Violencia
política, exilio, cárcel
La violencia política desatada en Colombia tras el 9 de
abril de 1948 y la creciente represión política iniciada en Venezuela luego
del 24 de noviembre de aquel año, hermanarían a quienes tenían en común la
condición de perseguidos.
Anónimos colombianos llegaban a Venezuela desde los
pueblos y veredas donde liberales y conservadores cobraban con muertes las
deudas políticas. Destacados dirigentes liberales llegaba a Caracas huyendo
de las amenazas de muerte a la cual los condenaba su condición de políticos.
Carlos Lleras Restrepo, perseguido líder nacional del liberalismo,
permaneció en Venezuela por algún tiempo para luego seguir viaje a otro
destino. Virgilio Barco Vargas, el joven gaitanista cucuteño cumplió parte
de su destierro en Caracas, antes de ir a los Estados Unidos. Alfonso Lara
Hernández, turbayista cucuteño, decide quedarse en Venezuela. El destierro
liberal colombiano de los primeros años cincuenta encontró en Venezuela una
vía de escape, un sitio para una etapa del viaje y en algunos casos, un
nuevo lugar donde fijar residencia.
Uno de esos colombianos, liberal y perseguido, que se
residenció en Caracas fue Plinio Mendoza Neira. Aquella figura central del
liberalismo colombiano de mediados de los cuarenta, se hizo editor en
Caracas. Inició la producción de libros de alta calidad gráfica, estimuló la
creación de empresas litográficas y actuó como centro de referencia para los
exiliados en Caracas. Sus empresas editoriales, financieramente desastrosas
según su hijo Plinio Apuleyo, lo juntaron a Velásquez en el mismo camino.
La dictadura perezjimenista exigía que las fotografías
de la junta gobernante apareciera en los libros que Plinio editaba sobre
Caracas. También la dictadura amenazaba a Plinio con expulsarlo junto a
todos los liberales exiliados, caso que El Tiempo continuara atacando
desde Bogotá al gobierno venezolano (Mendoza, 1984, 279). El Tiempo
mantenía abiertas sus páginas a las plumas y opiniones del exilio
democrático venezolano, mientras liberales de aquel país servían de correos
entre ese exilio y los sectores políticos de Caracas y Bogotá.
Por su parte, el periodista Ramón J. Velásquez tras su
detención en noviembre de 1948 y su prisión en 1953, se transformó en
conspirador político y en paria laboral. Cuando en 1955 procuró trabajo en
los principales diarios de Caracas obtuvo cuatro respuestas. Un director
intentó sacar su billetera para darle una ayuda económica. Otro director le
ofreció trabajo en las páginas deportivas. Un tercero le aclaró que los
intereses del joven periódico no eran compatibles con la abierta posición de
Velásquez contra el gobierno. Finalmente, el editor Miguel Ángel Capriles se
mostró dispuesto a contratarlo para dirigir la revista Elite,
condicionándolo a que el nombre de Velásquez no apareciera impreso
(Velásquez, 20, 1990). Velásquez también consiguió trabajo y apoyo, anónimo
como el ofrecido por Capriles, en las ediciones de Plinio Mendoza Neira. Una
de sus aventuras editoriales fue la producción de la revista Quince Días.
En la revista Hechos de principios de los años
cincuenta, en la Elite de mediados de década y en la Quince Días
de Plinio Mendoza, está la pluma de Velásquez oculta tras seudónimos de
ocasión. Tanto en Hechos como en Elite, Velásquez utilizaría
la reseña de la actualidad política colombiana, brasileña o cubana, como
artilugio para evadir la censura y presentar al país los términos de un
debate imposible (dictadura-democracia) en la Venezuela de la época
(Velásquez, 16, 1990).
En Elite Velásquez trabajó hasta agosto de 1956
cuando la Seguridad Nacional lo acusó de formar parte de un plan magnicida.
Velásquez fue a la cárcel hasta el final de la dictadura y su puesto en la
revista lo ocupó Plinio Apuleyo Mendoza, quien con veintidós años comenzaba
a dirigir la revista más importante en aquella Venezuela.
Terminada la década, Plinio Mendoza Neira regresó a
Colombia cuando su país se aprontaba a inaugurar el Frente Nacional. Ramón
Velásquez salió de la cárcel de Ciudad Bolívar para formar parte de la
actividad política de la naciente democracia. Un nuevo régimen se
establecía en Venezuela y su primer presidente, Rómulo Betancourt, le daría
una alta relevancia a las relaciones con la restituida democracia
colombiana. En carta fechada en Caracas dirigida a Germán Arciniegas, a la
sazón Embajador de Colombia en Italia, el presidente Betancourt comentó que
mantenía contacto frecuente con el presidente Alberto Lleras con quien
esperaba impulsar la formación de un bloque latinoamericano, “no
estructurado contra nadie, sino para nuestra propia grandeza” (citado en
Cobo, 1987, 358).
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