D.H. LAWRENCE
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D. H. LAWRENCE: TROZOS DE CRÍTICA

Los perros y la jirafa

Dices en tu reseña de mis poemas: "esto no es vida, la vida no es así". Y esa es la actitud que tienes incluso hacia mi persona. La vida no es así; ergo, no hay tal animal. De ahí que me importe un comino lo que digas. Ya me cansé de que animales simplemente diferentes a mi digan "no hay tal animal" a lo que yo soy. Si soy una jirafa, y los ingleses que habitualmente escriben sobre mi son unos bonitos perros domesticados, lo único claro es que hay diferentes clases de animales. Y el "yo" que pretendes estimar no soy yo, sino un ídolo de tu imaginación. Créemelo, la verdad es que no me estimas en lo absoluto. Instintivamente detestas la clase de animal que soy, así como también la detestan los Squire, los Eliot y los Gould. Y si el animal que yo soy es algo que no existe para ustedes, entonces ¿por qué demonios no te decides y asumes una posición claramente enemiga hacia mí?

(Carta a John Middleton Murry, 20 de marzo de 1929.)

El canguro del pensamiento

Hay un poema de Swift que debemos leer atentamente. Está escrito a Celia, su Celia, y cada estrofa termina con el loco y enloquecedor estribillo "Pero Celia, Celia, ¡Celia caga!"... El hecho no debió horrorizarle, pues también él cagaba, como todos nosotros. No el hecho, sino el pensamiento de que su Celia cagara era lo que lo enloquecía. No podía soportar el pensamiento...

Las palabras "obscenas", llanas y naturales, deben ser readmitidas en la conciencia y liberadas de sus depravadas y temidas asociaciones morales. El miedo mental que se les asigna, las agiganta desproporcionadamente. Debemos aceptar la palabra culo como aceptamos la palabra cara, pues todos tenemos un culo y siempre lo tendremos. No podemos dedicarnos a cortarles las nalgas a todos los especímenes del infortunado género humano, como las damas de un cuento de Voltaire, sólo para justificar la expulsión mental de esa palabra... Hay que extirpar, en cambio, el tabú. El canguro es un animal inofensivo: la palabra cagar es inofensiva. Uno y otra, si se las convierte en tabú, se vuelven peligrosísimos.

(Pansies, 1929)

La originalidad y las reglas

Dile a Arnold Bennett que todas las reglas de construcción novelística sólo sirven para las novelas que copian a otras novelas. Un libro que no es copia de otros libros tiene su propia construcción, y lo que Bennett (quien es un viejo imitador) llama defectos narrativos, yo los llamo características.

(Carta a J.B. Pinker, 16 de diciembre de 1915)

La mierda es la oscuridad

La pornografía es el intento de insultar el sexo, de enmierdarlo. Esto es lo imperdonable... Los chistes colorados son feos y repelentes precisamente porque su supuesto "humor" es un truco para volver sucio el sexo... En la actualidad, el desnudo humano resulta feo y degradante para muchas personas, y lo mismo el acto sexual: esa es la catástrofe de nuestra civilización que, como ninguna otra, ha encerrado el sexo en la oscuridad y el desnudo en el WC.

Las funciones sexuales y las excrementicias están muy cerca unas de otras en el cuerpo humano, pero son totalmente opuestas en cuanto dirección. El sexo es un flujo creativo, mientras que el excremento fluye hacia la disolución. En la persona sana la distinción es instantánea e instintiva entre los dos flujos; pero en la persona degradada están muertos los instintos más profundos, y para ella los dos flujos son el mismo. Este es el secreto de la gente verdaderamente vulgar y pornográfica: el sexo es mierda y la mierda es sexo; la excitación sexual se vuelve un juego con mierda, y cada signo sexual en una mujer se vuelve señal de su mierda. Esta es la condición de los vulgares seres humanos cuyo nombre es legión y que elevan su voz: vox populi, vox dei. Por ello debemos admitir que Jane Eyre o el Tristán de Wagner están más cerca de la pornografía que Bocaccio... Uno de los críticos que más simpatizan conmigo escribió: "Si se adoptara la actitud de D. H. Lawrence hacia el sexo, desaparecerían dos cosas: el amor lírico y el chiste colorado"... Pues todo ese amor puro, noble y celestialmente lírico no es sino comparsa del chiste colorado... Toda pornografía invita a la masturbación, es un estimulante para masturbarse, para excitarse solitariamente, y no para relacionarse sexualmente con los demás... debemos liberarnos de la condición de enmierdados seres masturbatorios en que nuestra civilización nos ha convertido.

(Pornografía y obscenidad)

El shock de la sífilis

En Inglaterra, a partir de finales del siglo XV, el cuerpo humano comenzó a provocar terror. Creo que este espanto provino, en parte, del shock de la sífilis y de la evidencia de sus estragos, que ya eran abundantes en el siglo XVI, no sólo en lo físico, sino aun en la conciencia y en la imaginación inglesas. Tanto la familia real de Inglaterra como la de Escocia eran sifilíticas... Es posible que lo mismo ocurriera al mismo tiempo en España, mientras que en Italia, por el contrario, un país mucho menos viajero que los anteriores, y sin contacto directo con América, sufrió menos de la sífilis y del consecuente terror español e inglés al sexo y al cuerpo... Esto quizás parezca no tener mucho qué ver con la pintura, pero sí lo tiene: después de la aparición de la sífilis la inocencia y la naturalidad de Chaucer con respecto al cuerpo se volvieron totalmente imposibles. El acto sexual podría traer como consecuencia el terrible mal, e inocularlo desde la concepción a hombres futuros... El terror a la sífilis fue general y abrumador: sospecho que parte de la desesperación y el horror de las tragedias de Shakespeare tiene que ver con él. Pero si América nos envió la sífilis, fue castigada con creces y recibió un terror mayor: el puritanismo norteamericano. Mientras tanto, los pintores ingleses (Hogarth, Reynolds, Gainsborough) pintaron no cuerpos, ¡sino vestidos!

(The Paintings of D. H. Lawrence, póstumo)

Si eres un novelista, sabes que el paraíso está en la palma de tu mano y en la punta de tu nariz, porque tanto tu nariz como tu mano están vivas, y un hombre vivo es la mayor definición del paraíso.

(Why the Novel Matters?, póstumo)

Retrato del crítico

La crítica literaria no puede ser más que la crónica razonada de la emoción que produjo en el crítico el libro que critica; jamás podrá ser una ciencia: en primer lugar, es demasiado personal; en segundo, se basa en valores que la ciencia ignora. Lo esencial es la emoción, no la razón. Juzgamos una obra de arte por su efecto en nuestra emoción vital y sincera, y nada más. Y todo el blablableo sobre forma y estilo, todas esas clasificaciones y análisis pseudocientíficos a imitación de los métodos de la botánica, es pura impertinencia y la más imbécil de las jerigonzas. Un crítico debe ser capaz de sentir el impacto de una obra de arte en toda su complejidad y toda su fuerza; para sentirlo así, el crítico debe ser de antemano un hombre fuerte y complejo —características que escasos críticos tienen. Un hombre insolente y mezquino sólo escribirá críticas mezquinas e insolentes. Un hombre emocionalmente educado es tan raro como un fénix. Y entre más escolástica sea la educación de un hombre es mayor su grosería emocional. Más aun, además de esta educación artística y emocional se requiere buena fe. El crítico debe tener el coraje de admitir lo que siente, así como la flexibilidad para conocer qué es lo que está sintiendo, sin mistificarlo ni mentirse. Por ello Sainte-Beuve permanece, para mí, como un gran crítico, mientras que un hombre como Macaulay, por más brillante que sea, me resulta insatisfactorio. Porque no es honesto: Macaulay es muy vivo emocionalmente, pero maniobra con sus sentimientos, prefiere una bonita prestidigitación a la declaración sincera de su reacción estética y emocional.

(Scrutinies, 1928)

Los sentimientos falsos

Y es cuando llega al sexo que Galsworthy finalmente se derrumba: se vuelve asquerosamente sentimental; quiere hacer importante el sexo, y sólo logra hacerlo repulsivo. El sentimentalismo es la presunción de los sentimientos que uno no tiene. Todos queremos ser capaces de ciertos sentimientos amor, sexo pasional, bondad y de cualquier otro que cale hondo. Por eso la plebe sólo finge esos sentimientos. ¡Sentimientos falsificados! El mundo chorrea sentimientos falsos, que resultan mejores que los reales, pues puedes desprenderte de ellos como de una dentadura postiza dejarlos por la noche en su vaso de agua, e instalártelos completamente frescos al día siguiente.

(John Galsworthy, 1928)

Moral natural y convenciones humanas

Esta es la cualidad que Hardy comparte con grandes escritores como Shakespeare, Sófocles y Tolstoi: instalar detrás de la pequeñita acción de sus protagonistas la terrible acción de la naturaleza viva. Contraponer el sistema menor de la convencional moralidad humana y el incomprensible e inaprehensible sistema moral de la naturaleza o de la Vida. La diferencia consiste en que en Sófocles y Shakespeare lo que se transgrede es la enorme moralidad de la naturaleza, la cual reacciona con un castigo activo; mientras que en Hardy y en Tolstoi la transgredida es sólo la menor, convencional moralidad humana, la cual a su manera también castiga a los transgresores.

La gran tragedia de los personajes de Hardy y de Tolstoi es que les falta grandeza para ser realmente trágicos; en éstos la gran moral natural sólo aparece como escenario: el mapa es más real para ellos que el territorio, y las convenciones humanas ocupan el lugar básico propio de los instintos y de la vida.

(Study of Thomas Hardy, póstumo)

Irritabilidad

Nadie tiene sentimientos propios: todas las personas en el serializado mundo de hoy son las mismas. Los hombres tienen sentimientos estándard: sólo pueden sentir las cosas que saben sentir, es decir, las cosas que se les ha enseñado a sentir. Los sentimientos que no han aprendido a sentir, jamás podrán tenerlos... Es cierto que los niños tienen muchos sentimientos propios, fuera del estándard; pero pronto se les extirpa y condena, considerando anormales, enfermos o signos de "nerviosismo" e "irritabilidad" todos aquellos sentimientos ajenos a la norma. De tal modo, se despoja al niño de su variedad emocional para serializarla en los mismos escasos sentimientos de todos los hombres de su sociedad. Al crecer, el niño deja de tener sentimientos propios. Los hombres y mujeres adultos normales tienen los mismos sentimientos, los sienten de la misma manera que el modelo convencional de su sociedad les ha impuesto. Fuera de la más remota infancia no hay esa cosa que llaman "sentimientos propios".

(The Good Man, póstumo)

El asunto

Sólo puedo escribir de lo que me obsesiona, y ahora lo que me obsesiona es la relación entre hombres y mujeres. Este es el asunto actual: el establecimiento de una nueva relación, o el reajuste de la tradicional, entre hombres y mujeres.

(Carta a Edward Garnett, abril de 1913)

Una butaca acolchonada y ¡empieza el show!

Pero realmente, Signor Linati, ¿cree usted que los libros deben ser una especie de juguetes, hermosamente construidos con observaciones y sensaciones, perfectamente terminados y retocados? Yo no. Para mí, aun Synge, a quien de veras admiro mucho, me parece demasiado redondeado y como puesto en un aparador para que lo admiren. No puedo soportar que la gente camine admirativamente en torno. Un libro debería ser un bandido, un rebelde o un hombre de la multitud; así también debería ser el autor, y no una divinidad sentada entre sus iguales, como Anatole France, que miran de arriba abajo las debilidades, locuras y angustias de lo que llaman sus "camaradas". Pues el mundo no es ni teatro, ni escenario ni vodevil, y el arte —especialmente la novela— nunca será un teatrito al que entra el lector, se arrellana en la suave butaca y mira —como un dios con su boleto de veinte liras—, suspira, compadece, perdona y sonríe. Eso es lo que usted quiere que sea un libro, porque eso le permite a usted sentirse superior y seguro, con su boleto de dos dólares para el show. Eso nunca serán mis libros, y si a la gente no le gustan —si la gente prefiere libros como butacas acolchonadas para el show— que lean a otros autores.

(Carta a Carlo Linati, 22 de enero de 1925)

El alguacil alguacilado

Y a mí, a quien el sexo me repugna tanto, se me considera un ardiente especialista sexual. Mi fa male allo stomaco! (Me hace daño al estómago.)

(Carta a Trigant Burrow, 25 de diciembre de 1926)

(Selección y Traducción José Joaquín Blanco)

 

   
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