En el firmamento se advierte de vez en cuando la deflagración de alguna estrella que, de improviso y en muy pocas horas, aumenta miles o millones de veces su luminosidad; en la mayoría de los casos la estrella era antes imperceptible o había pasado desapercibida. Este tipo de “apariciones” determinaron en otro tiempo que se las llamara estrellas novas (nuevas) porque se suponían que “nacían”. Al descubrirse que hay otro tipo cuyas explosiones son de mucha mayor intensidad, se clasificó un segundo grupo que recibió el nombre de supernovas. En ambos casos, tras el súbito aumento de luz (muchas magnitudes, aunque las primeras son más débiles y se caracterizan por un aumento del orden de 10 magnitudes en el brillo de la estrella originaria, frente a las segundas que liberan una energía millones de veces superior), la estrella sufre un paulatino descenso que dura bastantes semanas y que acaba estabilizándose, cuando ya está muy débil, después de unos meses.

Por lo tanto, no se trata de estrellas “nuevas”, sino todo lo contrario. Precisamente ambos casos son los espasmos finales en la vida de las estrellas, casi al instante de su muerte, pero se producen de manera y por motivos diferentes.

A las estrellas de tamaño medio, como el Sol les llega un momento en que buena parte del combustible se ha consumido y su temperatura interna desciende. Entonces se rompe el equilibrio hidrostático (la temperatura presiona al gas a expandirse mientras la gravedad hace el efecto contrario; por eso las estrellas son esféricas). Al suceder esto, el núcleo central se reduce enormemente, convirtiéndose en una enana blanca, de alta temperatura, mientras expande bruscamente las capas más externas formando a su alrededor una nebulosa que, muy impropiamente, se denomina planetaria; este es el paroxismo que percibimos como el súbito aumento de brillo de una estrella “nova”. Después la estrella irá disminuyendo lentamente su temperatura hasta ser una enana roja y apagarse. Todo ello le ocurrirá al Sol dentro de unos cinco mil millones de años.

Un caso distinto es el de las supernovas, mucho más violentas ya que la luminosidad puede aumentar bruscamente hasta mil millones de veces la solar, tratándose del fenómeno más brutal que se conoce en la Naturaleza. Son estrellas de gran masa (más de tres veces la solar) en cuyo núcleo después de helio se ha creado carbono y oxigeno. Cuando el núcleo alcanza los seiscientos millones de grados, explota. En estrellas aún mayores sucede con un núcleo de hierro. El resultado es la proyección al espacio de buena parte de su materia, quedando como residuo un núcleo extraordinariamente pequeño y denso, conocido como estrella de neutrones ya que, a causa de su enorme presión los átomos pierden su estructura y únicamente subsisten los neutrones.

La nebulosa del Cangrejo, visible con pequeños instrumentos en la constelación de Taurus, constituye los restos de una supernova que fue observada en el año 1054 por los chinos. Hoy en día en su centro se detecta la presencia de una estrella de neutrones que gira a razón de 33 veces por segundo. Tan veloz movimiento y el hecho de que su campo magnético determine que la luz salga de ella en forma de haces, dan lugar a que desde la Tierra se vea púlsar la estrella como lo hace la luz intermitente de una ambulancia. Este tipo de astros es lo que se conoce como púlsares y cuyos periodos de variación luminosa van desde unos pocos segundos a unas milésimas de segundo con absoluta regularidad. Sus registros constituyen los relojes más precisos y constantes del mundo. Como curiosidad señalaremos que el púlsar CP1333 tiene un periodo de rotación de 1,18791116405 segundos.

Finalmente, la estrella de neutrones sigue contrayéndose hasta que su luz, vencida por la intensa fuerza de la gravedad, no puede salir de ella. Entonces se convierte en un agujero negro, con un tamaño de muy pocos kilómetros, imposible de ver pero detectable por los efectos que produce en sus vecinos.

Otro tipo de explosiones supernovas se da en el caso de que estén muy próximas entre sí (en un sistema binario) una estrella “normal” y una enana blanca. Con su fuerza de gravedad, la enana absorbe materia de su vecina y se la incorpora, lo que le ocasiona un aumento de densidad y de temperatura hasta llegar a un punto en que colapsa, de forma parecida al caso anterior, dando lugar a una explosión de casi toda su masa para convertirse, también, en una estrella de neutrones y un agujero negro.

Aunque las supernovas son un fenómeno raro, ocurren varias veces cada siglo en algunas galaxias, si bien en el caso de la Vía Láctea la última se observó en 1604. Por ello, los astrónomos actuales esperan con ansiedad que vuelva a ocurrir en cualquier momento un cataclismo de este tipo en nuestra galaxia, ya que su estudio aportaría grandes contribuciones al conocimiento de la evolución estelar.

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