UNAM, SANCTAM, CATHÓLICAM, ET APOSTÓLICAM ECCLESIAM
DÍA 12
Consagrado a honrar el
dolor de María en la huida
a Egipto
Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello Mes que os esta consagrado, todo
resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo
brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros,
hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con
guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos
homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más
hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que
pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos
pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el
curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos
y miradas aun la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros
ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues,
los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida;
y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y
resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas
estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de
gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de
las madres. Amén
CONSIDERACION
Era la mitad de una apacible noche. José y María rendidos por la fatiga del
trabajo, dormían el dulce sueno de la inocencia y del deber cumplido.
Repentinamente José despierta sobresaltado y se levanta de prisa: era que un
ángel le acababa de dar la orden de emprender un viaje a Egipto para poner a
salvo la vida del recién nacido, amenazada por la sana de Herodes. María, sin
desplegar sus labios para proferir una queja, corre a la cuna de su Hijo, que
dormía tranquilamente el sueno de los ángeles, fija sobre él una mirada de
angustia, lo envuelve cuidadosamente en sus panales, lo carga amorosamente en
sus brazos, lo cubre con un pobre manto y se aleja con paso presuroso de la
tierra de sus antepasados para encaminarse al país del destierro. Un silencio
sepulcral dominaba en las calles: todos reposaban en el sosiego de sus
abrigados albergues y nadie transitaba alo largo de los solitarios caminos que
conducían a Jerusalén. Entre tanto, una tierna doncella y un triste anciano
marchaban en silencio, temerosos hasta del ruido de sus propios pasos, a la luz
de los suaves rayos de la luna que brillaba en un cielo síu nubes. “Erase
todavía en la estación del invierno, dice San Buenaventura; y al atravesar la
Palestina, la santa familia debió de escoger los caminos más ásperos y
solitarios. ¿Dónde se habrá alojado durante las noches? ¿qué lugar habrá podido
escoger durante el día para reponerse un poco de las fatigas del viaje? ¿dónde
habrá tomado la frugal comida que debía sostener sus fuerzas?” Caminos
solitarios, senderos quebrados y peñascosos, colinas empinadas, bosques espesos,
arenales abrasados, desfiladeros peligrosos, sinuosidades en que los bandoleros
espiaban al viajero, cavernas oscuras que servían de guarida a los malhechores:
he ahí lo que debían atravesar los desvalidos peregrinos y tristes desterrados
de Israel. Pero no sólo era la naturaleza con sus desiertos sin sombra, sin agua
y sin ruido, con sus altas montañas y tupidos bosques v solitarias hondonadas,
lo que hacia en extremo penosa la marcha de los viajeros: eran el miedo, el
frío, el hambre y la sed. Ellos debían ocultarse a las pesquisas de los espías
de Herodes y alejarse de las poblaciones y seguir los senderos menos
frecuentados. El frío entumecía sus miembros, porque no tenían ni un techo que
los guareciera de las brisas húmedas de la noche, ni más lecho que las yerbas
empapadas por el rocío, ni más abrigo que sus sencillos mantos. Sus provisiones
eran escasas, y el hambre se dejó sentir más de una vez sin que encontraran,
para satisfacerla, ni una fruta silvestre, ni un tallo de hierba. Al través de
aquellos paramos abrasados por el sol, ni una fuente di agua les ofrecía sus
corrientes cristalinas para humedecer sus fauces, secas por el cansancio, el
calor y la fatiga, y ni siquiera un soplo de fresca brisa venia a templar el
ardor de aquella temperatura de fuego. Por fin,
después de un viaje largo y penoso, llegaron a Egipto, la tierra de la
proscripción, donde no encontraron ni un pariente, ni un amigo, ni una mano
generosa que les prestase amparo. Era un país de idólatras y donde se miraba con
desdén e indiferencia al extranjero. En su patria los santos Esposos habían
llevado una vida humilde y laboriosa; pero jamás faltó el pan en su mesa. Mas
¡ay! en el país del destierro sus privaciones eran continuas y un trabajo asiduo
durante el día y una parte de las noches no era bastante a proveerlos de lo
necesario. “¡Con frecuencia, dice un escritor, el Niño Jesús acosado por el
hambre, pidió pan a su Madre, que no podía darle otra cosa que sus lágrimas!...” No dejemos
perder ninguna de las saludables enseñanzas encerradas en este misterio de
suprema angustia y de maravillosa resignación a la voluntad divina. La
prudencia humana habría podido alegar mil especiosas excusas y oponer al decreto
del ángel numerosos inconvenientes. Era de noche; convendría esperar la claridad
de la aurora, los caminos estaban poblados de bandidos; carecían de todo
recurso para emprender un largo viaje; iban a un país extraño, dejando patria,
hogar, parientes, amigos. ¿No habría otro medio que ofreciera menos
dificultades para salvar al niño? ¿Por qué se les exige tan penoso sacrificio? He aquí lo
que hubiera dictado la prudencia humana. Pero los santos Esposos ni siquiera
preguntan al ángel si el cielo se encargaría de protegerlos durante tan larga
jornada. Bástales saber que tales son los designios de Dios para inclinarse
sumisos y adorar su voluntad, abandonándose sin reserva en los brazos de su
providencia. Si María nos ofrece en el curso de su vida maravillosos ejemplos de
perfecta sumisión a la voluntad de Dios, nunca brilló con luz más viva esa
virtud que en la huida a Egipto. ¿Adónde os encamináis ¡oh doncella desvalida!
con vuestro pequeño niño en medio de una noche fría y solitaria? Yo voy a
Egipto, al país lejano del destierro. Pero, ¿quién os obliga a encaminaros al
lugar del destierro y abandonar el suelo que os vio nacer, el techo que os
guarece, los amigos, los parientes y cuanto ama vuestro corazón? La voluntad de
Dios. -Pero ¿vuestra ausencia se prolongara mucho tiempo? -Tanto como Dios
quiera. ¿Cuándo tornaréis a vuestros lares abandonados y volveréis a aspirar los
aires de la patria?-Cuando Dios lo ordene; yo no tengo otra patria, ni otro
gusto, ni otro deseo que el cumplimiento de la voluntad de Dios. ¡Ah! y
cuanto acusa nuestra conducta la resignación de María. Ella se abandonaba en los
brazos de la Providencia, porque sabía que Dios se encarga de proveer a nuestras
necesidades y de darnos los medios de cumplir sus designios. Nosotros, al
contrario, pretendemos conformar la voluntad de Dios a nuestros propios gustos
y la contrariamos audazmente toda vez que así nos lo aconsejan las
conveniencias terrenales. Dios no anhela otra cosa que nuestro bien, y cuando
permite que seamos atribulados, es porque así conviene a los intereses de
nuestra santificación. Sírvanos la conducta de María de saludable lección para
que sepamos adorar en todo tiempo la Voluntad divina.
EJEMPLO La confianza
filial recompensada
En el Seminario de Tolosa habla un niño de muy felices disposiciones para la
virtud, y entre otras prendas que lo adornaban, se distinguía por una confianza
ilimitada en la protección de María.
Una noche, al pasar el superior la visita de inspección acostumbrada para
asegurarse de que todos los alumnos estaban recogidos, lo encontró arrodillado
en su cama.-¿Por qué no se ha acostado V., mi querido amigo? le dijo el
superior.-Porque he dado mi escapulario al portero para que me lo remiende con
el cargo de que me lo devolviese antes de acostarme; y como no me lo ha traído
todavía, no me atrevo a recogerme sin él.-¿Y por qué no podría V. pasar una
noche sin su escapulario? repuso el sacerdote. -Porque temo morirme esta misma
noche; y no quisiera que me sobreviniera este trance sin tener en mi poder este
escudo de protección: pues la Santísima Virgen ha prometido que el que muera con
esa especial divisa de su amor no padecerá el fuego eterno
-No tenga V. temor, le dijo el superior pues nada nos induce a creer que esté
tan próximo su fin: mañana, a primera hora, yo haré que se le devuelva su
escapulario; y entretanto, acuéstese y duerma tranquilo.-Padre mío, replicó el
joven, yo no puedo acostarme sin mi santo escapulario; no tendría tranquilidad
ni vendría el sueno a mis ojos, de temor de morirme sin él.
El buen sacerdote, profundamente compadecido de la aflicción del santo joven y
no menos edificado de aquella confianza verdaderamente filial en la protección
de María, bajó al aposento del portero, recogió el escapulario y lo entregó al
ni no, quien1 después de besarlo devotamente, lo colgó alegremente
de su cuello, diciendo: Ahora si que dormiré tranquilo; y se durmió, invocando
tiernamente el nombre de María.
Al día siguiente, el mismo superior, al pasar la revista ordinaria para ver si
sus alumnos se habían levantado a la hora señalada, entró al cuarto del devoto
niño y lo halló todavía en la cama, lo que no le sorprendió, creyendo que
estaría reparando la pérdida de sueno de la noche anterior a causa de la falta
de su escapulario. Se acercó a él, lo llamó dos o tres veces, y viendo que no
respondía, le removió suavemente para despertarlo; y nada... Aplicó su mano en
la boca para percibir su aliento, y pudo cerciorarse con indecible sorpresa que
el piadoso niño había pasado del sueno de la vida al sueno de la muerte. Había
espirado teniendo estrechado fuertemente al corazón el santo escapulario que con
tan vivas instancias había reclamado. María había
querido recompensar la filial confianza de su joven devoto no permitiendo que
muriese sin el precioso documento por el cual sus devotos quedan libres de las
penas eternas. Este hecho nos demuestra la benevolencia con que mira la Madre
de Dios a los que se revisten de su santo hábito. JACULATORIA Danos ¡oh dulce María! ORACIÓN ¡Corazón de
María, Madre de Dios y Madre nuestra! ¡Corazón amabilísimo, objeto de las
eternas complacencias de la Santísima Trinidad y digno de la veneración de los
ángeles y de los hombres! disipad el hielo de nuestros corazones, encended en
ellos el fuego del amor divino y comunicadnos un santo entusiasmo por la
imitación de vuestras virtudes. Sobre todo haced que os imitemos en esa heroica
conformidad con los designios de Dios y en esa perfecta sumisión a su adorable
voluntad. Bien sabéis ¡oh Corazón humilde y resignado! que nuestros corazones
son rebeldes a los decretos divinos resistiendo muchas veces a ellos para
seguir nuestras inclinaciones. Haced que jamás hagamos otra cosa que lo que sea
del agrado de Dios y bien de nuestras almas, y que en nada nos busquemos a
nosotros mismos ni demos satisfacción a nuestros gustos.
¡Oh santos Esposos de Nazaret! Vosotros que protegisteis durante el largo y
penoso destierro al divino Fundador de la Iglesia, dignaos velar sobre esa
sociedad de salvación y de vida; protegedla y sed para ella torre inexpugnable
que resista heroicamente a los ataques de sus enemigos.
Sed nuestro camino para llegar a Dios, nuestro socorro en las pruebas, nuestro
consuelo en las penas, nuestra fuerza en la tentación, nuestro refugio en la
persecución. Asistidnos especialmente en el momento de nuestra muerte
haciéndonos experimentar en esa hora, decisiva de nuestra suerte, los efectos de
vuestro poder, dándonos un asilo en el seno de la misericordia divina, a fin de
que podamos bendecir al Señor eternamente en el cielo en vuestra compañía. Amén.
Oración final para todos los días
¡Oh María!, .Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros
venirnos a ofreceros con estos obsequios
que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones, deseosos de seros agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un
nuevo
ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro
divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
Santa Madre dirija
nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor
la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las
tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones
rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que
confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin,
encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que
nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida
y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
Tu maternal protección,
Y acepta desde este día
Mi vida y mi corazón.
1. Repetir
varias veces en el día la tercera petición del Padre nuestro, llagase tu
voluntad así en la tierra como en el Cielo; prometiendo a María imitarla en su
perfecta conformidad con la voluntad de Dios.
2. Rogar a Dios por la persona o personas que nos hacen mal, perdonándolas de
todo corazón.
3. Rezar las Letanías de la Santísima Virgen, pidiéndole por las necesidades
actuales de la Iglesia católica.