UNAM, SANCTAM, CATHÓLICAM, ET APOSTÓLICAM ECCLESIAM
DÍA 7
Consagrado a honrar la
Anunciación de María
Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello Mes que os esta consagrado, todo
resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo
brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros,
hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con
guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos
homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más
hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que
pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos
pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el
curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos
y miradas aun la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros
ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues,
los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida;
y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y
resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas
estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de
gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de
las madres. Amén
CONSIDERACION
María se vio precisada a dejar la amable soledad del templo para dar su mano de
esposa a un varón santo y justo a quien la divina Providencia confiaba el tesoro
de su virginidad. Pero ella, al alejarse de la casa del Señor donde había visto
transcurrir los más bellos años de su vida, había dejado allí su corazón. Había
entrado en el mundo, pero había hecho de su hogar un asilo solitario donde no
llegaba el ruido del mundo. El trabajo y la oración seguían ocupando todas las
horas del día, y el perfume de sus virtudes se conservaba siempre intacto bajo
el techo de su silenciosa morada de Nazaret.
Así discurrían felices y tranquilos los días de la hija de Ana cuando sonó en el
reloj de los tiempos la hora afortunada en que la lluvia celestial debía dar el
Justo a la tierra. Esa virgen humilde y desconocida del mundo era el objeto de
las más dulces complacencias del Señor y la mujer destinada á dar á luz al
Redentor. Pero Dios, que ha dado al hombre la libertad, la respeta; el gran
misterio de la Encarnación del Verbo no se realizaría mientras que esa mujer
incomparable no diese su consentimiento en orden a su maternidad divina. Para
solicitarlo, despréndese el arcángel Gabriel de la celeste turba que rodea el
trono del Altísimo y desciende más veloz que una saeta a la humilde estancia de
María. Ella hacía en este momento la oración de la tarde y acaso pediría al
cielo que enviase pronto al Libertador de su pueblo. La presencia del mensajero
del cielo, que había penetrado a su retiro sin abrir sus puertas, llena de
turbación a María; pero su turbación se redobla al escuchar de los labios del
ángel la extraña salutación que la dirige: “Dios te salve, María, llena eres
de gracia; el Señor es contigo y bendita eres entre todas las mujeres.» La
adorable Trinidad la había reservado ese género desconocido de salutación para
dar á conocer á los siglos la excelsa dignidad de María; pero su humildad no le
permite reconocerse en ese inaudito elogio, porque ella ignora los tesoros de
gracias que encierra dentro de sí misma. María nada responde, porque la más
grande turbación la agita: y no sabiendo qué hacer ni qué decir; guarda
silencio y piensa cual será el significado de tan extraña embajada. -El ángel,
que conoció su turbación, la dijo con dulzura: «No temas, María, porque has
hallado gracia delante de Dios; concebirás en tu seno y darás á luz un hijo á
quien pondrás el nombre de Jesús; él será grande y será llamado el Hijo del
Altísimo; Dios le dará el trono de su padre David; reinará eternamente sobre la
casa de Jacob y su reino no tendrá fin.» -Al escuchar este inesperado anuncio,
la turbación de María crece. Ella recuerda entonces que su virginidad ha sido
sellada con un voto solemne y perpetuo, y vacila entre ser madre de Dios y
renunciar á esa cualidad tan querida de su corazón. Y en medio de esta
cruel vacilación, pregunta «al casto amador de las almas púdicas.» ¿Cómo podrá
ser esto, cuando yo soy virgen y he prometido serlo siempre?
¡Oh María! ¿Por qué vaciláis? ¿No veis tantos siglos inclinados en vuestra
presencia, que aguardan su libertad colgados de vuestros labios? Olvidad los
honores inmensos a que vuestra humildad resiste y considerad solamente el
porvenir del mundo, la salvación del linaje humano y la gloria de Dios. -Pero la
vacilación de María persevera hasta que el ángel le manifiesta la manera
inefable como se obrará el misterio: «El Espíritu Santo sobrevendrá sobre ti y
la virtud del Altísimo te cubrirá con su sombra.» La virginidad queda salvada y
sólo se le exige el sacrificio de su humildad; pero la humildad de corazón no
está reñida con la grandeza, y María exclama: «He aquí la esclava del Señor,
hágase en mi según tu palabra.» -El ángel se retira entonces para dar lugar a
la realización del augusto misterio.
¡Oh virtud preciosa de la humildad! Porque María, enamorada de ti, te había
escogido para ser la joya más preciada de su corazón, Dios escogió su seno para
tomar en él la naturaleza humana. Si, el Dios que abate á los soberbios y
engrandece e los humildes, no podía llegar á la tierra sino en alas de la
humildad. La soberbia se había enseñoreado del mundo desde que nuestros
primeros padres cedieron a sus engañosas sugestiones, y desde entonces ella
había dominado todos los corazones y causado todas las grandes desdichas de la
humanidad. Convenía que el gran restaurador comenzase por abatirla, poniendo la
humildad por base de toda sólida e imperecedera grandeza. La soberbia arrebata a
Dios la gloria que a él sólo pertenece, haciendo que los hombres se atribuyan a
sí mismos los bienes que sólo deben a la bondad divina y que se engrían
neciamente de los dones que Dios les ha dado en préstamo, creyéndose
independientes de su soberano bienhechor y negándole la gratitud que su
generosidad reclama.
La humildad devuelve a Dios la gloria que la soberbia le usurpa, y se complace
en reconocerlo a él solo como digno de honor y de alabanza, sin dejar a los
hombres más que el derecho de bendecir la mano generosa que los provee de
numerosos dones sin haberlos merecido. Ella despierta la gratitud más ardiente
en el corazón humano hacia el dador de todo bien, no permitiéndole que, poseído
de una falsa suficiencia se crea desligado de todo deber para con Dios.
Mientras el humilde todo lo atribuye a Dios, el soberbio se lo atribuye todo á
si mismo; mientras el uno lo bendice y lo ama, el otro lo olvida y lo desconoce.
Por eso la humildad es tan querida de Dios; por eso la
regala con sus más grandes recompensas, y por eso la exalta, la engrandece y la
hace depositaria de sus más ricos dones.
En el corazón humilde mora la paz como en su asiento, porque no siente el
aguijón de las grandezas, de los honores y del fausto, y se contenta con lo que
el Señor le da. No creyéndose acreedor a nada, se satisface con poco y aún de
ese poco se juzga indigno, dando por ello á Dios gracias infinitas y perpetuas
alabanzas. Seamos humildes, si queremos que Dios nos ame: hagámonos humildes
para ser verdaderamente grandes.
EJEMPLO
María, asiento de la Sabiduría
Conocido es en los anales de la ciencia el insigne doctor de la Iglesia, San
Alberto Magno, religioso de la Orden de predicadores. Este esclarecido varón,
que ha ilustrado con su sabiduría las ciencias teológicas y filosóficas, recién
tomó el hábito de Santo Domingo, estuvo a punto de abandonar su vocación a causa
de su poca capacidad para el estudio. Confuso al ver que sus condiscípulos de
filosofía lo dejaban muy atrás en el aprovechamiento en esa difícil ciencia, a
pesar de su empeñosa diligencia, llegó a creer que debía adoptar otro género de
vida. Pero su devoción a la Santísima Virgen, a quien había fervorosamente
invocado en solicitud de luces para su mente, lo salvó. Una noche, mientras
dormía, le pareció que colocaba una escalera en los muros del convento para
fugarse, y que al tiempo de trepar en ella, vio en lo alto de la muralla cuatro
señoras venerables, entre las cuales una aventajaba las demás en hermosura y
majestad. Le pareció que éstas le impedían subir y que en vano intentó hacerlo
por tres veces, hasta que una de ellas le preguntó cual era el motivo que lo
inducía á tomar aquella resolución- a lo que Alberto contestó: «Porque veo que
mis compañeros hacen grandes progresos en la filosofía, al paso que yo me aplicó
inútilmente.» Entonces la señora que le hizo la pregunta, le dijo: «He aquí a
la Reina del cielo, Asiento de la Sabiduría; dirígete a Ella y conseguirás lo
que deseas.»
Alberto, dirigiéndose a la Señora le suplicó que le diese entendimiento para
progresar en el aprendizaje de las ciencias. -María oyó benignamente su
súplica, y le aseguró que conseguiría lo que deseaba, añadiéndole: «Pero para
que sepas que obtendrás esta gracia por mi intercesión llegara un día en que
mientras estés enseñando públicamente olvidarás repentinamente todo lo que
sepas.»
Los resultados demostraron que aquella visión no había sido un sueño
fantástico; porque desde aquel día hizo Alberto tan rápidos prodigios en las
ciencias que maravillaba a todos por su talento y su sabiduría. Resolvía con
admirable claridad las cuestiones más difíciles de la Teología y Filosofía; y
bien pronto llegó a ser insigne maestro de estas ciencias y lumbrera de su
siglo. Y para que nada faltase al cumplimiento de la predicción hecha por su
soberana protectora, tres años antes de su muerte, estando enseñando en Colonia,
perdió en un momento la memoria, de tal suerte que no conservó ni rastros del
inmenso caudal de ciencia con que había asombrado al mundo.
Entonces lleno de emoción, refirió á sus discípulos lo que le sucedió en otro
tiempo, manifestándoles que toda esa ciencia que le mereció el titulo de
Magno, era una dádiva generosa de la que es justamente llamada Asiento
de la Sabiduría.
Este prodigio nos señala a todos el camino por donde debemos buscar la verdadera
sabiduría, que consiste en el temor de Dios, en el conocimiento de nuestros
deberes y en la práctica de la virtud. Acudamos á María en nuestras dudas, en
los negocios importantes, en las grandes resoluciones de la vida para que ella
nos ilumine y nos guíe. JACULATORIA Por tu Anunciación
gloriosa ORACIÓN
Bendita seáis una y mil veces, María, porque en Vos reside la plenitud de la
gracia, de la santidad y de la justicia. Bendita seáis una y mil veces porque el
Dios altísimo se dignó morar en vuestro seno como en un santuario de inestimable
precio. Bendita seáis María, porque el Espíritu Santo se dignó escogeros por
esposa y regalaros con la abundancia de sus dones. Bendita seáis entre todas las
mujeres, porque fuisteis elegida entre todas las
hijas de Eva para ser la corredentora del linaje humano y la celestial
dispensadora de todas las gracias alcanzadas al precio de la sangre de vuestro
Hijo. Nosotros nos gozamos, dulce Madre, de vuestros gozos y nos complacemos en
vuestra gloria, y celebramos ardientemente vuestro poder incomparable, porque
los gozos, la gloria y el poder de una Madre son prendas queridas para los
hijos. ¡Cuán grato nos es contemplaros tan amada y favorecida de Dios,
ensalzada por el mensajero del cielo y saludada en nombre del Verbo con
salutaciones que jamás escuchó humana criatura! Después de haber sido objeto de
tan honrosas manifestaciones, ¿qué podremos deciros nosotros, qué alabanzas
dignas de vuestra gloria podrán articular nuestros torpes labios sino repetir
una y mil veces las palabras con que el ángel ensalzó vuestra dignidad? Y al
considerar ¡oh María! que el principio de tanta grandeza fue la humildad
profunda bajo cuyo velo procurasteis ocultar vuestras virtudes, no podemos
menos de suplicaros que os dignéis enseñarnos a practicar esa virtud tan amada
de Dios. A vuestra imitación, no queremos otras grandezas que las de la virtud,
ni otra gloria que la gloria de Dios, ni otros honores que los del cielo, para
que sirviéndoos en la tierra humildemente, logremos un día ser grandes y felices
en el cielo. Amén.
Oración final para todos los días
¡Oh María!, .Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros
venirnos a ofreceros con estos obsequios
que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones, deseosos de seros agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un
nuevo
ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro
divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
Santa Madre dirija
nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor
la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las
tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones
rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que
confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin,
encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que
nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida
y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Ejercitarse en la virtud de la humildad, ejecutando actos que mortifiquen
nuestro amor propio.
2. Saludar tres veces en el día con cinco Avemarías a la Santísima
Virgen, felicitándola por haber sido escogida para Madre del Verbo encarnado.
3. Por amor a María no comer ni beber fuera de las horas acostumbradas.
Otórganos, Virgen pura,
Tu protección generosa.