Roberto Juarroz nació en 1925 en Coronel Dorrego, provincia de Buenos Aires.  A los diecisiete años tuvo su primer trabajo como bibliotecario en el Colegio Nacional.  Estudio becado en la Universidad de la Sorbonne, donde se graduó en Filosofía y Letras.  Al regresar fue nombrado profesor en la Universidad de Buenos Aires y enseñó durante treinta años.  Junto al poeta Mario Morales dirigió la Revista Poesía=Poesía entre 1958 y 1965.  Publicó además varios ensayos entre los que se destacan: Poesía y creación (Diálogos con Guillermo Boido); Poesía y Realidad; Poesía, literatura y hermenéutica (Conversaciones con Teresita Sagui).  Fue también crítico literario y de cine y traductor de poetas extranjeros.  Escribió numerosos libros de poesía a los que dio el título único de Poesía vertical y que Emecé agrupó en dos tomos.

Miembro de la Academia Argentina de Letras, recibió el Gran Premio de la Fundación Argentina para la Poesía (1984), el Prix Jean Malrieu (Marsella, 1992) y el Prix de la Biennale Internationale de Poesie (Lieja, 1992).  Su obra fue traducida por sus contemporéneos, como Julio Cortázar, Octavio Paz, Vicente Aleixandre y René Char.  Falleció en Tempeley en 1995.

  Roberto Juarroz

 

Extraído del homenaje del día 17/04/04

SUEÑO VERTICAL

  Cansado del mundo, cansado de la verborragia del mundo me dispongo a disfrutar del sueño nocturno.

  Apoyo la cabeza en la almohada. Me sobran razones físicas y mentales para caer exhausto. No obstante, el insomnio nuevamente me juega una mala pasada.

  Me levanto de la cama. Es medianoche. Tomo un volumen de Poesía Vertical de Roberto Juarroz. Lo hojeo lentamente y simulo que lo único que necesito esta noche es distracción.

  Comienzo a soñar y a caer. Caer, y soñar con puertas que se abren hacia todas partes...

 

Desbautizar el mundo,

sacrificar el nombre de las cosas

para ganar su presencia.

 

El mundo es un llamado desnudo,

una voz y no un nombre,

una voz con u propio eco a cuestas.

 

Y la palabra del hombre es un parte de esa voz,

no una señal con el dedo,

no un rótulo de archivo,

ni un perfil de diccionario,

ni una cédula de identidad sonora,

ni un banderín indicativo

de la topografía del abismo.

 

El oficio de la palabra,

más allá de la pequeña misería

y la pequeña ternura de designar esto o aquello,

es un acto de amor: crear presencia.

 

El oficio de la palabra

es la posibilidad de que el mundo diga al mundo,

la posibilidad de que el mundo diga al hombre.

 

                                 La palabra: ese cuerpo hacia todo.

                                La palabra: esos ojos abiertos.

 

  Después de escuchar la voz de Juarroz me sobreviene un vacío. Algo se ha dicho; por lo tanto, nos queda algo menos por decir.

  Quedan varios caminos: prolongar el silencio y aprender a callar con la voz del después, intentar una crítica que se asemeje lo menos posible a un aullido de hiena en celo esperando el aplauso de los asistentes del zoológico, desentender la voz y fingir que no me ha tocado continuar con el bagaje de seguridades alquiladas.

  Cuando se escucha una voz, una voz con un canto nuevo, lo más sensato, creo, es acusar el golpe y no intentar buscar culpas ni culpables. Acusar el golpe y sonreír como quien se deja amar a pesar de sí mismo...

Hemos hallado un puente  que nos desanda,

un puente para desandarnos

y volver a lo que nunca fuimos,

a tu mirada sin ti,

a mi suela clavada en un agua

que no permite hundirse,

a esa mano que sirvió de bandera

cuando cayeron todas las banderas,

alboqueo taciturno y celeste

de la muerte que vuelve de la muerte.

 

Un puente movedizo,

Desde un punto cualquiera en el que somos

algo más o algo menos que imposibles,

hasta un punto cualquiera de no sernos

o de ser sólo un punto.

 

Debajo corre el tiempo sin porciones esdrújulas,

el tiempo que desangra a la memoria,

el tiempo que se piensa a sí mismo

en la métrica de un poema sin tiempo.

 

Hemos hallado un puente hecho de agua.

 

  Sueño que soy el destinatario de sus flroes, que puedo bautizarlas y regarlas y regalarlas. Sus flores son del camino; esas que nadie ve y que nadie maldice ya que carecen de espinas. Mi palabra es una corona de espinas, y su voz me pide que calle, que callemos, que pensemos, que así e mejor. Que hablen los demás, que critiquen los demás, que construyan bustos los demás, que inauguren plazas con su  nombre los demás. Cuando nadie nos vea, usted prometió, iremos juntos a esa misma plaza inaugurada, nos sentaremos en un banco y nos dispondremos a no hablar y a no callar.

 

Hay días para enmudecer,

para andar entre los otros y las cosas

con la boca vendada por el aire,

para ser de pronto tácito,

como un acontecer que súbitamente

se esfumara en la mitad de un gesto,

como alguien que descubriese un mundo sin voz

y se envolviera con él

como con una capa.

 

Días para mirarte e irse.

O quizá para no mirarte

o para mirarte como si no te mirase,

pero sin abdicar de los ojos.

 

Días sólo para callar,

Pero sin eludir el trasbordo de ser

que siempre nos urge en todo.

 

Pero dígame Juarroz, ¿dónde queda esa Plaza? ¿ En el no tiempo, en el no lugar? Mire que hay una Plaza en Parque Hermoso, Villa Udaondo, Ituzaingó que no tiene nombre. Quizá yo podría hablar...Espere, no se vaya.

  Miro esta Plaza, intento mirarla con sus ojos y ahora entiendo la estética del sube-y-baja. Poesía Vertical: pensar hondo, dar el salto, sentir alto. Acá los toboganes nos impulsan hacia el cielo, pero el cielo no está arriba ni abajo. Y eso es lo difícil de comprender.

  Usted lo ha dicho también: "Ser no es comprender"

  Es curioso: es esta Plaza no hay calesitas. No, no es curioso. Pero hay hamacas que no requieren más que un impulso para arrojarnos a nuestro verdadero lugar: donde no sobramos, donde extendemos los brazos para recoger nuestro nacimiento.

  Vea Juarroz, yo no me burlo de usted. Muy por el contrario: si yo pudiera pensar cada cosa como usted ha pensado, si pudiera oradar los alcances de los símbolos para dar presencia sin caer en el manoseo de las cosas, en el desgaste de las palabras. Si pudier pensar un hombre como quien practica un bautismo quizá pudiera contribuir a rebautizar la realidad a través de la palabra.

  Pero, ¿cómo recuperar la expresión sencilla, la mirada primera , la voz del gallo que canta mañana?

 

Apoyar la cabeza sobre una palabra

o sobre un color recién descubierto,

para descansar a otro nivel

o quizá para despertar a otra transparencia.

 

Porque llega el momento

en que hasta el sueño es una ironía

y el despertar un simulacro.

Comprendemos entonces

que no importan los límites,

sino la persuasiva permeabilidad de los límites.

 

Sueño que he sido el destinatario de su poesía.

Despierto .

Sueño que despierto.

Sueño que usted me sueña.

Sueño que Otro con mayúsculas ha fijado entre los dos un encuentro decisivo.
                      LUIS PIZZANI

  Nota: Los textos son  Poema 40 de Sexta Poesía Vertical, Poema 22 de Cuarta Poesía Vertical, Poema 27 de Décima Poesía Vertical y el Poema 104 de Séptima Poesía Vertical.

 

Más Juarroz:

I – 9

 

Pienso que en este momento

tal vez nadie en el universo piensa en mí,

que sólo yo me pienso,

y si ahora muriese

nadie, ni yo, me pensaría.

 

Y aquí empieza el abismo,

como cuando me duermo.

Soy mi propio sostén y me lo quito.

Contribuyo a tapizar de ausencia todo.

 

Tal vez sea por esto

que pensar en un hombre

se parece a salvarlo.

 

 

III – POEMAS DE OTREDAD – 17

 

Detener la palabra

un segundo antes del labio,

un segundo antes de la voracidad compartida,

un segundo antes del corazón del otro,

para que haya por lo menos un pájaro

que pueda prescindir de todo nido.

 

El destino es de aire.

Las brújulas señalan uno solo de sus hilos,

pero la ausencia necesita otros

para que las cosas sean

su destino de aire.

 

La palabra es el único pájaro

que puede ser igual a su ausencia.

 

 

V – 38

 

Menos que el circo ajado de tus sueños

y que el signo ya roto entre tus manos.

Menos que el lomo absorto de tus libros

y que el libro escondido

de páginas en blanco.

Menos que los amores que tuviste

y que el tizne que alarga los amores.

Menos que el dios que alguna vez fue ausencia

y hoy ni siquiera es ausencia.

Menos que el cielo que no tiene estrellas,

menos que el canto que perdió su música,

menos que el hombre que vendió su hambre,

menos que el ojo seco de los muertos,

menos que el humo que olvidó su aire.

 

Y ya en la zona del más puro menos

colocar todavía un signo menos

y empezar hacia atrás a unir de nuevo

la primera palabra,

a unir su forma de contacto oscuro,

su forma anterior a sus letras,

la vértebra inicial del verbo oblicuo

donde se funda el tiempo transparente

del firme aprendizaje de la nada.

Y tener buen cuidado

de no errar otra vez el camino

y aprender nuevamente

la farsa de ser algo.

 

 

VIII – 45

 

La parte de sí

que hay en el no

y la parte de no

que hay en el sí

se separan a veces de sus cauces

y se unen en otro

que ya no es sí ni no.

 

Por ese cauce corre el río

de los cristales más despiertos.

 

 

IX – 11

 

Cada cosa es un mensaje,

un pulso que se muestra,

una escotilla en el vacío.

 

Pero entre los mensajes de las cosas

se van dibujando otros mensajes,

allí en el intervalo,

entre una cosa y otra,

conformados por ellas y sin ellas,

como si lo que está

decidiera sin querer el estar

de aquello que no está.

 

Buscar esos mensajes intermedios,

la forma que se forma entre las formas,

es completar el código.

O tal vez descubrirlo.

 

Buscar la rosa

que queda entre las rosas.

 

Y aunque no sean rosas.


 

 

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