"VERITATIS SPLENDOR" 
y JUAN PABLO II 
La Gnosis Ecuménico-Personalista

R. P. Basilio Méramo

II. La Gnosis Vaticana a
Través de sus Autores Principales

   Valiéndonos de los personajes que más se destacaron e influyeron en Vaticano II, verificaremos la gnosis vaticana.

   Entre los inspiradores más renombrados del Concilio Vaticano II tenemos a Henri de Lubac, Rahner y Maritain, los cuales estuvieron imbuidos de gnosis.

   Henrí de Lubac(6) quien, por sus méritos ecumenistas, fue premiado con el capelo cardenalicio por Juan Pablo II como muestra de aprecio y agradecimiento de parte de su gran admirador y seguidor.

   El P. Meinvielle, al referirse a la corriente emanatista con su consecuente inmanentismo y las trágicas consecuencias, en lo relativo al tratado de la gracia y del orden sobrenatural, no titubea en afirmar: "Henri de Lubac, con su 'Surnaturel' es evidentemente el autor más representativo de esta corriente gnóstica o cabalística." ("De la Cáb.", p.422).

   La misma observación hace el Cardenal Siri quien dice: "En 1946, publicó su libro 'Lo Sobrenatural', donde expresa todo su pensamiento de entonces. Afirmaba que el orden sobrenatural está exigido necesariamente por el orden natural. Como consecuencia de este concepto fatalmente se derivaba que el don del orden sobrenatural no es gratuito porque es deudor de la naturaleza. Entonces, excluida la gratuidad del orden sobrenatural, la naturaleza, por el hecho de existir, se identifica con lo sobrenatural" ("Getsemaní", ed. Cete, Avila, 1981, pp. 57-58). Y como advierte más adelante el Cardo Siri, con toda sagacidad y claridad: "Esta no-gratuidad del orden sobrenatural -en cada caso particular- conduce fácilmente a una especie de monismo cósmico, a un idealismo antropocéntrico" ("Get.", p. 63), lo cual, como ya sabemos, es característico de la gnosis. Todo el antropocentrismo de Vaticano II y de Juan Pablo II tiene aquí su explicación.

   Karl Rahner cuya influencia en la Teología moderna y en el Concilio Vaticano 1I no ha sido poca -con gran influencia en el pensamiento de Juan Pablo II- es, con su cristianismo implícito o anónimo, otro de los nefastos paladines del modernismo que no escapa a la influencia de la gnosis. El Padre Meinvielle subtitula uno de sus capítulos: "El gnosticismo de Karl Rahner" ("De la Cáb.", p.438).

   El Cardenal Siri, quien dedica a Rahner todo un capítulo en su libro "Getsemani", dice: "La concepción de lo sobrenatural necesariamente vinculado a la naturaleza humana está claramente propuesta por Karl Rahner desde los años 1930. En su tesis 'Geist im Welt' presenta nítidamente esta concepción de lo sobrenatural no gratuito. Veinte años después, y durante los mismos, las proposiciones han sido desarrolladas ampliamente. A veces podemos creer que Rahner rechaza la tesis del P. de Lubac, pero pronto nos damos cuenta de que, en realidad, Rahner sigue la misma idea y hasta la rebasa" ("Get.", p. 72).

   Vemos así cómo de Lubac y Rahner rechazan la idea de la gratuidad de la gracia, lo cual es un grave error teológico y una herejía enorme.

   Rahner está influido por Hegel; el Cardo Siri no deja duda de ello: "Es necesario notar enseguida que entre los escritos de Karl Rahner, por una parte, el principio dialéctico hegeliano es flagrante -como Hans Küng mismo, discípulo incontestable de Karl Rahner, lo atestigua " ("Get.", p.72). La dialéctica, no lo olvidemos, consiste en buscar la contradicción en la esencia misma de las cosas; y así, la dialéctica es el fermento mismo de la Revolución.

   La dialéctica, como búsqueda de la contradicción en la esencia misma de la cosas, ha penetrado en la Iglesia a partir de Vaticano II. La Iglesia postconciliar se caracteriza por la búsqueda de la Verdad, como si no estuviera en la posesión de la misma. Hecho señalado tantas veces por Mons. Lefebvre. La Iglesia postconciliar está en busca permanente de la Verdad... ¿de qué verdad? de la verdad de la dialéctica; de la contradicción en la esencia misma de las cosas y que, una vez descubiertas, se neutralizan a través del diálogo en la síntesis del Ecumenismo.

   Más aún, Rahner no deja de afirmar, como gnóstico que es, la identidad esencial entre Dios y el hombre: "De todos modos, Rahner declara que la esencia es la misma en Dios y nosotros: 'Cuando el Logos se hace hombre... este hombre en cuanto hombre es precisamente la automanifestación de Dios en su auto-expresión', -'en efecto, la esencia es la misma en nosotros y en Él; nosotros la llamamos naturaleza humana'. Ahora bien, manifiesta cosa es que Dios y el hombre tienen la misma esencia y que nosotros, según Karl Rahner, la llamamos simplemente 'naturaleza humana"'. ("Get.", pp.79-80). Esto es gnosis pura. Por tanto, cuando Vaticano II y Juan Pablo II hablan del hombre creado a imagen y semejanza de Dios hay que tener esto muy presente. Igualmente cuando se recalca que Cristo (imagen de Dios Padre) revela al hombre el misterio del hombre, es decir, su parte (partícula o chispa) que tiene de la divinidad.

   La penetración gnóstica con Rahner es clarísima, únicamente un ciego no podría no verlo. Las consecuencias son tremendas pues todo el mundo sabe la gran influencia de Rahner en Vaticano II y en Juan Pablo II.

   Jacques Maritain (1882-1973) es otro de los principales personajes que más influyeron en el Concilio Vaticano II. De él, y refiriéndose a la Cábala, el P. Meinvielle dice categóricamente: "La Cábala y los sistemas gnósticos exigen asimismo una única dimensión de naturaleza y gracia, razón y revelación, filosofía y teología, Iglesia y mundo(7). Esto es una consecuencia ineludible de la concepción cabalística y gnóstica, derivada de su emanantismo total que tiende a confundirlo y unificarlo todo dentro del más radical y absoluto monismo. De aquí que sea esencialmente cabalística y gnóstica la tentativa de Maritain, en su Humanismo Integral, al pronunciar su 'cristiandad laica', es decir, un mundo cristiano de una única dimensión. Por esto, al rechazarse la subordinación del mundo a la Iglesia, se ha de favorecer primero, un movimiento de igualdad entre mundo e Iglesia, luego de fusión de la Iglesia con el mundo, y con ello la secularización. El cristianismo laico y secular propiciado por los teólogos progresistas no es sino consecuencia de la Cristiandad laica". ("De la Cáb.", p.423). De este modo, queda desvelado el fondo esencialmente cabalístico y gnóstico del "Humanismo Integral" de Maritain, que transmitió al Concilio Vaticano II y que nutre todo el Ecumenismo.

   La misma imputación que hace el Caro Siri contra de Lubac -quien niega la gratitud de la Gracia- se la hace también el P. Meinvielle a Maritain: "las expresiones que usa Maritain: 'ordenación directa con lo absoluto', 'la persona reclama la sociedad y tiende siempre a sobrepasarla hasta que entre por fin en la sociedad de Dios', 'en una sociedad que es el cuerpo místico de un Dios encarnado', 'la persona pide ver la causa primera en su esencia', 'pide ser libre sin poder pecar', no se avienen, repetimos, con la absoluta sobrenaturalidad del orden de la gracia y de la gloria, y particularmente con el pensamiento tomista en esta cuestión" ("Crítica de la Concepción de Maritain sobre la Persona Humana", ed. Nuestro Tiempo, Bs.As., 1948, pp.80-81).

   El Cardenal Siri no deja de dedicar a Maritain un capítulo de su libro, que revela para nosotros el carácter gnóstico del pensamiento de Maritain al referirse a los dos absolutos en su "Humanismo Integral" en relación al Progreso: "'Así crece la historia humana, porque no se trata de un proceso de repetición sino de expansión y de progreso; crece como una esfera en expansión, acercándose a su doble consumación: en el absoluto de abajo, donde el hombre es dios sin Dios, y en el absoluto de arriba, donde es dios en Dios'. Estos absolutos constituyen una especie de secreto íntimo de todo el pensamiento de Maritain y, se podría decir, también de toda su sensibilidad". ("Get.", p.94).

   Estos dos absolutos que constituyen una especie de secreto íntimo de todo el pensamiento de Maritain, según afirma el Cardenal Siri, es nada más ni nada menos que la gnosis cabalística de Maritain. Sólo un gnóstico puede concebir al hombre como un absoluto, como un dios; un dios sin Dios, absoluto de abajo. un dios en Dios, absoluto de arriba. Estos dos absolutos, dice el Cardo Siri "son la base de todos sus escritos, son el leitmotiv y el prisma fundamental a través del cual ve él todas las cosas, desde las pequeñas hasta las más grandes" ("Get.", p. 94).

   La gnosis de Maritain no puede ser más patente y manifiesta. Si buscásemos el origen de la gnosis en Maritain, el siguiente texto del Padre Julio Meinvielle nos lo puede aclarar:

   "El maritainismo, al ver en la materia la causa de toda imperfección. se acerca al neoplatonismo y a los sistemas gnósticos que ven en la materialidad el resultado de una caída ontológica y hacen de la materia el principio del mal. Por eso Maritain en vez de colocar la perfección moral del hombre en la ordenación de su conducta a las normas eternas que Dios le dicta como criatura que es, tiende a hacerla residir en una liberación de la materia; y en vez de hacer residir el pecado en un apartarse de esas normas, lo hace consistir en una caída en la materialidad" ("Crít.", p. 44).

   La veta gnóstica de Maritain queda también reflejada en el maniqueísmo, al cual se aproxima su pensamiento: "No evita incurrir en el error de los maniqueos la concepción maritainiana de que, hablando absolutamente, es mejor, e imita mejor las perfecciones divinas una creatura intelectual que un conjunto compuesto de irracionales y de la creatura intelectual" (Ibíd., p. 105).

   El ecumenismo está henchido de gnosis, al igual que toda el pensamiento moderno, pues como dice el P. Meinvielle: "Hay una continuidad total entre Maritain con su cristiandad laica, Congar con su autonomía del mundo frente a la Iglesia, Schillebeckx y Rahner con su cristianismo implícito del mundo, y Robinson, Altizer, Hamilton, Harvey Cox, con su secularización completa del cristianismo. Una cosa trae la otra. La lógica sigue su camino riguroso e irreversible" ("De la Cáb.", p. 423).

III. La Gnosis personalista

   El personalismo que tiene por ideólogo a Maritain y por propalador a Mounier no escapa en consecuencia a la contaminación gnóstica, sino que es su más refinada expresión. Conviene advertir, en primer lugar, que Vaticano II en este punto no hace más que seguir los pasos de Maritain, quien fue refutado por el venerable P. Julio Meinvielle en su libro "Crítica de la Concepción de Maritain sobre la Persona Humana", ed. Nuestro Tiempo, Ss.Aires 1948, por incurrir en el error de la herejía pelagiana (o neo-pelagianismo personalista).

   Considerar que el hombre se ordena -o comunica- directamente a Dios por sus propios actos voluntarios y libres, es un error que reaviva la herejía pelagiana, gracias al pensamiento de Maritain, que con el error del personalismo marcó su huella en el Concilio Vaticano II.

   Dicho Concilio, al igual que su maestro Maritain, reivindican la dignidad de la persona humana, dada su trascendencia, que le permite ordenarse directa e inmediatamente con Dios (lo Absoluto), de tal modo que Maritain llega a decir que "la persona tiene una dignidad absoluta porque está en una relación directa con lo absoluto, en el cual sólo puede encontrar su perfecta realización" ("Les Droits de I'Homme", Desclée de Brouwers, Paris, 1989, p.22). Queda así planteada en síntesis por Maritain toda la preocupación de Hegel y del mundo moderno tal como lo reconoce Rocco Buttligione: "Este tema de la relación entre lo finito y lo infinito es el corazón de la dialéctica hegeliana y, sobre este similar, de toda la cultura moderna. Ésta ha intentado secularizar la gran afirmación cristiana del encuentro, en Cristo, de lo finito con lo infinito presentando esta conclusión como realizada en virtud de la fuerza autónoma de la naturaleza, de la historia o del hombre y no como acto gratuito de Dios de hacerse presente en la gracia" ("El Pensamiento de Karol Wojtyla", ed. Encuento, Madrid 1992, pág.64). Queda así reflejada la veta profundamente hegeliana no sólo de Maritain sino también de Henry de Lubac como de Juan Pablo II.

   Atribuir a la persona humana en cuanto a tal (ut sic), una ordenación (o comunicación) directa e inmediata con Dios es suprimir, se quiera o no, el fundamento que distingue el orden natural del orden sobrenatural y adjudicar a la persona humana prerrogativas que sólo corresponden al orden de la gracia. Y como el P. Meinvielle señala: "Pretender que la persona humana -en cuanto tal- tiene derecho a una comunicación directa e inmediata con Dios en su Divina Deidad, sería incurrir en el grandísimo error de los pelagianos del que no pueden considerarse inmunes algunas expresiones de Maritain" ("Crít.", p.77), lo cual podemos extender al mismo Concilio Vaticano II y a Juan Pablo II. Se comprende así todas aquellas expresiones tan reiteradas del Concilio y de Juan Pablo II sobre la transcendencia y la dignidad de la persona humana en relación directa con lo Absoluto.

   Sin la gracia y el orden sobrenatural que ésta implica, no hay ni puede haber ordenación directa del hombre a Dios. La Teología católica enseña a través de Santo Tomás que: "Ia gracia santificante ordena al hombre inmediatamente a la unión del fin último" (S.Th.,I-II, q. 111, a.5) es decir, a Dios. Lo contrario es puro pelagianismo.

   El P. Meinvielle advierte así: "la comunicación directa e inmediata de la criatura intelectual con Dios no se verifica sino en el plano sobrenatural y de ningún modo en el natural. No son, por tanto, las exigencias de la persona humana, en cuanto tal, sino las del orden sobrenatural, completamente gratuito e indebido" ("Crít.", p. 82). Pues de lo contrario, caeríamos en el error denunciado por el Cardenal Siri en su libro "Getsemani", p. 58 (Cf. p. 15 de este trabajo), haciendo alusión a Henri de Lubac, quien suprime la gratuidad de la gracia. Error que en términos maritainianos se pregona valiéndose de la dignidad de la persona humana hecha a imagen y semejanza de Dios, como tantas veces recalca Juan Pablo II.

   El Cardenal Siri señala que "la noción de infinito, el anhelo de infinito, expresan la posibilidad que tiene el hombre para entrar en contacto continuo con la infinidad de Dios. Pero, no se puede decir que este anhelo de infinito signifique que el hombre pueda participar por identidad de la infinidad divina" ("Get.", p. 61).

   Dentro de este contexto se comprende el pensamiento de Juan Pablo II cuando se refiere en su libro "Signo de Contradicción", a la mentalidad moderna que se apoya en la afirmación de la transcendencia de la persona humana, típica del personalismo.

   Tal es la importancia de la transcendencia de la persona humana para Juan Pablo II que "la Iglesia de nuestro tiempo se ha hecho particularmente consciente de esta verdad y, por ello, a su luz ha logrado redefinir en el Concilio Vaticano II su propia naturaleza" ("Sig.", ed. BAC, Madrid, 1979, p. 24).

   La ordenación o comunicación directa e inmediata con Dios tal como la concibe Maritain, Vaticano II y sus seguidores más fervientes como Juan Pablo II, contradicen la gratuidad de la gracia y de todo el orden sobrenatural, haciendo de ello una exigencia de la dignidad de la persona humana que en su transcendencia reclama la visión beatifica.

   Conviene tener en cuenta, como bien explica el P. Meinvielle, que aun en el orden sobrenatural "la comunicación inmediata de Dios a la persona humana santificada por la gracia no se verifica tan inmediatamente como si no fueran necesarios prerrequisitos internos y externos; es necesario, por un lado, que la persona humana, al menos con voto implícito, tome la posición que le corresponde dentro de la Iglesia, Sociedad Sobrenatural; por otro lado, que se ubique debidamente dentro del orden universal por el cumplimiento de la Ley Natural, y aun dentro del orden social-político por el cumplimiento, también, de los preceptos naturales correspondientes" ("Crít.", p. 82).

   Luego es falsa la postura de Maritain que exalta de tal modo la dignidad de la persona humana y su trascendencia, como si por sí sola se ordenara a Dios por sus propios actos voluntarios y libres, por el hecho de ser persona (error pelagiano) y que, en el supuesto caso que cuente con la gracia, será para destituirla de su gratuidad, haciendo de ella una exigencia (y no un don absolutamente gratuito) de la dignidad de la persona humana que, al ser hecha a imagen y semejanza de Dios reclama ver su esencia en su divinidad en la cual puede encontrar su perfecto acabado y realización. Es el error personalista y en definitiva gnóstico de Vaticano II

IV.La Gnosis de Juan Pablo II

   Juan Pablo II, Papa ecumenista y personalista por excelencia, encarna el ideal de la gnosis cabalista llevando a la Iglesia a su más terrible crisis que sólo hace pensar en la gran tribulación de los últimos tiempos, con la pérdida casi total de la fe, en la más espantosa de las apostasías. Este misterio de máxima iniquidad parece ser el gran secreto de Fátima prácticamente puesto en el "index" por el propio Vaticano, sepultándolo para siempre, no queriendo hablar más de él.

   Para probar el gnosticismo de Juan Pablo II basta confrontar lo que él mismo dice y hace con lo expuesto respecto a la gnosis del ecumenismo y la de sus personajes más relevantes como de Lubac, Rahner y Maritain.

   La gnosis cabalística del Ecumenismo recae sobre Juan Pablo II al ser su principal propalador.

   Juan Pablo II sigue la línea de Lubac, Rahner y Maritain y éstos, al ser gnósticos, hacen que Juan Pablo II siga la misma línea gnóstica, no hay escapatoria. Y esto es lo que vamos a ver ahora, no sin antes aclarar que, en primer lugar, la formación artística de Juan Pablo II fue gnóstica por medio de su director Mieczyslav Kotlarczyk, que fue gnóstico y con quien tuvo gran amistad y estima, al punto de prologar -siendo Wotyla Cardenal-, un libro de su antiguo profesor de teatro: "Los lazos estrechos entre Kotlarczyk y Karol Wotyla se manifestarán incluso cuando este último, siendo Cardenal de Cracovia, escriba la introduccíón del libro de su antiguo profesor de teatro" (Daniel le Roux, "Pierre m'aimes-tu?", ed. Fideliter, 1988, p.64).

   Como dice Le Roux hay un "lazo directo entre Kotlarczyk y la teosofía", (que es una especie de gnosticismo) y cita el libro "El pensamiento de Karol ojtyla" del profesor Rocco Buttiglione: "Sobre la relación entre las palabras y las cosas, Kotlarczyk lee y medita los textos de la tradición teosófica (de Helena Petrovna Blavatsky), de fonética y de linguística (Otto Jespersen), de la tradición hebráica (Ismar Elbogen), fundiéndolo todo en una síntesis personal" ("Pierre.", p. 63).

   Rudolf Steiner(8), uno de los sucesores de Blavatsky, junto con Annie Bezant, eran la cabeza de la sociedad teosófica, cuyo cristianismo era "un cristianismo cósmico, adogmático y, claro está, evolucionista... los medios de difusión del teosofismo steineriano fueron y siguen siendo el teatro, la danza, etc..." ("Pierre.", p. 63). Es decir, que el teatro era el medio de difusión de la teosofía, del pensamiento gnóstico con pretensiones cristianas. De aquí la relación entre Wojtyla, Kotlarczyk, teatro y teosofía: "Kotlarczyk no se apoyaba solamente sobre el romanticismo polaco, sino también sobre los místicos del Este y del Oeste y sobre Rudolf Steiner y su Goethéanum a Dornach. Convencido de su potencia, cultivaba la palabra, el Logos" ("Pierre.", p. 63). "La teosofía se dice (Mons. Delassus) la esencia misma de las religiones pasadas, presentes y futuras" ("La Conj.", T.II, p. 729).

   "Nosotros sabemos -dice Le Roux- que Mieczyslaw Kotlarczyk leyó y meditó los textos de la tradición teosófica de Helena Blatratsky con el fin de elaborar su síntesis personal sobre la relación entre las palabras y las cosas". ("Pierre.", p. 83). Y el teatro es el modo de manifestarlo, no lo olvidemos.

   La gnosis le viene a Juan Pablo II de su tierna juventud a través del teatro. Luego la cultivaría con las corrientes del pensamiento moderno, adhiriéndose a de Lubac, Rahner y Maritain por nombrar a los más notorios. El personalismo será la corriente más acabada de este gnosticismo, que tergiversa las verdades más excelsas de la Doctrina Católica sobre Dios y respecto al hombre. Con relación a este último se desvirtúa la noción de imagen de Dios (Imago Dei) y capacidad de Dios (Capax Dei), con el consecuente deseo natural de ver a Dios con lo cual se afecta el orden de la gracia y su absoluta gratuidad.

   Tenemos así, cómo de Lubac, Rahner y Maritain se armonizan y complementan dentro del más acabado personalismo gnóstico-cabalista. El personalismo retoma invirtiendo las nociones sobre la capacidad de Dios, la imagen de Dios, el deseo natural de Dios, convirtiéndose en una de las más grandes herejías en la cual convergen y se sintetizan casi todas las anteriores. Henri de Lubac, niega la gratuidad de la gracia, para quien la gracia es exigida por la persona humana. Karl Rahner lo mismo, con su cristianismo implícito, anónimo; ideas todas que Juan Pablo II comparte y reparte propagando su ecumenismo gnóstico-personalista.

   No exageramos, hagamos la confrontación entre Juan Pablo II y los personajes que más influyeron con su pensamiento liberal y modernista, para ver la continuidad y la aceptación de las ideas fundamentales.

   Juan Pablo II no deja de hacer alusión cada vez que puede a la noción de infinito y a las consecuencias que conllevan referidas a Dios y al hombre. En "Signo de Contradicción" Juan Pablo II, aun siendo todavía Cardenal, resalta la mentalidad moderna en torno a la transcendencia de la persona humana: "La mentalidad moderna se apoya en la experiencia del hombre y en la afirmación de la trascendencia de la persona humana. El hombre se supera a sí mismo, el hombre debe superarse a sí mismo. El drama del humanismo ateo -tan agudamente analizado por el padre de Lubac- consiste en despojar al hombre de este su ca rácter trascendental, en destruir su definitiva significación personal. El hombre se supera tendiendo hacia Dios y de ese modo supera los límites que le imponen las creaturas, el espacio y el tiempo, su propia contingencia." ("Sig., pp. 21-22). También se hace patente el significado del ateísmo como una negación de la transcendencia de la persona humana que alcanza lo infinito, quedando involucradas las ideas subyacentes de capax Dei, imago Dei y deseo natural de Dios, como veremos, y que caracterizan el personalismo: "La trascendencia de la persona se halla estrechamente vinculada con la referencia a Aquel (...) se vincula con la referencia a Aquel que es también totalmente Otro, porque es infinito" ("Sig.", p. 22). La relación entre transcendencia e infinito es clara. Ahora veamos la proyección: "El hombre posee el concepto de la infinitud (...) La infinitud encuentra, pues, en él, en su inteligencia, el espacio adecuado para aceptar a Aquel que es Infinito, Dios de inmensa majestad;... A este Dios confiesa el trapense o el camaldulense en su vida de silencio. A Él se dirige el beduino en el desierto, cuando llega la hora de la oración. Y tal vez también el budista, que, concentrado en su contemplación, purifica su pensamiento preparando el camino hacia el nirvana" ("Sig.", p. 22). Se ve así cómo para Juan Pablo II, el hombre en su transcendencia, con su noción de infinito, se eleva hacia Dios sea cual sea su culto o creencia. El hombre por ser persona y como tal, transcendente, logra la comunicación directa y personal con lo Absoluto, con Dios Infinito. Es esta trascendencia persona lista lo que constituye la oración y por esto "la Iglesia del Dios viviente congrega a todos los hombres, que en cualquier forma toman parte en esta maravillosa trascendencia del espíritu humano... La manifestación de esta trascendencia de la persona humana la constituye la oración de la fe..." ("Sig.", p. 23). Juan Pablo II no deja de repetirlo: "El hombre recibe de Dios su dignidad esencial y con ella la capacidad de trascender todo ordenamiento de la sociedad hacia la verdad y el bien" ("Centesimus Annus" n° 38). "...la esencial 'capacidad de trascendencia' de la persona humana" (Ibid., n° 41). "...la dignidad trascendente de la persona humana, imagen visible de Dios
invisible" (Ibid., n° 44).

   Esta "maravillosa transcendencia" que Juan Pablo II pone de manifiesto como si fuera la gran Revelación, la panacea del saber, es lo que le llevó incluso a concebir y redefinir la Iglesia según la óptica del personalismo.

   La noción de infinito a la cual hace referencia Juan Pablo II, es la misma que lleva al Cardenal Siri a decir, hablando del P. de Lubac y de su negación de la gratitud de la gracia: "El razonamiento fundamental puede expresarse de esta manera: el acto intelectual trae consigo la posibilidad de referirse a la noción de lo infinito; por lo tanto, lo sobrenatural está exigido en sí mismo por la naturaleza humana" ("Get.", p. 58). "¿Cómo concluir con sencillez y lógica, que no sea sofisticada, que la referencia a la noción de infinito significa automáticamente que lo infinito sea comprendido? (...) Es muy grave, pues, emitir como principio que la referencia al orden de lo infinito implica que la esencia de lo infinito sea la naturaleza humana" ("Get.", pp. 60-61), lo cual recae directamente también sobre Juan Pablo II.

   El deseo natural de ver a Dios es otra de las verdades que el ecumenismo gnóstico-personalista desvía y tergiversa, pues "de todas maneras, el P. de Lubac habla de un 'deseo natural absoluto' de la visión de Dios. Esta noción del deseo natural absoluto, a pesar de todos los esfuerzos especulativos empleados, excluye la gratuidad de lo sobrenatural, es decir de la visión beatifica" ("Get.", p. 65), lo cual es otra de las pretensiones del personalismo neopelagiano que Maritain encabeza. Por esto el P. Meinvielle afirma en un importante texto: "El planteamiento maritaniano, en efecto, exige que se atribuyan a la persona humana, en cuanto a su condición de persona, prerrogativas sobrenaturales que, según la teología católica, exceden a la capacidad de toda naturaleza creada o creable; luego la exaltación y sublimación del hombre al consorcio de la divina naturaleza ya no es una gracia, sino una deuda o exigencia reclamada por la persona humana, en su condición de persona" ("Crít.", p. 167). He aquí la pretensión del personalismo, pretensión que feu ya calificada depelagianismo (Cf. más ariba, p.21) y que el P. Meinvielle vuelve a ratificar: "Ni se diga que no incurre en la herejía pelagiana..." (Crit.", p. 166).

   Juan Pablo II no deja de decir, cada vez que puede, repitiendo Vaticano II, que Cristo revela al hombre y que el misterio del hombre se esclarece con y en el misterio de Cristo, etc. Pues bien, esta noción es la misma que el Cardenal Siri imputa a Henri de Lubac: "El Padre de Lubac dice, que Cristo revelando al Padre y revelado por Él, acaba de revelar el hombre a él mismo. ¿Cuál puede ser el significado de esta afirmación? O Cristo es únicamente hombre, o el hombre es divino" ("Get.", p.60). Grave alternativa plantea el Cardenal Siri, pues cualquiera de las dos comportan la herejía, la primera es la herejía arriana y la segunda la herejía gnóstica por excelencia. Y como dice el Cardenal al final del parrafo: "De ahi, sin quererlo conscientemente, se abre el camino al antropocentrismo fundamental".

   Aquí tenemos el origen del antropocentrismo que propaga por doquier Juan Pablo II: "En realidad el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo Encarnado... Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación del misterio del Padre y de su amor, manifiesta plenamente al propio hombre" ("Redemptor Hominis", n° 8).

   Otra idea tan querida de Juan Pablo II, y que la toma de Rahner, es la famosa unión de Cristo con todo hombre por el hecho de la Encarnación, repetida hasta el cansancio (Cf. "R. H." n° 8-13-14-18).

   El antropomorfismo patente de la nueva religión postconciliar no es más que el carácter gnóstico-cabalístico que la nutre. Antropomorfismo que es un verdadero antropoteísmo.

  Para Juan Pablo II la Revelación, la gran noticia y objeto de su predicación es el misterio (gran secreto) que Cristo manifiesta al hombre, que como El (Cristo imagen del Padre) nos desvela lo que es el hombre (también imagen de Dios): es el carácter divino del hombre, lo que Cristo nos revela. Por eso el misterio del hombre se esclarece con el misterio de Cristo encarnado. Esta es la síntesis de la gnosis que Juan Pablo II propone como la gran Revelación para el hombre; así se explican las frases confusas para el neófito, pero deslumbrantes para el iniciado en las verdades de la gnosis: "Jesucristo es el camino principal(9) de la Iglesia. Él mismo, es nuestro camino 'hacia la casa del Padre' y es también el camino hacia cada hombre. En este camino por el que conduce Cristo al hombre, en este camino por el que Cristo se une a todo hombre, la Iglesia no puede ser detenida por nadie". Y la razón nos la da el mismo Juan Pablo II puesto que "aquí se trata por tanto del hombre en toda su verdad, en su plena dimensión...", ¿cuál es esta dimensión?: "Se trata de 'cada' hombre, porque cada uno ha sido comprendido en el misterio de la Redención y con cada uno se ha unido Cristo, para siempre, por medio de este misterio" ("Redemptor Hominis", n° 13), misterio de la Redención que es la prolongación del misterio de la Encarnación por la cual Cristo se une con cada hombre: "Por esto precisamente, Cristo Redentor, como se ha dicho anteriormente, revela plenamente el hombre al mismo hombre. Tal es -si se puede expresar así- la dimensión humana del misterio de la Redención. En esta dimensión el hombre vuelve a encontrar la grandeza, la dignidad y el valor propio de su humanidad. En el misterio de la Redención el hombre es 'confirmado'... El hombre que quiere comprenderse hasta el fondo de sí mismo... debe 'apropiarse' y asimilar toda la realidad de la Encarnación y de la Redención para encontrarse a sí mismo...", lo cual llevará al hombre a una "profunda maravilla de sí mismo...". Esto será el "profundo estupor respecto al valor y a la dignidad del hombre" que "se llama Evangelio, es decir, Buena Nueva" ("Redemptor Hominis", n° 10). Esta es la gran Revelación, el Evangelio, la Buena Nueva de Vaticano II y de Juan Pablo II: la gnosis, que revela la divinidad del hombre. En esto consiste "el primado del hombre" ("L'Osservatore Romano", ed. Española 22/3/91, p.6, col.4) y por esto seguirá repitiendo que "hay que amar al hombre porque es hombre; hay que reivindicar el amor del hombre por el hombre en razón de la particular dignidad que posee" ("L'O.R.", ed. Española 22/3/91, p.7, col. 1).

   Este es el gran tema de la predicación de Juan Pablo II, en concordancia con Vaticano II, y reafirmando mil veces: "Llevar la plenitud de la Palabra de Dios a la gente, dirigir su mirada hacia el misterio de Cristo, ayudarles a entender la dignidad humana y el significado de la vida en clave de Redención es el supremo servicio de la Iglesia a la Humanidad". Sí, en clave de Redención, la cual consiste, como expresa cinco renglones más abajo, en el "principio de la Encarnación", que es "la unión de Cristo con cada ser humano" ("L'O.R.", ed. Española, 7/8/88, p. 9, col.2).

   Para que no quede ni la menor duda que la clave, o verdad-clave a la cual Juan Pablo II se refiere, citaremos el siguiente texto: "En la base de todas mis exhortaciones de cara a una fraternal solidaridad y amor estaba la verdad-clave proclamada por el Concilio Vaticano II: El Híjo de Dios con su Encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo hombre" ("L'O.R.", ed. Española 7/VIII/88, p.7, col. 2).

   Este es el nuevo Evangelio que Juan Pablo II viene a proclamar cuando dice: "Vengo para proclamar el Evangelio de Jesucristo a todos los que libremente deseen oírme... a proclamar una vez más el mensaje sobre la dignidad del hombre, con sus derechos humanos inalienables" (Ibíd., col. 3).

   Para Juan Pablo II "a través de la Encarnación, Dios ha dado a la vida humana la dimension que quería dar al hombre desde sus comienzos y la ha dado de manera definitiva" ("Redenptor Hominis", n° 1). Por tanto, la Encarnación da, de manera definitiva, para siempre, lo que quiso dar desde sus comienzos: la salvación, la visión de Dios cara a cara, la vida eterna; la herejía de la salvación universal de todos los hombres, pero que, para Juan Pablo II, bajo su óptica gnóstica es el esplendor de la verdad. Este es el "nuevo humanismo cristiano" del que tanto habla ("L'O.R.", ed. Española 7/VIII/88, p. 9, col. 4).

   Esta idea o verdad-clave Juan Pablo II la toma de Rahner, cuyo gnosticismo como ya vimos no ofrece duda: "Kan Rahner, S.J. (dice el P. Meinvielle) ha sistematizado, quizás con excesiva fuerza, lo que él llama un cristianismo invisible, que seria efecto de una 'consagración de la Humanidad por la Encarnación del Verbo'. (...) 'Al hacerse hombre el Verbo de Dios, dice Rahner, la Humanidad ha quedado convertida real-ontológicamente en el pueblo de los hijos de Dios, aun antecedentemente a la santificación efectiva de cada uno por la gracia'. 'Este pueblo de Dios que se extiende tanto como la Humanidad'... 'antecede a la organización jurídica y social de lo que llamamos Iglesia'... 'Por otra parte, esta realidad verdadera e histórica del pueblo de Dios, que llamamos Iglesia en cuanto magnitud social y jurídica... puede adoptar una ulterior concretización en eso que llamamos Iglesia'.:. 'Así, pues, donde y en la medida que haya pueblo de Dios, hay también ya, radicalmente, Iglesia, y, por cierto, independiente de la voluntad del individuo'... De aquí se sigue que todo hombre, por el hecho de ser hombre, ya pertenece, radicalmente, a la Iglesia. Esta pertenencia radical implica una actualidad de pertenencia que no era admitida por Santo Tomás, quien habló sólo de pertenencia en potencia, y que es la admitida corrientemente hasta aquí por los teólogos. Esta pertenencia actual, aunque no plenamente desarrollada, da todo derecho para que consideremos y llamemos 'cristiano' a todo hombre por ser hombre." ("La Iglesia y el Mundo Moderno", ed.Theoria, Bs.As., 1966, pp. 143-144). "Estar unido en potencia -explica el P. Meinvielle- significa que pueden estar unidos pero no que lo están efectivamente; en Rahner, en cambio, la unión de la Humanidad en Cristo sería radical, vale decir, en raíz, y por lo mismo actual, aunque no plena. Esta actualidad de la unión es lo novedoso de Rahner y también lo antojadizo y falso. De esa idea ha de servirse E. Schillebeckx para su elucubración en que identifica Iglesia y humanidad" ("De la Cáb.", p. 374).

   La influencia de Rahner tanto en Vaticano II como en Juan Pablo II es patente, prácticamente está calcada. La evidencia no se puede negar, los hechos están a la vista.

   "No cabe duda -dice el Cardenal Siri- que aquí Rahner alttera radicalmente el pensamiento y la fe de la Iglesia a propósito del misterio de la Encarnación del Verbo de Dios en Jesucristo tal y como se afirma en el Evangelio y en la Tradición: 'Si en general, la esencia del hombre se entiende, en este sentido ontológico- existencial, como la transcendencia abierta... al ser absoluto de Dios, la Encarnación puede presentarse, por consiguiente, como el cumplimiento absolutamente sublime (siendo completamente libre, gratuito y único) de aquello que generalmente significa hombre'" ("Get.", pp. 85-86).

   Rahner es un gnóstico acabado (de pies a cabeza), y si parece exagerada a más de uno esta afirmación tan tajante, nos remitiremos a algunas proposiciones calificadas por el Cardenal Siri como desconcertantes que no hacen más que manifestar la concepción gnóstica: "Citamos por ejemplo algunas proposiciones desconcertantes: 'Se podría definir al hombre como aquello que surge cuando la auto-expresión de Dios, su Palabra, se lanza por amor en el vacío de la nada sin Dios... Si Dios quiere ser no-Dios, aparece el hombre, podemos decir, verdaderamente él, y nada más'. 'Es necesario decir de Dios, a quien nosotros profesamos en Cristo, que está precisamente donde estamos nosotros y sólo ahí podemos encontrarlo'." ("Get.", p. 82). Así pues, para Rahner, allí donde está el hombre está Dios; esto es gnosticismo bien refinado. Al igual que Borella: "Por consiguiente, basta referirse al cumplimiento de la esencia humana para aceptar al Hijo del Hombre, Cristo, porque en Él, Dios ha asumido el hombre. 'Por eso, quien (por más lejos que esté de cualquiera revelación explícitamente formulada en forma verbal) acepta su existencia, y luego su humanidad... éste, aun sin saberlo, dice sí a Cristo. Quien acepta completamente su ser-hombre... acepta al Hijo del hombre, porque en Él, Dios ha aceptado el hombre'" ("Get.", p. 87) y como advierte muy agudamente el Cardenal Siri: "Pero de todo eso resulta sutilmente quizás, pero muy claramente, la inutilidad del acto de fe y así se destruye un dato fundamental. El acto de fe se vuelve inútil porque en mi esencia está Dios; porque todas las acciones tienen a Dios como Autor; el acto de fe presupone otra relación entre el hombre y Dios, entre criatura y el Creador. Si acepto a Cristo por el mero hecho de 'aceptar mi esencia', el acto de fe es una sin razón" ("Get.", p. 88). Esto es tremendo, pero no es más que la gran herejía gnóstica de siempre, y es, por un misterio de verdadera iniquidad, la doctrina de la Iglesia postconciliar.

   Es entonces así como Karol Wojtyla (que aún no era Papa), emparentándose con Rahner, puede formular una de sus herejías: "Todos los hombres, desde el principio del mundo y hasta su final, han sido redimidos y justificados por Cristo y por su Cruz" ("Sig.", p. 113). Sí, herejía, pues si todos los hombres son justificados, ¿quién se condena?: nadie. Lo cual es herético.

   La correspondencia entre el pensamiento de Juan Pablo II y Rahner, la evidencia el siguiente texto: "Grave, en la enseñanza de Rahner, es que la salvación del hombre, que se verifica en la unión con Cristo, no deriva de un acto libre del hombre, sino que se produce automáticamente y por el hecho de ser hombre" (Meinvielle, "De la Cábo", p. 374).

   Esta es la gnosis cabalista, introducida de lleno en la Iglesia a partir de Vaticano II. La pérdida de la Fe Católica Apostólica Romana, la gran crisis de la fe que atraviesa la Iglesia, no nos sorprendamos, es un hecho, y contra los hechos no se puede objetar nada. "Unos después de otros -afirma el Cardenal Siri- todos los principios, todos los criterios y todos los fundamentos de la fe, han sido puestos en tela de juicio y se desmoronan" ("Geto", p. 88). ¿Cómo no se va a desmoronar la fe, con la penetración de la Cábala judaica y de su gnosis, en el seno de la Iglesia? ¿Qué se puede esperar, cuando se afirma la identidad de esencia entre Dios y el hombre y se socavan los Dogmas principales con proposiciones sabiamente urdidas, modo característico del ienguaje esotérico de la gnosis?: "... ya hemos señalado a Karl Rahner enseñando que Dios y el hombre tienen la misma esencia. Kan Rahner,... no sólo afirma de varios modos esta identidad de esencia de Dios y del hombre, sino que destruye, mediante un gran número de proposiciones sabiamente enredadas, toda la verdad de la Doctrina sobre la Encarnación de Jesucristo" ("Geto", pp. 279-280). Se vislumbra así, la realización de las profecías de La Salette: "Roma perderá la fe y será la Sede del Anticristo" y de Fátima, que se refiere en esencia -por los estudios realizados- a la gran crisis de fe, sólo comparable con la gran Apostasía anunciada por las Sagradas Escrituras, para el fin de los tiempos.

   Nosotros no podemos, por tanto, dejar de denunciar por el Honor de Dios, de la Verdad, la cabalización de la Doctrina de la Iglesia, por medio del Concilio Vaticano II, gracias al cual las tinieblas del error y el humo de Satanás invadieron toda la atmósfera de la Iglesia.

   Juan Pablo II se hace eco de toda esta corrupción de la fe. Él mismo fue un iniciado en el esoterismo de la gnosis cabalista. Desde su temprana juventud absorbió el germen del ideal gnóstico, que él pregona como verdad-clave de su enseñanza. El mismo Cardenal Siri se atreve a decir tímidamente refiriéndose a enseñanzas ocultas: "Unas consideraciones sobre la persona de Cristo evocan ciertas doctrinas ocultas a propósito de la Encarnación del Verbo de Dios, en particular las de los antropósofos y de los Rosacruz" ("Get.", p. 290). Y cita al pie de la página un libro de Rudolf Steiner (1861-1925, fundador de la sociedad teosófico- cristiana antroposófica), "De Jésus au Christ", y otro libro de Max Heindel, "Cosmologie des Rose-Croix".

   Ya vimos la relación que había entre Steiner (gnóstico), Kotlarczyck (director de teatro, amigo y profesor de Wojtyla) y Juan Pablo II.

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