UNAM, SANCTAM, CATHÓLICAM, ET APOSTÓLICAM ECCLESIAM
DÍA 19
Consagrado a honrar el gozo de María
por la Resurrección de Jesús
Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello Mes que os esta consagrado, todo
resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo
brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros,
hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con
guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos
homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más
hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que
pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos
pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el
curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos
y miradas aun la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros
ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues,
los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida;
y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y
resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas
estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de
gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de
las madres. Amén
CONSIDERACION
Después de
la tempestad el día brilla mas sereno y el sol se levanta en un cielo sin nubes.
Pasada la tempestad que sumergió el corazón de María en las olas de la más
amarga tribulación, brilló el día feliz en que le fue permitido contemplar a
Jesús vivo y triunfante de la muerte y del infierno. Al clarear el alba del
tercer día, Jesús rompe la losa de su sepulcro, derriba en tierra a los guardias
que custodiaban el sepulcro y un ángel con radiante frente y blancas vestiduras
se sienta allí para anunciar a las santas mujeres la fausta nueva de la
Resurrección.
Entre tanto, María retirada en la soledad, suspiraba por el momento dichoso de
ver a su Hijo resucitado como lo había predicho. «Mientras que oraba y derramaba
dulces lagrimas, dice San Buenaventura, el Señor Jesús se le presenta
repentinamente vestido de blanco, con la frente serena, hermoso, radiante de
gozo y de gloria y le dice: «Dios te salve, madre mía.» -Ella, volviendo
apresuradamente la vista y mirando a Jesús a su lado exclama en los transportes
de su alegría: «¿Sois Vos Hijo mío? ¡Ah! ¡Cuánto tiempo que te aguardaba
desolada, contando una a una las horas que retardaban este momento dichoso! -Yo
soy, replicó Jesús, heme aquí resucitado y otra vez en tu compañía.-Después de
adorarlo como a su Dios, María se levanta y anegada en lagrimas de gozo, lo
estrecha amorosamente y reposa sobre su corazón. Imaginándose tal vez que podía
ser víctima de alguna ilusión, mira una y otra vez sus llagas para convencerse
de que ya todo dolor y todo padecimiento se había alejado de él.»
La lengua humana es impotente para explicar el gozo de María al ver a su Hijo
resucitado. Ese gozo sólo puede medirse por la intensidad de su dolor al verlo
padecer. Imaginad, si podéis, cual seria el júbilo de una madre al encontrar al
hijo que había perdido, al ver volver a la vida a aquel que había llorado
muerto, al mirar sano al que había visto herido y despedazado. Es, sin duda, el
mayor de los gozos que puede caber en el corazón de mujer, como el dolor de
perder a un hijo único es el mayor dolor que puede soportar el corazón de madre.
El gozo que experimentó María en la Resurrección de Jesús nos manifiesta que en
el mundo moral hay días de tribulación y días de gozo, horas sombrías y horas
serenas. La tempestad, por ruda que sea, pasa al fin y la más dulce calma la
sucede, y el gozo y el contento son tanto más intensos, cuanto fueron más
acerbos el dolor y el sufrimiento. Esos dos licores de la copa de la vida, la
tribulación y el contento, se suceden sin cesar.
Esta verdad, que nos enseña la experiencia, debe alentarnos para sufrir, porque
sabemos que después del dolor soportado con resignación, Dios nos dará a probar
una gota de esos celestiales consuelos en cuya comparación son humo y paja los
goces de la vida. Pero, aunque no nos fuere permitido aquí en la tierra
disfrutar de momentos de calma y de horas de alegría, podemos estar seguros de
que en el cielo sobrenadaremos en gozo y anegados en dulcísima paz
descansaremos para siempre a la sombra del árbol de la vida.
EJEMPLO
María, Puerta del cielo
Cuéntase en la Vida de Sor Catalina de San Agustín que en la misma población en
que residía esta sierva de Dios, vivía una mujer, llamada María, que desde su
juventud habla sido por sus desórdenes el escándalo de la ciudad. La edad no
habla hecho más que envejecería en el vicio; por lo mismo, su corrección se
hacia cada día más difícil. Al fin, abandonada de Dios y de los hombres, murió
la infeliz de una enfermedad espantosa, privada de Sacramentos y de todo socorro
humano; de tal manera que se la juzgó indigna de ser sepultada en tierra
bendita.
Tenía sor Catalina la piadosa costumbre de encomendar particularmente a Dios las
personas conocidas que morían; pero con respecto ala pecadora de nuestra
referencia, ni siquiera pensó en hacerlo, pues, participando de la opinión
general, la suponía condenada. Hacia ya cuatro anos que aquella mujer había
muerto cuando hallándose un día en oración la sierva de Dios, se le apareció un
alma del purgatorio, y le dijo estas palabras:-Sor Catalina ¡qué desgracia es la
mía! ¡ruegas por todos los que mueren, y sólo de mi pobre alma no has tenido
compasión!.. ¿Y quién eres tú? le preguntó la santa religiosa.-Yo soy aquella
pobre mujer, llamada María, que murió, hace cuatro años, abandonada en una
gruta. - ¡Pues qué! ¿te has salvado? preguntó admirada sor Catalina.
-Sí; me he salvado, contestó el alma, poor la inagotable misericordia de la
Santísima Virgen.
En mis últimos momentos, viéndome abandonada de todos y culpable de tantos y
tan enormes crímenes, me dirigí a la Madre de Dios, y la dije desde el fondo de
mi corazón arrepentido: ¡Oh Vos, que sois el refugio de pecadores, tened
compasión de mi; en el extremo de mi aflicción y desamparo, acudid a mi
socorro!...
-No fue vana mi súplica, pues por la inttercesión de María, que me alcanzó la
gracia de un verdadero arrepentimiento, pude librarme del infierno. La
clementísima Madre de Dios me ha alcanzado además la gracia de que mi pena sea
abreviada, disponiendo la Divina Justicia sufra en intensidad lo que debía
sufrir en duración. No me faltan más que algunas misas para verme libertada del
Purgatorio: cuida tú de que me las apliquen, y te prometo que una vez en el
cielo, no dejaré de rogar por ti a Dios y a su Santísima Madre.
Sor Catalina hizo aplicar las misas, y algún tiempo después aquella alma se le
apareció de nuevo, brillante como el sol, y le dijo: -El cielo se me ha abierto
ya, donde voy a celebrar eternamente las misericordias del Señor; pagaré con
oraciones la merced que me has hecho.
Invoquemos nosotros a María durante nuestra vida para que Ella, que es la
Puerta del cielo, nos asista en la hora de la muerte y nos introduzca en la
mansión del gozo eterno.
JACULATORIA
Por tu Hijo resucitado
Aléjanos, dulce Madre,
De la muerte y del pecado.
ORACIÓN
¡Oh dulcísima Virgen María! después de haber contemplado tus dolores y de
haberte acompañado en tus horas de desolación, permíteme que te acompañe
también en tus horas de alegría. Nada hay mas grato al corazón de un hijo
amante que asociarse A los dolores y gozos de su tierna madre, porque jamás
puede ser un hijo indiferente A la suerte de la que lo engendró a la vida. Por
eso, yo me gozo ¡oh María! de la gloria de Jesús y de la alegría que inundó su
alma al verlo resucitado; yo me gozo del triunfo que alcanzó sobre la muerte y
el pecado, porque el triunfo de tu Hijo es mi propio triunfo, la causa de mi
alegría y la prenda de mi dulce esperanza. Alcánzame, Señora mía, la gracia de
abrigar siempre en mi alma un odio intensísimo al pecado que fue la causa de los
padecimientos de Jesús, y un santo horror por todo lo que puede acibarar tu
corazón de madre. No más infidelidad y olvido de mis deberes: no más desprecio
de las santas inspiraciones con que Dios me ha favorecido; no más ingratitud por
sus beneficios y deslealtad en el servicio de mi Redentor. Llore yo siempre las
manchas que afean la triste historia de mi vida y la negligencia con que he
correspondido a los divinos llamamientos, para que alejando todo motivo de
sufrimiento para Jesús y para tu corazón maternal, no sea en adelante, sino
causa de tu alegría y de tus gozos. Amén.
Oración final para todos los días
¡Oh María!, .Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros venirnos a ofreceros con estos obsequios
que colocamos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un nuevo
ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
Santa Madre dirija nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones
rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin,
encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida
y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Hacer una visita a la Santísima Virgen felicitándola por el gozo que tuvo al
ver a su Santísimo Hijo resucitado.
2. Abstenerse cuidadosamente de toda falta venial deliberada.
3. Rezar siete Avemarías en honra de los gozos del Corazón de María.
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