EL VATICANO II y LOS ERRORES LIBERALES
                                                                                                                (MICHEL MARTIN)


I

LA CONTRADICCIÓN CON LA DOCTRINA DE LA IGLESIA

   ¿Están ciertos textos del Concilio Vaticano II más o menos contaminados por errores liberales? Esto es lo que afirmó aun durante el Concilio, el Coetus lnternationalis patrum que agrupaba a los obispos tradicionalistas.

   Desde entonces, algunos teólogos aislados no han cesado de hacer la misma acusación, pero ésta siempre ha sido acogida con indiferencia salvo por una pequeña minoría de "integristas", como les dicen. Recientemente la penosa cuestión de Ecône ha llevado este asunto al primer plano de la actualidad católica.

   A aquellos que se indignan porque pueda considerarse discutible un texto conciliar, les recordaría que, como lo ha dicho el mismo Pablo VI, ningún texto del Vaticano II tiene el carácter de definición o de decisión infalible. Con todo el respeto debido a la Iglesia docente, los teólogos tienen, pues, libertad para discutir el asunto que es objeto de este artículo.

   Señalemos, sin embargo, que sólo el Papa, mediante definiciones "ex cathedra", podría dar una solución completa y definitiva a los graves problemas planteados por las acusaciones de las que son objeto ciertos textos de Vaticano II.

   Pero supongamos ahora que una afirmación esté en contradicción evidente, patente, manifiesta, con una doctrina que la Iglesia ha definido infaliblemente. ¿Tenemos entonces necesidad de una declaración de la Iglesia docente para rechazarla? Imaginemos, por ejemplo, que una secta sostiene que no hay más que dos personas en Dios: el Padre y el Hijo. ¿Tenemos necesidad de una declaración de la Iglesia docente para decir que esa de. claración debe ser rechazada porque está en contradicción con el dogma trinitario infaliblemente definido?

   Es cierto que una contradicción entre dos doctrinas no siempre es evidente y en ese caso se requiere el veredicto de la Iglesia docente.

   Pero cuando se trata de dos doctrinas claramente expresadas, una de las cuales es manifiestamente la negación de la otra ¿tenemos necesidad de una declaración de la Iglesia docente que nos diga que hay contradicción? Al comprobar una contradicción evidente, no hacemos ningún juicio doctrinal, sino solamente un juicio de hecho. Ya no estamos en el dominio de la Teología sino en el de la Lógica.

La declaración sobre la libertad religiosa

   Con los obispos del Coetus Internationalis Patrum, afirmo desde hace 10 años, sin que jamás se me haya respondido más que con evasivas, que hay una contradicción evidente, patente, manifiesta, entre ciertas afirmaciones del Vaticano II y la doctrina tradicional.

   Además, estas afirmaciones del Vaticano II son reproducción casi palabra por palabra de proposiciones condenadas por Pío XI en forma infalible.

  Si no están infaliblemente definidas, ¿no son entonces las afirmaciones conciliares las que debemos rechazar?

   Pero al no querer admitir esta conclusión, los defensores del Concilio se ven obligados a sostener que no hay contradicción, siendo solamente doctrina conciliar, según ellos, el desarrollo de la Tradición.

   Confrontaremos aún más los textos, pero es fácil darse cuenta de que, al declarar que dos doctrinas son compatibles, cuando por lo menos nueve de cada diez personas las estimarían contradictorias, es la verosimilitud de todo lo que enseña la Iglesia lo que se compromete.

II

EL LIBERALISMO y EL CATÓLICO LIBERAL

   En su esencia el liberalismo es la negación a aceptar una verdad o una ley que se impone al hombre desde afuera. El hombre debe ser libre de juzgar por sí mismo la Verdad. Cada uno tiene su verdad.

   Según la doctrina católica, por el contrario, el hombre tiene el deber de creer las verdades que Dios ha revelado y que la Iglesia enseña infaliblemente.

   Los dos puntos de vista son inconciliables y los masones, para quienes el liberalismo es un dogma, no se han equivocado al respecto. Veamos lo que dice uno de ellos:

   ¡ Maestra de Verdad!

   "Sin duda jamás en términos tan categóricos, tan definitivos en su rudeza ni en un resumen tan sorprendente, la Iglesia había señalado su voluntad imperiosa de imponer su dogma ni había recalcado tanto que ese dogma era la única verdad.

   "Entonces es necesario plantearse honestamente la cuestión de saber adónde puede llevar un diálogo con un interlocutor que ya antes de empezar a dialogar declara que él es maestro de la verdad por la voluntad de Dios." (Jacques Mitterand, La polítique des Francmaçons).

   En efecto, en buena lógica católico y liberal son dos palabras que se
 excluyen.

   En su gran mayoría, sin embargo, los católicos actuales son más o menos liberales.

   Esto no quiere decir que esos católicos hayan pasado las enseñanzas de la Iglesia por el tamiz de su razón, para no retener más que lo que ellos mismos han juzgado verdadero; semejante católico, en verdad, es una excepción.

   Pero los católicos están hoy sumergidos en un mundo en donde el pensamiento se aleja cada vez más de la doctrina tradicional de la Iglesia. Tironeado entre esa doctrina y "el pensamiento moderno", el católico liberal de hoy es aquél que busca o adopta transacciones entre esos dos sistemas de pensamiento.

   Esa red de transacción ha invadido a la misma Iglesia; un teólogo "moderno" ya no busca tanto profundizar la doctrina ni oponerla a los errores actuales; busca retorcerla (de la manera más simulada posible) para evitar fricciones con el pensamiento moderno.

   No es posible enumerar en un simple artículo todas esas transacciones, de modo que me limitaré al examen de la tesis relativa a las relaciones entre el poder civil y el poder esp1iritual, que figura en la Declaración conciliar sobre la libertad religiosa.

III

LA DOCTRINA DE LA IGLESIA SOBRE EL PODER CIVIL

   No corresponde a la Iglesia dar constituciones a los Estados, pero si enunciar los grandes principios de orden moral a los cuales esas constituciones deben 8atisfacer.

   Esta doctrina de la Iglesia sobre el poder civil es inmutable; en efecto, se basa en la Escritura y en la Tradición y ha sido constantemente enseñada por la Iglesia desde los Santos Padres hasta Pío XII inclusive. Está, por lo tanto, garantizada por el Magisterio ordinario infalible de la Iglesia.

   Además, como lo veremos más en detalle, ciertos puntos de esa doctrina han sido objeto de definiciones "ex cathedra" y están, por lo tanto, garantizados por la infalibilidad del Magisterio extraordinario de la Iglesia.

La doctrina

   Habiendo sido creado por Dios y habiendo recibido todo de El, el hombre debe rendir homenaje a su Creador y muy especialmente a Jesucristo, el Verbo de Dios, que fue instituido por su Padre Rey del Universo.

   Notemos bien que, como lo ha recordado Pío XI (los subrayados son míos): "Su Imperio (el de Jesucristo) se extiende no solamente sobre los pueblos católicos y sobre aquellos que, regenerados en la fuente bautismal, pertenecen en rigor y por derecho a la Iglesia, aunque erradas opiniones los hayan extraviado o el cisma los separe de la caridad, sino que comprende también a todos los que están privados de la fe cristiana; de modo que todo el género humano está bajo la potestad de Jesucristo" (1).

   Pío XI señala a continuación:

   "A este respecto, no hay diferencia entre los individuos y el consorcio civil, porque loS individuos unidos en sociedad no por eso estarán menos bajo la potestad de Cristo de lo que lo está cada uno separadamente"

   El Estado, por lo tanto, no tiene el derecho de ser "laico"; como Estado, debe reconocer la Realeza de Jesucristo y rendirle homenaje, y, por supuesto, actuar de forma que no haya ninguna contradicción entre las leyes civiles que promulgue y las leyes de Dios.

   El Estado tiene el deber de asegurar el bien común de la ciudad y en particular debe proteger a los ciudadanos. Todo el mundo encuentra natural que el Estado se oponga al libre comercio de drogas que destruyen el cuerpo y que, por consiguiente, nadie está obligado a comprar. La Iglesia agrega que el Estado tiene también el deber de proteger a los ciudadanos contra las falsas ideas que destruyen las almas.

   "¿Qué muerte peor hay para el alma que la libertad del error?", decía San Agustín.

   La Iglesia no admite, por tanto, la libertad de decir y de escribir cualquier cosa; en efecto, en completa oposición con el pensamiento moderno, considera que sólo la verdad tiene derechos. Dado que el error no tiene ningún derecho, a lo sumo puede ser tolerado.

   Viniéndole tanto a la Iglesia como al Estado su poder de Dios y ejerciendo su jurisdicción sobre los mismos sujetos, aunque constituyan poderes distintos no pueden ignorarse: "... puede suceder que un mismo asunto pertenezca, si bien bajo diferentes aspectos a la competencia y jurisdicción de ambos poderes..."

   "Es necesario, por tanto, que entre ambas potestades exista una ordenada relación unitiva..." (2).

   En otras palabras, la Iglesia condena la separación de la Iglesia del Estado.

   La doctrina católica sobre el Estado tal como ha sido enunciada desde los Santos Padres hasta Pío XII inclusive, es bastante intolerante, aunque esto contraríe a la mentalidad moderna. Afirma que, no habiendo Jesucristo fundado más que una sola religión, dentro de lo posible se debe tratar de promover el Estado católico. y siendo el culto católico el único que agrada plenamente a Dios, en principio ningún otro culto público debería ser tolerado.

   La Iglesia no impone ninguna forma de poder; admite tanto la república como la monarquía, siempre que se respeten los principios que he resumido más arriba.

Las realizaciones

   Desde el año 313, Constantino y sus sucesores se esfuerzan par realizar este ideal (3). Religión autorizada primero, la religión católica pronto es proclamada religión del Estado. Después de la caída del Imperio, Clodoveo es consagrado rey y en casi toda Europa se establecen monarquías católicas. Hasta comienzos del. siglo xx el Estado católico por lo menos confesional es la regla general. 

   De hecho siempre ha habido estados católicos y el 27 de agosto d 1953 -fecha relativamente reciente,- se firmó un Concordato entre la Santa Sede y España, cuyo artículo 1º decía: "La religión católica, apostólica, romana sigue siendo la única de la nación española..." (4).

La tolerancia. La tesis y la hipótesis

   Pero la Iglesia católica no ignora que en materia política el ideal no siempre es realizable. Admite, por lo tanto, que en los países en los que hay diversas creencias, y para evitar un mal mayor, el Estado católico tolere el ejercicio de otros cultos.

   De allí la distinción clásica entre "tesis" e "hipótesis". La tesis es la doctrina católica en toda su pureza; la hipótesis es lo que es posible realizar teniendo en cuenta las circunstancias.

  Pero la Iglesia exige que nunca se pierda de vista. la tesis y que se haga todo lo posible para realizarla al máximo.

   Pero la justa distinción entre la tesis y la hipótesis va a servir de pretexto a los católicos liberales para renegar de la doctrina tradicional, la cual, según ellos, no conviene a nuestra época.

  Como lo veremos más detalladamente, el Concilio Vaticano II llegará más lejos aún; sin ocuparse ya de la "tesis", a la que ni siquiera recordará, va a declarar que la libertad religiosa en el fuero externo es un derecho para los adeptos de cualquier religión y que ese derecho resulta de la dignidad de la persona humana.

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