Un eclipse de Sol se produce cuando la Luna se
coloca entre él y la Tierra e intercepta los rayos de luz que llegan hasta
nuestro planeta. Para un observador terrestre, el disco lunar se interpone ante
el del Sol, que desaparece de su vista en todo o en parte, ya que no siempre la
ocultación es total. Los eclipses solares pueden ser totales, anulares
o parciales –si la Luna oculta sólo parcialmente el disco solar-.
La primera de estas tres clases figura
entre los fenómenos más hermosos a los que puede asistir cualquier persona. Por
otra casualidad celeste, el diámetro aparente del Sol y de la Luna es
equivalente a pesar de la diferencia de sus tamaños reales. Ello se debe a que
el diámetro solar es casi 400 veces mayor que el lunar, y el Sol se halla justamente
400 veces más lejos de la Tierra que de la Luna. El resultado de esta ecuación
cósmica es que vemos igual de grandes a ambos en el cielo.
Los eclipses totales de Sol ocurren, de esta forma,
cuando la Luna oculta enteramente al Sol. En una etapa preliminar del fenómeno,
el disco lunar –que no vemos porque la Luna se encuentra en una fase nueva- se
va aproximando al solar y establece un primer contacto con él; de alguna forma
es el primer bocado que la Luna se come del Sol. Paulatinamente la colosal esfera
estelar se va reduciendo hasta que llega la totalidad.
La fase de totalidad de un eclipse solar transcurre
en sólo unos minutos. La máxima duración posible es de 7 minutos y medio, pero
lo habitual es que sean más cortos. En los eclipses totales de Sol la franja
desde la que es visible la totalidad tiene miles de kilómetros de longitud,
pero su anchura es muy pequeña, de ahí que para la observación del Sol en el
momento de la totalidad de un eclipse, se organicen expediciones a veces a
inhóspitos países, y que la visión de este fenómeno, siempre extraordinario y
espectacular aunque de pocos minutos de duración, se haya convertido en
pretexto para que muchos aficionados realicen “turismo astronómico”.
La contemplación de la fase total de un eclipse
solar resulta ser un espectáculo difícil de narrar. A la aparición en torno al
disco oscuro de la Luna de las protuberancias del Sol y de la extensa corona
con sus estructuras filamentosas, debe sumarse el insólito ambiente que se
produce a causa del súbito oscurecimiento del astro-rey en pleno día. El
fenómeno va acompañado de toda una serie de curiosas reacciones de los seres
vivos, que acusan extrañamente la llegada de la imprevista nocturnidad.
Frente al eclipse total se encuentra el anular. Si
la Luna está cerca de su apogeo –el punto más distante de su órbita alrededor
de la tierra- su tamaño aparente disminuye ligeramente, lo bastante para que no
sea tan grande como el Sol. Cuando esto ocurre, el eclipse de Sol que en teoría
debía ser total se convierte en anular, ya que la Luna queda dentro del disco
solar, pero no lo eclipsa en su totalidad. Alrededor de la esfera lunar puede
verse un anillo de luz que sobresale circularmente. Si además, el anillo
luminoso es muy fino, pueden verse los llamados Gránulos de Baily, unos
pequeños resplandores solares que aparecen junto al borde de la Luna.
Otras veces la alineación entre el Sol, la Luna y
la Tierra no es exacta y esto hace que la ocultación sea solamente parcial, con
lo que un sector del disco solar permanece siempre visible. Nos encontramos
entonces ante un eclipse parcial. La principal diferencia entre un eclipse
parcial de Sol y uno total es que en éste, cuando la Luna oculta a la estrella,
puede verse la corona solar, que se extiende a millones de kilómetros por
encima de la cromosfera pero es invisible en condiciones normales por el gran
resplandor. Durante un eclipse parcial no es posible ver la corona, ya que la
luz no se atenúa lo suficiente para ello.
Existe la creencia popular de que el mejor método
para la visión de la fase parcial de un eclipse es la utilización de un cristal
ahumado. Resulta evidente que el poseedor de un telescopio empleará los métodos
habituales para la observación del sol –proyección, helioscopio o filtro de
abertura total-, pero no por ello la persona que no posea uno debe dejar de
contemplar cómo la Luna va “mordiendo” al Sol.
Hoy día existen otros procedimientos más sencillos
y eficaces para la observación directa del Sol que el anacrónico cristal ahumado,
tanto durante un eclipse como en circunstancias normales (téngase en cuenta que
a simple vista pueden también llegar a verse los grandes grupos de manchas).
Los filtros oscuros que se emplean en soldadura autógena (verdes o morados)
suelen ser suficientemente absorbentes como para dar una imagen correcta del
Sol. Mirarlo a través de uno de tales cristales no representa, pues, ningún
peligro. También son un buen filtro, y quizá de más fácil obtención las
películas fotográficas, siempre que sean utilizadas como filtro de observación
directa (nunca en un instrumento óptico). De las películas fotográficas los
trozos útiles son las “colas” de los carretes, que han sido veladas por la luz
y luego reveladas, ya sean blanco/negro o color. Estas colas oscuras, que
suelen desecharse cuando el laboratorio entrega un carrete revelado,
constituyen un buen filtro aunque quizá no los suficientemente opaco, lo cual
se soluciona, simplemente, superponiendo dos. Asimismo es muy efectivo un trozo
negro de fotolito de los que se usan en artes gráficas. Puede preparase de modo
que, cortado, sirva para suministrar filtros a toda la familia o a un grupo de
alumnos de un centro de enseñanza. Si, además se montan los filtros sobre un
soporte tipo gafas submarinas para que no entre ningún rayo de sol directo –lo
cual debe de procurarse siempre-, la visión puede ser perfecta y cómoda.