16. Teología de la Trinidad |
LA
INTERCOMUNIÓN PERSONAL DIVINA: LA PERSONA. No es adecuado hablar para Dios de relación trascendental, lo que trasciende, siempre expresa algo que va más allá de esas categorías. Para la trinidad es insuficiente e incorrecto, porque la trascendencia da naturaleza divina y única a las tres, desaparecen los opuestos relativos que empleemos: Padre, Hijo y Espíritu. Usamos preferiblemente un lenguaje que hable de relación predicamental, algo que se da entre seres constituidos y con un fundamento nuevo. La generación eterna la funda la paternidad y la relación de filiación. Esta analogía es más temporal, pero nos permite ir algo más lejos. La primera, la relación trascendental no es aplicable porque son principios del ser, y la predicamental sólo es aplicable analógicamente, hablar de Cristo es hablar de amor, de autodonación, del Padre al Hijo, del Hijo al Padre y ambos al Espíritu Santo. La palabra persona es creación de los Padres de la Iglesia buscando un término para el ser trinitario de Dios. La filosofía griega no tenía esta palabra, usaban conceptos cercanos a especie, por influencia de Aristóteles, como resultado de la potencia y el acto, o el hilemorfismo. Chocaba la concepción física de Aristóteles con la radical Evangélica. El término persona, procedente del teatro, como la máscara que usaban los actores, es cambiada en su significado para hablar de Dios. La palabra persona se ha utilizado para hablar de Dios y del hombre, para expresar su identidad y realización, deja de ser individuo, para ser persona. Desde la teología, la definición de persona más auténtica es la de autodonación, a imagen y semejanza de Dios Trino. El término individuo o especie es el usado por la filosofía aristotélica, y tiende a aislar al hombre, a convertirlo en algo cerrado. El termino persona, aprendido de la Teología trinitaria, convierte al hombre en un ser abierto, relacionado y libre, un hombre al encuentro con Dios, imagen de su corazón. Es una analogía creada pero genial para el hombre de hoy, deseoso de cauces para su dignidad. La filosofía del humanismo cristiano del siglo XX, de los franceses Mounier, Blondel o Maritain, subrayan la definición de persona con la característica de la respectividad o apertura a los demás, es el personalismo de Mounier, seguido también por Martín Buber o Zubiri. En nuestros días Carlos Diaz, filósofo español, mantiene esta posición. El hombre es esencialmente respectividad y relación. Esa relación no podemos identificarla como inferioridad ontológica en Cristo, no es creatura sino divinidad, lo relativo no implica inferioridad sino distinción, propiedad, y en una clave más dinámica: intercomunión interpersonal de amor, autodonación radical. El Hijo es autodonación esencial del Padre al que obedece, y el Espíritu lo es de ambos. Por eso la persona humana es respectividad vertical, fruto del amor del creador y religados existencialmente a Él. Dios crea la naturaleza humana a su imagen y semejanza, las crea siendo personas, con capacidad para relacionarse, fruto del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Desde éstos parámetros, la dignidad del hombre es incuestionable, no sólo del hombre, sino de todo hombre y cada uno de ellos, únicos e irrepetibles, ningún hombre queda fuera del amor de Dios, nadie es excluido, el pecado no pueden destruir totalmente en nosotros la imagen y semejanza de Dios. Todos los hombres tienen una dignidad de ser personas, invitados a imitar la autodonación del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. |
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