía ofrecerle la parroquia.

De "pobre chica embarazada" a "hija de Dios" Aquí termina la historia. Diría que mi amigo sacerdote pasó por una verdadera transfiguración. Lo que podía haber sido nada más que un recuerdo –otra persona más rezando el rosario en aquella mañana fría de viernes ante el centro de deportación– se convirtió en una persona, en una hermana. Visto con los ojos de Dios, en una hija suya, a la que acercarse y atender y cuidar y amar. De extraña había pasado a ser familiar, hermana, por ese lazo que nos une a todos los que formamos la humanidad: ser hijos de Dios.

Los apóstoles vieron a Jesús como era realmente. Nosotros deberíamos abrir los ojos para ver a los que nos rodean transfigurados en hijos e hijas de Dios. Basta que agucemos el oído y escucharemos también la voz desde la nube que nos dice: “Éste/a es mi hijo/a, escuchadle, atendedle.” Convertirnos es acercarnos a la realidad y, más allá de las apariencias, la más profunda realidad es que todos somos hijos e hijas de Dios. Esa es la verdadera experiencia de transfiguración que podemos vivir esta Cuaresma. Como dice Pablo en la segunda lectura, “somos ciudadanos del cielo”. Así es como nos debemos ver unos a otros. Así es como nos debemos tratar unos a otros. Porque no se trata de hacer tres tiendas, como quería Pedro, sino de bajar del monte y de obrar en consecuencia.