UNAM, SANCTAM, CATHÓLICAM, ET APOSTÓLICAM ECCLESIAM
DÍA 11
Destinado
a honrar el dolor de María en la profecía de Simeón
Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello Mes que os esta consagrado, todo
resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo
brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros,
hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con
guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos
homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más
hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que
pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos
pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el
curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos
y miradas aun la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros
ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues,
los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida;
y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y
resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas
estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de
gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de
las madres. Amén
CONSIDERACION
Cuando José y María penetraban llenos de júbilo en el sagrado recinto llevando
las palomas del sacrificio, un santo anciano llamado Simeón se sintió iluminado
por una inspiración divina. Bajo los pobres panales del hijo del pueblo
reconoció al Mesías prometido; y tomándolo de los brazos de su Madre, lo levantó
en alto, inundadas sus rugosas mejillas por lágrimas de gozo. Dirigióse en
seguida a María, y después de un largo y triste silencio, la dijo con voz
profética: «Tu alma será traspasada con una espada de dolor», porque este niño
será el blanco de las persecuciones de los hombres.
A la luz de esta siniestra profecía, vio la dolorida Madre el cuadro sombrío de
la pasión de su Hijo. Ella inclinó suavemente la cabeza, como una caña se dobla
al soplo de la tempestad, y sintió que una espada de doble filo se introducía
en sus entrañas de madre. Desde ese momento, toda felicidad concluyó para ella,
y aceptando sin quejarse la disposición divina, acercó sus labios al cáliz que
bebería durante su vida entera. Cuando estrechaba a su Hijo amorosamente entre
sus brazos, y lo colmaba de maternales caricias, las palabras de Simeón venían a
derramar gotas de hiel en la copa de sus goces de madre. No le fue concedido a
María lo que es dado a todas las madres: gozar en paz del amor de sus hijos e
indemnizarse de los rigores de la suerte con una sonrisa amorosa de sus labios
entreabiertos por la inocencia. Ella veía a todas horas escrita en la frente de
Jesús la sentencia de muerte que los hombres habían de fulminar contra él en
recompensa de sus beneficios. Esa idea lúgubre la sorprendía en el sueno, la
molestaba en las vigilias, la perseguía durante el trabajo y la perturbaba
durante las escasas horas del descanso. ¡Ah! ¡La túnica de Jesús, tejida por sus
propias manos, antes de ser tenida con la sangre del Hijo, fue empapada en las
lágrimas de la Madre!...
Los tormentos de los mártires, los rigores de los penitentes, las penas
interiores de las almas atribuladas nada tienen de comparable con este dolor.
Los mártires sufrieron por un momento, pero María sufrió durante su vida entera.
Sin embargo, a esos presagios siniestros, a esas imágenes sombrías y
desgarradoras, ella opone una fe generosa y una resignación heroica. Adora de
antemano los designios de Dios y saluda con efusión la hora de la salvación del
linaje humano efectuada por los padecimientos del hijo de sus entrañas. Hija
ilustre de Abrahán, ella se prepara a trepar a la montaña del sacrificio, a
aderezar el altar y a poner fuego al holocausto. Todo eso era preciso para la
salud del mundo y exigido por la gloria de Dios, y no trepida un momento en
sacrificarse con tal de dar cima a tan gloriosas empresas.
En su largo y prolongado martirio soportado con tan heroica resignación, María
nos enseña a sufrir y a sobrellevar con alegría la cruz de los pesares de la
vida. La verdadera gloria y el verdadero mérito se fundan principalmente en el
sufrimiento y en la cruz. El sacrificio es la corona y el perfume del amor, y
quien ama a Dios no puede menos que resignarse a los trabajos y penalidades a
que somete la virtud de sus siervos y prueba los quilates del amor que le
profesan. Quien ama a Dios anhela sufrir por él para darle la prueba de la
firmeza de su amor. Servir a Dios en medio de los consuelos es servirlo por
interés y amarlo sin merecimientos. Por eso las almas amadas de Dios son las que
arrastran una cruz más penosa, porque él se complace en habitar cerca de los que
padecen. Se engaña quien crea alcanzar el cielo sin sufrir. Después que
Jesucristo y después que María alcanzaron el triunfo a fuerza de padecer, ningún
elegido podrá conquistar la victoria sino padeciendo. Si queremos ser los
discípulos de Jesús, es preciso que tomemos su cruz y marchemos sobre sus
huellas ensangrentadas, pues no seria justo que el discípulo fuera de mejor
condición que el Maestro.
El sacrificio es necesario, porque sin él la santificación es imposible. El
hombre que no se somete a esa ley imperiosa, renuncia a su felicidad, que no
puede obtenerse sino a costa del sufrimiento. Por más que trabajemos, la
desgracia y los pesares nos seguirán a todas partes como nuestra propia sombra.
El rey en su trono, el rico en sus palacios, el labriego en su rústica morada,
el menesteroso bajo su techo de paja están asediados de penalidades. Dios lo ha
dispuesto así para que no nos hagamos la ilusión de que la tierra es el paraíso
y de que esta aquí el término de la jornada. Y bien, si nadie esta exento de
padecer, ¿cómo es que no hacemos provechoso el sufrimiento, aceptándolo con
resignación y con espíritu de penitencia? ¿Cómo es que el dolor nos arranca
injustas quejas y nos sumerge en la desesperación? No nos quejemos y
desesperemos cuando sobrevengan sobre nosotros las olas de la tribulación;
levantemos al cielo nuestros ojos llorosos en busca de consuelo, de resignación
y de fuerza; pero al mismo tiempo bendigamos a Dios, que nos concede los medios
más seguros para alcanzar la posesión de la felicidad y que nos permite de esa
manera asemejamos a Jesús y a María.
EJEMPLO
María, Arca de paz y alianza eterna
Uno de los testimonios más espléndidos de predilección en favor de sus devotos,
dados por María en la serie de los siglos, es la institución del Santo
Escapulario del Carmelo.
Cuando los solitarios que vivían desde la mas remota antigüedad en la célebre
montaña del Carmelo se vieron obligados a trasladarse a Europa a causa de las
hostilidades de los Sarracenos, ingresó en su piadoso instituto un varón ilustre
llamado Simón Stok, que bien pronto llegó a ser el mayor ornamento de la Orden.
Deseoso desde muy niño de la perfección evangélica, fue transportado por el
espíritu de Dios a la soledad de un desierto, a la edad de doce anos, donde tuvo
por celda y santuario la concavidad de un añoso tronco carcomido por el tiempo.
Treinta y tres anos hacia que moraba, desconocido de los hombres, en aquella
apartada soledad, cuando una revelación de la Santísima Virgen, de quien era
enamorado devoto, le hizo saber el arribo de los ermitaños del Carmelo a las
playas de Inglaterra y el deseo que ella abrigaba de que ingresase en esta orden
tan grata a sus maternales ojos.
Admitido entre los solitarios del Carmelo, creció su entusiasmo por María y su
celo por dilatar su culto y hacerlo amar de los hombres. Elevado mas tarde al
rango de Superior general de la Orden, suplicó durante muchos años a María que
atestiguase su predilección por sus hijos del Carmelo con alguna gracia que
atrajese a su regazo mayor número de devotos. Al fin accedió María a las
instancias de su siervo, y un día que oraba fervorosamente al pie de su venerada
Imagen, vio abrirse el cielo y descender a su celda la Reina de los ángeles,
resplandeciente de luz y de belleza.
Traía en sus manos un escapulario, y poniéndolo en las de Simón le dijo con
amorosa sonrisa: -«Recibe, amado hijo, este escapulario para ti y para tu Orden,
en prenda de mi especial benevolencia y protección - Por esta libren se han de
conocer mis hijos y mis siervos; en él te entrego una señal de predestinación y
una escritura de paz y alianza eternas, con tal que la inocencia de vida
corresponda a la santidad del habito. El que tuviere la dicha de morir con esta
especial divisa de mi amor no padecerá el fuego eterno, y por singular
misericordia de mi Divino Hijo gozara de la bienaventuranza.»
Basta considerar estas palabras para comprender que la Santísima Virgen
distingue a los hijos del Carmelo con una especial predilección entre todos los
redimidos con la sangre de su Hijo. Ella ha firmado una escritura de paz y
alianza eterna: es decir, una promesa de protección que se extiende hasta las
regiones de la eternidad, con tal de que por su parte procuren evitar el pecado,
los que visten el Escapulario.
Y como si esto no bastase, todavía añadió una nueva promesa en favor de los
carmelitas, hecha al Papa Juan XXII.
Este insigne devoto de María y decidido protector de la Orden carmelitana fue
favorecido con una aparición de la Santísima Virgen en la que le dirigió estas
palabras: «Yo, que soy la Madre de misericordia, descenderé al Purgatorio el
primer sábado después de la muerte de mis cofrades, los carmelitas y libraré de
sus llamas a los que estén allí, y los conduciré al monte santo de la vida
eterna.”
¿Quién será el hijo de María que, sabedor de los insignes privilegios de que
esta revestido el santo Escapulario deje de revestir con él su pecho como con
un escudo de protección? JACULATORIA Fuente de todo
consuelo, ORACIÓN
¡Oh María! la más atribulada de las madres, permitid que nos unamos en este día
a los dolores que experimentó vuestro Corazón desde el momento en que os fue
anunciada la amarga suerte de vuestro Hijo. Vos sois bella y amable desde
vuestra aurora, ya sea que llevéis en vuestros brazos a éste divino niño cuyas
gracias os embellecen, ya sea que seáis glorificada en el cielo entre los
resplandores de la gloria; pero más bella y más amable aparecéis a nuestros
ojos, cuando os contemplamos sumergida en un mar de angustias y pesares y cuando
vemos que dolorosas lágrimas inundan vuestros ojos. ¡Es tan dulce para el que
sufre encontrar en el objeto de su amor y de su culto los mismos dolores y las
mismas penas! Virgen afligida, nosotros tenemos en Vos una madre que ha
compartido sus lágrimas con nosotros y que ha acercado a sus labios una copa mas
amarga que la nuestra. Vos habéis sido víctima del dolor, por eso sois tan
misericordiosa; y como sabéis por experiencia lo que es el sufrimiento, sabéis
compadeceros de los que sufren, ofreciéndoles vuestros consuelos. Oh María!
alcanzadnos de vuestro Hijo la gracia de la resignación para soportar con santa
alegría las aflicciones, los pesares, las miserias y las desgracias de la vida,
a fin de unirnos a Vos y mezclar con los vuestros nuestros dolores y
merecimientos, y para que, llorando en vuestra compañía, podamos alcanzar
también las recompensas que están reservadas a los que padecen con verdadero
espíritu de penitencia. Amén.
Oración final para todos los días
¡Oh María!, .Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros
venirnos a ofreceros con estos obsequios
que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones, deseosos de seros agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un
nuevo
ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro
divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
Santa Madre dirija
nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor
la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las
tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones
rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que
confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin,
encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que
nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida
y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Rezar siete Salves en honra de los dolores de María, pidiéndole que nos
enseñe a sufrir con fruto.
2. Hacer un acto de mortificación de los sentidos uniéndose a los dolores de
María.
3. Sufrirlo todo de todos sin incomodarse ni quejarse.
Envíame desde el cielo
Tu maternal bendición.