Roi Ferreiro
Siete tesis críticas anti-bolcheviques

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Primera tesis - [El bolchevismo y la lucha de clases del siglo XX]

En general las posiciones de la CIS son parte de las derivaciones izquierdistas del trotskismo. El trotskismo en general ha señalado, hasta ahora, cuestiones relevantes para la lucha de clases, y ha intentado abordarlas en una época difícil para las agrupaciones revolucionarias. No obstante, en el trotskismo se verifica también la incapacidad del propio bolchevismo para situarse en un contexto totalmente diferente del ruso de la primera mitad de siglo.

El bolchevismo revolucionario, cuyo continuador ha sido sin duda, al menos ideológicamente, el trotskismo, ha caído en el eclecticismo teórico entre el espontaneísmo y el dirigentismo, como consecuencia de unas condiciones sociales cada vez más alienantes que pesaban sobre el movimiento obrero. El producto de estas condiciones alienantes de clase, que tuvieron su reflejo en aquella contradicción interna del trotskismo, se hizo visible a través de la integración cada vez más profunda del movimiento obrero en el capitalismo durante el siglo pasado: se trataba, objetivamente, de una contradicción entre la necesidad de la espontaneidad para impulsar el autodesarrollo revolucionario del proletariado como clase, y la predominancia de la sumisión a las direcciones burocráticas reformistas.

El trotskismo fue incapaz de situarse por encima de esta contradicción no sólo, ni fundamentalmente, a causa de su análisis económico del capitalismo, sino porque no veía una relación directa entre la decadencia del capitalismo y el desarrollo de la espontaneidad obrera en un sentido revolucionario. Por supuesto, puede decirse que es posible conservar la teoría revolucionaria a pesar de que las circunstancias y dinámicas sociales no resulten favorables, pero, en la práctica, esto se vuelve insostenible dentro de las corrientes proletarias, en las que los intereses de clase prácticos están por encima y determinan la teoría, o sea, donde el materialismo revolucionario se aplica de todos modos independientemente de la voluntad consciente o no de los individuos. El eclecticismo del trotskismo es el reflejo, pues, de la contradicción entre el dirigentismo bolchevique y la tendencia espontánea de la lucha de clases, contradicción que, por cierto, no se ha resuelto en un sentido revolucionario cuando las circunstancias han sido mejores (p.e., en los movimientos de lucha de los años 60 y 70)*.

Toda la historia del bolchevismo revolucionario en los países occidentales, en posterioridad a la revolución rusa, ha sido la historia de una impotencia práctica, verificando que se trataba de una concepción política incapaz de actuar de modo revolucionario en un contexto específicamente capitalista. Esta impotencia de necesidad se efectivó como oportunismo con su declive definitivo como fuerza política, y todas las organizaciones trotskistas occidentales o bien han quedado reducidas a la nada, o se han convertido en grupos reformistas dentro de las organizaciones "obreras" existentes. Ciertamente, igual que el estalinismo, el trotskismo también puede prestarse a representar movimientos revolucionarios como los latinoamericanos, marcados por el subdesarrollo económico y el atraso, pero a coste de esclerotizar esos mismos movimientos, llevarlos a la derrota, o, caso más improbable, a un supuesto "Estado obrero" burocrático.

La cuestión de fondo es que la concepción bolchevique de la función práctica de la vanguardia revolucionaria, la dirección política del proletariado --pues la llamada "educación" significa, en el terreno de la práctica, la dirección política--, no sirve para fomentar el desarrollo de la autoactividad del proletariado, sino que ésta se ha desarrollado siempre de modo independiente a las prácticas bolcheviques, que en realidad tendieron y tienden siempre a llegar tarde respecto del movimiento práctico de la lucha de clases, en lugar de actuar como vanguardia en acto. Esta disociación objetiva entre las pretensiones de la vanguardia autoproclamada, no efectiva, y la dinámica espontánea de masas, sólo puede tener dos soluciones opuestas sin caer en el eclecticismo:

1ª) la subordinación de la espontaneidad a la dirección intelectual, de las luchas inmediatas al programa revolucionario, de las masas al partido, que es la teoría bolchevique y que esencialmente es adialéctica y no materialista en las relaciones concienciales sujeto-objeto (y que conduce en la práctica a la formación de un capitalismo de Estado totalitario, pero no al comunismo, oponiéndose a la emancipación proletaria);

2ª) la teoría del comunismo de consejos, que entiende la espontaneidad como determinada por las condiciones del capitalismo y la ve como la forma no intelectual de la conciencia proletaria que se desarrolla a través de las luchas de clases, de modo que la conciencia intelectual de la vanguardia es solamente el extremo más avanzado de la propia lucha de clases, y la función de la vanguardia consiste en la clarificación y elevación de la conciencia de las masas al nivel intelectual. El comunismo de consejos es la teoría de la autoliberación efectiva del proletariado.

Vosotros sostenéis una visión acrítica del leninismo, y por eso no captais lo esencial del problema. Las inclinaciones reformistas, o si se prefiere, eufemísticamente, "errores", que criticáis al programa de la CIS, proceden de la naturaleza burguesa de los fundamentos de la concepción bolchevique de la lucha de clases, que se explicita en la forma del eclecticismo presionada por la necesidad de impulsar el desarrollo de la espontaneidad obrera, espontaneidad que escapa a su comprensión teórica. Al no ver la naturaleza de clase del bolchevismo (que, en palabras del propio Lenin es la concepción teórica que la inteligentsia lleva desde fuera a las propias masas proletarias), les exigís a la CIS una clarificación de principios como clave para el agrupamiento revolucionario a la luz del materialismo histórico, pero vosotros mismos no partís de la crítica de las consecuencias prácticas de estos "errores" en la lucha proletaria real, para llegar a un análisis de clase de esos "errores". De este modo, los "errores" aparecen como simples errores "teóricos", contrastados con vuestra defensa de la praxis leninista "ortodoxa". Y es a partir de los principios de esta praxis, de la "construcción del socialismo", y no de los principios de la emancipación efectiva de los obreros concretos, como aplicáis el materialismo histórico. Así, en lo "concreto pensado" captáis la universalidad real, pero no llegáis también a la particularidad y la individualidad del proletariado en vuestro concepto del socialismo. Pues esa universalidad real (existencia general) es la supresión de las clases en general, pero la particularidad (clase) del proletariado es el trabajo asalariado y su individualidad es la vida genérica alienada que es el efecto de lo anterior (alienación como clase dominada y como clase productora en toda la vida de la especie humana).

Caéis, pues, en un cientifismo práctico, al convertir el método dialéctico en la fuente de la verdad, en lugar de considerarlo como dependiente de la conciencia de intereses del sujeto que lo aplica. Es decir, prescindís del papel de la conciencia práctica del sujeto en la propia práctica teórica, de modo que, para vosotros, la verdad "está ahí fuera", independientemente de la conciencia. Las condiciones materiales, con su determinación sobre la conciencia práctica, desaparecen, o su relación es considerada como estática, viendo la conciencia como reflejo estático de las condiciones existentes, o cayendo en cualquier otra deriva burguesa por partir del eclecticismo de Lenin entre su concepción dirigentista burguesa de la práctica material y la concepción teórica dialéctica, que refleja el propio carácter práctico de la lucha de clases y del desarrollo de la sociedad, de la dialéctica social.

Así, vuestra concepción del comunismo puede ser verdadera en el plano de la generalidad, pero sigue siendo abstracta (y en este sentido, utópica) en el plano de la práctica concreta. Es, además, abstracta en su materialidad para con la condición social específica de la clase revolucionaria, pues la universalidad solamente existe en la realidad efectiva como una síntesis viva que comprende lo individual y lo particular, y la supresión universal de las clases existentes (o sea, de las clases en su forma actual) no lleva, de este modo, necesariamente a la supresión del trabajo asalariado ni de la vida alienada de la humanidad como conjunto de individuos. Y hay que recordar aquí que es el trabajo alienado, apoyado en la vida alienada de la especie humana que ha producido en su desarrollo histórico (no sobra señalar que, en parte gracias a la ignorancia, en parte a pesar y contra el conocimiento de l@s explotad@s), el que produce la división en clases de la sociedad, y que sólo sobre la base de este modo de vida alienado, basado en la explotación del trabajo ajeno, con sus fundamentos técnicos, institucionales y culturales, es posible que la división política de la sociedad en clases se constituya como un poder social (en el Estado y las estructuras económicas de poder) y se presente (en un giro dialéctico) como la causa y no el efecto del trabajo alienado.

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* Solamente cuando la decadencia del capitalismo progresa hasta el punto de provocar la degradación absoluta y continuada de las condiciones de existencia del proletariado, se vuelve posible la formación de corrientes revolucionarias importantes y su crecimiento sostenido en el tiempo. Ni las organizaciones revolucionarias vivas, ni la teoría revolucionaria en tanto que forma de pensamiento viva, pueden existir fuera de estas condiciones, salvo en grupos aislados e incapaces de influir en el curso de la historia.
Para los intelectuales, sin embargo, y también para quienes consideran la teoría de un modo abstracto, independizado de la práctica y de la conciencia práctica (que de modo continuo se forma socialmente), este problema ni siquiera se reconoce como tal: todo es reducido a la "falta de conciencia" del proletariado, que no hace caso a los especialistas de la "teoría revolucionaria", quienes comprenderían sus "verdaderos intereses". Este es el trasfondo de cualquier concepción que, como la leninista, considera el pensamiento como independiente de la práctica social o, dicho más concretamente, la teoría socialista como independiente de la autoactividad práctica del proletariado. Esta concepción sólo puede suponer una deformación de la naturaleza de clase de la teoría misma, con las consiguientes consecuencias: es el caso de la relación entre el leninismo y el marxismo original.
Para el proletariado, por su parte, la conciencia revolucionaria sólo puede existir cuando va unida a la conciencia práctica de que el capitalismo es un sistema social intolerable. Mientras el capitalismo es tolerable, esto es, mientras todavía mantiene un progreso relativo de la sociedad, el proletariado no tiene un interés práctico inmediato en la revolución y ésta es dejada a un lado. Pero, a la inversa, en una situación de degradación absoluta y persistente de sus condiciones de vida, el proletariado no tiene un interés inmediato en las reformas y sólo lucha por reformas en la medida en que no es capaz de afrontar todavía la revolución. Esto es lo que quiero decir cuando afirmo que "el materialismo revolucionario se aplica de todos modos, independientemente de la voluntad consciente o no de los individuos".
Al intentar construir un "partido revolucionario" en la fase de estancamiento del capitalismo (o también podría decirse, fase de decadencia latente), o sea, entre la I Guerra Mundial y la crisis de los 70, el trotskismo estaba por eso mismo condenado a degenerar, como movimiento real, en una tendencia meramente reformista. Dado este estado de asuntos, cuando la tendencia histórica del antagonismo de clases ha cambiado el trotskismo no ha sido capaz ni de reconocer el cambio ni de calcular sus posiblidades, y no ha sabido por tanto comportarse más que como otra tendencia burguesa más, encuadrada para siempre dentro del viejo movimiento obrero, en lugar de ayudar a llevar más allá las oleadas de lucha de los periodos ascendentes del proletariado y de impulsar el desarrollo de su conciencia como clase. La adhesión trotskista a la burocracia sindical y partidaria de las organizaciones "obreras" mayoritarias, al parlamentarismo laboral y político por lo tanto, no es más que el colorario de toda una degeneración histórica. (Roi Ferreiro, 25.07.2005)


Círculo Internacional de Comunistas Antibolcheviques

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