UNAM, SANCTAM, CATHÓLICAM, ET APOSTÓLICAM ECCLESIAM
DÍA 8
Consagrado a honrar la
Visitación de María a Santa Isabel
Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello Mes que os esta consagrado, todo
resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo
brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos. Para honraros,
hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con
guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos
homenajes: hay flores cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se
marchitan. Estas son las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más
hermoso adorno de una madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que
pueden deponer a sus pies es la de sus virtudes. Sí; los lirios que Vos nos
pedís son la inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el
curso de este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos
y miradas aun la sombra misma del mal. La rosa cuyo brillo agrada a vuestros
ojos es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues,
los unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito procuraremos
cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es tan querida;
y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes, caritativos, pacientes y
resignados. ¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas
estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de
gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de
las madres. Amén
CONSIDERACION
Acababa de realizarse en María el gran misterio de la Encarnación del Verbo.
Dios había tomado ya posesión de su castísimo seno y habitaba en él
comunicándole todos los tesoros de su amor y caridad. La Santísima Virgen se
abrasaba en vivísimas llamas de celo por la gloria de Dios y por el bien de los
hombres. Fruto de ese celo fue la visita de María a su prima Santa Isabel para
ir a derramar la gracia, la salvación y la vida en la casa del anciano
Zacarías, y sacar el alma de Juan Bautista de las sombras del pecado y de la
muerte.
La larga distancia que separaba a Nazaret de la morada de Isabel, un camino
erizado de montañas, cortado por torrentes y despeñaderos y cruzado por extensos
desiertos; la delicadeza de su edad, el habito de una vida silenciosa y
retirada, nada es bastante a detener el celo de María. Ya a salvar un alma y a
acrecentar la dicha de la estéril esposa de Zacarías, que había concebido en el
invierno de la ancianidad un tardío, pero precioso fruto.
Al ver a María, Isabel experimenta una emoción desacostumbrada. Su rostro se
anima; sus ojos se encienden; brilla en su frente un rayo de inspiración
profética y, en medio de los transportes de su admiración, exclama; Tú eres
bendita entre todas las mujeres y bendito es el fruto de tu vientre
-María, en un rapto de celestial arrobaamiento al contemplar las maravillas del
Señor prorrumpe en un cántico de gratitud: Mi alma glorifica al Señor
y mi espíritu se transporta de gozo en Dios mi Salvador.
Así es como la Madre de Dios abre la senda del apostolado y da a los obreros del
Evangelio la primera lección de celo por la salvación de las almas. Ella
interrumpe el éxtasis dulcísimo en que se embebecía en la contemplación del
amado de su alma que habita en su seno, para ir a derramar el raudal de la
gracia que emanaba de la fuente que en sus entrañas llevaba. Su caridad la hacia
olvidarse de sí misma para comunicar a otros sus celestiales incendios. Para
ello tiene que soportar grandes sacrificios y someterse a humillaciones
profundas. No importa: comprende mejor que nadie el mérito del sacrificio y el
precio de la humillación voluntaria; sabe que el Dios humanado, que lleva en su
seno, ha venido al mundo a sacrificarse en aras del amor y a envilecerse para
dar muerte a la soberbia. El amor de Dios y el amor del prójimo la conducen
hasta la lejana morada donde el Precursor de su Hijo va a ser dado a luz; ella
se apresura a santificarlo para que sea un digno heraldo del Redentor y un
apóstol que atraiga los hombres a la penitencia con sus palabras y el ejemplo de
la santidad.
Así busca María la gloria de Dios y así se emplea su caridad en beneficio de sus
hermanos. ¡Qué hermosas y fecundas enseñanzas para nosotros que con tan fría
indiferencia miramos la salvación de las almas! Vemos a millares que se pierden
porque no hay una mano compasiva que las arranque del vicio, del error y de la
muerte. Nos parece que esa tarea de caridad esta sólo reservada a los ministros
del Evangelio, sin pensar que cada uno tiene el deber de dar gloria a Dios y de
atraer a los que se separan del camino del bien y de
la salvación. Cada hombre tiene un campo más o menos vasto en que emplear su
celo. Todos tienen medios de influir sobre los suyos, a fin de preservarlos de
la perdición y enderezarlos por el buen camino. No es mies la que escasea, sino
operarios celosos que la sieguen. Dios quiere que por amor suyo cada uno de
nosotros se haga un obrero de su viña. El que ama verdaderamente a Dios, no
puede dejar de interesarse por la salud de las almas que son hijas de sus
sacrificios y frutos de su sangre. Si comprendiéramos el precio de las
humillaciones y de los dolores de Jesucristo, entonces nos esmeraríamos en
dilatar el reino de Dios y atraer ovejas a su rebaño. Entonces antepondríamos
con gusto a todas las ambiciones mundanas la gloria de asociarnos a la obra de
la redención, derramando, si no nuestra sangre, al menos nuestros sudores, a
fin de salvar una sola alma. Porque salvar un alma es una gloria más grande que
todas las obras del genio, que todos los prodigios del arte, que todo el honor
de los conquistadores y que la posesión del mundo entero. Porque la salvación de
un alma da más gloria a Dios que cuanto los hombres pueden darle consagrándole
todo lo que forma el orden material. Y bien, ¿dónde están las obras de nuestro
celo? ¿Qué hemos hecho para dilatar el reino de Dios conquistando almas para el
cielo? ¿Cuáles son las que nos servirán de corona en el día de las supremas
recompensas? Dejemos nuestras casas y olvidémonos un momento de nosotros mismos,
como María, para ir en busca de almas que santificar, de corazones que encender
en amor divino y de inteligencias que iluminar con las luces de la fe. Acudamos
en auxilio del apostolado católico, que apenas basta para las numerosas
necesidades que reclaman su atención. Consideremos que existen muchos
pequeñuelos que piden pan y que no hay quién se lo distribuya.
EJEMPLO
El castigo de un sacrilegio
El célebre escritor católico Luis Veuillot refiere en una de sus obras el hecho
siguiente, que demuestra como castiga Dios a los profanadores de las imágenes
de su santa Madre.
Es sabido que en el silo de 1793 la Francia fue teatro de escenas que la
historia recuerda con horror. La impiedad triunfante convirtió a este país en un
lago de sangre y lágrimas, en cuyo abismo cayeron el trono y los altares. Los
sacerdotes fueron perseguidos de muerte, los templos prostituidos y las santas
imágenes derribadas.
En ese tiempo un ejército francés se dirigió a los Pirineos para contener al
ejército español que invadía el territorio con motivo del asesinato del rey
Luis XVI. Tres jóvenes franceses, que se encaminaban a incorporarse en las
huestes de la Convención, se detuvieron al frente de un templo católico en cuyo
frontispicio se veía una estatua colosal de la Santísima Virgen.
A la vista de esta imagen se le ocurrió a uno de ellos hacerla blanco de sus
tiros para ejercitarse en el manejo de las armas. Otro de los compañeros aceptó
entre burlas implas el sacrílego proyecto; el tercero, menos descreído, intentó
en vano disuadirlos de tal propósito.
En efecto, los tres cargaron sus fusiles: apuntó el primero, y la bala fue a
clavarse en la frente de la sagrada Imagen; apuntó el segundo y el proyectil
dio en el pecho de la efigie de María. Vacilaba el tercero, y bien hubiera
querido excusarse de cometer aquel atenta-do sacrílego; pero temeroso de las
burlas de sus compañeros, apuntó temblando y con los ojos cerrados, y la bala
fue a estrellarse en la rodilla de la venerada estatua. El pueblo estaba
horrorizado, pero en aquellos tiempos de terror nadie se atrevía a manifestar
sus sentimientos; sin embargo, una anciana, sin poder contener su indignación,
les dijo como inspirada por una luz profética. «Vais a la guerra; pero sabed
que la nefanda acción que acabáis de cometer os acarreara grandes desdichas.»
Efectivamente, desde su salida de la población comenzaron a experimentar muchos
y muy graves contratiempos antes de reunirse con el ejército francés. A poco de
su llegada trabóse una acción entre los ejércitos. Nuestros tres camaradas
concurrieron a ella y pelearon con denuedo; pero de lo alto de una roca salió
un tiro, y una bala fue a clavarse en la frente del primero de ellos,
precisamente en el mismo lugar en que había herido la sagrada imagen de María.
Al verle caer mortal-mente herido, y al observar el lugar en que tenía la
herida, los dos compañeros se estremecieron de espanto y volvieron a resonar en
sus oídos las fatídicas palabras de la anciana.
A la mañana siguiente, el ejército español vencido en la jornada anterior,
volvió con nuevos bríos a presentar batalla a los franceses; y los dos
compañeros, silenciosos y cabizbajos, ocuparon sus puestos, diciendo uno de
ellos: ¡Hoy me toca a mí!... Y en efecto, cuando el ejército
francés retrocedía perseguido por el español, del fondo de un precipicio salió
un tiro disparado por un soldado herido, y la bala fue a atravesar de parte a
parte el pecho de aquel que había herido en el pecho la estatua de María. El
infeliz sacrílego, revolviéndose en un charco de sangre, pedía a grandes voces
un sacerdote; pero los convencionales lo dejaron morir abandonado en el camino
sin auxilio espiritual ni temporal.
El único que quedaba, aquel que se había opuesto al sacrílego atentado, se llenó
de tan grande horror al ver la triste suerte de sus compañeros, que, temiendo
morir como ellos, prometió a Dios confesarse tan pronto como le fuera posible.
Pero viendo que el Señor se mostraba clemente, llegó a olvidarse de su promesa,
y dirigiéndose algún tiempo después a España enrolado en el ejército de
Napoleón, al pasar a inmediaciones del lugar del sacrilegio, disparósele el
fusil a un soldado francés, y la bala fue a clavarse en la rodilla del infeliz
sacrílego, esto es, en el mismo lugar en que él había herido la sagrada imagen.
La Santísima Virgen tuvo misericordia de este desgraciado alcanzándole la gracia
del más sincero arrepentimiento, y con él la salud del alma; pero la herida se
mostró, durante veinte años, rebelde a todos los recursos de la ciencia.
Este hecho manifiesta que Dios tiene reservados tremendos castigos para
aquellos que ofenden o insultan a su Madre.
JACULATORIA Refugio del pecador, ¡Oh Virgen inmaculada! ¡Cuán dulce consuelo experimenta mi
alma al contemplaros en este día tomar la penosa ruta que conduce a la pobre
morada de Isabel! Vos sois conducida en alas de la
más ardiente caridad para ir a sacar a un alma querida de la oscuridad del
pecado y santificaría en el vientre de su madre. Este rasgo de generoso celo
alienta en mí la esperanza que siempre he fundado en vuestra maternal
protección. Acudid ¡oh Madre mía! en auxilio de mi debilidad para librarme de
las sombras del pecado, que sin cesar me cercan. Vos sois el refugio de los
pecadores y vuestra mano esta siempre pronta a libertarios del peligro y
sacarlos del precipicio. Dirigid vuestra vista ¡oh María! por toda la extensión
de la tierra, y en todas partes se presentara a vuestros ojos el doloroso
espectáculo que ofrecen tantos desventurados náufragos que se pierden en los
mares del mundo. ¡Cuántos pecadores viven contentos atados a las cadenas de los
vicios! ¡Cuantos infieles, sentados a la sombra de la muerte, no conocen aún el
precio de la redención! ¡Cuántos herejes, ramas tronchadas del árbol de la fe,
perecen privados de la savia que sólo se encuentra en el Catolicismo! Apiadaos,
Señora mía, de todos esos infelices que siguen un camino de perdición eterna.
Haced que todos ellos reconozcan sus yerros y detesten sus extravíos para que,
formando una sola familia, unidos a nosotros por los vínculos de una misma
creencia y un mismo amor, os reconozcamos todos por Madre hasta que esa unión,
comenzada en la tierra, se consume y estreche eternamente en el cielo. Amén.
Oración final para todos los días
¡Oh María!, .Madre de Jesús, nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros
venirnos a ofreceros con estos obsequios
que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones, deseosos de seros agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un
nuevo
ardor en vuestro santo servicio. Dignaos presentarnos a vuestro
divino Hijo; que en vista de sus méritos y a nombre de su
Santa Madre dirija
nuestros pasos por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor
la luz de la fe sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las
tinieblas del error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones
rebeldes, cuya penitencia regocijará su corazón y el vuestro; que
confunda a los enemigos de su Iglesia, y que, en fin,
encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que
nos colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida
y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1. Rezar una tercera parte del Rosario pidiendo a María por la conversión de los
infieles, herejes y pecadores.
2. Esmerarse en cumplir con exactitud todas las prácticas ordinarias de piedad.
3. Aprovechar santamente el tiempo no desperdiciándolo en frivolidades o
pasatiempos inútiles.
Del afligido consuelo,
Ampárame desde el cielo
Al escuchar mi clamor.
ORACIÓN