Eduardo Perez Soler                              El exotismo pop
Cuando uno vuelve a una ciudad latinoamericana despu�s de alg�n tiempo de haber estado lejos, no deja de sorprenderle lo mucho que ella ha cambiado. Resulta dif�cil no ver en alg�n sitio una gran valla publicitaria que cubre las envejecidas paredes de los edificios anunciando alguna marca transnacional. Las aceras de las calles est�n literalmente cubiertas de puestos de comida, donde las recetas locales se mezclan con los productos importados. Tacos de nopal y hamburguesas, agua de tamarindo y Coca-Cola, totopos y nachos. A su lado, se levantan los changarros que ofrecen equipos de m�sica y televisores de marcas extranjeras, a ritmo de estridente m�sica pop o techno. Los iconos locales se aprecian cada vez menos; de echo, est�n reservados a la gente de fuera: las chucher�as neoprehisp�nicas -los chac-moles de pl�stico, los ponchos de nailon- y los bares neocoloniales y neobarrocos est�n hechos para satisfacer las ansias de exotismo del turista. Despu�s de todo, los personajes que defin�an las identidades nacionales de los latinoamericanos han ido perdiendo prestigio en favor de nuevos h�roes: Bart Simpson, Madonna o tarantino gozan de un mayor predicamento entre los j�venes que Bol�var, Sucre o Hidalgo. Y si Emiliano Zapata goza a�n de cierto pretigio ha sido gracias a la modernizaci�n -o posmodernizaci�n- de su figura por parte del Subcomandante Marcos.
    Las grandes mutaciones que est� sufriendo la identidad latinoamericana, construida con lentitud desde la independencia de la mayor parte de las colonias espa�olas a principios del siglo XIX, permite comprender propuestas h�bridas como las de Nad�n Ospina. Este artista colombiano ha venido exhibiendo desde la primera mitad de la d�cada de los noventa una serie de obras en las que ciertos iconos de la industria del entretenimiento contempor�nea adquieren la apariencia de figuras prehisp�nicas. Ospina ha encargado a diversos artesanos latinoamericanos especializados en la reproducci�n de obras de arte precolombinas -ya sea para turistas o para museos de arqueolog�a- la realizaci�n de esculturas con personajes como Mickey Mouse, el pato Donald o los personajes de los Simpson. El resultado de esta operaci�n no deja de ser desconcertante: los populares personajes de los dibujos animados, que pueden ser considerados como los emblemas del colonialismo cultural del capitalismo tard�a, adquieren un car�cter ex�tico y perif�rico.

Apropiaci�n, desplazamiento, b�squeda de sentido. Las obras de Nad�n Ospina son el resultado del estado de tr�nsito e intercambio de ideas que caracteriza a nuestra �poca. Su cr�cter h�brido remite a las operaciones de resignificaci�n que los individuos de sociedades perif�ricas hacen de los productos de la cultura hegem�nica. Pone en evidencia el estado de constante redefinici�n en que se encuentran las culturas locales como consecuencia del auge de las redes de comunicaci�n y de los intercambios econ�micos mundiales. Las propuestas de Nad�n Ospina aluden a un concepto de lo latinoamericano - si es que �ste alguna vez ha existido verdaderamente- 1 en crisis; aluden a una realidad en negociaci�n, en la que los mitos de una Arcadia prehisp�nica perdida se funden con la rutilante cultura transnacional del espect�culo. Las revisiones de las figuras Colima, las parejas copulando de la cultura Tumaco o los guerreros azteca, todos con sus orejitas de Mickey Mouse, perfilan un escenario en el que los sujetos inmersos en campos de fuerzas -en los que lo mundial y lo local se repelen y se atraen, a la vez- deben apropiarse de fragmentos de distintas procedencias para otorgar sentido a la realidad. Las obras mestizas de Ospina son consecuencia de un estado de cosas en el que los sujetos -incluidos los de los llamados pa�ses occidentales- deben otorgar un nuevo significado a productos transnacionales para hacerlos conciliables con su reslidad m�s inmediata, la realidad local. Las propuestas del artista colombiano son la consecuencia de un mundo en el que todos hemos devenido el otro.

La fetichizaci�n de lo ex�tico. Es posible afirmar que el descubrimiento de la alteridad por parte de Occidente tuvo lugar con los grandes viajes de los exploradores europeos a partir de los siglos XIV y XV, precisamente cuando se comenzaban a gestar los principios cient�ficos, pol�ticos y econ�micos que dieron origen a la modernidad. Gracias a los viajes de Marco Polo a China y de Crist�bal Col�n a Am�rica, los habitantes de Europa comenzaron a cobrar plena conciencia de la existencia de culturas distintas a la suya. De la misma manera, el viaje a las tierras extra�as hizo posible el contacto con productos art�sticos de culturas no occidentales. En este sentido, es bien conocido el sentimiento de admiraci�n y, a la vez, de horror, que provocaron a Alberto Durero las obras de arte prehisp�nicas.
    A la larga, la creaci�n
ex�tica termin� por ocupar un lugar perif�rico en los sistemas del arte occidental. Evaluadas desde una �ptica etnoc�ntrica y evolucionista, las creaciones de las culturas no occidentales fueron consideradas como productos de pueblos atrasados y salvajes. El inter�s del arte de las culturas marginales no era propiamente est�tico, sino, en todo caso, antropol�gico: obras de autores an�nimos, no merec�an un lugar en los museos de bellas artes, por lo que deb�an conformarse con figurar en las vitrinas de los museos de etnolog�a.
    Las propuestas de Nad�n Ospina intentan poner en entredicho las categor�as creadas para clasificar los productos creativos. El artista colombiano suele presentar sus esculturas como si fuesen las piezas de una colecci�n de arte prehisp�nico. Sus obras no son mostradas en las condiciones en que por regla general, se ha venido exhibiendo el arte contempor�neo, esto es, en un espacio neutro, en una impecable sala de paredes blancas, que evitan que la percepci�n de la obra sea contaminada. Por el contrario, sus piezas suelen ser expuestas en vitrinas y pedestales, con luces que acent�an el claroscuro, para intensificar, de esta manera, el efecto dram�tico, tal como se muestran las piezas de un museo de antropolog�a. Esta manera de exhibir las piezas no deja de ofrecer un efecto parad�jico, pues Nad�n Ospina termina por convertir lo hegem�nico en ex�tico: iconos de la cultura occidental, como los personajes de Walt Disney o Matt Groening, son equiparados a las obras de los artistas an�nimos de culturas primitivas, para adquirir as� un caracter
otro.En las obras de Ospina las coordenadas que definen el centro y la periferia pierden su sentido.
    En �ltima instancia, las propuestas de Nad�n Ospina, con todo su exotismo pop, parodian la actitud frente a la creaci�n perif�rica propia del capitalismo multicultural. La mundializaci�n de la econom�a y la generalizaci�n de los intercambios han tra�do consigo una aparente tolerancia frente a la diversidad; una tolerancia que, en realidad, no es tal. El capitalismo multicultural ofrece la fachada de respeto por lo distinto, en la que se celebra el messtizaje, la diversidad de usos culturales y la diferencia. Sin Embargo, esta tolerancia tiene sus limites: la alteridad ser� aceptada e, incluso, celebrada, siempre y cuando no ponga en cuestion la econom�a de mercado, la democracia liberal y los valores �ticos del capitalismo mundial. Al tiempo que se celebran las m�sicas mestizas, las comidas ex�ticas, las modas h�bridas -que, en el fondo, otorgan un mayor vigor a la sociedad de consumo- se condenan los fundamentalismos pol�ticos y religiosos, como el islamismo, que ponen en cuesti�n las estructuras pol�ticas y econ�micas de Occidente. En este sentido afirma Slavoj Zizek: ''el racismo posmoderno contempor�neo es el
s�ntoma del capitalismo tard�o multiculturalista, y echa una luz sobre la contradicci�n propia del proyecto ideol�gico liberal-democr�tico. la ''tolerancia'' liberal excusa al otro folcl�rico, privado de su sustancia (como la multiplicidad de ''comidas �tnicas'' en una megal�polis contempor�nea), pero denuncia a cualquier otro ''real'' por su ''fundamentalismo'', dado que el n�cleo de la otredad est� en la regulaci�n de su goce: el ''otro real'' es por definici�n ''patriarcal'', ''violento'', jam�s es el otro de la sabidur�a et�rea y las costumbres encantadoras.'' 2
   De forma par�dica, las esculturas de Nad�n Ospina aluden al exotismo que tanto ensalza el capitalismo tard�o: el de una alteridad domesticada, que lejos de provocar temor, llega a causar cierta admiraci�n. Es un exotismo deseable, despojado de su esencia, y que no pone en cuesti�n la preeminencia del capitalismo y su ideolog�a. Es una alteridad que no genera conflictos, en la que todos ya seamos morenos, negros o amarillos, nos parecemos enormemente a Mickey o a Bart Simpson.
                                                                                                                                                                                               Notas
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