Tres poetas medievales italianos

                         Homenaje

                                                                               

                                     
                
Dante según un dibujo de Seymour Kirkup Palacio Bargello, Florencia

                                        
                          

 

OPINIONES DE DANTE

                                                          por
Rodolfo Alonso

 

“Cosí ha tolto l´uno all¨altro Guido / La gloria della lingua...” (es decir, “Así quitó uno a a otro Guido / La gloria de la lengua...”), afirma Dante –meridianamente- en su “Purgatorio” (XI, 97-98). Y a quien corona triunfador es Guido Cavalcanti, un noble güelfo nacido en Florencia hacia 1260 y fallecido en 1300, cuyo matrimonio casi adolescente con la hija del caudillo gibelino Degli Uberti consagró la paz entre ambas facciones rivales. Activo participante en los acontecimientos sociales y bélicos de su patria, Cavalcanti llegó a desempeñar altos cargos políticos y militares. Nos basta conocer tan sólo las cincuenta composiciones (casi todas de tema amoroso) que nos ha dejado, para aceptar que fue el primer gran poeta lírico de Italia, llevando a su máximo esplendor –con exquisita elegancia y refinada sutileza- al justamente famoso y renovador movimiento del Dolce Stil Nuovo, que fuera dignamente iniciado por el otro Guido que menciona Dante, Guinicelli, noble también pero gibelino, y no menos buen poeta, que naciera en Boloña veinte o treinta años antes.

Ambos Guidos vivieron y murieron con honor y con gloria. Distinta fue, en cambio, la suerte de Cecco Angiolieri (que vio la luz en Siena al parecer el mismo año que Cavalcanti, y cuya muerte se estima ocurrió hacia 1312). No sólo se vituperó con Dante, sino que toda su vida fue irregular y disipada: desertor, procesado, convicto, rebelde, noctámbulo, infractor, pendenciero, bandido quizás y hasta asesino, auténtico poeta maldito, sus cinco hijos debieron renunciar a su herencia, colmada de deudas. Pero sus ciento cincuenta sonetos de un belleza cínica y feroz, formidable y sarcástica, lo vuelven incomparable y personalísimo más allá de los siglos (aunque Dante lo odiara), dando a su voz potente ese humanísimo sabor de quien vivió siempre con los dos pies bien afirmados sobre la tierra.

 

Del ensayo La voz sin amo, de Rodolfo Alonso (Alción, Córdoba, Argentina, 2006)

 

 


 

fijando vértigos 2007 ® Todos los derechos reservados

 
Hosted by www.Geocities.ws

1