Miguel
Hernández
nació en Orihuela (Alicante) en 1910.
Poeta y dramaturgo español, manifiesta en sus obras un hondo sentido
de la tragedia y una sensibilidad muy propia del siglo XX, empleando las formas
líricas españolas tradicionales. Fue
uno de los poetas más grandes del habla hispana y sus poemas tratan principalmente
del amor, la muerte, la guerra y la injusticia, temas que conoció y experimentó
con intensidad. Difícilmente se encuentre otro poeta
donde se hermanen tanto obra y vida.
En
Orihuela formó parte de la tertulia
literaria de Efrén fenoll y Ramón Sijé.
En la década del 30 se marcha a Madrid donde se relaciona con varios
poetas, entre ellos, Rafael Alberti, Luis Cernuda y Pablo Neruda.
Comprometido con la realidad de su origen campesino militó en el Partido
Comunista Español y durante la República participó en las Misiones Pedagógicas,
creadas para llevar cultura a las zonas más deprimidas de España.
Publica en 1934 El silbo vulnerado y El rayo que no cesa
en 1935, donde su poesía muestra la evolución que iba desarrollando desde
el barroquismo propio de su primer libro hacia formas más sencillas que incluyen
el verso libre a partir de la amistad con Vicente Aleixandre y Pablo Neruda.
Más
tarde, en 1936 toma parte activa en la Guerra Civil y asiste, en 1937, al
Congreso Internacional de intelectuales antifascistas.
En ese año publica Viento del pueblo, donde asombra con la simplificación
del lenguaje que se va operando en su obra, pintando el horror de la guerra
y el sufrimiento de su pueblo con hondo dramatismo sin recurrir al golpe bajo.
Acabada
la guerra intenta escapar pero es detenido en la frontera portuguesa. Ya en la cárcel publica, entre 1938 y
1941, El hombre que acecha, y Cancionero y romancero de ausencias. Muere en la cárcel a causa de una tuberculosis
en 1942, cuando todavía no había cumplido los 32 años.
De
Primeros poemas
CASI
NADA
Manantial,
casi fuente; casi río
fuente;
ya casi mar casi río apenas;
mar
casi-casi océano de frío,
Principio
y Fin del agua y las arenas.
Casi
azul, casi cano, casi umbrío,
casi
cielo salino con antenas,
casi
diafanidad, casi vacío
casi
lleno de arpones y ballenas.
Participo
del ave por el trino;
por
la proximidad, polvo, del lodo
participas,
desierto, del oasis,
distancia,
de la vena del camino:
por
la gracia de Dios - ¡ved! – casi todo
Gran-Todo-de-la
nada-de-los-oasis.
De
El silbo vulnerado
Umbrío
por la pena, casi bruno,
porque
la pena tizna cuando estalla,
donde
yo no me hallo no se halla
hombre
más apenado que ninguno.
Pena
con pena y pena desayuno,
pena
es mi paz y pena mi batalla,
perro
que ni me deja ni se calla,
siempre
a su dueño fiel, pero importuno.
Cardos,
penas, me oponen su corona,
cardos,
penas, me azuzan sus leopardos
y
no me dejan bueno hueso alguno.
No
podrá con la pena mi persona
circundada
de penas y de cardos...
¡Cuánto
penar para morirse uno!
De
El rayo que no cesa
ELEGIA
(En Orihuela,
su pueblo y el mío, se me ha muerto
como
del rayo Ramón Sijé, a quien tanto quería)
Yo
quiero ser llorando el hortelano
de
la tierra que ocupas y estercolas,
compañero
del alma, tan temprano.
Alimentando
lluvias, caracolas
y
órganos mi dolor sin instrumento,
a
las desalentadas amapolas
daré
tu corazón por alimento.
Tanto
dolor se agrupa en mi costado,
que
por doler me duele hasta el aliento.
Un
manotazo duro, un golpe helado,
un
hachazo invisible y homicida,
un
empujón brutal te ha derribado.
No
hay extensión más grande que mi herida,
lloro
mi desventura y sus conjuntos
y
siento más tu muerte que mi vida.
Ando
sobre rastrojos de difuntos,
y
sin calor de nadie y sin consuelo
voy
de mi corazón a mis asuntos.
Temprano
levantó la muerte el vuelo,
temprano
madrugó la madrugada,
temprano
estás rodando por el suelo.
No
perdono a la muerte enamorada,
no
perdono a la vida desatenta,
no
perdono a la tierra ni a la nada.
En
mis manos levanto una tormenta
de
piedras, rayos y hachas estridentes
sedienta
de catástrofes y hambrienta.
Quiero
escarbar la tierra con los dientes,
quiero
apartar la tierra parte a parte
a
dentelladas secas y calientes.
Quiero
minar la tierra hasta encontrarte
y
besarte la noble calavera
y
desamordazarte y regresarte.
Volverás
a mi huerto y a mi higuera:
por
los altos andamios de las flores
pajareará
tu alma colmenera
de
angelicales ceras y labores.
Volverás
al arrullo de las rejas
de
los enamorados labradores.
Alegrarás
la sombra de mis cejas,
y
tu sangre se irá a cada lado
disputando
tu novia y las abejas.
Tu
corazón, ya terciopelo ajado
llama
a un campo de almendras espumosas
mi
avariciosa voz de enamorado.
A
las aladas almas de las rosas
del
almendro de nata te requiero,
que
tenemos que hablar de muchas cosas,
compañero
del alma, compañero.
De
Viento del pueblo
SENTADO
SOBRE LOS MUERTOS
Sentado
sobre los muertos
que
se han callado en dos meses,
beso
zapatos vacíos
y
empuño rabiosamente
la
mano del corazón
y
el alma que lo mantiene.
Que
mi voz suba a los montes
y
baje a la tierra y truene,
eso
pide mi garganta
desde
ahora y desde siempre.
Acércate
a mi clamor,
pueblo
de mi misma leche,
árbol
que con tus raíces
encarcelado
me tienes,
que
aquí estoy yo para amarte
y
estoy para defenderte
con
la sangre y con la boca
como
dos fusiles fieles.
Si
yo salí de la tierra,
si
yo he nacido de un vientre
desdichado
y con pobreza,
no
fue sino para hacerme
ruiseñor
de las desdichas,
eco
de la mala suerte.
Y
cantar y repetir
a
quien escucharme debe
cuanto
a penas, cuanto a pobres,
cuanto
a tierra se refiere.
Ayer
amaneció el pueblo
desnudo
y sin qué ponerse,
hambriento
y sin qué comer,
y
el día de hoy amanece
justamente
aborrascado
y
sangriento justamente.
En
su mano los fusiles
leones
quieren volverse
para
acabar con las fieras
que
lo han sido tantas veces.
Aunque
te falten armas,
pueblo
de cien mil poderes,
no
desfallezcan tus huesos,
castiga
a quien te malhiere
mientras
que te queden puños,
uñas,
saliva, y te queden
corazón,
entrañas, tripas,
cosas
de varón y dientes.
Bravo
como el viento bravo,
leve
como el aire leve,
asesina
al que asesina,
aborrece
al que aborrece
la
paz de tu corazón
y
el vientre de tus mujeres.
No
te hieran por la espalda,
vive
cara a cara y muere
con
el pecho ante las balas,
ancho
como las paredes.
Canto
con la voz de luto,
pueblo
de mí, por tus héroes:
tus
ansias como las mías,
tus
desventuras que tienen
del
mismo metal el llanto,
las
penas del mismo temple,
y
de la misma madera
tu
pensamiento y mi frente,
tu
corazón y mi sangre,
tu
dolor y mis laureles.
Antemuro
de la nada
esta
vida me parece.
Aquí
estoy para vivir
mientras
el alma me suene,
y
aquí estoy para morir,
cuando
la hora me llegue,
en
los veneros del pueblo
desde
ahora y desde siempre.
Varios
tragos es la vida
y
un solo trago la muerte.
De
Últimos poemas
NANAS
DE LA CEBOLLA
(Dedicadas
a su hijo, a raíz de recibir
una
carta de su mujer, en la que le
decía
que no comía más que pan y
cebolla)
La
cebolla es escarcha
cerrada
y pobre.
Escarcha
de tus días
y
de mis noches.
Hambre
y cebolla,
hielo
negro y escarcha
grande
y redonda.
En
la cuna del hambre
mi
niño estaba.
Con
sangre de cebolla
se
amamantaba.
Pero
tu sangre,
escarchada
de azúcar,
cebolla
y hambre.
Una
mujer morena
resuelta
en luna
se
derrama hilo a hilo
sobre
la cuna.
Ríete,
niño,
que
te traigo la luna
cuando
es preciso.
Alondra
de mi casa,
ríete
mucho.
Es
tu risa en tus ojos
la
luz del mundo.
Ríete
tanto
que
mi alma al oírte
bata
el espacio.
Tu
risa me hace libre,
me
pone alas.
Soledades
me quita,
cárcel
me arranca.
Boca
que vuela,
corazón
que en tus labios
relampaguea.
Es
tu risa la espada
más
victoriosa,
vencedor
de las flores
y
las alondras.
Rival
del sol.
Porvenir
de mis huesos
y
de mi amor.
La
carne aleteante,
súbito
el párpado,
el
vivir como nunca
coloreado.
¡Cuánto
jilguero
se
remonta, aletea,
desde
tu cuerpo!
Desperté
de ser niño:
nunca
despiertes.
Triste
llevo la boca:
ríete
siempre.
Siempre
en la cuna,
defendiendo
la risa
pluma
por pluma.
Ser
de vuelo tan lato,
tan
extendido,
que
tu carne es el cielo
recién
nacido.
¡Si
yo pudiera
remontarme
al origen
de
tu carrera!
Al
octavo mes ríes
con
cinco azahares.
Con
cinco diminutas
ferocidades.
Con
cinco dientes
Como
cinco jazmines
Adolescentes.
Frontera
de los besos
serán
mañana,
cuando
en la dentadura
sientas
un arma.
Sientas
un fuego
correr
dientes abajo
buscando
el centro.
Vuela
niño en la doble
luna
del pecho:
él,
triste de cebolla,
tú,
satisfecho.
No
te derrumbes.
No
sepas lo que pasa
ni
lo que ocurre.