UNA HISTORIA ESCABROSA Una de las historias populares m�s macabras entre las creadas en el siglo XX es la que hace referencia a un conductor que en el �ltimo momento decide no recoger a un viajante. Generalmente el narrador comienza diciendo: "�Te cont� lo que le ocurri� a mi amigo? Bueno, de hecho fue a su primo..." Y contin�a as�: Un automovilista va conduciendo por una carretera, cuando ve a un hombre joven con el pulgar levantado. Al disminuir la velocidad para recogerlo queda consternado al ver que detr�s de los arbustos o �rboles de la carretera asoman dos o tres compa�eros suyos. Considerando quiz� que est�n abusando de su generosidad, o tal vez alarmado ante la posibilidad de que se trate de una banda de ladrones, el conductor decide en el �ltimo momento no recogerlos. Los viajantes se encuentran ya bastante cerca del coche, pero el conductor pisa el acelerador a fondo y se aleja tan r�pido como puede. Los viajantes parecen enojados: gritan y chillan mientras el automovilista se aleja. Feliz de haber l ogrado escapar a tiempo, el conductor sigue su camino unos kil�metros sin detenerse. Despu�s, al comprobar que el indicador de la gasolina se acerca al cero, se para en una estaci�n de servicio. Acto seguido observa que el operario de la estaci�n de servicio, l�vido como la cera, se aparta horrorizado del coche. El conductor baja para ver qu� es lo que pasa, y queda paralizado de horror ante lo que ven sus ojos. Atrapados en una de las manijas de la puerta hay cuatro dedos humanos.
PESADILLAS RECURRENTES El 26 de mayo de 1979 un DC-10 de la American Airlines se estrell� al despegar del aeropuerto internacional O'Hare de Chicago, convirti�ndose en una masa de hierros retorcidos y llamas. Murieron 273 muertos. Retransmit�an la noticia por televisi�n cuando un chico de 23 a�os que viv�a en Cincinnatti (Ohio) qued� horrorizado en su asiento, y no era para menos: llevaba diez noches teniendo una pesadilla, la misma, donde un avi�n de la American Airlines explotaba al fallarle los motores y caer invertido contra el suelo. En su sue�o ve�a el impacto, no hab�a sonido, pero sufr�a el calor de las llamas. El 22 de mayo (cuatro d�as antes de la verdadera explosi�n) el joven llam� por tel�fono a la Federal Aviation Authority en el aeropuerto del Cincinnatti. Tambi�n llam� a la American Airlines e incluso a un psiquiatra de la Universidad de Cincinnatti. Todos le atendieron con simpat�a pero el joven no se sent�a bien. El 26 de mayo escuch� la noticia en la televisi�n y fue entonces cuando la Federal Aviation Authority llam� al joven David Booth interesado (ahora) en conocer los detalles de su pesadilla para compararlas con el accidente del DC-10. No sirvi� de nada, ni siquiera para que David pudiera tranquilizarse. Eso s�, una gran parte de los detalles que Booth cont� eran absolutamente iguales a los hechos que ocurrieron aquel tr�gico d�a.
LA VENGANZA Un verano de 1998 un joven al que llamaremo Alejo me pidi� que le contara historias de miedo. Yo le pregunt� si �l ten�a algo que contar y me dijo que conoc�a una historia que le hab�a ocurrido el verano anterior a los padres de su novia (ella estaba en ese momento con nosotros y le horrorizaba contarlo as� que dej� el relato en boca de Alejo). Se hab�an reunido varios matrimonios en una terraza a pasar la noche charlando mientras las estrellas (y quiz� alguien o algo m�s) les observaban. En un momento dado ciertas bombillas de la terraza se apagaron y encendieron como hacen las propias estrellas. Alguien brome� ech�ndole la culpa a los esp�ritus. Todo qued� ah�. A la noche siguiente fueron a la terraza de otra casa siguiendo con la rutina veraniega habitual, y en un momento dado olieron a quemado y vieron humo. Asustados comprobaron que las llamas ven�an de la casa donde hab�an estado la noche anterior. Corrieron hacia all� y descubrieron que tan s�lo ard�a aquella parte en la que ellos hab�an estado sentados. �Fallo el�ctrico que lleg� hasta los sillones en pleno aire libre? �Unos esp�ritus cabreados porque les hab�an echado la culpa de algo que probablemente no hab�an hecho (�o s�?).? Aquellas parejas llegaron a pensar que aquel trozo de la casa estaba embrujado y todos miraron con respeto aquel incendio extra�o que no se propag�.
LA MANO Esta historia le ocurri� a una chica de unos dieciocho a�os que, seg�n me confes�, apenas tuvo miedo. Y la admiro, pero yo s� que aquella no fue su �nica historia. Llam�mosla Lorena. Alguna vez, en la familia de Lorena ya hab�a ocurrido que a sus hermanas les hab�an acariciado el pelo, la espalda o incluso empujado... La noche en que le ocurri� a Lorena este breve episodio dorm�a sola. Compart�a habitaci�n con su hermana peque�a, pero ella no estaba. Se abraz� a la almohada, dej�ndose llevar por el sue�o estirada y con el rostro hacia el techo. La almohada estaba agarrada por su brazo izquierdo, y all� permaci� todo el tiempo. Cuando ya estaba empezando a dormirse ocurri�: Un golpe seco debajo de su ombligo y encima de su pubis la despert� de golpe. Casi se levant� pero no lo hizo, tan solo permaneci� quieta mirando a su alrededor y analiz�ndolo todo: la almohada no hab�a sido, segu�a abrazada a su izquierda... estaba sola, nadie hab�a tenido tiempo de entrar, pegarle y luego salir... Pens� y record� otro episodio, cuando un fin de semana se hab�a marchado con unos amigos a celebrar un weekend en una casa de Icona en mitad de una monta�a de Ayora. Todos iban a ponerse hasta arriba de tripis, pero ella no lo hizo. Ten�a el suyo, pero no lo tom�, simplemente lo guard�. La casa ten�a apenas dos habitaciones: donde se dorm�a -un amplio cuarto donde hab�a tirado en el suelo un colch�n de matrimonio y una litera de madera-, y el sal�n, donde se pensaban correr la juerga. Menos una pareja que se march� a la habitaci�n, el resto permaneci� en el sal�n tomando tripis, fumando porros y bebiendo alcohol. La fiesta no acabar�a hasta el d�a siguiente. Lorena, por alg�n extra�o motivo, no hizo nada de eso, y decidi� irse a dormir. No era c�modo tumbarse all� con aquella pareja que -si bien no estaban haciendo nada- s� buscar�an algo de intimidad, pero por alg�n motivo que ni ella sab�a, Lorena decidi� tumbarse en una esquina de la litera, con el cuerpo pegado a la madera, los brazos flexionados en direcci�n hacia su cabeza, sin apenas un s�lo hueco por el que alguien pudiera hacer lo que hizo: tocarle el pecho. No recordaba si era el izquierdo o el derecho cuando me lo cont�, pero s� recordaba la sensaci�n de p�nico que sinti�. Algo hab�a tocado su pecho como si lo amasara, y no hab�a espacio entre sus brazos para conseguir tal haza�a. Tambi�n en aquella ocasi�n, tras sentir un escalofr�o en la espalda y notar c�mo abr�a desmesuradamente los ojos por el miedo, analiz� la situaci�n. La pareja segu�a tumbada en su rinc�n, y no hab�a nadie m�s. Su determinaci�n fue m�s que sorprendente. Se dijo: si tengo que sufrir alucinaciones, al menos que sea con un tripi en el cuerpo. Curiosamente, el resto de la noche no le ocurri� nada m�s. Se comi� su tripi, bebi� alcohol y se ri� con el resto de su grupo.
LA VOZ DE LOS �RBOLES Los ladridos se acercaban m�s y m�s, recortando segundo a segundo la distancia. Con los m�sculos doloridos, entumecidos tras casi una hora de persecuci�n sin pausa bajo una densa e ininterrumpida lluvia, la tosca tapia de piedra y argamasa que Luis ten�a enfrente parec�a un obst�culo insuperable. Pero los perros estaban ya a poco m�s de cincuenta metros: a esa distancia pod�a escuchar los gritos de sus amos azuz�ndoles para seguir la pista con m�s presteza mientras los haces de sus potentes linternas hend�an la oscuridad del p�ramo en busca de la presa, de �l. Ten�a que lograrlo, ten�a que trepar esa pared. Sus dedos palparon la pared buscando apoyos entre las piedras, confiando en no resbalar. Lenta, dolorosamente, inici� la escalada. Sus manos sangraron, el lujoso traje de Armani se desgarr� en el pecho y las piernas para te�irse de oscuro p�rpura. En su mente s�lo cab�a un pensamiento: llegar arriba, poner un nuevo obst�culo entre �l y sus perseguidores. Al fin y tras lo que se le antoj� una eternidad, la ca�da acompa�ada de un apagado y h�medo golpe le indic� que lo hab�a logrado: que estaba al otro lado. Esto les detendr� unos minutos, pens� no muy convencido. La lluvia ca�a torrencial, una densa manta que reduc�a la visibilidad a unos pocos metros, tras los que el mundo no era m�s que una deforme y borrosa mancha. Las gotas le golpeaban violentamente como mazas mezcl�ndose con el sudor y provocando en su cuerpo un doloroso contrasentido de calor y fr�o: todos los m�sculos gem�an una ca�tica sinfon�a en la que una legi�n de agujas incandescentes empalaban hasta la �ltima de sus c�lulas, un infierno ardiente donde el fr�o de la lluvia sublimaba su energ�a en sufrimiento. Ya no pod�a m�s, su cuerpo le exig�a un m�nimo descanso, unos segundos de calma en los que tratar de recuperar el poco aliento que le quedaba. S�lo un poquito, nada m�s que unos segundos aqu� recostado. Luis trataba de convencerse, de olvidar a sus perseguidores. Sin m�s dilaci�n dej� relajarse a sus agotadas piernas: era tan tentador dejarse caer all� mismo y abandonarse a la voluntad del hado. Pero incluso entonces le fue denegado el descanso: la inactividad le dejaba a solas con el dolor de sus m�sculos, amplific�ndolo, record�ndole cu�nto los hab�a forzado. Necesitaba descansar pero no all�, en la base de la tapia, donde ser�a f�cil descubrirle. Deb�a buscar un refugio, un sitio inaccesible para los sabuesos, un lugar donde recuperar las fuerzas perdidas. Con un r�pido vistazo a su alrededor trat� de encontrar alg�n lugar que satisficiera sus necesidades, pero ya fuese por la densidad de la tromba de agua, ya porque sus ojos le lat�an en las cuencas a punto de explotar, le era imposible definir lo que ve�a. Las formas eran borrosas y mon�tonas, una mezcolanza de columnas oscuras y ahusadas, bloques bajos y rechonchos a veces culminados en ap�ndices centrales, todo ello sumergido en un oc�ano de colores cenicientos. �D�nde demonios estoy? Luis ya cre�a sufrir visiones: parec�a como si su infierno de dolor hubiera moldeado la misma realidad torn�ndola una pesadilla gris y surrealista. Pero no pod�a pararse a pensar en eso: del otro lado de la tapia surg�an sonidos nuevos y a la vez demasiado familiares. Amortiguados por la densa lluvia resonaban los ladridos cargados de ansia de los sabuesos, acompa�ados de varias voces que iniciaban una discusi�n. Un haz de luz escrut� la parte superior del muro; los perseguidores parec�an decididos a trepar la pared, aunque para ello necesitasen dejar atr�s los perros. �Dios! �En el l�o que me he metido! Para Luis incluso pensar era ya doloroso. Pero el limbo en el que estaba sumido no le salvar�a: si no reaccionaba ya, era hombre muerto. La sinfon�a de dolor de su cuerpo cambi� a una grandiosa aria cuando forz� a sus m�sculos a levantarse. Aquellos segundos de reposo, en vez de mejorar su estado, le hab�an embotado, d�ndole el andar de un borracho: no hab�a dado tres pasos cuando sus pies tropezaron con algo haciendo que Luis cayera torpemente de bruces contra una superficie dura y fr�a. Frente a �l, en una roca blanquecina y sucia recubierta con una capa de l�quenes parduscos, hab�a grabada una escueta inscripci�n: "Jean-Pierre Curie Manelbrot, 1786 - 1810". La simpleza de la leyenda golpe� la columna vertebral de Luis con un crudo escalofr�o que le arranc� un gemido: - �Estoy en el Cementerio de los Franceses! �He ido a meterme en un cementerio! -La l�pida estaba muy resbaladiza, pero aun as� consigui� ponerse en pie y mirar alrededor. Ahora hab�a u na macabra explicaci�n a todas las formas borrosas que desde el muro hab�a discernido: altos y descuidados �rboles, en su mayor�a cipreses entremezclados con otros inclasificables por su deformidad, envolv�an en su oscuridad las tumbas abandonadas durante casi dos siglos, �ltimas humildes moradas para los muertos de una guerra ya olvidada, a la vez guardianes y compa�eros en el descanso eterno. Prefiri� no recordar las habladur�as que rondaban aquel recinto: extra�os ritos, apariciones fantasmales, profanaciones...; la realidad estaba a sus espaldas. Tras la tapia la actividad se acrecentaba por momentos. Un haz de linterna ilumin� la silueta inconfundible de una cabeza surgiendo por la parte superior del muro. Ten�a que encontrar un escondrijo, y pronto, pero a su alrededor todo eran �rboles esquel�ticos y tumbas destartaladas y sucias, algunas incluso con las l�pidas resquebrajadas a trav�s de cuyas grietas la luz de la luna trataba de mostrar algo que no deb�a ser visto. - Conf�a en nosotros. Nosotros cuidaremos de ti. El susurro lleg� a Luis desde un punto impreciso a sus espaldas, arriba entre las copas. Parec�a una d�bil voz coral de tono muy suave, tranquilizador, portadora de sabidur�a, paz y seguridad. Era el murmullo del viento meciendo las hojas, era el gorgojeo de la lluvia lamiendo los troncos, era la insinuante tonada de la savia cargada de vida fluyendo en los troncos, el abrazo eterno de aquellas ra�ces envolviendo la decrepitud de la muerte humana. Era la calma absoluta, la paz final, la comuni�n postrera con la naturaleza. Sin saber porqu�, Luis no se movi�. - Bien, hijo. Hace tiempo que te esper�bamos. Deja que el miedo pase a trav�s de ti: se transparente, ac�gete a nuestra paz. Ahora la voz ten�a un tono levemente distinto, como si le hablara una entidad diferente, con mucha m�s autoridad, aunque sin perder esa carga de seguridad. Luis permaneci� donde estaba, de pie, tambaleante, con el cuerpo recorrido por infinitud de dolores, mientras ve�a c�mo un hombre saltaba la tapia y ca�a to premente al descuidado c�sped. Su rostro era irreconocible con la lluvia y la oscuridad de la noche. Escrutaba en todas direcciones con la linterna que llevaba en la mano izquierda las l�pidas, mientras que en su diestra empu�aba una pistola. Otro hombre saltaba al interior del camposanto en el mismo instante en que la linterna del primero pasaba sobre a Luis, le ba��ndole con su deslumbrante claridad por completo... �para luego seguir buscando entre las l�pidas! Pero Luis no tuvo tiempo de alegrarse: un nuevo e intens�simo dolor recorri� su espina dorsal. Aterrorizado pudo sentir rugosos zarcillos recorriendo todo su cuerpo, aferrando sus piernas al suelo, penetrando en su intimidad, oprimiendo su torso, palpando su cara, violando su boca. Nuevas voces sonaron, iguales pero diferentes: - Muchos a�os te hemos esperado. - En nuestra soledad t� nos acompa�ar�s. - Uno m�s con nosotros, y nosotros uno m�s contigo. - Aqu� no sufrir�s por el remordimiento del ayer. - Aqu� no sufrir�s con la claustrofobia del hoy. -Aqu� no sufrir�s con la inseguridad del ma�ana. - Aqu� sencillamente sufrir�s. Y el susurrante coro se alz�, rode�ndolo, surgiendo de todas partes, dentro y fuera de �l: - Se te ha brindado la oportunidad de recorrer la senda de la Verdad Absoluta. Enfoca todas tus emociones, retu�rcelas, f�ndelas, sublima tu placer con tu dolor, tu esperanza con tu angustia, tu tranquilidad con tu desasosiego, y recorre en nuestra compa��a las oscuras salas de Loirith en busca del Saber olvidado. �La angustia y el temor son el principio de la intranquilidad, la intranquilidad y el dolor son el principio del conocimiento, el tiempo y la contemplaci�n son la consolidaci�n de ese conocimiento, y �ste es el fin en si mismo �El tiempo es el maestro, el dolor es el libro. Tuyo es todo el tiempo, tuyo es todo el dolor. El anciano se acerc� al tronco del �rbol y acarici� la rugosa corteza. Lentamente gir� la cabeza con la duda marcada en su rostro. Su voz sonaba rota cuando le pregunt� a su compa�ero: - Gast�n, �recuerdas alguna vez haber plantado aqu� este �rbol? S�, �ste, junto a la tumba del pobre Jean-Pierre. El otro anciano le lanz� una mirada recriminatoria: - La vejez no te sienta bien, Fran�ois. Deja de decir estupideces y ven aqu� conmigo a rezar por el alma de nuestros amigos ca�dos: ellos merecen m�s atenci�n que ese maldito �rbol. �No hemos venido tras cuarenta a�os a este maldito pa�s para ver �rboles! Pero Fran�ois no estaba convencido, y sigui� estudiando el �rbol. Tras unos segundos mene� la cabeza y se volvi� hacia Gast�n: - Tienes raz�n, pero es que... - �D�jate de peros y no insultes m�s la memoria de nuestros soldados! - El rostro de Gast�n estaba ahora coloreado por la ira, y con la mano hac�a repetidamente un claro gesto para que su amigo se acercara. Al fin Fran�ois abandon� el �rbol y renque� hacia su amigo con el paso inseguro de la edad apoy�ndose en un delgado bast�n. Ambos se descubrieron y con los tricornios en el pecho iniciaron una oraci�n, tras la que, en silencio, visitaron otra tumba y volvieron a rezar. El ritual se repiti� una y otra vez mientras el moribundo sol te��a con una rica paleta de ocres, amarillos y rojos el horizonte de Santa Ana. La visita concluy� con los �ltimos rayos del sol arrancando alargadas sombras de las l�pidas. Los dos ancianos recorrieron el peque�o camposanto una vez m�s y cerraron la verja tras de s�. Junto a la entrada les esperaba un sencillo carruaje cubierto. S�lo cuando hab�an perdido de vista el recinto sagrado se atrevi� Fran�ois a hablar de nuevo con Gast�n: - �De verdad que no te ha llamado la atenci�n ese �rbol? Era muy extra�o: incluso su tronco recordaba la figura de un hombre retorcido por el dolor. - �Deja esas tonter�as de viejo chocho! �Cada d�a te pareces m�s a la bruja de tu mujer! �Y no me vuelvas a meter prisa al rezar! Punto final; no merec�a la pena discutir con una tapia. Durante el resto del trayecto la cabina estuvo sumergida en el mismo silencio del lugar que acababan de abandonar, s�lo interrumpido por los chasquidos del l�tigo del cochero arreando a los caballos y el chirriar de la graba bajo las ruedas. Fran�ois miraba ensimismado al oscuro oc�ano, buscando en �l una calma que aqu�l maldito lugar hab�a erradicado de su coraz�n: nunca se atrevi� a confesarle a Gast�n la raz�n que le hab�a inducido a apresurarse con las oraciones, a salir espantado de las calmas sombras de aquel cementerio, incapaz siquiera de mirar atr�s. Con el paso de los a�os incluso lleg� a dudar de su memoria: �ser�a todo una fantas�a de su imaginaci�n, un juego de la naturaleza que hab�a atemorizado a su endeble esp�ritu? Pero cada vez que consegu�a convencerse de ello aquellas extra�as e imposibles palabras regresaban a su cabeza como ominosos buceadores emergiendo desde simas desconocidas de su mar de recuerdos, con sus imposibles tonos huecos, resonantes, suaves pero profundos, un coro fantasmal de �rboles que repet�an una y otra vez tres palabras: Tiempo y dolor, tiempo y dolor, tiempo y dolor...
LA CARTERA Aquella noche estaba ya cansado, ser�an las doce, conduc�a apresuradamente para as� llegar aprisa a mi casa, cuando, de repente, una chica precios�sima me hizo se�as para que me detuviese. Me estacion�, y me pregunt� si pod�a llevarla hasta su casa, que no quedaba muy lejana. Asent� con gusto. En el trayecto conversamos un poco, dijo que se llamaba Ana Teresa, y que ten�a 24 a�os. Llegamos a su casa y se despidi�, sin dejar que yo la acompa�ase a la puerta. Segu� mi rumbo, y, al llegar a mi apartamento, me di cuenta que la chica hab�a olvidado su cartera en el auto, como era ya tarde, pens� en devolv�rsela al d�a siguiente, as� lo hice. A la ma�ana siguiente me dirig� a la casa de la muchacha y llam� a la puerta, una se�ora de avanzada edad abri� y, al ver la cartera, exclam�: �-D�nde ha encontrado usted ese bolso caballero?!- Yo respond�: -Es de la chica que vive aqu�, anoche la traje en mi auto- La se�ora me mir� perpleja y dijo: -Chica... aqu� no vive nadie aparte de m�... y... esa cartera que usted trae es de mi hija Ana Teresa- Yo contest� en tono burl�n: -Ya lo s�, se le olvid� ayer en mi auto- La se�ora me mir� con ojos llorosos y dijo: -Se�or, mi hija muri� hace cinco a�os-
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