Raymond Carver 1938/1988

por Valeria Iglesias

Raymond Carver escribió cuentos y poemas (y una o un par de obras de teatro). A pesar de que él se negaba a aceptar el rótulo, lo catalogaron como escritor minimalista.

No quiero entrar en interminables definiciones, porque hay páginas y páginas de teorías, ensayos, estudios, etc, para definir el minimalismo. Y como en estos terrenos teóricos siempre las definiciones son un pescado resbaloso, voy a limitarme a mencionar algunos de los aspectos que, en general, todos concuerdan en mencionar como elementos que caracterizan el minimalismo:

" lenguaje despojado: esto es, un lenguaje sencillo, cotidiano; con la idea de que se puede hacer literatura con las palabras de todos los días.
" brevedad
" puesta en escena mínima
" pocos personajes
" ausencia de una voz omnisciente: por lo general, uno de los personajes narra la historia en primera persona.

Y, sí. Puede que en muchos de sus cuentos encontremos estos elementos. Y en sus poemas (que muchas veces son tan narrativos como sus cuentos) el lenguaje es siempre despojado y directo.

Antes de empezar con los poemas que elegí para acercarles hoy a partir de una breve y arbitraria guía biográfica, quiero hacer referencia a un hecho que quizás explique por qué Carver no se consideraba a sí mismo dentro de la corriente minimalista. Voy a referirme a su editor Gordon Linch, responsable de esa "aridez" en el estilo de Carver. El año pasado cuando preparé el minimalismo de Carver en uno de sus cuentos, ¿Por qué no bailan?, investigando en internet, di con un artículo llamado "El hombre que reescribía a Carver", en el que Alejandro Baricco analiza algunos originales de Carver en contraste con la versión final editada por Linch. Quiero leerles el siguiente pasaje:

El último cuento de la colección De qué hablamos cuando hablamos del amor es brevísimo: cuatro páginas. Se titula "Todavía una cosa''. Formidable, por lo que yo entiendo. Una sacudida eléctrica. Es una pelea. Por un lado, un marido borracho. Por el otro, la esposa con una hija jovencita. La mujer no puede más y le grita al marido que desaparezca para siempre. El dice algo. Se gritan cosas. Casi no hay acción, sólo voces que exhalan miseria, y dolor, y rabia. Lo que te tiene con la respiración en suspenso es que todo está en vilo sobre la tragedia. La violencia del marido parece que está por explotar. Es una bomba encendida. Hay un instante en que todo se vuelve casi insoportablemente filoso. El lanza un tarro contra una ventana. Ella le dice a la hija que llame a la policía. Pero lo que pasa luego es que él dice: "Está bien, me voy'' y va a su cuarto a hacer la maleta. Regresa a la sala. La mecha de la bomba parece siempre más corta. Ultimos compases, de odio puro. El marido ya está en el umbral. Dice: "Sólo quiero decir una cosa.'' Punto y aparte. Ultima frase: "Pero luego no logró pensar lo que podía ser.'' Fin.

Es el clásico Carver. Miserias de una humanidad desarmada y sin palabras. Nada sucede y todo podría suceder. Final mudo. El mundo es una tragedia estática.

En la Lilly Library tomé el escrito de Carver. Lo leí. Llegué hasta el final. El marido está en el umbral. Se voltea y dice: "Sólo quiero decir una cosa.'' Bien. ¿Saben qué pasa? Allí, en aquel escrito, lo dice. Y como si no bastara, ¿saben qué dice? Aquí está:

"Escucha, Maxine. Recuerda esto. Te amo. Te amo pase lo que pase. Y también te amo a ti, Bea. Las amo a las dos.'' Se quedó de pie en el umbral y sintió que los labios le empezaban a temblar mientras las miraba en la que, pensó, sería la última vez. "Adiós'', dijo.

"A esto tú llamas amor'', dijo Maxine y soltó la mano de Bea. Cerró la suya en un puño. Luego sacudió la cabeza y hundió sus manos en las bolsas. Lo miró y dejó caer la mirada, cerca de los zapatos de él. A él le vino a la mente, como en un shock, que iba a recordar para siempre aquella tarde, y a ella parada de aquel modo. Era horrible pensar que en todos los años venideros ella iba a ser para él aquella mujer indescifrable, una figura muda metida en un traje largo, de pie en el centro del cuarto, con los ojos mirando al suelo.

"Maxine", gritó. "¡Maxine!''

"¿A esto lo llamas amor?'', dijo ella, levantando los ojos y mirándolo. Sus ojos eran terribles y profundos, y él los miró, todo el tiempo que pudo.

Leí y releí este final. ¿No es extraordinario? Es como descubrir que, en su versión original, Esperando a Godot termina con Godot que efectivamente llega, y dice cosas sentimentales, o sólo sensatas. Es como descubrir que en la versión original de Los novios, Lucía echa a Renzo y termina con un discurso anticlerical. No sé.

Le dice "Te amo'', ¿entienden? Aquel silencio suyo en el umbral de su casa parecía la última estación de la humanidad y de la esperanza. Y sólo era un hombre que retomaba el aliento, con el corazón despedazado, para encontrar la forma de decir a la mujer que la ama, que a pesar de todo la ama. No es el silencio del desierto del alma. Sólo tenía que tomar aliento. Encontrar el valor. Todo eso.

Quise compartir este pasaje, porque he elegido, o tratado de elegir, aquellos poemas que muestran a este hombre (Carver) después de haber tomado el aliento. Como dije, voy a hacerlo a partir de su biografía: Allá vamos...

Nació el 25 de mayo de 1938 en Oregon. Cuando tenía tres años, sus padres se mudan a Yakima. Esta no es la primera vez que su padre se desplaza en busca de un mejor trabajo, lo hará muchas veces e, incluso, lo venía haciendo antes de que Raymond naciera. De niño le gustaba cazar y pescar. De hecho, cuando le comenta a su padre que se dedicará a escribir, éste le dice que escriba de aquello que conoce: de cuando íbamos a pescar, le dice.

Aquí dos poemas que hacen referencia al agua y a la caza.

DONDE EL AGUA SE UNE A OTRAS AGUAS

Adoro los arroyos y la música que crean.
Y las corrientes, entre reflejos y prados, antes
de que tengan oportunidad de hacerse arroyos.
Incluso pueden gustarme sobre todo
por sus misterios. ¡Casi olvidaba
decir algo de la fuente!
¿Hay algo más maravilloso que un manantial?
Pero las grandes corrientes también me apasionan.
Las bocas abiertas de los ríos cuando se unen al mar.
Los sitios donde las aguas se unen
a otras aguas. ¡Esos lugares permanecen
en mi mente como lugares sagrados!
¡Esas desembocaduras!
Las adoro como otros hombres adoran a los caballos
o a las mujeres glamorosas. Tengo algo
con esta fría agua veloz.
Con sólo mirarla se me acelera la sangre
y se me eriza la piel. Puedo estar sentado
mirando estos ríos durante horas.
Ninguno es igual a otro.
Hoy tengo 45 años.
¿Me creería alguien si dijera
que una vez tuve 35?
¡Mi corazón vacío y seco de los 35 años!
Tuvieron que pasar cinco años más
antes de que volviera a fluir.
Voy a tomarme todo el tiempo que me de la gana esta tarde
antes de dejar mi puesto a la orilla del río.
Me gustan, adoro los ríos.
Los adoro hasta su misma fuente.
Adoro todo lo que me hace crecer.


DISPAROS

Avanzo trabajosamente con trigo hasta la cintura,
acunando una escopeta en los brazos.
Tess está dormida allá en el rancho.
La luna palidece. Luego se queda totalmente sin cara
y el sol aparece por encima de las montañas.

¿Por qué elijo este momento
para recordar a una mina que se ocupaba de mí en aquella
época
y decía: Lo que ahora te voy a decir
lo recordarás todos los días de tu vida.
Pero es todo lo que consigo recordar.

Nunca he sido capaz de confiar en los recuerdos.
Ni en los míos ni en los de otros.
Me gusta saber que en la tierra
hay estas extrañas galas.
Es mi amigo el trigo -esto es cierto.
Y justo ahora, el perro hace la muestra.

Tess se opone a matar por deporte
o por cualquier otro motivo. Sin embargo no hace tanto
que amenazó con matarme. El perro avanza muy despacio.
Dejo de moverme. No veo ni oigo
mi respiración.

Paso a paso, el día avanza. De repente,
el aire explota en pájaros.
Tess duerme entre ellos. Cuando despierta, octubre
ha terminado. Armas y conversaciones
sobre la caza a nuestras espaldas.

Su padre le había pedido que le mandara lo que escribiera, pero Carver no lo hizo. En un principio no escribía nada sobre pescar, como luego hiciera en muchos cuentos. Luego murió (en 1967) y Carver no estuvo cerca para despedirse, ambos -padre e hijo- intentaban un nuevo trabajo en ciudades diferentes. Escuchemos este poema que muestra cómo era dado a desplazarse su padre y que a mí me recuerda a "Mientras agonizo" de Faulkner.

LA BILLETERA DE MI PADRE

Mucho antes de pensar en su muerte,
mi padre dijo que quería descansar cerca
de sus padres. Los extrañaba mucho
desde que se habían ido.
Lo dijo tantas veces que mi madre lo recordó,
y lo recordé yo. Pero cuando los pulmones
se le quedaron sin aire y todo signo de vida
había desaparecido, se encontraba en un pueblo
a 853 kilómetros de donde más quería estar.

Mi padre, sin embargo, fue inquieto
hasta muerto. Hasta muerto
tuvo que hacer un último viaje.
Toda la vida le gustó ir de un sitio a otro,
y ahora había un sitio más al que ir.

El de la funeraria dijo que lo arreglaría,
nada de qué preocuparse. Una escasa luz
caía desde la ventana al suelo polvoriento
donde esperábamos aquella tarde
hasta que el tipo salió del cuarto del fondo
y se quitó los guantes de goma.
Traía el olor a formaldehído con él.
Era un gran hombre- dijo el de la funeraria.
Luego se puso a contarnos por qué
le gustaba vivir en este pueblo tan pequeño.
Este hombre acababa de abrirle las venas a mi padre.
¿Cuánto va a costar?- dije.

Tomó papel y lapicera y se puso
a escribir. Primero, los gastos de preparación.
Luego incluyó el transporte
de los restos a 22 centavos el kilómetro.
Pero estaba la ida y vuelta del de la funeraria,
no se olvide. Más, digamos, seis comidas
y dos noches en un motel. Incluyó
algo más. Añadió un recargo de
210 dólares por su tiempo y trabajo,
y allí lo teníamos.

Pensó que discutiríamos.
Había una mancha de color en
cada una de sus mejillas cuando levantó la vista
de sus cifras. La misma escasa luz
caía en el mismo lugar del
suelo polvoriento. Mi madre asintió
como si entendiera. Pero
no había entendido ni palabra.
Nada de aquello tenía sentido para ella,
empezando por la vez en que dejó su casa
con mi padre. Sólo sabía
que pasara lo que pasase
iba a sacar la plata.
Buscó en su bolso y tomó
la billetera de mi padre. Nosotros tres
en aquella habitación tan pequeña aquella tarde.

Miramos la billetera un momento.
Nadie dijo nada.
De aquella billetera se había ido toda vida.
Era vieja y estaba cuarteada y sucia.
Pero era la billetera de mi padre. Y mi madre la abrió
y miró dentro. Sacó
un puñado de billetes que pagarían
el último y más asombroso viaje de mi padre.

Carver también repitió en varios aspectos la historia de su padre. Se mudó muchas veces en busca de un trabajo mejor. De hecho lo cuenta cuando habla de una fotografía muy especial de su padre que le gustaba mirar, y de la cual escribió lo siguiente...

Entre las fotos de ella y papá que mi madre conservaba de aquellos primeros días en Washington había una en la que estaba frente a un carro, sosteniendo una cerveza y una rastra de pescados. En la foto tiene el sombrero echado hacia atrás y una curiosa sonrisa en su rostro. Se la pedí a mi madre y me la dio con otras. La puse en la pared y siempre que nos mudábamos me la llevaba y la ponìa en otra pared. De vez en cuando la miraba con cuidado, tratando de dilucidar algunas cosas acerca de mi padre y también de mí mismo. Pero no podía. Mi papá se iba yendo cada vez más lejos de mí, hacia atrás en el tiempo. Por último, en otra mudanza, perdí la fotografía. Fue entonces cuando traté de recordarla e inteté al mismo tiempo decir algo sobre mi papá y por qué pensaba que en ciertos aspectos importantes nos parecíamos. Escribí el poema cuando viviía en un edificio de departamentos en un área urbana al sur de San Francisco, en un momento en el que yo también, como mi papá, estaba teniendo problemas con el alcohol. El poema era una manera de tratar de conectarme con él.

FOTOGRAFÍA DE MI PADRE
A SUS VEINIÓS AÑOS

Octubre. Aquí en la húmeda, infamiliar cocina
estudio la avergonzada cara de joven de mi padre.
Sonrisa de oveja, tiene en la mano una rastra
de espinosas percas amarillas; en la otra
una botella de cerveza Carlsberg.

Con jeans y camisa de franela, se inclina
contra el guardabarros de un Ford 1934.
Le gustaría posar valiente y efusivo para su posteridad,
usar su sombrero viejo ladeado sobre la oreja.
Toda su vida mi padre quiso ser altivo.

Pero los ojos lo delatan, y las manos
que ofrecen flácidas la rastra de percas muertas
y la botella de cerveza. Padre, te quiero,
pero cómo darte gracias, yo que tampoco
aguanto el trago
y ni conozco los sitios donde se puede pescar.

El poema es exacto en sus detalles, excepto que mi padre murió en junio y no en octubre, como dice la primera palabra del poema. Quería una palabra con una sílaba más para dilatarlo un poquito. Pero más que eso, quería un mes apropiado para lo que estaba sintiendo entonces -un mes de días cortos y de luz declinante, humo en el aire, cosas que perecen. Junio era verano, noches y días largos, grados, mi aniversario de matrimonio, el nacimiento de uno de mis hijos. Junio no era el mes en que moría el padre de uno.

En 1957 se casa (a los 19 años, y su novia de 16) y para fines del 58 ya tiene dos hijos: una niña y un niño. El cuenta que sus hijos fueron su más fuerte influencia, con lo bueno y lo malo. Dice que fue la paternidad lo que lo obligó, cuando ellos eran pequeños, a escribir cosas breves, por falta de tiempo y concentración. Aunque luego, fue su elección escribir cuentos y poemas.

Un fragmento de Fuegos:

A mediados de los sesenta estaba en una concurrida lavandería en Iowa City tratando de lavar cinco o seis cargas de ropa, ropa de niños en su mayor parte, pero también nuestra, de mi mujer y mía. Mi mujer estaba trabajando de mesera en el Club Atlético de la universidad esa tarde de sábado. Yo estaba haciendo el trabajo doméstico y era responsable de los niños. Esa tarde estaban con otros niños, tal vez en un cumpleaños. En alguna parte. Pero en ese momento yo estaba lavando. Ya había cruzado unas palabras ásperas
con una bruja vieja por el número de lavadoras que yo estaba empleando. Ahora estaba esperando el segundo asalto con ella, o con alguien semejante a ella. Estaba nervioso mientras vigilaba las secadoras que estaban funcionando en la abarrotada lavandería. Cuando alguna de las secadoras se detuviera, si es que se detenía, yo pensaba abalanzarme con mi canasto de ropas húmedas. La cosa era que yo llevaba treinta o más minutos en la lavandería con el canasto de ropas, esperando mi oportunidad. Ya había perdido un par de secadoras--alguien había llegado primero. Me estaba impacientando. Como decía, no estoy seguro de dónde estuvieran nuestros hijos esa tarde. Tal vez tenía que recogerlos en algún sitio y eso contribuía a mi estado de ánimo. sabía que incluso si lograba meter mi ropa en una secadora todavía faltaría una hora o más antes de que la ropa se secara y pudiera empacarla e irme a casa, a nuestro apartamento en una residencia para estudiantes casados. Por último una secadora se detuvo. Y yo estaba allí cuando lo hizo. La ropa del interior dejó de agitarse y quedó quieta. En unos treinta segundos, si nadie aparecía para reclamarla, pensaba sacar la ropa y remplazarla con la mía. Es la ley de las lavanderías. Pero en ese instante una mujer llegó a la secadora y abrió
puerta. La mujer metió la mano a la máquina y sacó algunas prendas. Yo estaba ahí esperando. Pero no estaban bien secas, decidió. Cerró la puerta y puso dos monedas más en la máquina. Ofuscado, me alejé con mi carrito de compras y volví a esperar. Pero recuerdo haber pensado en ese momento, entre los sentimientos de frustración impotente que me tenían al borde de las
lágrimas, que nada -y, hermano, quiero decir nada- que me sucediera en esta tierra podía aproximarse, podía llegar a ser tan importante para mí, podía hacer tanta diferencia como el hecho de tener dos hijos. Y que los tendría siem
pre y siempre me encontraría en esta posición de responsabilidad inmitigada y de permanente distracción.

Un poema dedicado a la hija, en donde otra vez vemos, como en el poema del padre, el problema del alcoholismo.


A MI HIJA

Todo lo que veo me sobrevivirá.
Anna Akhmatova

Es demasiado tarde para maldecirte -ya te gustaría
hacerlo, digamos, como Yeats con su hija. Y cuando
la vemos en Sligo, vendiendo sus cuadros...
era la más plañidera, la mujer más vieja de Irlanda.
Pero estaba a salvo.
Durante la mayor parte del tiempo, sus razonamientos
se me escapaban. En cualquier caso, es demasiado tarde,
como dije. Ya sos mayor, y encantadora.
Sos una borracha muy linda, hija.
Pero sos una borracha. No puedo decir que me partas
el corazón. No tengo corazón cuando se trata
de cosas del escabio. Triste, sí, sólo Dios lo sabe.
Tu amigo, ése al que llaman Shiloh, ha vuelto
a la ciudad, y la bebida vuelve a correr.
Llevás tres días borracha, me contás.
¡Carajo! Sabés bien que la bebida es como veneno
para nuestra familia. ¿No te servimos de suficiente ejemplo
tu madre y yo? dos personas que se querían pegándose.
Golpeándose. Vaciando un vaso tras otro.
maldiciones y golpes y traiciones.
¡Debés de estar loca! ¿Todavía no tenés bastante?
¿Querés morir? Debe de ser eso. A lo mejor
creo que te conozco, y no te conozco.
Y no bromeo, niña. ¿Bromeás vos?
Hija, no podés beber.
Las últimas veces que te vi, lo habías dejado.
Un yeso en tu cuello, o si no
el dedo entablillado, anteojos de sol para esconder
tus hermosos ojos a la funerala. Un labio
que un hombre besaría en vez de partirlo.
¡Ay, Dios, Dios, Dios mío!
Tenés que contenerte.
¿Me oís? ¡Espabilá! Tenés que cortar con eso
y mejorar. Mirá, nuestra familia fue hecha
para malgastar, no para conservar. Pero cambiá ya.
Podés, así de fácil - ¡eso es todo!
Hija, no podés beber.
Te matará. Como hizo con tu madre y conmigo.
Como hizo.


En 1967 Empezó a tener problemas con el alcohol, como lo había tenido su padre. En una entrevista dice que "se dedicó a beber full-time como un trabajo serio". Llegó a situaciones límite como olvidar días completos, terminar internado o preso en varias oportunidades.

EL RASGUÑO

Desperté con una mancha de sangre reseca
pegoteada sobre uno de los párpados. Un arañazo,
profundo, me cruza las arrugas de la frente.
Sin embargo, últimamente, he estado durmiendo solo.
Y me pregunto por qué un hombre, incluso en un mal sueño,
alzaría la propia mano para lastimarse la cara.

Esta mañana pretendo responder esta pregunta
y otras similares, mientras observo en silencio
mi rostro que se refleja en los cristales de la ventana.


VIEJOS TIEMPOS

Dormitabas delante del televisor
pero todavía no te habías ido a la cama
cuando llamaste. Yo estaba dormido,
o casi, cuando sonó el teléfono.
Querías contarme que habías celebrado
una fiesta. Y que me extrañaron.
Era como en los viejos tiempos,
dijiste, y te reiste.
La cena fue un desastre.
Todos estaban borrachos perdidos a la hora
en que se sirvió la comida. La gente
lo estaba pasando bien, muy bien,
estupendamente bien, hasta
que alguien se llevó a la novia
de otro arriba. Entonces
alguien agarró un cuchillo.

Pero te pusiste delante del tipo
cuando iba a subir
y hablaste con él, calmándolo.
Se evitó el desastre por poco,
dijiste, y volviste a reir.
No te acordabas mucho más
de lo que pasó después.
La gente se puso sus abrigos
y empezaron a irse. Vos
te debés haber quedado unos minutos
delante del televisro.

De todos modos, vos estás en Pittsburgh,
y yo acá en este pueblo del otro lado
del país. Te dieron ganas de llamarme para decirme hola.
Decís que estabas pensando
en mí, y en los viejos tiempos.
Decís que me extrañás.

Fue entonces cuando me acordé de
aquellos viejos tiempos y de cenas muy serias.
Cuchillos alrededor esperando.
Acostarse en la cama esperando no volver a despertar.

Te quiero, dijiste.
Y luego un sollozo.
Agarré el auricular como
si fuera el brazo de un amigo.
Y tuve ganas de abrazarte.
Yo también te quiero.
Dije eso, y luego cortamos.


En el 76 tiene que ser internado una vez más por culpa del alcoholismo, y para pagar el hospital deben vender la casa. Luego de esto, él y su mujer se separan.


LA AUTORA DE SU DESGRACIA

Porque el mundo es el mundo
y no escribe historias
que terminan en amor
Stephen Spender

No soy el hombre que ella pretende. Pero
esto es totalmente verdad: el pasado está
distante, es una costa que se aleja,
y todos estamos en el mismo barco,
un cañamazo de lluvia sobre las sendas del mar.
Con todo, ¡querría que no siguiera
diciendo esas cosas de mí!
Durante la larga singladura
nada excepto la esperanza permite seguir, luego
hasta eso afloja su presa.
No hay suficiente de nada,
mientras vivimos. Pero a intervalos
aparece una dulzura y, si se le da una oportunidad,
prevalece. Es cierto que ahora soy feliz.
Y sería estupendo que ella
consiguiera contener la lengua. Dejar
de odiarme porque soy feliz.
Echándome la culpa de su vida. Me temo
que en su mente estoy mezclado
con otra persona. Un joven
sin carácter, viviendo de sueños,
que juró que la querría para siempre.
El que le dio un anillo, y un brazalete.
Que decían: Ven conmigo. Confía en mí.
Cosas de ese tipo. Yo no soy ese hombre.
Ella me confundió, como dije,
con otra persona.


En el 77 deja de beber. Una vez dijo que estaba más orgulloso de eso (haber dejado de beber) que de cualquier otra cosa que hubiese hecho en su vida. A fines de ese año conoce a su segunda esposa, la poeta Tess Gallagher. En el 70 comienzan a vivir juntos

RECUERDO

Abriendo el cestito de frutillas -las primeras
de esta primavera- planeando cómo
tomarlas esta noche, cuando esté
solo, (Tess ha salido),
recordé que olvidé darle
un masaje cuando hablábamos:
alguien cuyo nombre olvidé
llamó para decir que la abuela
de Susan Powell había muerto, de repente.
Seguir trabajando con las frutillas al lado.
pero recordé, también, que al volver
de la tienda, vi una niña
en patines que tiraba, en
la calle, su enorme y amistoso
perro. La saludé con la mano.
Me devolvió el saludo. Y llamó
a gritos a su perro, que seguía
tratando de olisquear
en la fina hierba de la cuneta.
Afuera ya casi es de noche.
Un poco después, cuando tome las frutillas,
volveré a recordar -en orden
no exacto- a Tess, a la niña, a un perro,
patines, recuerdo, muerte, etc.


En 1984 visitan juntos Argentina

EN LA PAMPA ESTA NOCHE

En la Pampa esta noche un gaucho
arroja desde un alto caballo
las boleadoras hacia el atardecer, al oeste
en el Pacífico.
Juan Perón duerme en España
con el General Franco,
el Presidente come asado
en Asia…

Me gustaría introducirme más profundo
en las estaciones,
convertirme en algo como un pino
o como un reno,
observar el lento esfuerzo y el deslizar de los glaciares hacia los fiordos del norte,
combatir esta Némesis,
este tiempo reseco.

En 1988 muere de cáncer de pulmón.

Dijo no tiene buen aspecto
dijo se ve feo de hecho realmente feo
dijo encontré treinta y dos en uno de los pulmones antes
de dejar de contarlos
dije me alegra no querer saber
acerca de ninguno más aparte de esos que están ahí
dijo ¿es usted un hombre religioso? ¿se arrodilla
bajo las arboledas de los bosques y se da permiso para solicitar ayuda
cuando llega a una cascada
la bruma soplando contra su cara y sus brazos?
¿se detiene y pide comprender en esos momentos?
dije todavía no, pero tengo intención de empezar hoy mismo
dijo de verdad lo siento, dijo
ojalá tuviera otras noticias para darle
dije Amén y él dijo algo más
que no entendí y sin saber qué más hacer
y sin querer que él tuviera que repetirlo
y yo tuviera que digerirlo por completo
sólo lo miré
durante un minuto y él miró para atrás, eso fue cuando
yo me incorporé de un salto y le di la mano a ese hombre que acababa de entregarme
algo que nadie más en la tierra me había dado antes
podría haberle agradecido haber sido tan fuerte
(poema rescatado de internet, traducido por Valeria Iglesias)


Durante sus últimos meses, Carver habló de bendición, gracia y misterio. Cuando alguien le preguntaba si era un hombre religioso, él respondía: "No, pero ahora tengo que creer en milagros y en la posibilidad de la resurrección".

Los libros de poesía que publicó son:

Near Klamath 1968
Winter Insomnia 1970
A Night the Salmon Move 1976
Where Water Comes Together With Other Water 1985
Ultramarine 1986
A New Path to the Waterfall 1989


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