Joaquín Giannuzzi nació en Buenos Aires en 1924 y falleció en Salta en enero de 2004.  Crítico literario de La Nación, Clarín y la revista Sur.  Recibió el premio Vicente Barbieri (1957), el Primer Premio Fondo Nacional de las Artes (1963 y 1977), el Gran Premio de Honor Fundación Argentina para la Poesía (1979), el Segundo Premio Nacional de Poesía (1990-1982), el Priemr Premio Municipal de Poesía, el Primer Premio Nacional de Poesía (1992) y el Premio Esteban Echeverría.  Su obra poética incluye los siguientes títulos: Nuestros días mortales (Ed. Sur, 1958), Contemporáneo del mundo (Americalee, 1963), Las condiciones de la época (Sudestada, 1968), Señales de una causa personal (Cuarto Poder, 1977), Principios de incertidumbre (Ediciones O.B.H., 1981), Violín Obligado (1984), Cabeza final (1991) y Obra poética (Emecé, 2000).  

 

 

 

 

 

 
DE “VIOLÍN OBLIGADO”

 

  CREENCIAS DE JARDÍN

 

La última línea de sol

Desciende de hoja en hoja.  La luz desfallece

hacia el extremo de una escala tardía.

Ambos sufren en el jardín de la retórica

de ese drama mecánico.  Ella dice:

mira, eso es el tiempo encarnado

que alimenta su medida; él asiente,

verifica con un anhelo estremecido

el naufragio del día y de los cuerpos.

Entonces callan bajo una especie de sacrificio.

Convierten esta hora delgada y ambigua

en la herida de una religión aterradora.

Y aunque el viento es suave y las flores repiten

un probable manifiesto de resurrección

ellos esperan la oscuridad nocturna para mentirse

sobre la mutación de las cosas y su sentido.

 

 

AVENTURA DE LOS OBJETOS

 

El único propósito que vive

en la materia pasiva de estos objetos

es estar allí, a mi mesa aplastados.

El resto es mi culpa, la humanidad

del vaso y el cenicero.  Pero ellos buscan

la libertad de un animal superior.

Esta mañana, por ejemplo,

en mi taza vacía se insinúo

una intención soñadora

de crearse una autonomía, saltando

sobre un frío peso azul.  En esa arbitrariedad

puse toda mi fe posible contra el engaño

de un mundo que ya estaba creado

fuera de mí.  Lo que la taza inventaba

me correspondía: la nueva realidad de una anarquía

tan privada como mis propios huesos.

 

 

PERRO EN LA LUNA

 

Programado y libre de bacterias,

público y perplejo, el perro

en la luna vacila abandonado.

El ojo frío en el telescopio

estudia su comportamiento

bajo el crimen solar, sus posibles

agonías y respuestas al terror cósmico.

Pero una especie de dignidad

se instala en la desolación

y entonces salta blandamente

como en una campo soñador, buscando

la helada oscuridad del otro lado.

Aquí se cierra el párpado

sobre el error.  La información

no puede completarse,

pero hay tierra y hay noche para todos

y cada uno duerme y sabe donde está.

 

 

MOMENTO INVERNAL

 

¿Qué haremos con esta escena accidental

-hojas reunidas por el viento del sur hacia la puerta-

sino aislarla como un conocimiento ilusorio?

Todo movimiento es circular

en el rincón del muro, allí

donde las hojas corren para girar sobre sí mismas

al aullido de una ráfaga fría y discontinua.

Lugares comunes de la materia invernal.

¿Debemos otorgarles

una intención de belleza y resurrección

a partir de la confusión del polvo estacional?

Tal es nuestro posible conocimiento: un anhelo

susurrando en las hojas secas, una horrible

tristeza en una tarde de nuestro tiempo.

Y en el rincón del muro la certeza y el residuo

de una disolución universal.

 

 

CONSUMACIÓN PERSONAL

 

La noche cae como en un orden tranquilamente

modelado.

Sin embargo, con pena inexplicable

vivo esta transición como el simulacro de un funeral.

Cada árbol del valle, cada hierba, pájaro, caballo,

insecto,

cada unidad llameante despide otro día mortal

pero el conjunto se reserva la oportunidad por el

cielo:

minado por una emoción retórica

todo lo arrastro hacia una consumación personal.




 

 


 

 

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