Se ha
hecho notar también que la actitud primera y original ante la realidad y sus
dificultades es igualmente característica. Si para Descartes era la duda
metódica, para Max Scheler, la admiración, no tanto en el sentido de
extrañarse, para hacer realidad el problema, cuanto en la rendida entrega
(Hingabe) a las cosas para poder “palpar” su admirable riqueza de valor.
Repetidamente
aseguraba que si el mundo moderno, y su ciencia, han propugnado una actitud de
desconfianza y oposición a la naturaleza originaria, y le han impuesto una
interpretación mecanicista para poderla manipular y sojuzgar, él era incapaz
de esta actitud de suspicacia y desapego: por el contrario, se siente
entusiasmado por la riqueza y plenitud de lo real. Su mirada intelectual se
detiene en la inagotable riqueza de sentido de cada una y de todas las cosas,
y su estimación descubre y
reconoce el valor que encarnan y que objetivamente se puede apreciar en ellas.
Scheler
cita repetidamente al pensador alemán R.H.Lotze (1817-1881) como el
precedente primero de sus descubrimientos. Lotze afirmaba incluso que “solo
la intuición de lo que debe ser, nos va a revelar lo que es”. El hombre es
“un microcosmos” que acompañado por sus semejantes trabaja incesantemente
en la realización de los valores ideales, es decir, la cultura y la
moralidad.
Por
su parte, Nietzsche había dejado claro que los grupos humanos y las épocas
históricas se determinan por sus respectivos sistemas de valores. Los hombres
luego se olvidan de haber creado estas tablas de valores, las proyectan como
válidas para siempre y se rigen por ellas. El dogmatismo de los valores es el
resultado de este engaño. Según que la vida afectiva sea fuerte o débil,
así serán los valores que hacen las veces de ideales orientadores.
El orden
del corazón es el ordo amoris, y la recta conducta, más aún, el mundo moral
entero gira en torno a él.
Veamos
las cosas desde su extremo opuesto. Se ha sostenido que la ética es el
conjunto de conocimientos y técnicas adecuadas para “adiestrar” a los
componentes de un grupo humano en la práctica de las acciones aprobadas por
el grupo. La ética seria la conformación de la conducta, su condicionamiento
desde el exterior social.
La
posición de Scheler es exactamente lo contrario. En el mundo que nos acaba de
describir, la ética se refiere principalmente a la actitud general del
hombre, a su modo de sentir y de pensar, a su ethos o escala de valores.
Aunque
parezca un juego de palabras, hay que decir que un hombre bueno es aquel que
efectivamente aprecia y prefiere lo que realmente es apreciable y preferible.
Los
valores morales no tienen especificidad propia: por esto Scheler no los
incluye en su clasificación general. Toda estimación justa es moral, como la
moral es Axiología en acto.
De
inmediato se nos plantean dos cuestiones: la primera, acerca del criterio de
la estimación justa; la segunda, acerca de si podemos aceptar, sin mas, la
escala de valores vigente, el modo de sentir contemporáneo.
La
deformación que se introduce en la escala de valores de nuestro mundo
occidental, la inquietud, el desasosiego, y la urgencia del vivir moderno,
dejan claro a Scheler, por caminos ciertamente diferentes de Nietzsche, que la
tabla de valores vigente en la sociedad industrial burguesa necesita una
radical transmutación (Umsturz).
EL
MÉTODO FENOMENOLOGICO.
El lema
de la fenomenología es el retorno a
las cosas mismas (zu den Sachen Selbst!), y la filosofía ha tenido siempre el
empeño de ser un conocimiento originario, a saber, sin mediaciones ni
reservas, desde los principios.
El
empirismo histórico ha defendido que los datos primeros, irreductibles, del
conocimiento, son la dispersión
desordenada de las sensaciones. Claro que tales hechos elementales necesitan
ulteriores unificaciones y ordenaciones para que pueda reaparecer el mundo tal
como es vivido en la apariencia inmediata.
Scheler,
contemplador admirativo del mundo natural, rechaza estas construcciones
artificiosas y sostiene que el autentico empirismo, el fenomenológico,
descubre que lo dado tiene un sentido, es decir, la realidad que se muestra
aparece articulada y vertebrada según pautas necesarias y racionales.
En
efecto, las cosas tienen una manera de ser, consistente, esencial,
que justifica la persistencia de sus denominaciones. Las esencias son
apriori, en cuanto que determinan y explican los múltiples fenómenos que las
ilustran. Para el verdadero empirismo, los hechos se enraízan en relaciones
de sentido.
En la
actitud natural tratamos con las cosas y contamos con su existencia para
llevar a termino nuestros objetivos, pero podemos “poner entre paréntesis”
esta posición y compromiso con la existencia de las cosas: podemos retraernos
del protagonismo que tenemos siempre en la vida social, y despegados del
quehacer cotidiano y mediante una reducción fenomenológica, convertirnos en
mero sujeto espectador de los fenómenos. La reducción suspende las ataduras
que nos vinculan a la situación concreta; las cosas dejan de contar por sus
relaciones fácticas y solo ofrecen su manera de ser esencial apriori y
perfectamente separable de su existencia, real o ideal. Gracias a la
reducción eidética, las esencias, ideales, generales, estructuras necesarias
de las cosas son objeto de una intuición esencial (Wesenchau), de la cual hay
que advertir:
1.
Que es intencional, esto quiere decir que se refiere o “intende” un
objeto trascendente a ella, o lo que es lo mismo, que la intuición es
transitiva: termina en algo distinto de ella misma. Así los objetos de la
intuición no son los contenidos “interiores” de la conciencia. Con otras
palabras: el mundo dado no se puede explicar como la proyección hacia fuera
de nuestras representaciones o imágenes, sino que realmente es algo que “viene
a nosotros”, por si mismo;
2.
Que el carácter necesario y
apriori de las esencias libera a su intuición de cualquier conexión con
descripciones psicológicas concretas; y
3.
Que las cualidades de las cosas que promueven nuestro interés, que nos
atraen o repelen, consideradas en si mismas como notas reales, son tan
absolutas como las mismas esencias, porque son termino intencional de la
virtud eidética o esencial.
Así
pues, el método fenomenológico ofrece a Scheler la posibilidad de sostener
que si en el mundo nos vemos incitados por estímulos, o comprometidos por
afanes o anhelos, o llamados a la realización de ideales, todo ello no es un
mero juego de nuestra inestabilidad emocional que se engaña a si misma,
frente al equilibrio neutral e indiferente del hombre superior: científico,
escéptico imperturbable. Todo lo contrario: la realidad, ella misma, está
plena de llamadas e invitaciones que permiten que el hombre viva de verdad en
esta patria terrenal y sea sujeto efectivo de una historia dramática y de un
desarrollo personal. En este interesado protagonismo esta su alta dignidad.
La
asimilación sheleriana de los valores a esencias, hace variar el nivel en el
cual se situaban anteriormente los estímulos afectivos o tendenciales; en
adelante, Scheler los comparará con los objetos de la ideación intelectual.
Por esta
misma razón, los valores podrán justificar su pretensión a universalidad:
lo que se presenta como bello o como verdadero debe poder ser apreciado como
tal por todos.
No
podemos, lisa y llanamente, plantear la pregunta: qué son los valores, porque
los valores no son: simplemente valen o pretenden valer. No tienen cabida en
la naturaleza como si fueran cosas o maneras de ser de la cosa. Pero esto no
quiere decir que sean ficciones inventadas por el hombre para adornar
ilusoriamente a la realidad o a las acciones humanas de las cuales él es
testigo.
El
hombre, y solo el hombre, es quien da testimonio de que las cosas son, porque
esta en “la luz del ser”: por esto es el Dasein. “el ser es la manera
como la realidad se presenta al hombre”.
Decíamos
que la biología moderna ha establecido sin lugar a dudas que todo animal
tiene su ambiente o mundo circundante (Umwelt) cuya estructura corresponde a
la índole el sujeto vivo que lo centra y a sus capacidades de realización.
En el caso del hombre ocurre lo mismo, en principio,
pero con importantes diferencias en realidad. El hombre tiene muy pocos
instintos y sus tendencias están inacabadas y poco ajustadas a un ambiente
especifico. La situación del hombre, su mundo ambiente, se presenta mas bien
como un “repertorio d posibilidades” objetivadas a distancia.
Pero lo
más importante es que lo que son “estímulos” para el animal. son “objetos”
o cosas para el hombre. Este tiene ante sí realidades que pueden ser
conocidas y estimadas según perspectivas diversas.
Situado
pues, frente a objetos distantes, cuyo conjunto autónomo organizado es un
mundo, y no un mero ambiente, como es el caso del animal irracional, el hombre
se sabe libre por esta desconexión.
El
ejercicio de la libertad implica que los objetos del mundo propongan sus
posibilidades, sus atractivos o sus amenazas, es decir, exhiban valores o sean
portadores de valores.
El curso
de la vida, y más aun la humana, es un proceso dialéctico que consta de
fases de exploración y adaptación a un ambiente que persiste mientras
cambia, compensadas por fases de aprehensión y asimilación. En su desarrollo
se constituye el mundo y se configura la persona.
Los
valores no están presentes como las cosas reales; simplemente pretenden
valer, en sus diferentes modalidades: por ejemplo, la pintura expuesta
pretende ser apreciada como bella porque parece expresar la belleza; la
acción justa pretende ser referida a una mentira porque es estimada como
moralmente digna y buena, etc.
Asumir
el valor preferido quiere decir contribuir a su realización. Con ello los
seres humanos organizamos las culturas y tramamos la historia.
Los
valores se pueden definir como cualidades objetivas, términos de un aprecio
posible, que se dan o son portados por cosas, los bienes. No son inmanentes a
su soporte como accidentes de algo, sino trascendentes a su portador. Como las
esencias, los valores preceden a sus especificaciones y forman un reino
autónomo y articulado sistemáticamente según grados de preferencia a
priori.
Los
valores son polares: a todo valor se opone un contravalor; participables por
su portador o por el sujeto humano que los efectúa, y jerárquicos de tal
manera que estimar un valor equivale a situarle en el lugar que le corresponde
en la gradación objetiva.
De
acuerdo con la interpretación fenomenológica, Scheler asimila los valores a
las esencias porque son también objetos directos de una intuición.
Al
designar el sentimiento como órgano de los valores, tal como los ojos son de
los colores, Scheler en su etapa de madurez pone especial énfasis en el
carácter activo, iluminador del sentimiento del valor (Wertgefühl).
Procedamos
ahora a desarrollar algunas clasificaciones de los valores. Fundamentalmente
seguiremos la obra citada: el formalismo en la ética. Las modalidades
axiológicas que Scheler distingue son las siguientes:
1.
La serie de lo agradable y lo desagradable que corresponde a lo que en
la vida afectiva se llama placer y dolor, goce y pena, direcciones básicas de
la sensibilidad corporal. Dicha correspondencia puede variar según los
sujetos; por ejemplo, en el sadismo o en el masoquismo.
2.
La segunda modalidad axiológica esta compuesta por los valores de la
sensibilidad vital cuyos polos opuestos son lo noble (o bien constituido) y lo
vulgar o común, innoble (en el sentido de mal conformado o de mala índole).
3.
Vienen en tercer termino los “valores espirituales” que aprehendemos
mediante un sentimiento axiológico espiritual animado por un amor
u odio igualmente espirituales. Sus variedades principales son: a) lo
bello, lo feo y todos los valores estéticos; b) lo justo, lo injusto,
fundamento de un orden jurídico objetivo, al margen de cualquier legislación
positiva; c) los valores del puro conocimiento de la verdad: valores derivados
son los valores de la ciencia y los valores de la cultura.
4.
La última modalidad esta integrada por lo sagrado y lo profano. Los
estados afectivos correspondientes son la beatitud y la desesperacion
(totalmente distintos de la felicidad y la desgracia). Respuestas pertinentes
a este tipo de valores son la fe, la adoración, y, opuesta, la incredulidad.
Las
cuatro modalidades se constituyen en jerarquía en ascenso según el orden
expuesto.
Los
valores espirituales de la tercera modalidad, entre los cuales esta el valor
del conocimiento verdadero, permiten otorgar, objetivamente, un valor a la
vida. Si no se tratara de modalidades diferentes, la vida no podría pretender
valorarse a sí misma: simplemente no tendría valor alguno.
Concluye
Scheler: