16. Teo. Trinidad. La inhabitación y la espiritualidad trinitaria.
16. Teología de la Trinidad  

LA INHABITACIÓN Y LA ESPIRITUALIDAD TRINITARIA.

El Misterio Trinitario, hemos visto que está presente en la vida de la Iglesia. Los sacramentos invitan a la recepción, diálogo y presencia de Dios mismo, pero diferenciado también en sus personas concretas. El Bautismo implica la recepción de Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo. En la Confirmación se reconoce y recibe la fuerza del Espíritu Santo, en la Eucaristía sigue entregándose el Hijo por nosotros, desde el sacrificio de dar su vida en rescate por todos. Es decir, en la vida de la Iglesia, la Trinidad es algo más que un concepto intelectual con el que elucubrar. Ha formado parte de la experiencia enriquecedora de los hombres para su trato de amistad con Dios. En este sentido la creencia en la inhabitación de Dios en el corazón de los hombres, y su encuentro por la gracia, es un don profundo para la vida cristiana.

Por la creación, por el bautismo, por ser hijos del Padre, acogidos por la redención en Jesús, y vivificados por el Espíritu, creemos en la presencia trinitaria en los corazones de los hombres. Es el regalo del encuentro, en cualquier lugar y momento con el Amor de un Dios que se regala constantemente y se abre al interior. Dios hace así del hombre un misterio para los hombres. Es más íntimo al hombre que cualquier intimidad de la que seamos conscientes. Dios es profundidad íntima, más allá de lo que podamos ver y entender: "Dios con nosotros, que es el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo".

La doctrina de la inhabitación nos hace comprender mejor la dignidad del hombre. Si Dios habita en los hombres, es porque son sagrados a los ojos de Dios, y deberían serlo a los ojos de otros hombres. Dios no quiere que perezca ni se pierda ni uno sólo. Somos templos del Espíritu Santo decía San Pablo, es incluso extensible, somos casa del Dios vivo, "del Dios que hace tanto por mi". Por eso el hombre es reflejo del rostro de Cristo, "lo que hicisteis al más pequeño de mis hermanos a mi me lo hacéis", es una identificación total. La vida cristiana se construye, ante esto, en el deseo de amar a los hombres, de entregarse y darse a ellos, siguiendo el modelo trinitario en un profundo amor y servicio. La moral social, la bioética, la acción política, jurídica, social o cultural debería quedar en el cristiano contrastada constante y totalmente por la fe trinitaria.

La espiritualidad trinitaria nos abre fundamentalmente al encuentro con el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, nos invita al encuentro con la Trinidad Santa que inhabita en los hombres, a los hombres mismos, amados por Dios, y redimidos por Él. Sin duda, la primera espiritualidad, la primera catequesis, la primera acción social, moral y ética debería hacerse en la Iglesia desde el amor de las personas de la Trinidad entre sí como primera escuela de aprendizaje de la vida cristiana en todas sus facetas. El don del amor, la esperanza y la fe son regalos de Dios, de un Dios trinitario que ama al hombre infinitamente.

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