La teoría de las ideas
La concepción
platónica del hombre depende de la teoría de las ideas.
La verdadera realidad no está en las cosas; éstas son sólo
una participación de las ideas. El
verdadero ser, la verdadera realidad son las ideas, que son entes
metafísicos, suprasensibles, universales.
Las cosas, o sea el mundo corpóreo, es mudable, corruptible, y remite
al mundo ideal. Así pues, Platón
al interpretar el fenómeno del conocimiento, ve en él sólo una
reminiscencia o recuerdo de las ideas, vistas por el hombre en la vida
anterior y celeste. Es
precisamente éste el punto de partida de la visión antropológica de
Platón.
El alma es una substancia inmaterial que sólo el hombre posee y que se encuentra unida al cuerpo. ¿Siempre han coexistido alma y cuerpo? No. En un principio el alma era una idea, derivada directamente de la idea suprema, que vivía en contemplación del mundo ideal, separada y libre del cuerpo. El alma en el mundo ideal contemplaba la realidad, el verdadero ser, las esencias eternas y originales, es decir, el verdadero mundo, sin los impedimentos e ilusiones de lo corpóreo.
Así pues, el
mundo de las ideas quedó oscurecido y borrado de la conciencia de las almas
por haber caído prisionera dentro del cuerpo; en ellas no quedó más que un
confuso sentimiento de la perfección gozada y perdida, y un permanente anhelo
de perfección y de ascenso a un estado superior al presente estado terrenal.
“Nuestras almas existían antes de este tiempo, antes de aparecer bajo esta forma humana; y mientras estaban así, sin cuerpo, sabían”, afirma Platón en el libro de Fedón. En este mismo libro el filósofo explica la naturaleza y esencia del alma humana.
La reminiscencia, anamnesis o recordación
La ciencia y el conocimiento de las cosas no es más que una reminiscencia, pues todas las cosas que conocemos son un recordad las puras esencias que el alma contemplaba en el mundo ideal. Por tanto, cada espíritu posee innatas, o sea desde el nacimiento, las representaciones universales que son necesarias para el mismo conocimiento de las cosas corpóreas.
Si todas las
cosas que tenemos en la boca, como la idea de lo bello, lo justo, y todas las
esencias de este género existen verdaderamente, y que si referimos todas las
percepciones de nuestros sentidos a estas nociones primitivas como a su tipo,
que encontramos desde luego en nosotros mismos, digo, que es absolutamente
indispensable, que así como todas estas nociones primitivas existen, nuestra
alma ha existido igualmente antes de que naciéramos, y si estas nociones no
existieran todos nuestros discursos son inútiles”.
Por tanto, “¿no es igualmente necesario que si estas cosas existen,
hayan también existido nuestras almas antes de nuestro nacimiento, y que si
aquéllas no existen tampoco debieron existir éstas?”.
El estado
del alma racional del hombre encarcelada en el cuerpo, sujeta al mundo de las
cosas sensibles, en el cual cada idea es una copia imperfecta, fue
representado por Platón en la alegoría de la caverna:
En una caverna
completamente oscura, se encuentran unos prisioneros encadenados, puestos de
cara a la pared. Fuera de la
caverna brilla un sol deslumbrante y unos personajes que van pasando, reflejan
su sombra sobre la pared.
Los prisioneros
incapaces de contemplar directamente los seres del mundo externo, no pueden
imaginar ni conocer otra forma de ser que las sombras que ellos ven.
Esta es la
suerte del alma prisionera del cuerpo. Ya
no tiene a la vista las verdaderas esencias, sino sólo sus sombras, que son
las cosas corpóreas; el alma se echa a perder entre las cosas, olvidando en
una vida sensible y sensual la excelencia de la verdadera realidad.
Sólo el sabio puede sustraerse a este destino.
El sabe que la única realidad es la idea, que está por encima de las
cosas corpóreas, por lo que convierte su vida en un permanente esfuerzo para
poder liberarse y purificarse. Su
alma vive en el cuerpo, pero sabe dominar sus pasiones e instintos; pasa por
en medio de las cosas, sin mezclarse con ellas.
Siempre anhela
el mundo perfecto de las ideas inmutables y eternas, que sólo la muerte le
ofrece liberarlo del cuerpo, por tanto su vida es una mística contemplación
de la muerte.
Además de demostrar la inmortalidad del alma, a través de la reminiscencia, Platón enuncia otros argumentos:
El alma es
inmortal, o sea que vive después de la muerte.
¿Cómo prueba tal afirmación?
“Preguntémonos por lo pronto, si las almas de los muertos están o no en el Hades. Según una opinión muy antigua, las almas, al abandonar este mundo, van al Hades, y desde allí vuelven al mundo y vuelven a la vida, después de haber pasado por la muerte. Si esto es cierto, y los hombres después de la muerte vuelven a la vida, se sigue de aquí necesariamente, que las almas están en el Hades, durante este intervalo, porque no volverían al mundo si no existiesen, y será una prueba suficiente de que existen si vemos claramente que los vivos no nacen sino de los muertos, porque si esto no fuese así, sería preciso buscar otras pruebas”.
La última
parte del argumento anterior, trae implícito otro que Platón desarrolla
así:
“Todas las
cosas vienen de sus contrarias. La
vida procede de su contraria que es la muerte, así como la vigilia tiene su
contraria que es el sueño. El
paso de la vigilia al sueño es el adormecimiento, y el paso del sueño a la
vigilia es el acto de despertar. Igual
cosa sucede con el alma; ésta es vida. La
muerte produce su contraria, que es la vida.
“¿Reconoces
que existe el bien y el mal? El mal es principio de corrupción y de
disolución, y bien todo principio de conservación y mejoramiento.
¿No posee cada cosa su bien y su mal? La enfermedad es el mal de todo
el cuerpo. No hay nada en la
naturaleza que no tenga su mal y su enfermedad peculiares.
¿No perjudica el mal a la cosa que se adhiere, la disuelve y la
arruina? Así cada cosa es destruida por el mal; de suerte que si ese mal no
posee fuerza suficiente para destruirla, nada hay capaz de hacerlo: porque el
bien no puede producir ese efecto respecto de nada, como tampoco lo que no es
un bien ni un mal.
Pero,
supongamos que el mal produce la muerte. Por
la misma razón a menos que la enfermedad del cuerpo engendre la del alma, no
decimos nunca que el alma que no comparte el mal del cuerpo puede perecer a
causa de un mal ajeno, de fuera, sin intervención alguna del mal que es
propio de ella. No permitamos que
se diga que el alma ni ninguna otra sustancia de naturaleza diferente, perece
por el mal que adviene a otra sustancia de naturaleza diferente, si el mal que
le es propio no llega a unirse a aquel otro.
Por tanto, “si
la corrupción del alma, si su propio mal no puede matarla ni destruirla,
¿cómo un mal destinado por su naturaleza a la destrucción de otra sustancia
podría hacer que pereciese el alma? Es imposible, pero es evidente que una
cosa que no puede perecer por su propio mal ni por el mal ajeno debe existir
necesariamente, y que si existe siempre es inmortal”.
El
alma es muy semejante a lo que es divino, inmortal, inteligible, simple,
indisoluble, siempre lo mismo y siempre semejante.
El cuerpo es mortal, sensible, compuesto, disoluble, siempre mudable y
nunca semejante a sí mismo, se parece perfectamente a lo que es humano.
Platón,
para demostrar tanto la naturaleza del alma como del cuerpo, hace las
siguientes reflexiones:
Lo primero que debemos preguntarnos, es cuáles son las cosas que por su naturaleza pueden disolverse, para examinar a qué naturaleza pertenece el alma.
Así
pues, la igualdad, la belleza, la bondad y todas las existencias esenciales,
cada una siendo pura y simple subsisten siempre la misma en sí, sin
experimentar nunca la menor alteración, ni la menor mudanza.
Todas las demás cosas, como hombres, caballos, plantas, etc., son enteramente opuestas a las anteriores, en cuanto no subsisten siempre en el mismo estado, ni con relación a sí mismas, ni con relación a los demás. Todas estas cosas se pueden ver, tocar, percibir por cualquier sentido, mientras que las primeras (la bondad, etc.), que son siempre las mismas, no pueden ser comprendidas sino por el pensamiento, porque son inmateriales y no se las ve jamás.
Pero
cuando el alma examina las cosas por sí mismas, se dirige a lo que es puro,
eterno, inmortal, inmutable, y como es de la misma naturaleza, se une y
estrecha con ello cuando puede y da de sí su propia naturaleza.
El alma se parece con lo que mantiene siempre lo mismo, con lo que no cambia. El cuerpo se parece a lo que cambia”.