Guido Cavalcanti (h.1260 - 1300)


TRES SONETOS   (Selección y traducción de Rodolfo Alonso)


Tanto has colmado de dolor mi mente
que el alma se desvive por partir,
y al suspirar mi corazón doliente
muestra a los ojos no poder sufrir.

Amor, el que tu gracia valor siente,
dice: -Me duele que tú debas morir
por esta mujer fiera, que inclemente
piedad parece no quiere oír-.

Yo voy como alguien fuera de la vida,
cual si estuviese, para quien lo mira,
de cobre o piedra o de madera hecho,

que se maneje sólo por maestría,
y lleve en el corazón alguna herida
que sea, tras de su muerte, signo abierto.



*

 
                                        (A Dante Alighieri)

Vengo a ti cada día muchas veces
y descubro que piensas tan vilmente;
me duelo entonces de tu noble mente
y las muchas virtudes que careces.

Solían disgustarte muchedumbres,
siempre escapabas de molestas gentes;
te expresabas de mí tan cordialmente,
que en tus poemas logras me deslumbre.

Y no me abrasa ya que, vil, tu vida
demuestre que tus dichos me complazcan,
ni vengo a que me veas en persona.

Si este soneto lees cuando te plazca,
el oprimente genio que te acosa
se alejará del alma envilecida.


*


                                           (A Guido Orlandi)

Una figura de mi Dama, Guido,
es adorada en San Miguel del Huerto,
que, de bello semblante, honesto y pío,
al pecador es gran refugio y puerto.

Y quien con devoción a ella se entrega,
cuando más sufre alcanza más consuelo;
sana al enfermo y al demonio aleja,
y a ciegos ojos hace ver sin velos.

Sana, en lugares públicos, pesares,
respetuosa la gente se le inclina,
adornan aberturas resplandores.

La voz alcanza lejanos lugares:
ídolo dicen los frailes Menores
envidiando que no les sea vecina.



A modo de homenaje:


GUIDO CAVALCANTI EN LOS INFIERNOS

por
Rodolfo Alonso


El mundo atroz de la taberna
es eso: el mundo, y en un rincón,
generoso y febril, tú callas, solo.

Aunque se incube
en tu silencio ojeroso la palabra
que ha de volverlos hombres,
¿ellos lo saben, Guido? Y tú, ¿lo sabes?

¿De qué se trata, pues? Tan sólo
de una palabra exacta
y tímida, tierna y precisa,
fecunda, aventurada, venturosa,
tan altaneramente compartida
como la rotundísima magnolia
o aun las breves
pero eficaces hojas de la violeta
que corona el rocío.

Para vivir, para morir, palabras
hoy ruedan entre sí
y en tu cabeza. ¿Cuál es
tu premio? Estas palabras
no fueron tu única vecindad
con la belleza.


de su poemario Señora Vida (1968-1979)

 


 

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